EL PROTECTORADO DE SAN MAMERTO.
Por: Gabriel Fossa
Imagínense que la República Argentina año 2020, está en una gran crisis política como en el 2001, los presidentes se suceden, la economía está en banca rota,el pueblo sin trabajo, hambre, etc.
La República Argentina tiene 23 Provincias, más una ciudad autónoma.
Bueno resulta que hay un Libertario llamado Juan José de San Mamerto, reunido en Londres junto a otros muchos argentinos, pertenecientes a la clase acomodada, los Elsztain,Spolsky,Garfunkel , Cristobal López, Werthein, Rocca,Bulgheroni, Esquenazi, Cavallo,Esquenazi, Dromi, Mindlin,etc.
Todos ellos se reúnen para dar la “Libertad “a las provincias argentinas, de la anarquía en que se vive sin precedentes, las calles son un caos, y hay asesinatos por todos lados.
Todos ellos se embarcan en British Airways y vuelan para Buenos Aires Ciudad, llegan y empiezan a confabular con una Logia que dan nombre como "Los Andinos",establecen relaciones, empiezan a conspirar, se juntan en una gran base de operaciones, en el paralelo 42 donde hay una pista de aviones de gran porte de un magnate Inglés, en el Atlántico sur hay otra gran base en Malvinas, San Mamerto cuenta con logística británica, militares británicos, comandos SAS, y Mapuches en el territorio Argentino.
Los logiados cipayos, sabotean a su patria, en donde logran imponer a sus agentes en el Ministerio de Hacienda y Producción, en el BCRA, y otros Ministerios, para sabotear la producción nacional, y así tener que pedir líneas de créditos a altas tasas de interés, para tener dominados de por vida, con una deuda externa y eterna, será de ahora en más ,la prisión invisible de los países dominados por los logiados del Imperio.
Estos subversivos logiados quieren terminar de una vez por todas con las crisis sistémicas en que estaban acostumbrados cada diez años en su país, ese era su clishé, pero en realidad sus fines eran otros, era lograr quedarse con una gran parte de la Nación Argentina,
En donde éstos, a lo largo de los años, conspiraron para que se den estas crisis sistémicas, ya que fueron sabiamente elaboradas, con regla y con compás.
Los “Libertarios”que estaban con Juan José de San Mamerto, tenían serios negocios con la City de Londres, estos generan una Primera Junta cerrada, mientras los sureños, el pueblo en sí, querían saber de qué se trataba esta reunión.
Está claro que estaban engañando al pueblo del Sur.
Argentina no podía enfrentar una agresión, ya que no contaba con armas, ni dinero para hacer la guerra.
Lamentablemente deja a las provincias del sur a su destino.
San Mamerto, junta las fuerzas subversivas iluminadas, y empieza la guerra civil con ayuda británica, en Tierra del Fuego, Santa Cruz, Chubut, Neuquén, y Río Negro, se produce serios enfrentamientos entre los argentinos que querían seguir perteneciendo a la República Argentina,
(Los Patriotas), contra los subversivos Libertarios (Cipayos), que quieren proclamar la libertad de la ruinosa Argentina,los patriotas pierden la guerra.
Los revolucionarios, héroes de este nuevo protectorado, serán mañana próceres de esta nueva nación sureña,ellos querían pertenecer al imperio británico, como en el pacto Roca Runciman de otrora, ser la joya más preciada del imperio,esta alianza tendría como resultado el libre comercio, y así poder acceder a las inmensas posibilidades de los créditos que otorga la City londinense a sus protectorados.
La asamblea decide, y se establece la Independencia de las cinco provincias, de la República Argentina.
Pasan a llamarse Protectorado de Andina.
San Mamerto es elegido Protector y contrae el primer empréstito del nuevo protectorado con la Corona Británica,gracias a los servicios prestados en esta noble causa, en la independencia de la República de Andina.
Pasados los años, San Mamerto muere, entonces se generan desfiles en su honor, e inauguran un busto en Londres como mérito a sus servicios prestados a la Corona Británica.
Andina está endeudada de por vida, con la City de Londres.
Juan José de San Mamerto decía siempre en su nueva batalla, "seamos libres lo demás no importa nada."
GF
"Gran Bretaña renuncia a la conquista militar del Río de la Plata pero no a la conquista comercial, no le interesa quien sea el gobierno de estas tierras siempre que respete la hegemonía comercial inglesa, se involucra en conflictos internos solo cuando estén en peligro sus intereses."
PD: Pocos años después, la República Argentina, quedó balcanizada,en su totalidad. Andina al Sur, República Mesopotámica, República Guaraní, República de los Andes, República Central Pampeana.
Woodbine Parish: Aventurero, Rivadaviano y Rosista
Foto: Woodbine Parish
"El 16 de agosto de 1882, Sir Woodbine Parish, KCH, fallecía en su propiedad rural de Quarry House, en St. Leonard’s-on-Sea, en Sussex, lleno de honores y riquezas. Pero, más importante aún, durante sus nueve años en el Río de la Plata, había establecido y afianzado la dependencia económica, política y cultural de la Argentina respecto al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, que llevará a decir a uno de sus diplomáticos que “Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia británica” (Sir William Barton en The Spectator, 1931)."
Woodbine Parish nació en Londres el 14 de septiembre de 1796. Provenía de una familia aristocrática de Axholm en Lincolnshire que había perdido su posición por devoción a la causa monárquica en los días de la Revolución inglesa.
Su abuelo Henry Parish, capellán de Lord Townshend, acumuló una apreciable fortuna siguiendo a su protector en sus destinos militares y políticos. Casó con una dama de apellido Woorbine y tuvo cinco hijos: Henry Williams, Sarah, Woodbine, Frances y Charles Compton.
El Reverendo Henry tenía un hermano, John Parish, fue superintendente de ordenanzas de la Torre de Londres durante años y casó con Elizabeth Planta, hija del capellán del Rey. Así quedó cimentada una importante alianza entre los influyentes Planta y los Parish que daría sus frutos en las próximas generaciones.
A la muerte de su capellán y abuelo de nuestro biografiado, Lord Townshend tomó a su hijo mayor, Henry Williams Parish, bajo su cuidado. Henry W. fue enviado al Woolwich College y luego obtuvo, por recomendación de su protector, una comisión en el Real Regimiento de Artillería del Duque de Richmond. Estuvo en Gibraltar, en Canadá y en la expedición a China de Lord Macartney que exploró las costas de África y Brasil, las Indias Holandesas, Malaya y Cochinchina, antes de llegar a destino. Años después, sería ayudante de campo y paje de Lord Cornwallis en Irlanda.
El menor de los hijos del Reverendo Henry, Charles Caompton Parish, se unió ya de muy joven a la marina mercante y ya a los 23 años poseía en propiedad el velero “Acalus”, con el que comerciaba en las Antillas. Al estallar las guerras de la Revolución francesa, realizó misiones en el Mediterráneo y, cerca de la costa española, fue capturado por fragatas francesas. A pesar de estar prisionero, el Capitán Parish logró establecer contacto con antiguos socios en Marsella y Génova, gracias a los cuales pudo escapar. Como capitán de otros buques mercantes, logró sacar ventaja de las siguientes guerras napoleónicas y, en 1814, fue designado superintendente de puertos de las Antillas Británicas. Ocupó este cargo durante veinticuatro años, para retirarse luego con una pensión en Inglaterra.
Siendo el tercer hijo y el segundo varón, Woodbine Senior sólo tenía cinco años cuando su padre, el clérigo anglicano, murió. Fue adoptado por su tío materno, William Woodbine, residente en Yarmouth. En 1777 lo envió a Lieja, a estudiar en el colegio jesuita inglés, que funcionaba en el antiguo palacio del Elector Palatino de Baviera. Sólo otro niño, además de Parish, era protestante. Pero la educación clásica brindada era excelente y el precio era mucho más accesible que en los colegios ingleses. Aunque nunca dejó su anglicanismo, sin embargo, siempre lamentó la Reforma como un gran daño. En 1783 regresó a Inglaterra y se estableció con su tío en Londres por breve tiempo. William Woodbine era un comerciante en crecimiento y envió a su sobrino a Livorno como su representante en Italia. Con el fin de independizarse de su tío, aceptó un nombramiento como oficial de la East India Company. Recorrió la costa africana y el Sudeste Asiático, hasta llegar a China, donde pasó 6 meses. Regresó luego por la vía del Mediterráneo, haciendo buenas relaciones en Italia y España. Al llegar a Londres se asoció a su tío que al año, murió. Junto a sus primos Planta, recorrió Francia, Alemania y Holanda, haciendo los mejores negocios. En 1795 casó con la única hija del clérigo henry Headley, rector de North Walshan (Norfolk), quien, por sus conexiones, le abrió la puerta a la aristocracia de ese tiempo, convirtiéndose en amigo íntimo de personajes como Lord Perceval (futuro primer ministro), el Coronel Herries (padre de un futuro ministro de economía británico) y Nicholas Vansittart (futuro ministro de economía y Lord Bexley, y quien daría a Miranda todo su apoyo en la causa de las independencias americanas). Así fue que obtuvo el cargo de presidente de la junta de impuestos de Escocia. En 1823 obtuvo su retiro con una renta anual de 1000 libras y fallecería diez años después.
Nuestro biografiado, hijo del anterior, se educó primero en una escuela primaria de Essex. Allí fue que, en un accidente, quedó con una cojera que lo acompañaría toda su vida. Luego, gracias a los contactos de su padre, pasó al aristocrático Eton College.
Al salir de Eton en 1812, John Charles Herries, hijo del amigo de su padre, lo llevó consigo a trabajar en el Departamento del Comisario Jefe de abastecimientos militares.
En 1814, Herries le dio su primer destino diplomático en Sicilia, para ayudar en la evacuación de las tropas británicas y, también, contactarse con líderes anti-borbónicos unionistas. Como explica su nieta y biógrafa, “Sicilia era de vital importancia para Inglaterra si quería mantener su supremacía en el Mediterráneo, y ahora que había una crisis, la única alternativa viable para los ingleses, si no querían abandonar la isla, era establecer un gobierno decente bajo su control”. Los Borbones, endeudadísimos con Gran Bretaña, y sin control real sobre la isla, se vieron obligados a aceptar la constitución liberal que les impusieron.
Se vio involucrado en los eventos que siguieron a la victoria sobre Napoleón en Waterloo. En 1815, Parish viaja en la expedición inglesa que restaura la Casa de Borbón en Nápoles y derrota finalmente a los partidarios de Murat.
Luego regresó a París como secretario de Lord Castlereagh, colaborando en la redacción del borrador del Tratado de París de 1815. Allí, en la embajada británica parisina, volvió a reunirse con su primo Planta y con Edward Cooke, otro orgulloso etoniano como él. Lord y Lady Castlereagh tomaron mucho cariño al joven Parish, habiendo sido conocidos también de su tío Henry en Irlanda.
En este puesto de primer orden, conoció personalmente a Metternich, Blücher, Wellington, Luis XVIII y el Zar de Rusia, entre otros personajes de primer orden. Durante todo este tiempo en el exterior mantuvo actualizada y detallada correspondencia con su padre en Edimburgo. Quien, a su vez, le comunicaba noticias de sus parientes dedicados al comercio y a la diplomacia, distribuidos por todo el mundo.
“Casualmente”, se hizo íntimo amigo de Sir Peregrine Maitland, hermano del general escocés Thomas, amigo de José de San Martín y posible estratega del plan del cruce de los Andes e invasión del Perú. También se hizo amigo de Wilhelm von Humboldt, hermano de Alexander, ambos presentes en París como asesores del Rey de Prusia.
Terminados los asuntos de París que mantenían ocupado a Castlereagh, éste decidió regresar a Inglaterra, tomando a Parish como su secretario privado, mientras su primo Planta continuaba como secretario de asuntos exteriores, casi como un viceministro. Pero los recortes posteriores a la guerra, lo obligaron a aceptar en 1816 una misión en la isla de Corfú, donde Sir Thomas Maitland había sido designado Alto Comisionado de las Islas Jónicas. En este puesto se encontró involucrado en las negociaciones con los turcos por el destino de Albania y algunas de las islas griegas que habían sido tomadas por Napoleón.
Al regresar a Londres, trabajó con su primo Planta, a quien iba a acompañar a Aquisgrán para asesorar en las negociaciones de las potencias europeas. Pero poco antes, tuvo una “curiosa entrevista” con el viejo Nathan Meyer Rothschild. Nathan era el tercero de los hermanos Rothschild, distribuidos en Viena, Nápoles, París y Frankfurt. A él le había tocado Londres, allí se estableció en 1797 y tan sólo siete años después obtenía la ciudadanía británica. El Secretario del Tesoro británico lo usó como agente para colocar los subsidios a las potencias extranjeras en plenas guerras revolucionarias y napoleónicas. A su vez, tomaba los dineros de los príncipes extranjeros y los colocaba en bonos ingleses, los famosos Consols. Durante la expedición de Wellington en la Península Ibérica, Rothschild fue el principal financista de sus campañas, obteniendo luego de la misma, importantes monopolios en España y Portugal. El viejo Rothschild quería que Parish lo ayudara a cobrar los pagos debidos por el Rey de Prusia que haría a través de uno de los miembros de la dinastía bancaria. Así se hizo, y Nathan, que poco después sería creado barón del Imperio Austríaco, quedaría para siempre agradecido con Parish.
A su regreso desposa a Amelia, la única hija de Leonard B. Morse, un abogado y principal subcomisario general de las Fuerzas Armadas de Su Majestad, de una familia que decía descender de los Plantagenet, la dinastía de los reyes normandos de Inglaterra.
Tras haber mantenido durante una década una política ambivalente frente a los gobiernos americanos insurgentes, apoyando según los momentos a la metrópoli o a aquéllos, o incluso a ambos al mismo tiempo, hacia 1820, se hizo evidente que el gobierno británico debería reconocer oficialmente las independencias americanas. Fue así que Canning, en 1822, resolvió enviar representantes a Buenos Aires, México y Bogotá con el fin de buscar tratados comerciales ventajosos a cambio de los reconocimientos. Estaba claro que el gobierno en Madrid no podía darse el lujo de romper relaciones con Gran Bretaña y, por otro lado, se trataba de ganar una carrera que el gobierno de los Estados Unidos había comenzado en México y América Central, y que los franceses amenazaban con emprender también.
En 1824, Woodbine Parish fue designado encargado de negocios, con rol de cónsul general, en Buenos Aires. El nombramiento fue hecho por Joseph Planta, en nombre de Canning. En parte, Parish fue elegido por ser primo de los hermanos John y William Parish Robertson, comerciantes que se establecieron en el sur de América durante las guerras revolucionarias, presenciando “por raras casualidades las cosas más importantes de la revolución americana” (como reconoce José María Rosa) y haciendo —de paso— una impresionante fortuna.
“Casualmente”, José de San Martín se topa con John P. Robertson poco antes del combate de San Lorenzo. Otra vez, otro Robertson, William, estará con Artigas en el campamento de la Purificación. En 1815 el director supremo Alvear encargará misiones a los hermanos. En el ’20 establecerán excelentes relaciones con los jefes federales sin menoscabar las ya existentes con los directoriales. En 1822, “casualmente”, otra vez, uno de los Robertson estará presente en las negociaciones de Guayaquil entre San Martín y Bolívar.
Revelando documentos del Foreign Office, José María Rosa asegura su pertenencia al servicio de informaciones británico y describe su red. “Su guía y enlace era su pariente [abuelo materno] John Parish, radicado en la ciudad de Bath, a quien escribían cariñosas e informativas cartas que el Parish de Bath se apresuraba a mandar a otro pariente, Joseph Planta [sobrino político de John Parish], subsecretario del Foreign con Castlereagh y jefe del negociado para Hispanoamérica con Canning. Las familiares misivas donde los Robertson contaban todas las cosas de nuestra tierra: los propósitos militares de San Martín, el apego de Rivadavia a los intereses británicos, la desconfianza de Artigas o Francia [el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia] hacia los extranjeros, el estado de la economía y la situación militar, están correctamente catalogados en el archivo del Foreign. [Public Record Office, Foreign Office. 6/1]”
Tan pronto como se enteró de la designación de una especie de cónsul en la capital del Plata por parte del premier Canning, el ministro Bernardino Rivadavia decidió retribuir el gesto enviando a John Hullett a Londres como su representante. Hullet era socio de la firma Hullet Brothers & Company, establecida en Buenos Aires, y de la que Rivadavia sería socio en un emprendimiento minero. La designación molestó a Canning, quien, por intermedio de Parish, intentó convencerlo de designar a José de San Martín. Pero, como explicó Rivadavia, esto no era conveniente por los deseos del “Libertador” de instalar un monarca europeo en América del Sur.
Antes de llegar a Buenos Aires, el buque “Cambridge” que lo transportaba hizo escala en Río de Janeiro. Allí, los pasajeros fueron recibidos por Lord Cochrane, quien en ese momento fungía como Primer Almirante de la Armada Nacional e Imperial del Brasil, luego de haber cooperado en el plan de San Martín en la invasión de Chile y Perú. Sobre Cochrane, que desde sus días de corsario al servicio de “la Libertad” de América terminaría sus días como almirante de la Real Armada Británica, hablaremos en otra ocasión. Pero quede aquí esta no casual entrevista. Lord Cochrane pondrá al tanto de los sucesos de América a nuestro biografiado y el peligro de incursiones francesas y españolas en la zona; finalmente, se ofrece a tomar para el gobierno de Londres cada una de las plazas fuertes entre el Cabo de Hornos y California si le daban la autorización para hacerlo.
Por ese tiempo llegó a Buenos Aires un proyecto de Madrid para un tratado comercial. El mismo, bajo la supervisión de Parish, fue rechazado por Rivadavia pues consideraba que violaba los principios de libertad e igualdad de comercio. “Casualmente”, luego se firmaría con el gobierno británico uno que violaba estos “principios” de manera mucho más burda.
En sus informes a Canning, Parish lo urge al reconocimiento del Estado rioplatense. Sus relatos estaban algo “condimentados”, pintando prosperidades, seguridades, modernidades y calmas que no existían realmente. Pero Canning, más pragmático, no se preocupaba y buscaba convencer al Rey de cualquier modo. Sin embargo, una parte del gabinete y la corte, liderada por Wellington, se oponía al proyecto.
Woodbine Parish lamenta el retiro de Rivadavia, “tan apegado a lo que es inglés”, pero se alegra de que, en su lugar, quede Manuel José García, “perfecto caballero británico” (sic). En Londres, Canning había tenido un éxito frente al Rey cuando le presentó a los ministros plenipotenciarios de la nueva Colombia.
Haciendo uso de su cargo, finalmente, Parish firmó con García el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con la Argentina el 2 de febrero de 1825, que incluía el reconocimiento oficial de la independencia argentina por parte del gobierno británico y otros puntos de los que ya hemos hecho alguna referencia. El 8 de diciembre Canning logra la aprobación del Parlamento. A cambio de un reconocimiento meramente nominal, sin implicancias de ningún tipo más allá de una esperable protesta diplomática de Madrid, Gran Bretaña se aseguraba el monopolio comercial en los puertos y ríos del Plata. Por otro lado, el gobierno de Su Majestad se aseguraba que las Provincias rioplatenses no pudiesen ponerse bajo protección de ninguna otra potencia.
Mientras tanto, Parish asesora a los diputados del Congreso en Buenos Aires, “se necesita la más grande paciencia, temperamento y perseverancia para llevarlos al camino recto y mantenerlos allí”. Los diputados no podían entender una alianza donde Gran Bretaña no ayudaría de ninguna manera a la América del Sur en sus luchas independentistas.
Según Temperley, biógrafo de Canning, a poco de comenzar Parish sus gestiones, el comercio de Gran Bretaña con Buenos Aires superó los seis millones de libras, representando más de un octavo del total de todas las exportaciones británicas, incluyendo las colonias. Eso era mucho más que el comercio bilateral de Londres con los Estados Unidos para la misma época.
El General Miller le escribe a Parish sobre la batalla de Ayacucho, contándole todos los detalles, para que éste remita el informe al Foreign Office. Otro día hablaremos de Miller, ¿patriota o agente británico?
A lo largo del ’25, el cónsul intenta persuadir a García sobre la inutilidad de una guerra con Brasil. No sólo porque un bloqueo del puerto de Buenos Aires, perjudicaría el comercio británico, sino porque la Armada brasileña empleaba oficiales británicos, atrayendo la simpatía de Londres por la causa del imperio.
Al estallar las hostilidades, el gobierno de Buenos Aires da el mando de su pequeña flota al almirante William Brown, un súbdito británico que ya había combatido bajo la bandera bonaerense y se encontraba en ese momento retirado. Muchos británicos, estadounidenses y voluntarios de otros países se unieron a la flota como marinos. En otro momento, nos referiremos también a Brown.
Fue una movida interesante por parte del gobierno porteño, como manifestó en su correspondencia Parish, en los combates navales entre Brasil y las Provincias Unidas, sólo había bajas británicas. Por lo que se urgía al gobierno de Londres a intervenir favoreciendo la paz.
Tan bien metido estaba en la política local que se entera, antes que nadie, en diciembre del ’25, que en febrero del año siguiente asumirá al frente del gobierno el ex ministro Rivadavia.
Junto a Joseph Barclay Pentland, Parish recorrió gran parte de los Andes bolivianos entre 1826 y 1827. Pero sus exploraciones geológicas tenían otras intenciones. La Argentina y Brasil se encontraban en guerra y los británicos se las ingeniaron para continuar la exportación de oro por vía diplomática.
Desde septiembre del ’26 se pone a las órdenes de Lord Ponsonby, ministro plenipotenciario de Su Majestad Británica en el Río de la Plata. Ponsonby era nieto del famoso presidente de la Cámara de los Comunes de Irlanda que tanto intrigara contra Lord Townshend, protector del abuelo de Parish. Planta escribió a su primo que Canning le aseguraba que este nombramiento no debía tomarlo como algo personal, sino que lo hacía con el único fin de llenar las expectativas de esnobismo de estos gobiernos sudamericanos por tener a alguien de rango noble. Por su parte, Ponsonby se dedicó casi exclusivamente a mediar entre los gobiernos de Buenos Aires y Río de Janeiro para poner fin a la guerra con los rioplatenses y lograr una solución para la cuestión sucesoria de Portugal.
Las relaciones entre Lord Ponsonby y Dom Pedro no fueron fáciles. Éste acusaba a los británicos de querer anexarse la Banda Oriental como colonia y amenazaba con levantar un gran empréstito en Europa para continuar la guerra en el Río de la Plata e intervenir en la Península Ibérica. Por su parte, el primero hablaba de una escalada de la guerra con la posible intervención de una fuerza conjunta sudamericana a las órdenes del “Libertador” Bolívar, “amigo de Gran Bretaña”.
En su correspondencia a Canning y Planta, lamentó la imprudencia de Rivadavia en su lucha contra los federales y augura una larga guerra civil. Lamenta también que sólo García entiende que, según el gobierno de Su Majestad, la independencia de la Banda Oriental es la única solución al conflicto.
Cuando fracasa la misión de García en Río y se conocen los términos de la propuesta británica, la opinión pública porteña estalla. A la insumisión de casi todas las provincias del Interior se suma la anarquía en Buenos Aires. Lord Ponsonby pide que se lo reemplace por un ministro de inferior rango dado que se trata de un continente de “semi-salvajes”. Más medido y curtido, Parish informa a Planta la verdadera situación y culpa a la guerra con Brasil de haber hecho encallar el gobierno “más avanzado… de América del Sur”, en referencia a la renuncia forzada de Rivadavia. Por las dudas, el almirante Sir Robert Otway, comandante en jefe de la Estación Británica en América del Sur, despachó sus buques para vigilar la costa de Buenos Aires durante las elecciones.
Como a su jefe, le produce a Parish rechazo el gobierno plebeyo de Manuel Dorrego y prevén los peligros desatados por la revolución unitaria de Lavalle. Pero ya entonces ven con buenos ojos a Juan Manuel de Rosas, comandante de la campaña bonaerense, que tiene el poder de ganarse a los gauchos e inducirlos “a volver a sus casas”.
Cuando se produce la cuestión de la formación de un batallón de voluntarios extranjeros para la preservación del orden, Parish ordena al almirante Sir Thomas Thompson, del H. M. S. Cadmus, que patrullaba el Río de la Plata, que llame la atención al almirante Brown, al mismo tiempo que él presenta una queja formal.
“Casualmente”, Parish está presente en las conversaciones entre Lavalle y Rosas en Cañuelas. El advenimiento de Rosas al poder lo confunde. Por un lado, se alegra de que el “Restaurador” mantenga al “gentleman” Manuel José García en el gobierno. Por el otro, el carácter arrogante del nuevo gobernador y su populismo, le hacen pedir a Lord Aberdeen (el nuevo ministro del Exterior) su traslado.
Ponsonby, finalmente, obtiene su traslado y pasa a Río de Janeiro, a la corte del Emperador, ahora en excelentes relaciones con Gran Bretaña. En su reemplazo es nombrado Henry S. Fox, sobrino de Lord Holland, pero que se demora en llegar a Buenos Aires, dejando a Parish como amo y señor de la política británica en el Río de la Plata.
En 1830, y con la aprobación de Juan Manuel de Rosas, Parish coloca la piedra fundamental de la iglesia anglicana de San Juan, que aún existe en Buenos Aires.
Una de las primeras negociaciones de Parish fue con el dictador paraguayo Francia, que mantenía una difícil situación con los Robertson, y que mantenía detenido al naturalista Aimé Bompland, amigo de Alexander Humboldt. Recién en 1831 logra su liberación. Y, poco después, son liberados otros exploradores suizos y franceses que habían sido detenidos por Francia durante más de cinco años.
En 1832, aprovechando la destrucción de la colonia argentina en las Islas Malvinas, por parte de corsarios estadounidenses el año anterior, presenta una protesta de derechos al gobierno de Buenos Aires, al mismo tiempo que el H. M. S. “Clio” hace acto de soberanía “simbólico” en Port Egmont. Al año siguiente, y ante la falta de acciones por parte argentina, el gobierno británico establece una colonia permanente y nombra un gobernador.
Finalmente, en 1833, Parish es reemplazado, aunque continuará como asesor de asuntos rioplatenses por el resto de su vida. Rosas lo nombra ciudadano argentino y coronel de caballería honorario. Además le concede el curioso privilegio de usar el escudo nacional argentino como blasón hereditario. El “Restaurador” le organizó toda una fiesta de despedida.
A su regreso a Londres, Parish es recibido por Lord Palmerston en persona. Además de aprobar su conducta durante el período en que ejerció sus funciones en el Río de la Plata, le obtiene una pensión de 1000 libras anuales.
A fin de año, parte hacia Francia para investigar el asunto del peaje que se cobraba a los buques británicos.
Posteriormente, en 1835, gestiona una condecoración que le permitirá anteponer el pomposo “Sir” a su nombre. Sus ocupaciones en el Foreign Office, leyendo despachos y periódicos sudamericanos, le dejaban bastante tiempo.
Durante su estadía en América del Sur, Parish había combinado su trabajo diplomático con su hobby por la geología y la paleontología, además de los negocios. A su regreso en su país, se dedicó entonces a pasar en limpio sus descubrimientos y observaciones. En 1839 publicó en Londres Buenos Ayres and the Provinces of the Rio de la Plata, sobre sus descubrimientos geológicos y de fósiles.
En el Natural History Museum de Londres, Sir Woodbine presentó los huesos de un megaterio. Y le siguieron agregaciones como miembro pleno de la Royal Society, de la Geological Society y de la Royal Geographical Society. De esta última fue, posteriormente, vicepresidente. Además fue corresponsal de Charles Darwin.
En 1838 se le ofreció la negociación con el gobierno de Rosas durante el bloqueo del Río de la Plata, pero se negó acusando a sus sucesores de destruir la influencia británica en América del Sur, lo que con tanto trabajo le tomó años hacer.
Sirvió como Jefe Comisionado en Nápoles entre 1840 y 1845. El objetivo era forzar al gobierno de Fernando II de las Dos Sicilias a firmar un nuevo tratado comercial sobre la producción y comercialización de sulfuro y otros minerales. Apenas llegar a Nápoles, Sir Woodbine y su familia fueron invitados al gran baile de carnaval organizado por Salomone Rothschild, a quien había conocido en Aquisgrán en cumplimiento de un encargo de su hermano Nathan, y al que asistirían los Reyes.
Una vez obtenido el tratado, Lord Palmerston lo instruyó para implementarlo y monitorear su vigencia. En ese tiempo, los Parish vivían de fiesta en fiesta de la Corte napolitana.
Terminada su misión, regresaron lentamente atravesando toda Italia. Hasta Florencia, para asistir al funeral de uno de sus hijos, Leonard. Allí, se alojaron en casa de Lord Holland, ministro plenipotenciario británico.
A su regreso a Londres en 1847, la casa Baring Brothers le ofreció cuantiosos honorarios para gestionar con “su amigo” Rosas el pago del empréstito concedido a la Argentina en tiempos de Rivadavia. Pero Sir Woodbine se negó por razones que no nos quedan claras. Tal vez porque conocía el carácter difícil de Rosas. Tal vez para no manchar su nuevo status social con cuestiones tan crematísticas.
Tras la caída de Rosas, éste se embarcó en el H. M. S. “Conflict”, donde John Parish, uno de los hijos de Sir Woodbine, era el primer teniente. El buque lo llevó sano y salvo a Irlanda, desde donde cruzaría luego a Inglaterra. A poco, cenó con el antiguo gobernador todopoderoso de Buenos Aires y continuaron su amistad.
Años después, se le ofreció el consulado de Berna. Y en 1857, Lord Clarendon pretendió persuadirlo de intervenir en los asuntos británicos en América Central.
En 1865 consiguió para su tercer hijo, Frank, el nombramiento al frente del consulado británico en Buenos Aires. Sería, luego, uno de los fundadores (y presidente durante un tiempo) de la Buenos Ayres Great Southern Railway Company (Ferro-Carril Sur), con sede social en Londres. Tras la muerte de Frank en 1906, su nieto Woodbine fue electo presidente del mismo ferrocarril y miembro del directorio de otras empresas británicas en la Argentina y Uruguay.
El 16 de agosto de 1882, Sir Woodbine Parish, KCH, fallecía en su propiedad rural de Quarry House, en St. Leonard’s-on-Sea, en Sussex, lleno de honores y riquezas. Pero, más importante aún, durante sus nueve años en el Río de la Plata, había establecido y afianzado la dependencia económica, política y cultural de la Argentina respecto al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, que llevará a decir a uno de sus diplomáticos que “Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia británica” (Sir William Barton en The Spectator, 1931).
De la liberación de España y a la sumisión con Inglaterra.
Foto del Tío Jorge Canning.
Se menciona una profecía escrita en un antiguo templo del Sol en El Cuzco según la cual, la liberación de América del Sur sería realizada por la nación del inglés. Dicha profecía estaba destinada a verse realizada puesto que este continente en gran medida debe su emancipación del yugo español a la cooperación del gobierno y el pueblo de Gran Bretaña. Canning declaró desde el escaño ministerial en la Cámara de los Comunes que “dio existencia a un Nuevo Mundo para cambiar el equilibrio del viejo”, y tan calurosamente expuso la causa de América del Sur que los capitalistas de Londres libremente abrieron sus tesoros a los agentes de las nuevas repúblicas, mientras que miles de valientes soldados de fortuna pusieron sus espadas al servicio de Bolívar y los otros jefes patriotas. Incluso antes de Canning, el gobierno de Pitt dio aliento al General Miranda, que hizo varias visitas a Inglaterra en nombre de Venezuela, y uno de los resultados de los esfuerzos de Miranda fue la misión especial de Sir James Cockburn a Caracas en 1808. Miranda fue arrojado injustamente en un calabozo por los patriotas venezolanos, y murió encadenado.
Cinco años después llegó la primera expedición de voluntarios ingleses del Gral. MacGregor, y en el intervalo desde 1813 hasta el fin de la guerra en 1824, casi 5000 súbditos británicos cayeron peleando bajo las banderas independentistas.
Según Lord Palmerston, las distintas repúblicas sudamericanas costaron a Gran Bretaña la enorme suma de 150 millones de libras esterlinas, incluyendo los préstamos concedidos en Londres que aún estaban impagas.
Sin embargo, fueron los logros de los comandantes británicos en las flotas y ejércitos de América del Sur los que preservarán para la historia la ayuda de Gran Bretaña a los patriotas. En el curso de los capítulos siguientes narraré muchos gloriosos hechos de armas llevados a cabo por mis compatriotas, reflejando no menos lustre de las banderas bajo las cuales pelearon como del heroico suelo en el cual nacieron.
El Almirante Brown destruyó el poderío naval español en la costa,Este del continente mientras Lord Cochrane lo hacía en la costa Oeste.
O’Higgins y MacKenna se cubrieron de Gloria en Rancagua y Membrillar en Chile, al mismo tiempo que MacGregor expulsaba a los españoles de Nueva Granada.
La decisiva batalla de Ayacucho fue ganada por el General Miller, quien allí ganó la distinción de Gran Mariscal del Perú; y tenemos el testimonio del General Bolívar de que la dura victoria de Carabobo se debió al coraje de la Legión Anglo-Irlandesa. “¡Gloria a los salvadores de mi patria!” fue la exclamación de Bolívar, cuando la pequeña banda de 600 sobrevivientes marchaban frente a él tras finalizar la batalla.
“Vale la pena remarcar”, dijo un escritor hace poco, “que no sólo Inglaterra envió grandes sumas de dinero y cantidades de armas a América del Sur, sino también que el coraje de sus hijos fue principal instrumento para asegurar la independencia de las repúblicas sudamericanas. Fue la firmeza de la Legión Británica la que ganó la batalla de Carabobo (junio de 1821) y decidió la independencia de Colombia, y la carga de la caballería del General Miller en Ayacucho la que procuró la gran victoria que destruyó el último baluarte español en el Perú.”
Foto: Hipólito Bouchard
Una de las tripulaciones de Hipólito Bouchard , Su campaña al mando de La Argentina, la conformaban estas personas bien de "origen español", debían reclutarse 180 hombres. Esta tarea no era sencilla, ya que Bouchard se había ganado la fama de hombre duro. Los integrantes de la plana mayor fueron: el capitán Nathan Sommers; los primeros tenientes Guillermo Sheppard, Colverto Thompson, Daniel Oliver, Guillermo Mills, Miguel Burgués y Luis Greissac; el teniente de infantería José María Píriz; los cabos de presa Juan Arhens, Carlos Douglas y Martín Van Burgen.
"Gobierno" en Perú o Protectorado Británico...
San Martín ocupó Lima y reunió un cabildo abierto el 15 de julio. El día 28, ante una multitud reunida en la Plaza de Armas de Lima, San Martín declaró la independencia y fue nombrado Protector del Perú con autoridad civil y militar.
Formó su ministerio con los ministros Hacienda Hipólito Unanue, de Hacienda, Juan García del Río, de Relaciones Exteriores y Bernardo de Monteagudo, de Guerra y Marina. En el mes de octubre dictó un Estatuto Provisorio de Gobierno, en el cual se establecía la división territorial, la libertad de vientres, y la libertad de los indígenas de los tributos específicos. Jurídicamente, el
Reglamento establecía que “todas las leyes, ordenanzas y reglamentos quedan en su fuerza y vigor, mientras no sean derogadas o abrogadas por autoridad competente.”
Ese mismo año fundó la Biblioteca Nacional del Perú, a la cual donó su colección personal de libros, y creó la Orden del Sol, actualmente llamada Orden El Sol del Perú.
Fundó la Sociedad Patriótica, formada por 40 ciudadanos peruanos, a quienes consideró los más ilustrados entre los decididos por la causa independentista. Ésta se enfrascó en discusiones sobre la forma más conveniente de gobernar el país, entre la monarquía constitucional que apoyaba San Martín y defendían los ministros Unanue y Monteagudo, y la república, que defendían Manuel Pérez de Tudela y Mariano José de Arce. En apoyo a sus ideas monarquistas, envió a García del Río y Diego Paroissien a Europa, a conseguir un príncipe de la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha, para que reinara en el Perú. También debían contratar un empréstito para continuar la campaña militar.
Estableció la libertad de comercio y la libertad de imprenta, pero no permitió otro culto religioso que el católico. Expulsó a miles de españoles nototiamente contrarios a la independencia y confiscó sus bienes.
Desde Ancón, y posteriormente desde Lima, San Martín envió una serie de campañas para incorporar al Protectorado al resto del Perú, pero algunos triunfos parciales no pudieron evitar que el Virrey se hiciera fuerte en la Sierra, fijando su capital en Cuzco; el Protector no tenía fuerzas para enfrentarlo con probabilidades ciertas de triunfar.
Durante su protectorado recibió una carta del general Antonio José de Sucre, lugarteniente de Simón Bolívar, para la campaña en Ecuador, en el que reclamaba la incorporación a la misma del batallón Numancia. Esta unidad, compuesta de venezolanos y neogranadinos había sido formada en Venezuela en 1813 y enviada al Perú tres años más tarde en por Pablo Morillo. A poco de desembarcar San Martín en territorio peruano, se había pasado a sus filas.25 San Martín se negó a perder la excelente unidad, y en su lugar envió una División Auxiliar al mando de Andrés de Santa Cruz —en su mayoría compuesta por tropas inexpertas— que participaron en las batallas de Riobamba y Pichincha.
Hemiciclo de la Rotonda, monumento en homenaje a los libertadores.
Entre los días 26 y 27 de julio de 1822 se realizó la Entrevista de Guayaquil, donde se reunió con Simón Bolívar, teniendo como tema principal la liberación del Perú, principal baluarte realista en Sudamérica. Tras una conversación privada, cuyo contenido sólo se puede conjeturar, cedió a Bolívar la iniciativa y conclusión de la campaña libertadora.
Los Borbones: ¿Culpables de todo?
Habría que hacerle par de bloques de preguntas a los sanmartinianos (esto es, los que profesan un culto pagano-irracional a José de San Martín), a propósito de las continuas quejas de los Borbones como culpables de todo...
-¿No fueron los Borbones los mismos que durante el siglo XVIII favorecieron al Río de la Plata, muchas veces en detrimento de un Perú que luego demostró serle mucho más leal?
-¿No fueron los Borbones a los cuales sirvió José de San Martín durante más de veinte años como oficial español, luego de licenciarse para pasar un año en Inglaterra e ir a una América que apenas recordaba; América en donde a su vez pactó con sus camaradas liberales peninsulares, diciendo aquello de "nosotros los liberales somos hermanos en todas partes del mundo"; y eso amén de ponerse un sueldo de treinta mil pesos anuales, invadiendo con tropas forasteras un Perú que en muy buena medida no le era adicto, y siendo artífice de la entrega del tesoro del país a los ingleses?
Antonio Moreno Ruiz, historiador sevillano residente en Perú.
El Mito del Prócer
Foto:Busto de San Martín en Londres.
En 1804, Napoleón Bonaparte, emperador vitalicio de Francia, domina toda Europa y cierra por consiguiente todos los puertos del continente europeo al tráfico comercial con Gran Bretaña. A raíz de esto la industria británica y el comercio exterior de Inglaterra cae en una paralización que lo lleva inexorablemente a una quiebra que se extenderá sobre toda Inglaterra.
Entonces William Pitt, Primer Ministro de Gran Bretaña, le encomienda al General Thomas Maitland la elaboración de un plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú y Quito. El plan consistía en lo siguiente:
Asalta Buenos Aires. Formar un ejército con hijos de españoles, mestizos, autóctonos o indios y negros esclavos. Que ese ejército formado en Buenos Aires acampe en Mendoza y se refuerce con personas de la misma etnia que las nombradas. Con este ejército asaltar Chile. Dominado Chile, con la flota británica, transportar ese ejército para la toma de Perú, y de Guayaquil (Audiencia de Quito) hoy Ecuador.
El Plan Maitland es el plan operativo de 1804 para desarrollar el plan estratégico de 1811. Para su efectividad dispone que toda Hispanoamérica se quede previamente sin moneda. Esto se lleva a cabo en las siguiente fechas:
1806: Beresford, gobernador inglés de Buenos Aires, saquea el Tesoro de la Real Hacienda (organismo similar al Banco Central actual) y lo remite a Londres, donde es paseado por las calles en 8 carros que transportan cada uno cinco toneladas de oro amonedado. Total: 40 toneladas de oro. Esta cifra, según cálculo que hicimos en nuestra cátedra en la Universidad de Lomas de Zamora, ascendía en el año 2008 aproximadamente a 88 mil millones de dólares.
1811: Pueyrredón, al mando del ejército del Norte que dirige Belgrano, saquea la Casa de Moneda de Potosí y destruye las prensas de acuñar moneda para toda Hispanoamérica. 500 mil barras de plata son enviadas de Buenos Aires y de ahí a Londres.
1822: San Martín toma Lima y embarca el tesoro de la Real Hacienda en la Flota del Vicealmirante inglés Lord Thomas Alexander Cochrane, que se hace inmediatamente a la vela a Londres. Ese tesoro era el más grande de todo el continente de América del Sur.
1822: Simultáneamente los británicos se apoderan del Tesoro de Real Hacienda de Santa Fe de Bogotá (Virreinato de Nueva Granada, hoy Colombia) y se llevan 10 toneladas de oro.
Por esos años, ocurre exactamente lo mismo en México.
Hispanoamérica entonces declara una independencia en 1816 sin moneda. Por lo tanto estamos no frente a una independencia efectiva, sino una independencia simbólica, lógico formal.
Este es el origen de todas las crisis monetarias de Hispanoamérica.
: Ante la declaración de independencia de Hispanoamérica, ¿qué actitud asumió Gran Bretaña?
(J.C.G.): Partimos de una afirmación documental. En marzo de 1816 se convoca a una congreso de la Provincias Unidas del Río de la Plata que se hayan desmembradas y anarquizadas en la ciudad de San Miguel de Tucumán (Norte de la Argentina) para dictar una Constitución. No para una secesión o independencia de España, sino que se trata de una Constitución dentro de la unidad Hispanoamericana-Ibérica que se admite. Intempestivamente, ese Congreso varía su objetivo y el 9 de julio de 1816 previa discusión de 4 días se declara la independencia del rey de España y su metrópoli.
Es importante acotar que las provincias reunidas en ese Congreso no incluían a las provincias del Litoral (Banda Oriental del Uruguay, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones Orientales). Es decir que el país no se haya íntegramente representado ni el Congreso se reúne con el fin de dictar ninguna independencia. ¿Por qué? Porque la independencia intempestivamente se declara y dice que abarca a todo el continente por iniciativa de Francisco José de Alvear y Gaurú, conocido por el nombre de sus padres adoptivos como José Francisco de San Martín., quien ante la alianza de España con Rusia para reunificar las Españas de América con España Ibérica se apresta a hacer declarar la independencia para que esa alianza no pudiera concretarse en territorio americano por ser estos independientes.
Coadyuvando a ello, James Monroe, Presidente de los Estados Unidos, dirá “América para los americanos”. Esto significa que ante cualquier ingerencia europea en América, Estados Unidos hará causa común para rechazarla. La concepción anglo norteamericana queda así afirmada, en contra de lo que había propuesto Alexander Hamilton, uno de los fundadores de Estados Unidos en 1776.
XI. [H.U.]: Para mantener la economía hispanoamericana bajo su control absoluto, Gran Bretaña impuso algún tratado a Hispanoamérica?
(J.C.G.): Sí, categóricamente sí. Fue el tratado “de amistad, comercio y navegación” impuesto por Gran Bretaña a las Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina) el 2 de febrero de 1825.
En 4 meses ese tratado que de inmediato analizaremos se impuso a Chile, Perú, Gran Colombia (Ecuador, Colombia y Venezuela unidos), Guatemala (América Central Unida) y a México. Este tratado fue redactado por San Martín en Escocia en el castillo de Lord Duff con quien había estado a las órdenes de Beresford en la batalla de Bailén. Lord Duff era consejero del rey el tratado de 1825 que se impuso a toda Hispanoamérica debía mantener inalterable el dominio económico sobre las Españas de América.
Hispanoamérica continúa dividida por esa política. Desde 1825 Venezuela ha tenido 41 guerras civiles en el siglo XIX, se produjo una guerra entre la Confederación Peruano-Boliviana y Chile, así como entre Argentina y Brasil (el inglés Ponsonby le entrega al Brasil la banda oriental). En virtud de toda esa geopolítica, Estados Unidos tendrá un control sobre el mar Caribe y sobre algunos países del Pacífico. Respecto a Argentina, es Gran Bretaña quien comienza la base de operaciones para dominar Hispanoamérica desde Buenos Aires. En 1820 España tiene preparada la reunificación de Hispanoamérica con la toma de Buenos Aires en alianza con Rusia. El general designado es Rafael de Riego y Núñez. Este General en vez de cumplir su cometido intercontinental promueve una revolución contra el Rey Fernando VII. Por causa de ello la flota rusa regresa a su país y la posibilidad de reunificar las Españas americanas con la España Ibérica desaparece y España se desangra en una guerra civil de ocho años.
Hay siempre un interés de Gran Bretaña en que Hispanoamérica no se una. La América Central era un solo país (Guatemala), pero en 1840 es dividida en cinco pequeñas repúblicas; ahí fueron concurrentes los Estados Unidos y Gran Bretaña. En las islas del Caribe se formaron países absurdos, se hicieron de esas islas países soberanos que hoy son sólo paraísos fiscales (siglo XX).
¿Por qué se impidió que Hispanoamérica se uniera y en cambio se permitió la unidad del Brasil? En 1704 Gran Bretaña le impuso a Portugal/Brasil el tratado de Methuen, por el que tendrá el comercio exclusivo y excluyente con Portugal y con Brasil. El objeto es penetrar por Portugal a España y por Brasil a Hispanoamérica; ejercer el control económico sobre el comercio interno y externo de España.
XII. (H.U.): Usted, al igual que otros pensadores e historiadores, ha cuestionado que los llamados “próceres” (como Bolívar o San Martín) sean tales, ya que la evidencia histórica parece demostrar que podrían haber sido más bien agentes al servicio de Gran Bretaña y sus planes imperialistas sobre Hispanoamérica. ¿Por qué, entonces, Bolívar o Miranda defendieron en sus escritos la unidad hispanoamericana con tanta insistencia? ¿Qué hay de sincero en esa supuesta defensa de nuestra unidad?
(J.G.): La cuestión es que Gran Bretaña utilizó las utopías de Miranda y de Bolívar, a quienes incluso proveyó de los elementos de guerra para sus empresas de secesión o de ‘independencia’, aprovechándose de la ingenuidad (aunque esto último no lo sabemos) de ambas personas. Pudo haber sido una utopía, pero jamás se realizó. Bolívar y Miranda fueron alojados en Londres y ahí realizaron la propaganda para la independencia. A Miranda, los ingleses lo envían a Jamaica, en 1759 y en 1769, para que desde allí actúe contra España. Hay que tener en cuenta que la presencia de Gran Bretaña en el Caribe es importantísima. Esto ocurrió durante la república de Oliver Cromwell que se extiende en Inglaterra desde 1649 hasta 1659.
Miranda y Bolívar fueron utilizados. Bolívar entregó al final a Miranda a los españoles y Miranda muere en Cádiz en 1815. Bolívar murió mientras deambulaba por los valles de Venezuela/Colombia, y antes de morir expresa: “¿para qué habremos hecho la guerra a España? llega a un arrepentimiento: “he arado en el mar”. Posteriormente el general Páez separa a Venezuela de Colombia. En principio Miranda y Bolívar actuaron por buena fe o ingenuidad.
San Martín, en cambio, no estuvo en Londres sino que se alojó en la residencia de asesor del rey Jorge IV en política exterior. El objeto era redactar el estatuto por el que se tendría controlada a Hispanoamérica: el tratado de amistad, comercio y navegación de 1825 impuesto a toda Hispanoamérica en el término de cuatro meses. Bolívar muere en los llanos y Miranda en la cárcel, pero San Martín muere en una gran opulencia.
En Guayaquil se hace evidente que Bolívar creía en la utopía de su juventud, lo que le llevará a convocar el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 para unir a todas las ex posesiones de España en América. Pero San Martín, antes de su regreso a Perú, coloca el tesoro de la Real Hacienda de Lima (en términos modernos, era el “banco central” más grande de todo el continente) en la flota de Lord Cochrane, quien lo había trasladado de Valparaíso a Callao. Cochrane inmediatamente puso vela a Londres y así el tesoro de la Real Hacienda de Lima fue a las arcas de Gran Bretaña. San Martín concerta el primer empréstito de cuatro millones de libras con la orden expresa de que los fondos no se remitan al Perú sino que queden en un banco de Londres a disposición de la delegación peruana ante el gobierno de Gran Bretaña.
¿Cuál fue el sistema monetario que creó o adoptó Hispanoamérica cuando se separó de España?
(J.G.): Ninguno. Se manejó con empréstitos, empréstitos y más empréstitos. Eso determinó una Hispanoamérica siempre deudora, siempre tributaria a la usura extranjera. Un ejemplo cabal de lo predicho ocurrió en la República Argentina. José A. Terry, que en su obra “Economía Argentina” de fines del siglo XIX, sienta este apotegma:
“La historia financiera argentina es la historia de los grandes escándalos provocados por los empréstitos únicamente concertados para el despilfarro”.
San Martín contrata la primera deuda externa de Hispanoamérica. En consecuencia, Hispanoamérica nace sin moneda. El tratado de 1825, de amistad, comercio y navegación [con Gran Bretaña] establece la perpetua amistad con el Reino Unido y sus “súbditos” [de las repúblicas]. [Habla de] “los territorios del Río de la Plata y sus habitantes” (no sus ciudadanos). El reconocimiento fue el de un pedazo de tierra con un montón de gente arriba. En materia de buques se estableció la ‘reciprocidad’, pero como en toda Hispanoamérica no se conocía la técnica de la navegación de ultramar, al final [esos tratados convirtieron a Hispanoamérica] en exportadora de materias primas, únicamente en buques ingleses, y tributaria de empréstitos. La situación se mantiene hasta 1943 en que se consigue la industrialización argentina y se rompe esa ecuación. George Marshall (1910), premio Nobel de economía, dijo que no había dos economías tan perfectamente complementarias como Gran Bretaña y Argentina. Por eso acuñó el vocablo “ecuación anglo-argentina”.
En un eventual proceso de reunificación hispanoamericana, ¿dónde queda Filipinas? ¿Se ha perdido para siempre a ese país de 100 millones de habitantes a las puertas de Asia oriental donde ya casi nadie habla español?
(J.G.): [Se puede recuperar Filipinas] reconquistando el lenguaje del mundo hispánico, que aún subsiste; esto es muy importante.
[Por cierto] en las memorias de Cochrane se señala que San Martín le imploraba ir a atacar Filipinas y que entre ambos se dividirían el tesoro. Pero Cochrane se niega. La tragedia es que se llama ‘próceres’ a los grandes traidores de la Hispanidad.
TODO UN HÉROE Y LIBERTADOR...
“Yo deseo continuar sirviendo a mi patria, para el bien general de la humanidad y el aumento del comercio británico”. – Simón Bolívar, 19 de junio de 1815. (Bolívar y Páez saludados por el pueblo de Caracas tras la proclamación de la Independencia. Es notable la presencia del estandarte inglés-británico en esta imagen oficial. Mural del Capitolio de Caracas.)
Legiones Británicas en la América del Sur, en las "Revoluciones Independentistas" o Invasión encubierta con nuestros próceres?
“Merecen una mención particular… las Compañías Británicas. A las que Su Excelencia, el Presidente de la República, les ha concedido la ‘Estrella de los Libertadores’ en premio de su constancia y de su valor.” – Coronel Manuel Manrique, Jefe del Estado Mayor, durante la batalla del Pantano de Vargas (Boyacá).
Las Legiones Británicas fueron unidades "voluntarias"( Guerra encubierta) extranjeras que combatieron en América del Sur contra España durante las llamadas Guerras de Independencia.
Bajo el mando de Simón Bolívar, los voluntarios británicos llegaron a ser más de siete mil. En el Cono Sur, su número fue menor, aunque no despreciable, pero dado que combatieron en unidades menores mezcladas con tropas de otras procedencias es más difícil (aunque no imposible… y lo haremos próximamente) seguir sus peripecias.
En general se trataba de veteranos de las Guerra Napoleónicas, originarios de Inglaterra, Escocia e Irlanda, pero también de los territorios alemanes que pertenecían a la Corona británica. Su motivación era tanto política como económica.
Aunque Gran Bretaña había ayudado a liberar la Península Ibérica de las fuerzas de Napoleón, para la mayoría de los británicos España era “el enemigo”. El Parlamento londinense, según se desprende de sus sesiones, tenía bien en claro que no debía permitirse a España recuperar su antiguo esplendor imperial… a pesar de los compromisos contraídos en el Congreso de Viena. [*] A nivel popular, la “leyenda negra” estaba muy presente y la posibilidad de liberar a los americanos de la opresión del “papismo” español, era un mandato casi religioso. Por otro lado, en plena revolución industrial con salarios de miseria y el hacinamiento urbano, las historias de un continente extensísimo, rico y casi despoblado, iluminaban la imaginación de los más aventureros. Finalmente, un factor nada despreciable era el de una enorme cantidad de veteranos de casi treinta años de guerra que estaban ahora peligrosamente desocupados y que el gobierno británico quería sacar de la metrópoli.
Por su parte, el gobierno de Londres, si bien extraoficialmente siempre les prestó apoyó, tuvo públicamente una actitud ambivalente frente a ellos: por momentos los condenó como mercenarios; por otros, los alabó como luchadores de la libertad. En cualquier caso, muchos de los oficiales de estas tropas de voluntarios, luego serían reincorporados con sus mismos rangos en el Ejército o la Armada de Gran Bretaña, como si hubiesen estado cumpliendo servicios a Su Majestad británica durante su estancia en América del Sur.
En marzo de 1819, Bolívar decidió unificar a las tropas británicas bajo su mando en una única brigada, que tuvo a James Rooke como comandante. El irlandés Rooke, veterano de las campañas contra la República Francesa y luego Napoleón, amigo íntimo del Príncipe de Gales y cuñado del gobernador de St. Kitts (en el Caribe), se había unido en septiembre del ’17 a Bolívar en Angostura, quien le dio el mando del 1º Regimiento de Húsares de Venezuela (compuesto mayormente por voluntarios británicos) y junto a quien combatió durante la campaña del ’18.
Luego de combatir en la batalla del Pantano de Vargas, donde Rooke perdió un brazo que le fue amputado. El irlandés “patriota” murió en Belencito, cerca de Tunja. Su esposa, Anna, recibió de la República de Colombia una pensión vitalicia.
El 1º Batallón de la Legión Británica estuvo al mando del Cnel. James Towers English. El 2º Batallón, del Cnel. John Blossett. La llamada Legión Irlandesa, del Cnel. William Aylmer.
English, hijo de un comerciante de Dublín, había sido proveedor y, luego, oficial de intendencia del Ejército Británico durante las Guerras Napoleónicas. En mayo del ’17 encontró a López Méndez, el agente de Bolívar en Londres, y se hizo pasar como teniente de caballería. Fue así que, como Capitán en comisión, se unió en diciembre de ese año a los Húsares venezolanos. Por su valentía, fue promovido a Coronel y nombrado como el segundo al mando de Rooke.
En mayo del ’18, el coronel English firmó un contrato con el gobierno “patriota” para reclutar mil hombres en las Islas Británicas. Obtendría un beneficio de 50 libras esterlinas por cada hombre y el grado de General de Brigada en comisión, así como el mando de esta nueva Legión. English tuvo mayor éxito del esperado, y logró embarcar rumbo a Venezuela un grupo de dos mil voluntarios. El nuevo general británico desembarcó en Margarita en abril del ’19, tomando inmediatamente el mando de todas las tropas de voluntarios extranjeros.
En julio de 1819, las tropas de English participaron de la toma de la fortaleza de El Morro y la ciudad de Barcelona. Los mercenarios británicos cometieron toda clase de vejaciones, violaciones, robos y destrozos. Hasta las iglesias fueron profanadas.
Impresionado, el general Rafael Urdaneta, encargó a la Legión Británica capturar el fuerte de Agua Santa. English alegó estar enfermo, mientras sus mercenarios eran masacrados por los defensores realistas. Como consecuencia de esto, Blossett tomó el mando de la Legión, mientras English era enviado a Margarita, donde murió en extrañas circunstancias en septiembre de ese año ’19.
Blossett también era veterano de las guerras de fines del siglo XVIII y principios del XIX. También irlandés, Blossett descendía del general francés hugonote que había ayudado a Guillermo de Orange a deponer al rey legítimo británico Jacobo II en 1688. Cuando se presentó ante él en Margarita, Bolívar le dio el rango de Coronel.
Cuando English se vio obligado a retirarse, Blossett se hizo cargo de la Legión Británica. Pero su afición a los duelos fue su perdición. Otro coronel británico al servicio de los “patriotas”, de apellido Power, le dio un tiro que resultó fatal.
Aylmer tenía un currículum un tanto distinto. En 1798 se había unido a la rebelión irlandesa que, imitando la revolución francesa, los llamados Irlandeses Unidos habían intentado para liberar la Isla Esmeralda y convertirla en una república democrática. Luego de ser derrotado en Ovidstown, sostuvo una guerra de guerrillas en el llamado “bog” de Allen contra las tropas británicas. Finalmente, a cambio de un salvoconducto hacia el exilio, se entregó. En Austria se unió al Ejército Imperial como oficial y combatió a Napoleón. Eventualmente, se uniría al cuerpo de Dragones británicos, aunque manteniendo su comisión austríaca.
Terminadas las Guerras Napoleónicas y sin perspectivas revolucionarias en Irlanda, en 1819 partió con otros doscientos irlandeses hacia Venezuela. Creada la Legión Irlandesa por el Tte. Cnel. O’Connor, Aylmer quedó como segundo al mando.
Herido en la batalla de Río Hacha, murió en Jamaica el 20 de junio de 1820. Jamaica, principal estación británica en el Caribe, era al mismo tiempo epicentro y refugio de las fuerzas “patriotas” en el norte de América del Sur, América Central y México.
Nacido en Irlanda, Francis Burdett O’Connor pertenecía a una familia protestante de terratenientes. Un tío suyo, parlamentario, fue un famoso líder cartista; su padrino era también parlamentario por el Partido Radical; mientras que un primo, era uno de los jefes revolucionarios de línea más dura. La Revolución estaba en la genética de este futuro prócer venezolano.
Junto con Aylmer, organizó y dirigió la Legión Irlandesa, arribando a la isla Margarita en septiembre de 1819. La vida de estos irlandeses voluntarios en Margarita fue terrible. Bolívar no había encargado preparativos y no había vituallas ni refugios para ellos. Muchos murieron de enfermedades y otros decidieron regresar a Europa. Recién en diciembre la Legión fue reorganizada como regimiento y comenzó a prepararse para desembarcar en Venezuela.
En marzo del ’20, desembarcaron y tomaron Río Hacha, bajando la Cruz de San Andrés y colocando en su lugar la bandera verde irlandesa con el harpa en el centro. O’Connor y sus lanceros irlandeses tuvieron una actuación destacada en el combate de Laguna Salada, donde —según la propaganda “patriota”— 170 voluntarios derrotaron a más de 1700 realistas. (En realidad, los mercenarios contaban con abundante apoyo de rifleros y artillería.)
Amotinados por no recibir los pagos prometidos, los irlandeses debieron ser desarmados y conducidos bajo vigilancia británica a la isla de Jamaica. Allí, O’Connor logró reenganchar a unos cien de sus antiguos subordinados. Con ellos, O’Connor se unió al sitio de Cartagena y en la campaña contra Santa Marta.
Bolívar tuvo en mucha estima a O’Connor y, tras regresar de Panamá, lo hizo Jefe de su Estado Mayor para la campaña de “liberación” del Perú. Fue fundamental en ésta, su papel en la coordinación y aprovisionamiento de las tropas bolivarianas —con evidente ayuda de los comerciantes británicos que operaban en el Pacífico.
Fue posteriormente asesor del Ejército Peruano-Boliviano, junto a Otto Braun, y tuvo un papel primordial en la derrota al Ejército Argentino en la batalla de Montenegro / Cuyambuyo. Tras esta victoria, O’Connor decidió retirarse a sus tierras en Tarija, donde intentó infructuosamente organizar colonias de británicos pobres. En ese tiempo abandonó su ateísmo y se convirtió a la religión católica, falleciendo en Tarija en 1871. Aunque sólo tuvo una hija legítima, su apellido tuvo una ilegítima proliferación en el sur de Bolivia.
George Elsom fue el primero en arribar a Angostura con sus legionarios. (Curiosamente —o no tanto— lo hizo en la fragata HMS “George Canning”, que tiempo después traería a Buenos Aires a San Martín y demás miembros de la Logia Lautaro.) Luego formará en el 2º Regimiento de Lanceros de Venezuela a las órdenes de Skeene, y finalmente comandará el 2º Regimiento de Rifles de Venezuela. Junto a los hombres de Elsom, venía un grupo de doscientos hanoverianos (alemanes vasallos del Rey británico) a las órdenes de Johan Uslar, o Uzlar.
Posteriormente, llegarían a Venezuela más voluntarios en expediciones comandadas por los coroneles del Ejército Británico: MacDonald, Campbell y Wilson.
El escocés Donald MacDonald comandaba el 1º Regimiento de Lanceros de Venezuela, que habían dejado Portsmouth a fines de julio del ’17 con destino a Venezuela. El Cnel. MacDonald había sido un simple soldado en el Ejército Británico, pero supo aprovechar las oportunidades que se le presentaban. Por su valentía se le dio la posibilidad de pasar a oficial, alcanzando pronto el grado de Capitán. Con distinción sirvió en las Antillas, contra españoles, holandeses y franceses. Pero abierta la guerra contra Napoleón en la Península Ibérica, se presentó voluntario en el Ejército Portugués. Así llegó a ayudante de campo el Gral. Ballesteros. Pero el fin de las Guerras Napoleónicas no le sentó bien y pronto se vio abrumado por las deudas. Así fue reclutado por los agentes de Bolívar para organizar una expedición de voluntarios.
Por su parte, Peter Campbell reclutó y mandó un Regimiento de “Rifles Negros” en Venezuela y Colombia. También de origen escocés, en las Guerras Napoleónicas sirvió con su regimiento, el Real de Kent Oriental, mejor conocido como “The Buffs” (por el color marrón amarillo de su uniforme). Con el grado de Capitán, se retiró a comienzos de 1818.
Henry C. Wilson tenía a su mando los llamados “Húsares Rojos”, puesto que vestían con la casaca roja inglesa —uniforme similar al utilizado actualmente por la guardia presidencial venezolana—. Hijo de un clérigo protestante de Galway (Irlanda), se destacó desde niño como prodigio. A los 15 años había ingresado a Oxford y se había interesado en las “ideas francesas”, pero eso no le impidió alistarse en el Ejército apenas graduado. Sirvió como oficial en el 3º de Dragones Ligeros. Estuvo en la Península Ibérica y logró un buen dominio del castellano. Fue por eso que López Méndez lo pondría al frente de los otros coroneles británicos contratados —aunque, posteriormente, en batalla se demostraría como un pobre oficial—.
El 1º Regimiento de Artillería de Venezuela quedó al mando de Joseph Gillmore. De origen irlandés, sirvió como Guardiamarina en las Antillas. Junto con otros oficiales británicos, se unió al Ejército Portugués; en su caso integrándose a la artillería de montaña. Se destacó en los Pirineos y luego regresó al Ejército Británico con el rango de Teniente del 27º de Infantería. En agosto del ’17, la desmovilización del Ejército Británico tocó a su puerta y Gillmore, retirándose, comenzó los contactos con los agentes revolucionarios sudamericanos.
Robert Skeene fue contratado para reclutar y organizar un segundo regimiento de Lanceros. Habiendo sido maestro de reclutas de caballería en Maidstone y habiéndose retirado como Teniente Coronel, Skeene tenían muchísimos contactos en el Ejército Británico.
Otro oficial británico que se destacó fue Gustavus M. Hippisley, jefe del 1º Regimiento de Húsares de Venezuela. Ya el 14 de mayo de 1817 acordó con López Méndez los términos del contrato —contrato que fue reproducido por el diario Morning Chronicle sin provocar ninguna reacción adversa por parte del gobierno de Londres—. Hippisley, a sus 49 años, era miembro de una distinguida familia de Somerset, que decían descender del rey anglosajón San Eduardo el Confesor. Él mismo era un hombre de muchas riquezas. Tras haber asistido al prestigioso colegio de Saint Paul en Londres, obtuvo una comisión en el 9º Regimiento de Dragones. Con su unidad, sirvió en Irlanda por siete años y donde conoció a su esposa, de una rica familia protestante. Apenas conquistada la Colonia de Buena Esperanza, en África del Sur, Hippisley recibe la oferta de trasladarse allí, donde sería promovido a Mayor de Brigada. Nueve años estuvo en el Hemisferio Sur y, luego, se retiró. Pomposo, formalista y exigente hasta el ridículo, su papel en Venezuela y Colombia se verá opacado por otros oficiales más pragmáticos.
Otros muchos próceres británicos hubo en la América del Sur. Los nombres de Daniel Florence O’Leary, Gregor MacGregor, John Devereux, los hermanos James y John Mackintosh, Richard Trevithick, Thomas C. Wright, Alexander Alexander, George L. Chesterton, William Davy, Thomas I. Ferrier, Thomas Foley, Peter A. Grant, James Hamilton, John Johnstone, Laurence McGuire, Thomas Manby, Richard Murphy, John Needham, Robert Piggot, William Rafter, James Robinson, Athur Sandes, Richard L. Vowell, etc. Asimismo y simultáneamente, los buques británicos “Indian”, “Prince”, “Britannia”, “Dawson” y “Emerald”, servirán a los “patriotas”.
Todas sus historias al servicio de los intereses británicos merecen ser contadas.
Bibliografía:
- Matthew Brown, Adventuring through Spanish Colonies: Simon Bolivar, foreign mercenaries and the birth of new nations (2006).
- James Dunkerley, The Third Man: Francisco Burdett O’Connor and the Emancipation of the Americas (1999).
- Alfred Hasbrouck, Foreign Legionaries in the liberation of Spanish South America (1928).
- Ben Hughes, Conquer or Die! British volunteers in Bolivar’s war of emancipation (1817-21) (2010).
- Eric Lambert, Voluntarios británicos e irlandeses en la gesta bolivariana (1980).
- Brian McGinn, “A Complicate 19th Century celebration: St. Patrick’s Day in Peru, 1824”, Irish Roots 1 (1995).
- Edmundo Murray, “O’Connor, Francisco Burdett [Frank] (1791-1871)”, Irish Migration Studies in Latin America 4:4 (X/2006).
- Moisés Enrique Rodríguez, Freedom’s Mercenaries: British volunteers in the wars of independence of Latin America (2006).
http:// bicentenariodistinto.blogsp ot.com.ar/2012/02/ merecen-una-mencion-particu lar-las.html
LA REVOLUCIÓN DE MAYO
QUIENES ADMINISTRABAN EL DINERO Y HACIA DÓNDE FUE DESPUÉS
El 25 de Mayo fue financiado. Quienes lo hicieron eran prósperos hombres de negocios. Criollos e ingleses conformaron la red de nuevos intereses para respaldar económicamente los agitados días de mayo de 1810.
El 25 de Mayo de 1810 suponía ya que lo iban a matar. Pero no se dio por vencido ni aun vencido. Cuando ascendió al patíbulo, los verdugos arrojaban dinero al pueblo, que celebraba como en el circo romano.
Martín de Alzaga fue ahorcado en la fría mañana del 6 de julio de 1812, en Buenos Aires. Lo acusaban de avariento y codicioso, y de amar los botines más que ninguna otra cosa. Más aún que la vida misma.
El muerto, secundado por su amigo José Martínez de Hoz, por Gaspar de Santa Coloma y por Gastón Elorriaga, entre otros, había sido el líder del llamado Grupo Peninsular. Los empresarios españoles que más dinero habían hecho durante los últimos años de la administración imperial. Eran ricos y poderosos.
Obviamente, ellos no querían la revolución, ni las nuevas reglas de juego antimonopólicas que los obligaban a perder sus copiosos botines. En la primera semana de julio de 1812 fueron ejecutados 40 "conspiradores" peninsulares.
Alzaga sostenía una red de negocios extendida desde Potosí a Lima y desde Chile hasta Buenos Aires. Había sido el empresario español más importante del Virreinato. Y, tal vez, el más lúcido y valiente. Junto con el francés Santiago de Liniers habían comandado la resistencia contra el invasor inglés. Pero más tarde, en enero de 1809, anticipando eventuales movimientos contra el pacto colonial, se había levantado en armas contra el propio Liniers, a quien consideraba napoleónico y antiespañol. "El Vasco", tal como lo llamaban sus amigos, tenía lacayos, dinero y propia tropa como para intentar un golpe de Estado. Pero fue vencido.
Cornelio Saavedra, quien un año después presidiría la Junta revolucionaria de Mayo, enfrentó a Alzaga poniéndose al mando del Regimiento de Patricios y de los criollos que ya no querían ni ver a los peninsulares. Lo capturó y lo envió a la cárcel de Carmen de Patagones. Pero Alzaga, que tenía amigos poderosos en las esferas tribunalicias virreinales, fue absuelto y liberado con sus cómplices, los españoles Miguel de Ezquiaga y Felipe Sentenach.
Rápidamente volvió a conspirar tras la Revolución de Mayo. Fue el financista de la contrarrevolución, junto con los peninsulares y el superior de la orden de los católicos betlemitas, Fray José de las Animas. Alzaga apostaba al todo o nada, a la victoria de los ejércitos realistas, a los que destinaba información, logística y dinero.
Volvieron a capturarlo y esta vez no tuvieron piedad.
Alzaga y el Grupo Peninsular se enfrentaron con dos enemigos esenciales: los criollos y los ingleses. Esa fue la nueva conjunción, la red de los nuevos intereses creados para el financiamiento de los agitados días de mayo de 1810 y de la guerra revolucionaria posterior. La debacle del paradigma imperial español, atacado en su corazón metropolitano por los ejércitos napoleónicos, se conjugó con los inmensos apetitos comerciales sajones y —a la vez— con el ansia libertaria de los nativos. Tras las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 se produjo un creciente contrabando de productos de manufactura británica y un simétrico descenso de los ingresos fis cales y aduaneros. Faltaba dinero y las transacciones comerciales se realizaban con bonos, letras de tesorería y vales varios con los que el quebrado Estado virreinal les pagaba a sus proveedores. Los ingresos aduaneros entre 1810 y 1820 fueron, en moneda constante, un 47 por ciento más bajos que los ingresos por la misma vía entre 1800 y 1810. Según una investigación del historiador Samuel Amaral, en 1810 los ingresos estatales fueron de 2.491 millones de pesos, y los gastos, de 3.036 millones. La brecha deficitaria se cubría con la emisión de deuda pública bajo la reiterada fórmula de los bonos.
Sin dinero, el Estado debía financiar una guerra. Como sugiere Tulio Halperín Donghi, los cuerpos militares, sobre todo los de artillería, infantería montada y caballería, se crean por iniciativa de personas privadas como, por ejemplo, Juan Martín de Pueyrredón, fundador, precisamente, de los Húsares de Pueyrredon y de larga trayectoria posterior en las batallas revolu cionarias, o Juan José Terrada, masón, anglófilo e integrante activo de la Logia Lautaro, de la que formaría parte también José de San Martín. La perspectiva de la supuesta prosperidad que traería el libre comercio (en detrimento del pacto colonial que obligaba a los vínculos monopólicos con España) parece haber incentivado la inversión de algunos prósperos hombres de negocios en la organización de regimientos varios. Invirtieron en el ejército, comprando armas y pagando sueldos a los oficiales, en función de un nuevo orden económico.
Pueyrredón, como cuenta Rodolfo Terragno en su Maitland y San Martín, tenía un vínculo cercano y activo con James Parossien, un británico que había llegado al Río de la Plata en 1807 durante las Invasiones Inglesas. Juntos emprendieron una larga marcha en busca de dinero fuerte. Atravesaron la Puna y las montañas (con el ejército criollo cubriendo las espaldas) hasta llegar a Potosí, donde funcionaba la Casa de Moneda virreinal. Allí se alzaron con 44 alforjas llenas de plata, que eran los últimos restos del Tesoro de la colonia. Más tarde, en 1810, Pueyrredón levantó una fábrica de pólvora en Córdoba y en 1812 nombró a Parossien como director. En abril de 1815 esa fábrica explotó y Parossien regresó a Buenos Aires para unirse luego al Ejército de los Andes, donde fue uno de los más estrechos colaboradores de San Martín, quien lo nombró consejero de Estado y brigadier general de Perú en 1821. A la vez, una colosal confiscación de los bienes del Grupo Peninsular en su conjunto habría de beneficiar a los primeros "filántropos" de las nacientes milicias coloniales.
Según el investigador Hugo Raúl Galmarini, "durante los años de mayor incertidumbre bélica (...) se concentró la presión fiscal en la disposición de bienes de la propiedad enemiga (...) que rindió, entre 1811 y 1815, 1.270.368,3 pesos..." Pero algunos lograron eludir las confiscaciones. Como recuerda el propio Galmarini, se dispensó un trato más benévolo a José A. Martínez de Hoz, a quien se le concedió una moratoria. Sobre los 38.617 pesos que debía al Fisco, se diseñó un plan de pagos diferidos, debiendo abonar 8.000 pesos al contado y 3.000 por mes por el resto. El servicio fue justificado porque las autoridades consideraron a Martínez de Hoz "Hermano Mayor de la Caridad".
Pese a algunas dádivas excepcionales, el Grupo Peninsular fue desplazado por lo que podría denominarse el Grupo Sajón. Ex invasores de 1806 o 1807 que se quedaron en el Plata y otros mercaderes o aventureros de distinta laya se capitalizaron raudamente tras la Revolución de Mayo.
Durante 1810 y 1811 el principal proveedor de armas fue Inglaterra, y desde l811 en adelante pasó a ser Estados Unidos. ¿Cómo se pagó la guerra? Abriendo los mercados criollos a los unos y a los otros.
La azarosa vida del norteamericano David de Forest es un ejemplo interesante. Audaz, viajero impenitente, traficante de esclavos, había navegado desde China hasta Cabo Verde y desde allí hasta la Patagonia buscando negocios.
Nombrado cónsul norteamericano en Buenos Aires, ofició como consignatario de mercadería del norte en este país y operó contra los españoles hasta que el virrey Cisneros lo deportó. Volvió a Buenos Aires en 1812, y en 1813 su amigo Juan Larrea lo acercó al corazón del poder durante la época del Directorio encabezado por Gervasio Antonio Posadas. Su tarea, entre otras, era confiscar mercancía del grupo hispano peninsular. De lo confiscado recibía una comisión del 2,5%. Con eso financiaba las tropelías de corsarios ingleses que asaltaban otras embarcaciones. Los navíos británicos o norteamericanos cambiaron sus nombres sajones por otros criollos, como "El Tucumán", "El Mangoré", "El Congreso" o "El Túpac Amaru". Lo capturado era comercializado y De Forest se quedaba con un 10 por ciento, y con parte de esa cifra financiaba a la vez la formación de una escuadra naval de guerra del Río de la Plata.
Los negocios y la guerra se articulaban para expandir los negocios anglonorteamerica- nos en el Plata. Ya en 1818 operaban en Buenos Aires 55 firmas mercantiles británicas. Como apunta Galmarini, la ruta Cádiz-Buenos Aires había sido sustituida por la ruta Liverpool-Buenos Aires.
Sin embargo, otra ruta esencial no fue reemplazada jamás. Aquella que vuelve sobre sí misma, reiterando el cauce del tiempo. Aquella que repite una y otra vez las mismas travesías argentinas. Aquella ruta circular que enrosca el sendero del tiempo. Como si fuera una serpiente que se muerde la cola. Una serpiente que hipnotiza como el pasado que vuelve.
EL SAQUEO DEL TESORO DE BUENOS AIRES.
POR EL PIRATA BERESFORD 1806.
EL PARTIDO MASÓNICO FACILITO LA ENTRADA DE BERESFORD
EN BUENOS AIRES ENTRARON SIN LUCHAR.
Más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda argentina. Ese es el valor actual del tesoro con el que se alzaron los ingleses en la invasión de 1806. El cálculo de Néstor Forero, un investigador que habló del tema en Gualeguaychú, muestra la magnitud del saqueo inglés. ¿Hay razones para pedir un resarcimiento, pese al tiempo transcurrido?.
Buenos Aires fue capturada, así, por las tropas del general Beresford, allá por 1806. La toma duró más de 40 días, en cuyo transcurso los ingleses no se privaron de nada. La invasión estuvo signada por vejaciones, asesinatos, muerte, y robos de todo tipo, según cuentas los cronistas. Un acto de pillaje protagonizado por súbditos de la Corona Británica, que no actuaron por motu propio.
Fue en realidad una acción de conquista armada por el gobierno de Londres, en el marco de una estrategia global de dominación de estas tierras americanas.
Los entretelones y el significado de este traumático episodio -que curiosamente la historiografía oficial refiere casi como una anécdota- están planteados en “El saqueo de 1806”, el libro del investigador Néstor Forero.
Especialista en temas económicos e historiográficos, autor de otros libros como “Deuda externa y Crimen social en Argentina”, Forero se inscribe dentro del “revisionismo histórico” que, siguiendo a Raúl Scalabrini Ortiz o al copoblano Julio Irazusta -entre otros-, viene denunciando la malsana influencia británica en el país.
Esa influencia, que ha sido determinante en el curso de la historia vernácula, es de larga data. En realidad, según esta lectura historiográfica, se remonta a la etapa anterior a la independencia argentina.
Es decir, a cuando el país -junto con otras repúblicas sudamericanas- pertenecía al Virreinato del Río de la Plata, un bloque geopolítico de 7.000.000 km².
En la disputa por la hegemonía mundial, Inglaterra fue enemiga declarada de España, cuyo poder buscó cuartear, sobre todo saboteando sus posesiones americanas.
Es en este contexto que Forero coloca la toma de Buenos Aires en 1806. Que en realidad, dice, fue la quinta expedición militar británica (no la primera como dice la historia oficial), a la cual precedieron, por caso, desembarcos en Malvinas o Isla de los Estados.
El saqueo del que fue objeto entonces Buenos Aires, por parte de las tropas de Beresford, fue pergeñado con antelación por el gobierno de Londres, dice el autor.
Y da una medida -cuenta- no sólo del sentimiento anti-hispánico de los invasores, ni de la codicia que los dominaba, sino de un plan de dominación urdido con inteligencia.
Así, el primer acto del General Beresford, tras la toma de la capital del Virreinato del Río de la Plata, fue la exigencia a sus pobladores de los caudales reales, bajo las peores amenazas (pérdidas de vida y patrimonio).
Y aquí la originalidad de Forero: el tesoro robado, girado prontamente a Londres, representa hoy, actualizado a un interés anual del 6%, más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda externa argentina.
Pero además, una vez dueño de la plaza, Beresford tomó una serie de medidas para someter a la nueva colonia -y que según Forero tienen un parecido notable con la política económica que se siguió en Argentina en lo sucesivo.
Así, al apoderamiento ilegítimo de las reservas monetarias del Tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires -el grueso del cual se embarcó a Londres en la fragata más rápida de la de la flota británica, el “Narcissus”-, le siguió el decreto que declaró la “libertad de comercio”.
Esta última medida -sostiene el investigador- “se impondrá para beneficio especialmente de los comerciantes ingleses y de su socia local, la clase acomodada de Buenos Aires”.
Ahora bien, haber secado la plaza de monedas -más allá de que una fracción de los pesos plata se dejaron para mantener el comercio exterior- colocó a la gobernación británica en Buenos Aires en problemas.
La escasez de dinero metálico, producido por el vaciamiento de las arcas de Buenos Aires, conducía a un encarecimiento inexorable de las operaciones de importación de mercadería inglesa.
Pero la gobernación británica no iba “a permitir que los comerciantes locales repararan esa pérdida mediante el funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda, ya que el tipo de cambio hubiera saltado por las nubes”, cuenta Forero. Por eso -refiere- “se estipuló un tipo de cambio fijo de 5 chelines por peso, cuando antes de la invasión el tipo de cambio era de 4 chelines y 6 peniques”.
La cuestión de los caudales
Forero llama la atención sobre un dato no menor: los ingleses no pueden alegar que los caudales robados (en total 1.086.208 pesos plata) son un “botín de guerra” (el equivalente a unas 200.000 liras esterlinas de la época) (1). ¿Y esto por qué?. Pues porque el tesoro se hallaba fuera del alcance de los conquistadores al momento de ingresar a la ciudad.
¿Cómo? Es que el virrey Rafael de Sobre Monte, enterado de la invasión, se lo llevó consigo antes hacia Córdoba. Los ingleses tuvieron que gestionar su regreso, luego, bajo amenaza de introducir las peores pestes sobre la población.
Este episodio, es decir la manera en que se obtuvo el tesoro confirma la tesis de que su apropiación fue “sencillamente un robo, perpetrado sin ninguna fundamentación jurídica por parte del invasor”.
En realidad, dice el autor, la acción de Sobre Monte -pese a que el juicio histórico catalogó de deshonrosa-, colocaba la sustracción del tesoro en el marco de una discusión entre las cortes de España y Gran Bretaña, alrededor de los “derechos de propiedad indudable de los españoles”.
“Para ser más ecuánimes diremos que Sobre Monte, más allá de su personalidad, cumplió con su retirada el plan de evacuación trazado en época del virrey Vértiz y que un Tribunal que juzgó su conducta terminó absolviéndolo, aunque eso no le devolvió el prestigio perdido”, comenta Forero.
¿Es posible el resarcimiento?
El autor insiste en la “ilegitimidad” de la incautación de los caudales del tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires. Pero va más allá: en su opinión, a la Argentina y a los países que entonces integraban el virreinato, les asiste hoy el derecho del resarcimiento, pese al tiempo transcurrido.
Forero habla de “derecho de propiedad” conculcado por el invasor inglés. Aunque dicho derecho le pertenecía a los españoles, ahora es nuestro, insiste, en virtud de la “continuidad jurídica e histórica de los Estados”.
Asegura que el “gobierno británico no puede negar su participación” en la operación de saqueo -aunque se escude en el argumento de que fue una acción de particulares-.
“Dado que lo actuado por los súbditos británicos lesiona el Derecho de Gentes, entendemos que el reclamo de reparación por el robo de Buenos Aires es imprescriptible”, razona el investigador.
Y al respecto documenta la existencia de jurisprudencia internacional en este sentido, alrededor de la existencia de fallos que han obligado a ciertos Estados, cuya responsabilidad quedó evidenciada, a reparar el daño cometido contra otros Estados.
Por Marcelo Lorenzo
Publicado en diario El Día, de Gualeguychú, Provincia de Entre Ríos, 21/11/07. http:// www.trabajadorescultura.com .ar/cultura/Econ_politica/ Notas
Publicado en el diario Times, de Londres, a raíz de la captura de Buenos Aires
Domingo, 12.09.1806 – nuevas buenas en Gran Bretaña
El nuevo gobierno whig (el “Ministerio de Todos los Talentos”) se enteró de la expedición de Beresford el 24 de junio de 1806, cuando le llegó una carta fechada por el general inglés en abril de ese año. El Secretario de Guerra William Windham se tomó un mes para contestar la carta, con la anuencia de Jorge III, manifestándole que como no la expedición no había sido oficialmente autorizada y no se conocían los resultados obtenidos, sólo cabía dar instrucciones generales. Ella eran: si habían ocupado una posición, que trataran de mantenerla y, caso contrario, no insistiera en tomarla; que “no se metiera en asuntos de independencia que pretendían los criollos”. Como cierre, le anunciaba a Beresford el envío de refuerzos al mando del general Sir Samuel Auchmuty. Por otra parte, el Almirantazgo remitió una carta, el 28 de julio, a Home Popham, ordenándole, severamente, que se presentara en Londres para rendir cuenta de lo actuado.
Nota de Aclaración: El gobierno inglés mantuvo en secreto la expedición a Buenos Aires, hasta estar seguro de lo que había pasado en la colonia española. Pero el 12 de septiembre de 1806, tras 57 días de navegar, el Narcissus, al mando del capitán Donelly entró al puerto de Portsmouth, con los partes de Popham y Beresford sobre la captura de Buenos Aires. Por telégrafo visual llegó a Londres esa noche y los diarios se hicieron eco de la noticia, en las ediciones de la mañana siguiente.
Lunes, 13.09.1806 – primera noticia
Captura de Buenos Aires. Oficina del Times. Sábado a las 3 de la mañana.
Por un expreso que acabamos de recibir de Portsmouth, tenemos que felicitar al pueblo por uno de los hechos más importantes de la actual guerra. Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico, y cuando consideramos las consecuencias a que conduce por su situación y capacidades comerciales, además de su influencia política, no sabemos como expresarnos en términos adecuados a nuestra opinión de las ventajas nacionales que derivarán de su conquista.
Miércoles, 15.09.1806 – de la prensa británica
“Es casi indudable que toda la colonia del Plata tendrá la misma suerte que Buenos Aires; y de las esperanzas lisonjeras presentadas a sus habitantes, en la proclama del general Beresford, ellos verán que está en su propio interés ser colonia del Imperio Británico”. (...) “Como resultado de semejante unión, tendríamos un mercado continuo para nuestras manufacturas, y nuestros enemigos perderían para siempre el poder de sumar los recursos de esos ricos países a los otros medios que tienen de hacernos daño”. (…) “Este país está ahora en una posición mucha más orgullosa de la que ha estado desde que comenzaron las negociaciones con Francia. En Calabria, la excelencia y superioridad de las tropas británicas han sido demostradas al enemigo y a toda Europa. Por nuestro éxito en el Plata, donde un pequeño destacamento británico ha tomado una de las más importantes y ricas colonias españolas, Bonaparte debe estar convencido de que sólo una paz rápida podrá evitar que toda Sudamérica quede separada forzosamente de su influencia y colocada para siempre bajo la protección del Imperio Británico ¿A qué región del mundo habitable podrá entonces dirigirse para conseguir barcos, colonias y comercios?”.
Lunes, 20.09.1806 – desfile en Londres
“A las siete en punto de la mañana, los Leales Voluntarios Britanos se congregaron en St. James’Square y después de disparar tres salvas prosiguieron hasta Clapham, a fin de escoltar hasta la ciudad el tesoro desembarcado del Narcissus, en Portsmouth” relata un testigo presencial, John Fairnburn “A su llegada a Claphamn encontraron el desfile consistente en ocho carretones, tirado cada uno de ellos por seis caballos, adornados con banderas, pendones y cintas azules. En las banderas estaba inscripta la palabra ‘Tesoro’
Los precedía una pieza de artillería de bronce tomada al enemigo. El primer carretón llevaba el estandarte virreinal del Perú desplegado por un marino real; el segundo y tercero, las enseñas tomadas de los muros de Buenos Aires, y los siguientes, las insignias navales inglesas azuleas, rojas y blancas, mostrando el conjunto la más triunfal y grandiosa apariencia. Durante su procesión hacia la ciudad, los Leales Britanos, al mando del coronel Davidson, marcharon a la cabeza de los carretones y el coronel Prescott con los Voluntarios de Clapham los escoltaron a retaguardia. Una muy excelente banda perteneciente a este último regimiento interpretó durante la marcha ‘God Save the King’, ‘Rule Britannia’, etc., y el corazón de todos los británicos se regocijó ante la visión de la escolta.
Tras haber entrado en Londres se detuvieron en el Almirantazgo y luego prosiguieron por Pall-Mall hasta St. James’Square, donde la procesión hizo un alto ante la casa del coronel Davidson y la señora Davison obsequió un par de enseñas con la leyenda ‘Buenos Aires, Popham, Beresford, Victoria’ escrita en letras de oro sobre seda azul, rodeadas por ramas de laurel. El tesoro pasó luego a través de la city hasta el Banco, donde se depositaron más de dos millones de dólares. En el frente de cada carretón figuraban las palabras ‘Caja del Tesoro’.
En las ventanas se agolpaba una cantidad poco común de espectadores ansiosos por ser testigos del triunfo de la Vieja Inglaterra. El capitán Donnelly, del Narcissus, participó de la procesión en una silla de posta” .
Nota de Aclaración: Ese mismo capitán Donnelly recibió, por entregar el tesoro, 5500 libras como flete, una comisión del 2% sobre el total, sin perjuicio de lo que le tocara como capitán, en la repartición a su ejército por la toma de Buenos Aires.
“El tesoro siguió por la city hasta el Banco de Inglaterra, donde se depositaron más de un millón de dólares”.
Sábado, 25.09.1806 – de la prensa británica
“Tal es la fertilidad del suelo, que Buenos Aires, en poco tiempo será probablemente el granero de Sudamérica”.
(…) “Las mujeres de Buenos Aires se consideran las más simpáticas y hermosas de toda Sudamérica, y su manera de vestir denota un gusto superior” (…) “El comercio de esta región bajo el ordenamiento británico, promete ser sumamente ventajoso para ella, y podría abrir mercados de incalculables posibilidades para el consumo de manufacturas británicas. En la medida en que las cargas impuestas a los habitantes sean disminuidas por el gobierno británico, sus medios de comprar nuestros productos se verán incrementados, y el pueblo, en lugar de permanecer andrajoso e indolente, se hará industrioso, y llegará a la mutua competencia por poseer no solo las comodidades, sino lo lujos de la vida”.
El Ejército Los Andes y el Plan Maitland
Se estableció en Mendoza, formó allí un ejército, cruzó con sus hombres la cordillera de los Andes, derrotó a los realistas en Chile, armó una flota, continuó por mar al Perú, desembarcó con su ejército, entró en Lima y se adueñó del corazón del imperio español en América.
Bernardo O'Higgins y José Francisco de San Martín, llevaron a cabo esa formidable campaña entre 1814 y 1821.
Un militar escocés, Thomas Maitland, había concebido el plan en Londres, a principios de 1800
El plan fue recibido y considerado seriamente por el gobierno de William Pitt El Joven. Maitland elevó un texto preliminar al Secretario de Guerra, Henry Dundas (más tarde primer Vizconde Melville), quien lo citó para discutir detalles. De la entrevista Dundas-Maitland surgió el plan definitivo, que fue puesto en posesión del Secretario de Guerra a mediados de 1800.
El gobierno de Pitt cayó el 3 de febrero de 1801. El Plan Maitland pareció quedar, entonces, en el olvido. Los originales permanecerían ocultos durante 181 años.
En 1981, mientras se realizaba una investigación en archivos escoceses, fue encontrado.
No había, hasta entonces, ni un rumor sobre el Plan Maitland, ni referencia alguna a su autor, en toda la bibliografía sobre la independencia de Hispanoamérica.
al despuntar el siglo 19, mientras el poder colonial de España aún estaba intacto, Maitland previó que el dominio español en Sudamérica sólo llegaría a su fin cuando Perú fuera independiente. Su profecía comenzó a cumplirse 21 años más tarde, cuando San Martín entró en Lima, proclamó la independencia de Perú y se convirtió en su primer gobernante.
Los españoles retuvieron el control de Quito por un tiempo, pero quedaron virtualmente sitiados. El 22 de mayo de 1822, Antonio José de Sucre los derrotó en Pichincha, en las afueras de Quito, con un ejército reforzado por elementos que le enviara San Martín desde Perú.
En cuanto al propio Perú, el presidente José Bernardo de Tagle y Portocarrero, Marqués de Torre Tagle, se unió en 1824 a una contrarrevolución realista, dando lugar a que una fuerza española descendiera de las tierras altas y recuperase Lima en febrero. Esto fue cuando el Libertador ya había dejado el Perú.
Los realistas, de todos modos, no restablecieron un poder efectivo: usaron la capital como el cuartel general de su ejército. Finalmente, Simón Bolívar los derrotó en Junín y Sucre en Ayacucho. Los españoles capitularon en diciembre.
Maitland propuso:
1. Ganar el control de Buenos Aires. “He concebido un ataque sobre Buenos Aires”, informó Maitland a Dundas. Para eso, calculó que harían falta 4.000 soldados de infantería y 1.500 de caballería, con “una proporción de artillería”.
2. Tomar posiciones en Mendoza. “Una vez capturada Buenos Aires [el] objeto debería ser enviar a un cuerpo a tomar posiciones al pie de la falda oriental de los Andes, para cuyo propósito la ciudad de Mendoza es indudablemente la más indicada”.
3. Coordinar acciones con un ejército en Chile. Este otro ejército debía consistir en 3.000 soldados de infantería y 400 de caballería “con una proporción de artillería”. La mitad de la infantería debía “dirigirse de Inglaterra al Cabo de la Buena Esperanza en barcos destinados en última instancia a Sudamérica”. La otra mitad debía ser provista por India, desde donde debía salir, apenas estuviera lista, “directamente a la Botany Bay”, en Australia, a los efectos de navegar luego a Sudamérica. El objetivo era “indudablemente Chile”. Debía atacar Valparaíso y Santiago o, “si encontrara que los españoles tienen la fuerza suficiente para hacer que un inmediato ataque sobre Valparaíso o
Santiago resulte inoportuno”, la fuerza debía “dirigirse al Río Bío-Bío y obtener refuerzos mediante un trato con los indios”.
4. Cruzar los Andes. “El cruce de los Andes desde Mendoza hacia las partes de Chile es una operación de alguna dificultad [...] Aun en verano, el frío es intenso, pero con tropas a ambos lados, cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido adoptada desde hace tiempo como el canal más apropiado para importar negros a Chile”.
5. Derrotar a los españoles y controlar Chile. El objetivo de esta etapa era “destituir al actual gobierno [español] de Chile” y convertir a ese territorio en “un punto desde el cual podríamos dirigir nuestros esfuerzos contra las provincias más ricas”.
Esta era la tarea a cumplir por las fuerzas unificadas del ejército que debía cruzar los Andes y el que llegaría por mar.
6. Continuar por mar a Perú. “Si el plan fuera exitoso en toda su extensión, el Perú quedaría inmediatamente expuesto a ser ciertamente capturado” y “últimamente podríamos extender nuestra operación hasta desmantelar todo el sistema colonial, aun por la fuerza si resultare necesario”. Lo indicado era evitar toda violencia innecesaria: “Un coup de main sobre el puerto del Callao y la ciudad de Lima podría resultar probablemente exitoso, y los captores podrían obtener mucha riqueza, pero ese triunfo, a menos que fuéramos capaces de mantenernos en el Perú, terminaría provocando la aversión de los habitantes a cualquier conexión futura, de cualquier tipo, con Gran Bretaña”.
7. Emancipar al Perú. “El fin de nuestra empresa sería indudablemente la emancipación del Perú y (Quito)”.
PLAN MAITLAND: LINK
http://unidosxperon.blogspot.com.ar/2013/05/el-plan-maitland-la-avanzada-britanica.html
EL EXTERMINIO INDÍGENA EN AMÉRICA DEL NORTE
Si en el siglo XVI los grabados de Theodore de Bry sirvieron para condenar como criminales de guerra a los descubridores y conquistadores españoles, en el siglo XX una nueva técnica de comunicación, el cine, sirvió para darles el título de héroes a los anglosajones que exterminaron a las poblaciones indias de América del Norte.
Cualquier paralelismo que se proponga, o cualquier alusión al recurso fácil de que “todos fueron iguales” no es más que un prejuicio que se encuentra completamente al margen de lo que fue la verdad. Los conquistadores anglosajones, cuya expansión comenzó con un siglo de retraso en comparación con los españoles, dispusieron desde un principio con armas de fuego fiables.
En el siglo XVII, el potente mosquete y la llave de chispa suponen una gran mejora de la que sacan provecho los ingleses. Y, una vez cobrada su independencia, los estadounidenses aniquilan a los indios, gracias a fusiles y revólveres, armamento bastante mejor que el usado por Cortés o Pizarro. Por el contrario, apenas llegaba al 2% el número de conquistadores españoles que podían permitirse el lujo de poseer un rudimentario arcabuz de mecha que precisaba no menos de 5 minutos para cargarlo después de hacer un disparo, y con el que era imposible acertar a más de 100 metros.
Los conquistadores anglosajones lucharon con una ventaja de 2 a 1 para ocupar América del Norte en 200 años. Los conquistadores españoles sometieron el triple de territorio en cuatro veces menos de tiempo y con una inferioridad numérica de 300 a 1. Los conquistadores anglosajones no crearon nada, simplemente aniquilaron a los indios y sus culturas, para más tarde reocupar sus territorios, a los cuales trasladaron sus formas europeas de vida. Los conquistadores españoles crearon un nuevo mundo mediante la fusión de las culturas europea e indígenas, algo que no se producía (ni se ha producido) desde los tiempos del Imperio romano. Los conquistadores anglosajones usaron sus armas para destruir una forma de vida, y los conquistadores españoles no necesitaron armas para crear una nueva cultura.
Los únicos indios en territorio de los actuales EEUU que no han sido exterminados no deportados y que incluso conservan sus mismas tierras desde hace miles de años son los indios pueblas. La razón de este milagro se encuentra en que sus tierras están en Nuevo México, que fue territorio de la Monarquía española, y por tanto estos indios y sus propiedades estuvieron protegidos por las Leyes de Indias que dictaron los reyes de España. Cuando Nuevo México pasó a formar parte de los EEUU, se hizo con la condición de respetar necesariamente los derechos y libertades de sus habitantes. No es de extrañar que los indios pueblas, en pleno siglo XXI, gusten de lucir en sus fiestas populares la bandera española, y hasta que presuman de pertenecer al linaje de nuestro pueblo.
Las diferencias abismales que hubo entre los conquistadores españoles y sus colegas anglosajones no fueron diferencias causales, o meramente circunstanciales. La diferencia entre las conquistas llevadas a cabo por España y las de Inglaterra son conceptuales, ya que aunque ambos fueron imperios conquistadores, las intenciones que llevaron cada uno marcaron los modos y usos de la misma. Mientras que los españoles buscaban la expansión de unos principios religiosos y culturales, los anglosajones se centraron con auténtico acerbo en la consecución de sus proyectos mercantiles, en los cuales quedaron reflejados los principios filosóficos y teológicos del protestantismo, sobre todo en su versión puritana, en estos proyectos mercantiles.
La colonización anglosajona, formada para expatriados protestantes que no eran tolerados por los anglicanos en Gran Bretaña, no pretendió formar una cultura mixta en América. Estos colonos del norte trajeron sus costumbres y sus mujeres, por lo que marcaron sus posesiones para diferenciarlas de las de los nativos, a quienes luego expulsarían de sus territorios. Por el contrario, los españoles no formaron una sociedad diferenciada por la raza, puesto que desde España apenas viajaban mujeres hacia América en los primeros tiempos. Por eso, desde un primer momento, los españoles se unieron a las indias (después de bautizarlas) y engendraron un mueblo mestizo.
Para los colonos protestantes, los indios no eran unas almas esperando recibir la Fe, sino unos ingratos pecadores que no habían sabido rentabilizar las tierras y talentos que Dios les había dado. Así Dios, dolorido por tan ingrata actitud, había decidido readjudicarlas a sus fieles hijos anglosajones.
En esta línea de pensamiento el mismo T. Roosvelt afirmaba: “Si se hubieran dejado a los indios, por humanitarismo, sus terrenos de caza, ello hubiera significado abandonar amplios contingentes de tierras a disposición de los salvajes; cosa inconcebible. No quedaba otra alternativa; había que desplazarlos…”
Por su parte, Sheridan se ahorraba tantas explicaciones y lacónicamente sentenció: “Los únicos buenos son los que están muertos.”
Estas creencias religiosas de los protestantes se vieron más tarde reforzadas con las teorías científicas de Darwin. En todo el reino animal existían especies superiores y otras inferiores, estando las primeras destinadas por la ley natural a dominar sobre las segundas, y teniendo en cuenta que la ley natural la había creado Dios. Ello equivalía a afirmar que los blancos protestantes tenían la divina responsabilizar de gobernar sobre especies inferiores y paganas. Estas creencias son la única razón por la que hasta mediados del siglo XX no les han sido reconocidos los derechos civiles a los indígenas de las antiguas colonias anglosajonas de América, Sudáfrica, Australia, etc., e incluso hoy día se les sigue sin reconocer el derecho a sus antiguas propiedades.
Los conquistadores anglosajones consiguieron hacer realidad lo que siglos más tarde no pudo Adolf Hitler: exterminar razas enteras, como ocurrió con los indios de América del Norte, o con los de Oceanía, caso este último, bastante más desconocido. En Australia había una población de unos 3 millones de indígenas, cuando llegaron los primeros ingleses con James Cook. Un siglo después, su población apenas llegaba a los 60.000. El asesinato del aborigen se convirtió en un deporte de cacería que se podía practicar con fusil, con espada y al galope, o bien abriéndose el cráneo a golpe de estribo. Los aborígenes de Tasmania tuvieron peor suerte, pues fueron todos literalmente exterminados mediante el sistema de “Cordón negro”; una línea de 2.200 soldados cubría todo el ancho de la isla, mientras avanzaba batiendo a los indios, como si estuviesen en un ojeo de perdices.
Estos crímenes no deben entenderse como algo exclusivo de un pasado lejano, pues hasta 1960 era legal y estaba bien visto apartar de sus padres a los niños indígenas para llevarlos a trabajar en tareas domésticas, si eran hembras, o dedicarlos a las labores del campo, si eran varones. Sólo en Australia, en la primera mitad del siglo XX, unos 150.000 niños indígenas “tuvieron la suerte de ser trasladados de la barbarie a la cultura”, y según justificaba un político, “los aborígenes no tienes sentimientos como nosotros. Aunque hacen aspavientos, gritan y lloran, cuando nos llevamos a los niños, enseguida se olvidan y hacen una vida normal”.
Por: Gabriel Fossa
Imagínense que la República Argentina año 2020, está en una gran crisis política como en el 2001, los presidentes se suceden, la economía está en banca rota,el pueblo sin trabajo, hambre, etc.
La República Argentina tiene 23 Provincias, más una ciudad autónoma.
Bueno resulta que hay un Libertario llamado Juan José de San Mamerto, reunido en Londres junto a otros muchos argentinos, pertenecientes a la clase acomodada, los Elsztain,Spolsky,Garfunkel
Todos ellos se reúnen para dar la “Libertad “a las provincias argentinas, de la anarquía en que se vive sin precedentes, las calles son un caos, y hay asesinatos por todos lados.
Todos ellos se embarcan en British Airways y vuelan para Buenos Aires Ciudad, llegan y empiezan a confabular con una Logia que dan nombre como "Los Andinos",establecen relaciones, empiezan a conspirar, se juntan en una gran base de operaciones, en el paralelo 42 donde hay una pista de aviones de gran porte de un magnate Inglés, en el Atlántico sur hay otra gran base en Malvinas, San Mamerto cuenta con logística británica, militares británicos, comandos SAS, y Mapuches en el territorio Argentino.
Los logiados cipayos, sabotean a su patria, en donde logran imponer a sus agentes en el Ministerio de Hacienda y Producción, en el BCRA, y otros Ministerios, para sabotear la producción nacional, y así tener que pedir líneas de créditos a altas tasas de interés, para tener dominados de por vida, con una deuda externa y eterna, será de ahora en más ,la prisión invisible de los países dominados por los logiados del Imperio.
Estos subversivos logiados quieren terminar de una vez por todas con las crisis sistémicas en que estaban acostumbrados cada diez años en su país, ese era su clishé, pero en realidad sus fines eran otros, era lograr quedarse con una gran parte de la Nación Argentina,
En donde éstos, a lo largo de los años, conspiraron para que se den estas crisis sistémicas, ya que fueron sabiamente elaboradas, con regla y con compás.
Los “Libertarios”que estaban con Juan José de San Mamerto, tenían serios negocios con la City de Londres, estos generan una Primera Junta cerrada, mientras los sureños, el pueblo en sí, querían saber de qué se trataba esta reunión.
Está claro que estaban engañando al pueblo del Sur.
Argentina no podía enfrentar una agresión, ya que no contaba con armas, ni dinero para hacer la guerra.
Lamentablemente deja a las provincias del sur a su destino.
San Mamerto, junta las fuerzas subversivas iluminadas, y empieza la guerra civil con ayuda británica, en Tierra del Fuego, Santa Cruz, Chubut, Neuquén, y Río Negro, se produce serios enfrentamientos entre los argentinos que querían seguir perteneciendo a la República Argentina,
(Los Patriotas), contra los subversivos Libertarios (Cipayos), que quieren proclamar la libertad de la ruinosa Argentina,los patriotas pierden la guerra.
Los revolucionarios, héroes de este nuevo protectorado, serán mañana próceres de esta nueva nación sureña,ellos querían pertenecer al imperio británico, como en el pacto Roca Runciman de otrora, ser la joya más preciada del imperio,esta alianza tendría como resultado el libre comercio, y así poder acceder a las inmensas posibilidades de los créditos que otorga la City londinense a sus protectorados.
La asamblea decide, y se establece la Independencia de las cinco provincias, de la República Argentina.
Pasan a llamarse Protectorado de Andina.
San Mamerto es elegido Protector y contrae el primer empréstito del nuevo protectorado con la Corona Británica,gracias a los servicios prestados en esta noble causa, en la independencia de la República de Andina.
Pasados los años, San Mamerto muere, entonces se generan desfiles en su honor, e inauguran un busto en Londres como mérito a sus servicios prestados a la Corona Británica.
Andina está endeudada de por vida, con la City de Londres.
Juan José de San Mamerto decía siempre en su nueva batalla, "seamos libres lo demás no importa nada."
GF
"Gran Bretaña renuncia a la conquista militar del Río de la Plata pero no a la conquista comercial, no le interesa quien sea el gobierno de estas tierras siempre que respete la hegemonía comercial inglesa, se involucra en conflictos internos solo cuando estén en peligro sus intereses."
PD: Pocos años después, la República Argentina, quedó balcanizada,en su totalidad. Andina al Sur, República Mesopotámica, República Guaraní, República de los Andes, República Central Pampeana.
LAS AMISTADES INGLESAS DE SAN MARTÍN
El estudio sobre las amistades inglesas
Para hacer más claro y didáctico este estudio sobre las amistades sanmartinianas en Inglaterra, antes y después de su llegada al Río de la Plata, lo he dividido en tres partes, a saber:
- Los enlaces Peninsulares
- Los vínculos londinenses
- Las relaciones británicas en Sudamérica
- Los lazos masónicos
Dejo de lado en esta oportunidad lo que ya hiciera, a modo de adelanto en el primero de estos artículos, donde he citado una puñado de Oficiales Superiores, Jefes, Oficiales, Unidades y Subunidades que tomaron parte en las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807 y que, con razonable certeza, al pasar a la Península, debieron ser conocidos por San Martín durante la llamada por los españoles Guerra de la Independencia. Me aboco entonces al estudio (como elementos de consulta el lector puede ampliar estos acápites en Juan Bautista Sesean, San Martín y la tercera invasión inglesa, Cap. IX, pp. 103 y ss., y en el doctor Rodolfo H. Terragno Op. cit.).
Los enlaces peninsulares
James Duff (más tarde cuarto Conde de Fife)
Este escocés (y masón, como casi todos los que formaron los elencos gubernativos que hemos visto, incluidos el rey Jorge III y su hijo Jorge IV), jugó un papel relevante en dos direcciones: la primera, que conjeturo no debió ser muy difícil: el convencer a San Martín para que formase parte como ejecutor del Plan ya completamente remozado por los acontecimientos sucedidos en la década 1801-1811; y, la segunda, que se me ocurre mucho más difícil: convencer al Príncipe Regente, y luego al Primer Ministro inglés y a sus allegados imbuidos de la idea, por cuanto habían trabajado en ella por años, que el hombre, el elegido para ejecutar el Plan dormido desde 1801 a una distancia de 12.000 Km, debía ser San Martín y no otro. En extrema síntesis: sería pensar que el Plan Maitland se llevaría a la práctica por un español americano, o como muchos autores lo han dicho lisa y llanamente, un español, que es más lo adecuado, por cuanto el nacimiento de San Martín en América fue completamente accidental, y él mismo se encargó de demostrar que así era y no de otra forma. No me diga el lector que esta maquinación, a simple vista y siendo un lego, no tiene el viso de ser cabalmente descabellada. Sin embargo todo indica que las cosas ocurrieron así.
En consecuencia no está de más señalar ya dos cosas: el alto peso específico que debió tener Duff en Londres para que se aceptase su propuesta (aunque desconozco con cuántos reparos, que evidentemente después se disiparon, por serles el sujeto antepuesto completamente desconocido, aunque sus referentes, incluido Wellington operando en España, gozasen de excelentes conceptos en el Parlamento y la Corte), y cuáles fueron las dotes que este ducho británico vio en San Martín para que resultase el candidato elegido, dado que su foja de servicios lo hace un militar del más completo término medio.
Muchos biógrafos de San Martín fueron militares contemporáneos nuestros. Gente ilustrada, honesta y bien intencionada. Sin embargo ninguno, siendo de la profesión, ha reparado en este detalle significativo. San Martín llegó al Río de la Plata llevando en la mochila lo que se llamaba la Escuela de Regimiento. No se conocen sus estudios superiores en el arte de la guerra, o de haber revistado por cierto tiempo en algún Estado Mayor donde, aunque más no sea a los golpes, pudo aprender algo sobre su funcionamiento. Que no es nada del otro mundo, pero que tiene sus bemoles, como es el caso concreto del funcionamiento de la logística.
Pero la Escuela de Regimiento era la que manejaba la Táctica Inferior. No digo la Táctica Superior que ya tiene cierta complejidad y le da algún vuelo, aunque de perdiz, al individuo. ¿Acaso escogieron a un hombre, entre cientos que habría de igual medianía, que nunca pudo pasar de lo más rudimentario de la milicia: ser un ejecutor, para que maneje un Plan Estratégico en un Subcontinente? Sin desmerecer a nadie digo, que es como pensar que un enfermero pasó, por arte de birlibirloque, a Director de un Hospital; que un mecánico por adacadabra se transformó en Ingeniero Jefe; o que un albañil devino en Arquitecto que construirá una torre de 60 pisos. No. Evidentemente en este asunto hay cosas que no encajan, si no se explican a través de la masonería, la única capaz de hacer en aquellos tiempos, y hoy mismo, travesuras como estas.
“Una explicación para este asombroso abandono de lealtad de parte de un soldado que había jurado fidelidad a España –dice sorprendido el historiador inglés J. C. Metford-, es que San Martín fue impulsado al movimiento independentista hispanoamericano por simpatizantes británicos, y que fue reclutado merced a James Duff.” Como se ve no soy en único que se pasma por este entresijo.
De cualquier forma es un hecho que Duff, un británico que estaba al servicio de España de antes de la iniciación de la guerra peninsular (1808), y que seguramente haría tareas de espionaje, fue quien ayudó a San Martín para salir de España vía Gibraltar, con un pasaporte a Londres y un lugar en un buque de guerra surto en la rada para su rápido traslado. Fue también Duff quien le dio las cartas de presentación y letras de crédito que, según los historiadores, el prócer no habría usado.
Años más tarde, cuando San Martín regresó a Inglaterra (1824), fue este Duff quien lo recibió, lo alojó por unos días en Duff House, ciudad de Banff (unos 50 Km al norte de Aberdeen), al norte de Escocia, e hizo que se lo nombrase ciudadano honorable de Banff. Título que en realidad no nos dice nada, si es que no sabemos que a este título se lo otorgaron a personalidades como Canning unos doce años antes.
Duff tenía estrecha relación desde su infancia con el Príncipe Regente, Jorge IV (el padre de éste, Jorge III, había sido declarado demente en 1810 y moriría así 10 años después). En España Duff había trabado buenas relaciones con el General Wellesley (enseguida Lord Wellington) quien fuera “consultado en diversas oportunidades por los ministros de Su Majestad –dice el doctor Terragno-, sobre todo por Lord Castlereagh, acerca de los modos de atacar las posesiones coloniales de España. Hay más de un memorial de Wellesley sobre la materia”, a partir de 1806, agrego de puro metido. Con un ejemplo se verá mejor la injerencia de este individuo en la materia: el 12 de noviembre de 1806 parte Craufurd de Cork. Al embarcarse el Regimiento 88°, componente de la última expedición, lo despide el Comandante de la Región, el recientemente ascendido General Wellesley, con una arenga que concluía diciendo: “Pluguiera a Dios que también fuera yo con ustedes” (Carlos Roberts,
Las invasiones inglesas del Río de la Plata (18-06-1807), pág. 188).
Por otro lado Duff estaba vinculado a Jefes y Oficiales británicos que habían participado activamente en los planes para separar Hispanoamérica de España. Sin ir muy lejos, su hermano, el general Sir Alexander Duff, había comandado el Regimiento 88° durante la ocupación a Buenos Aires en 1806. Otro amigo de Duff desde la niñez, Sir Samuel Ford Whittingham, había tomado parte del segundo intento de tomar Buenos Aires (1807).
Samuel Ford Whittingham (después Sir)
Participó en la Batalla de Bailén junto con San Martín (derrota del General Dupont, el 20 de julio de 1808 y capitulación el 23; la fuerza expedicionaria inglesa aún no había desembarcado en la Península; lo haría recién el 1° de agosto en la Bahía de Mondego, cerca de Puerto Figheira, Portugal a la espera del General Spencer que venía de Cádiz). Veinte días después, el 11 de agosto, la Junta de Sevilla, por intermedio de su presidente, don Francisco de Saavedra puso en conocimiento de ambos que habían sido ascendidos al grado inmediato superior: Whittingham a Coronel y San Martín a Teniente Coronel (José P. Otero Y Mitre no especifican el arma; Terragno dice que de Caballería). Un poco más adelante, en el mes de septiembre, estando estos dos Jefes en Madrid, se les otorgó la medalla que se mandó a acuñar para premiar a los vencedores.
Por estos dos hechos, el ascenso y la medalla, el General Marqués de Coupigny le hizo llegar una esquela a San Martín felicitándolo (Archivo de San Martín, Tomo I, pág. 111). De su lectura surge, y al parecer, que tanto los ascensos y la medalla que recibieron, no fueron entregados a estos dos por una acción personal y heroica, brillante o decisiva ocurrida en la acción de Bailén, sino que fue concedida como premio a todos los que participaron en ella, de General a soldado, hecho que se condice más con el júbilo por el triunfo que exuda la Gaceta Ministerial de Sevilla de fecha 23 de julio. Además quede claro que una medalla no es una condecoración. Es como una constancia de que en tal o cual hecho de armas estuvo presente. Pues bien: San Martín, por Bailén solamente recibió (no obtuvo que es distinto) una medalla de la Junta sevillana.
Dicen los historiadores que Bailén reviste una importancia tal que sin ella Wellesley nunca hubiese llegado a ser el Duque de Wellington. Es posible, porque Wellington se movería desde Mondego y en el resto de la campaña, con una lentitud tal que resulta sumamente sospechosa, si es que nos atenemos a su personalidad. Nadie, como siempre, ha explicado esto.
Dice Mitre que San Martín como Capitán revistaba en el Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor y como tal combatió en Bailén. Pero el español Carlos Mendoza (Las Batallas del Siglo XIX, Tomo I, pág. 176) asegura que el R. Voluntarios de Campo Mayor pertenecía a la reserva del Orden de Batalla del General en Jefe Francisco Javier Castaños (enseguida Conde de Bailén), juntamente con el R. Valencia, Tiradores de África, Granaderos de la Guardia Real, Provinciales de Zaragoza, Burgos y Cantabria; Caballería del Príncipe, Pavía y Sagunto, un Escuadrón de Carmona, Carabineros del Reino, 150 suizos, zapadores y una pieza de artillería. En esta acción no fue necesaria la intervención de la reserva, por lo que se puede decir que el R. de Infantería Ligera Voluntarios de Campo Mayor no combatió. Digo entonces, y en consecuencia, que San Martín tampoco. Estuvieron, nada más, bajo el solazo andaluz de julio que casi los mata.
Sin embargo, José Pacífico Otero (Historia del Libertador don José de San Martín, Tomo I, Cap. VII, pp. 134 a 136), dice que Mitre estaba equivocado (y de hecho el español Mendoza también), porque San Martín habría combatido con el grado de Capitán en el Regimiento de Caballería de Borbón, de destacada actuación en la batalla, y perteneciente a la División del General Coupigny. Acto seguido agrega Otero que esto “está sobradamente fundado”, pero no dice una palabra de dónde lo sacó para cimentarse, así como que San Martín fue “actor de primera fila en este hecho de armas” (la toma de las Alturas de Bailén). Pero esto último ya es de propia cosecha: porque no se anima a decir que “está sobradamente probado”, como en el caso anterior, ni mucho menos de dónde lo obtuvo. Y si el maestro Jauretche decía que Julio Jorge Nelson era la viuda de Gardel, yo digo que José Pacífico Otero era la viuda de San Martín. Única forma de explicar las cosas que dice y los pensamientos que tiene. Otero es el hombre que pensaba demasiado.
Como sobre esto se pueden escribir una media docena más de versiones, solamente me atrevo a decir, siempre muy humildemente ante tanta enjundia, que no alcanzo a comprender cómo un Capitán antiguo de la Infantería (en la copia de su Legajo Personal -Archivo Militar de Segovia-, figura hasta el 31 de diciembre de 1804 como Capitán Segundo recién ascendido, con 15 años, 9 meses y 10 días de antigüedad en esa arma), de la noche a la mañana aparece como Capitán de Caballería manejando un escuadrón en primera línea. Sin embargo soy de los que cree en los milagros. Aquí tiene uno para que se entretenga el lector matando el tedio con los amigos con una garnacha dominguera. Pero como puedo quedarme corto, para que no se aburran les mando un nuevo prodigio: a fines de 1804 era Capitán recién ascendido en España; en agosto de 1808, Teniente Coronel y, al llegar al Río de la Plata (1812), en meses Coronel y trascartón General. Un verdadero meteorito militar. En España no había podido pasar de Teniente Coronel.
Whittingham, que casi lo he olvidado, integró la fuerza comandada por Craufurd que llegó a Montevideo en junio de 1807, ciudad que había sido capturada por su tocayo, Samuel Auchmuty. En la tentativa por recuperar Buenos Aires fue ayudante del General Whitelocke. Tras este fracaso volvió a Inglaterra. De allí pasó a España para encontrarse a fines de julio en Bailén. ¿Cómo habrá hecho este pie ligero? Es que Bailén está muy cerca de Cádiz; y Cádiz se encuentra, paredón de por medio, unida a Gibraltar; Gibraltar es inglesa; y Whittingham era inglés.
William Carr Beresford (después elevado a la dignidad de Lord)
Fue prisionero de los criollos después de la Reconquista de Buenos Aires. Se escapó con la ayuda de Saturnino Rodríguez Peña y del Altoperuano (antes se les decía así a los bolivianos) Aniceto Padilla. Fuga que, por la cantidad de evadidos de Luján (no piense el lector que fue el escape de cuatro o cinco malhechores; no, fueron cientos), nunca fue debidamente explicada y creo firmemente que la lista de implicados debió ser tan grande como la de los evadidos.
El hermano de Saturnino, Nicolás Rodríguez Peña, se convertiría en el amigo de San Martín en el Plata (San Martín en su primer testamento lo nombra como “el señor Peña”). Por esta causa don Saturnino, masón desde sus mocedades (iniciado en Cuba, antro formidable de la masonería española y americana desde los tiempos de Washington -junto con el venezolano Francisco de Miranda y el francés Lafayette- en Saratoga y, por supuesto al servicio de Su Majestad Británica), recibiría una asignación del General Whitelocke y una pensión perpetua de Su Majestad Británica. Inglaterra jamás olvida a los cachorritos que con su lengua le lustran los zapatos. Y en estas playas Inglaterra ha tenido jaurías de cachorritos y otro tanto de cachorrazos, capaces de matar a la madre enferma de artritis y en el día del cumpleaños.
El 16 de mayo de 1811, tanto San Martín como Duff tomarían parte de la batalla de Albuera a las órdenes de Beresford. Un mes más tarde, Beresford condujo el segundo sitio de Badajoz, y otra vez la casualidad los encontró juntos a los tres. Pero esta fue la última acción en que participó San Martín en la guerra peninsular: se retiró inmediatamente el sábado 14 de septiembre de 1811, embarcándose en el buque inglés que lo llevaría a Londres.
Cuando San Martín abandona España se habían cumplido cuatro años de guerra y su situación era de entera desolación. “Devorábanse –dice Lafuente-, y aún se disputaban los tronchos de berza y aun las yerbas que en los tiempos comunes ni si quiera se daban a los animales. Hormigueaban los pobres por las calles, plazas y caminos, y eran pobres hasta los que ocupaban puestos decentes y empleados regulares del Estado.
La miseria se veía retratada en los rostros; en el interior de las familias antes acomodadas pasaban escenas dolorosas que partían las entrañas; en las calles se veían andar como ahilados y a veces caer desfallecidos niños, mujeres, hombres. La capital misma presentaba un aspecto acaso más horrible que cualquiera otra población, y un escritor afirma haber sido tal la mortandad, que desde septiembre de 1811 (la fecha que estamos tratando) hasta julio de 1812 (San Martín ya de novio en Buenos Aires bailando el Minué en la Casa de los Escalada y con la Lautaro caminando), se enterraron en Madrid unos 20.000 cadáveres. Secuelas inevitables de las guerras son estas plagas: el hambre, la peste, sin que pueda decirse que los progresos de los tiempos hayan hecho imposible su reparación, antes bien, dada la centralización de los capitales, de la industria y el comercio, han de resentirse todavía más fácilmente los pueblos que cuando estaban mejor repartidas dichas profesiones y maneras de vivir.” Para completar el cuadro dantesco que ofrecía España en ese momento véanse las Memorias de un setentón, de don Mesoneros Romanos.
En estas condiciones deja San Martín a la España paralítica que le había dado todo lo que en ese momento él era. En este ambiente de catástrofe deja San Martín a doña Gregoria Matorras, su madre, también paralítica y postrada por la enfermedad, la que le había dado la vida, con la única compañía de su hermana Helena (su segunda madre) completamente desvalida. Ni siquiera se despidió de ellas o les dejó algunas letras de las que le había dado Duff para que sobrenaden en aquella desgracia. Nada. Prefirió devolverlas en Londres. Al poco tiempo moriría doña Gregoria. ¿Le habrá interesado la muerte de su madre? No sé. Porque la muerte de España le interesó bien poco y es posible que haya rezado para que ocurra. Nunca más volvería a España. Como jamás volvería a pisar la tierra donde se meció su cuna: el Río de la Plata.
Este hombre, “el Templario de la Masonería” como lo llama Jean Lombard (La cara oculta de la historia moderna), ¿acaso alguna vez habrá amado a alguien o querido algo? No digo una persona. No. Pero tal vez un perro, quizá un gato, a lo mejor un osito de peluche o un par de alpargatas. Porque mujeres no. Eso si que no. En 70 años, estuvo casado 12; de los 12 permaneció con su mujer 2 años y medio, y Remedios se murió en la quinta de San Isidro sin verlo ni llamarlo. Don Arturo Capdevila, siempre indulgente decía que había un epistolario entre estos esposos cursado en esos últimos días. Nunca lo mostraron arguyendo que son papeles privados de familia. Y digo: mejor así, que no lo muestren. Cuente el lector los años que mencioné antes si tiene dudas: es un trabajo interesante ¿Y el resto? Porque mire el lector que es largo el tirón para andarlo al tranco y descalzo. ¿Cómo habrá hecho? Como a esto no lo entiendo no digo ni agrego nada más. Aunque ganas no me faltan y piolín para este barrilete tengo de sobra. Pero no. Mi abuela decía que debía ser juicioso y me daba a leer la vida de los santos. Y me hermano, que es peronacho del ’45, siempre me lo recuerda. Les voy a hacer caso en esta ocasión.
Robert Craufurd
Este Craufurd fue colega de Maitland en el Parlamento. Peleó en España desde 1809 hasta 1812. Antes había participado en la invasión de Buenos Aires.
Sir David Baird
Luchó en la India en el mismo tiempo que Maitland. Participó en la primera invasión de Buenos Aires al mando de una brigada. Luego formó parte del ejército inglés que enfrentó a Napoleón en España.
Sir Charles Stuart
Diplomático británico amigo personal de Duff que prestaba servicios en España. Fue quien le otorgó el pasaporte a San Martín en 1811. Era, junto con Beresford, miembro de la regencia portuguesa.
Los vínculos londinenses
George Canning
Como se recordará se lo llamaba “El heredero de Dundas”. El había jugado un papel protagónico en todo el proyecto oficial relativo a Hispanoamérica. Duff estaba vinculado a él. Recordamos que este personaje recibió en 1812 (poco después de la partida al Río de la Plata en la fragata que, precisamente, se llamaba George Canning), el título de ciudadano honorario de Banff, la pequeña ciudad del norte escocés que, en realidad era, un feudo de los Duff. Es decir, el mismo título que recibiría 12 años más tarde San Martín al regresar a Gran Bretaña.
En el año que nos ocupa, 1811, Canning era miembro del Parlamento desde 1794 y consejero privado de la Corona junto con Maitland. Once años antes, cuando Maitland escribió su Plan, Canning, amigo personal de Dundas, era miembro de la Junta de Contralor. Canning fue uno de los más fervorosos partidarios de la independencia de Hispanoamérica (considerada por él esencial para el interés británico). Finalmente Canning fue Canciller entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley.
Lord Castlereagh
Fue presidente de la Junta de Contralos (1802-1806) y secretario de Estado de Guerra y Colonias (1807-1809). Castlereagh coincidía con Dundas acerca del modo de llevar a cabo un ataque sobre Sudamérica. En una carta al propio Dundas (entonces Primer Lord del Almirantazgo con el nombre de Melville), Castlereagh le confesaba en 1808: “la cuestión de separar a las Provincias Hispanoamericanas de España, que por tanto tiempo ha ocupado vuestra mente (…) nunca ha cesado de ser el objeto de mi más ferviente atención.” En otra ocasión, Castlereagh había escrito: “La liberación de Hispanoamérica debe ser alcanzada a través del deseo y los esfuerzos de sus habitantes, pero el cambio sólo podrá operarse bajo la protección y con el apoyo de una fuerza auxiliadora británica.”
Robert Saunders Dundas
Segundo Vizconde de Melville. Dundas (su padre), murió el 28 de mayo de 1811, pocos meses antes de la llegada de San Martín a Londres. Su único hijo, Robert Saunders, había sido secretario privado de su padre entre 1749 y 1801, incluyendo el período cuando Maitland le presentó su Plan a Dundas. Por otra parte, en ese mismo período Robert Saunders había sido colega de su padre y del propio Maitland en el Parlamento. Los tres eran escoceses. Robert fue masón como Duff. En 1811, Robert Saunders Dundas era presidente de la Junta de Contralor: un puesto para el cual había sido nombrado el 6 de abril de 1807 y, otra vez, el 13 de noviembre de 1809.
Sir Home Riggs Popham
Popham y Beresford –superior de San Martín en la Península- habían lanzado el ataque sobre el Río de la Plata en 1806. Popham estaba en Londres en 1811 y había asesorado al gobierno británico más estrechamente vinculado a Miranda.
Thomas A. Cochrane (más adelante Conde de Dundoland)
En 1806 ayudó a Miranda en las Indias Occidentales, cuando el venezolano (perpetuo consultor del gobierno británico) planeaba su fallido desembarco en Venezuela. Como Maitland, Cochrane era escocés, marino, miembro del Parlamento (desde 1806) y hombre interesado en la expansión de Inglaterra. Un pariente de Maitland, sir Frederick Lewis Maitland, fue enviado en 1809 en auxilio de Cochrane que libraba una batalla decisiva contra la flota napoleónica en Aix. El mismo Maitland había servido anteriormente bajo las órdenes de George Duff, pariente del amigo de San Martín.
En 1817, después de que San Martín tomara el control sobre Chile, envió a José Álvarez Condarco a Londres, a fin de contratar un jefe para la flota que debía llevar al ejército libertador a Perú. Álvarez Condarco contrató a Cochrane.
Sir John Coxe Hippisley
El hombre que le pidió a Maitland que elaborase un plan para tomar Sudamérica. En 1811 Hippisley era miembro del Parlamento.
Sir Thomas Maitland
Cuando San Martín llega a Londres en calidad de “desertor-autorizado-fugit ivo-acreditado” (en verdad no sé cómo llamar a la situación de don José Francisco), Maitland lo hace tras cinco años de servicios como Teniente General y Comandante en Jefe de Ceyland. Digo: una feliz coincidencia, que la suerte (Su Graciosa Majestad o Satanás) haya podido reunir en el mismo lugar a dos hombres tan singulares en esta historia. ¡Pero, qué casualidad! Maitland retenía el cargo de Consejero Privado de la Corona para el cual había sido designado el 8 de abril de 1807, es decir, poco antes de partir para Ceyland (hoy República de Sri Lanka, isla al SE de la India).
Las relaciones británicas en Sudamérica
Aún después de dejar Inglaterra, pero antes de iniciar su campaña continental, es probable que San Martín haya recibido y expedido información relativa a la actualización de los planes británicos sobre Hispanoamérica. En Tucumán, tenía por médico al doctor William Colisberry, natural de Filadelfia, en el estado de Pensilvania, Estados Unidos de América (Damián Hudson, Revista de Buenos Aires, Tomo IX, pág. 189), que lo acompañó a Córdoba donde fue a dar por su misteriosa dolencia aparecida sorpresivamente en el invierno de 1814 (J. M. Paz, Memorias), y de allí siguió al prócer a Mendoza donde se radicó hasta 1838. En Córdoba San Martín conoció a otro inglés, James Paroissien, quien sería su Ayudante de Campo y a quien haría General peruano.
Ya en el Ejército de los Andes, el Libertador contó además con los servicios del General William Miller, un masón de fuste que intervino en las invasiones inglesas y que luego había peleado en la Península Ibérica bajo el mando directo de Wellington hasta por lo menos 1814, año en que abandonó España para reaparecer en Chile nueve años después. Este Miller, después biógrafo de San Martín en Inglaterra, fue el comandante de la Infantería de Marina que actuó a las órdenes de Cochrane.
Hablando de Cochrane, recuerdo que todos los comandantes de la escuadra sanmartiniana fueron súbditos ingleses: Willinson, que había estado prestando servicios en el ejército de la Compañía de Indias Orientales, era el Capitán del navío San Martín. Igualmente el Capitán Robert Foster tenía a cargo el Independencia. El Capitán Guise comandaba el Valdivia; el Subteniente J. Topoker mandaba en el Galvarino; el Subteniente T. Sackeville Crosbie era responsable del O’Higgins; Casey dirigía el Chacabuco; el Subteniente Carter disponía en el Araucano; Young gobernaba el Montezuma; Cobbet encaminaba el Potrillo; el Subteniente James Esconde estaba a cargo del Valdivia. El Comisario y Juez de la flota era el Sobrecargo Henry Dean.
Hago dos aclaraciones antes de seguir; la primera: todos estos buques pertenecían a la Compañía de Indias Orientales y fueron rebautizados con estos nombres al llegar a Santiago de Chile, y la segunda: todos los oficiales que he citado también pertenecían al ejército de este fabuloso ente paraestatal. Es decir que esta fase del Plan Maitland, el traslado hasta el Perú, se cumplió tal cual lo había previsto su creador en aquel lejano año de 1801.
En Buenos Aires, San Martín so pretexto de una visita a su familia, se mantuvo en contacto con el Comodoro William Bowles, Comandante en Jefe de la Estación Sudamericana de la Armada Real, a quien el Libertador confió sus planes y problemas. En una de estas conversaciones San Martín sugirió a Bowles que Gran Bretaña enviase buques de guerra a la costa peruana, a fin de ejercer una oportuna intimidación, al tiempo que el Ejército Libertador avanzaba por tierra, con la promesa de la apertura de los puertos peruanos al comercio inglés.
En 1818, San Martín gestionó a través de Bowlws la mediación de Gran Bretaña en la lucha de las antiguas colonias contra España. Fue así que convenció a O’Higgins para dirigir, en su condición de Jefe del Estado Chileno, una carta con este motivo al Príncipe Regente (después Jorge IV de Inglaterra). El propio Libertador dirigió una carta de similar tenor a Castlereagh (12 de enero de 1818). Por lo demás, San Martín informó a Bowles que el agente del gobierno chileno en Londres, Antonio José de Irisarri, estaba facultado para ofrecer a Gran Bretaña la cesión de la isla Chiloé y el Puerto de Valdivia, así como una sustancial reducción de derechos para todos los buques británicos durante 30 años, a cambio de la asistencia militar. San Martín agregó que un Príncipe de la familia real británica sería bienvenido como monarca sudamericano, a condición de que la monarquía a establecer fuere de orden constitucional.
San Martín también mantuvo contactos con John Parish Robertson, un escocés llegado “por casualidad” durante las invasiones inglesas y que después se supo era agente secreto del Foreing Office.
San Martín invitó a este inglés a que presenciara el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813); la descripción que hace J. P. Otero sobre este hecho es altamente patética (op. cit. Tomo I, Cap. XI, pp. 219 y ss.), sin embargo nadie a reparado en ello. Más adelante y por disposición del prócer Parish Robertson sería el representante del Perú en Londres, para la gestión de un préstamo en el que intervino San Martín -1824 (ya residente en la isla en su “ostracismo”), mientras Rivadavia (según los historiadores enemigo acérrimo del prócer), hacía lo mismo pero para el Río de la Plata; ante la Casa Baring Brothers, una filial junto con la Hullet Brothers de la Banca Rothschild. De manera que tenemos por aquí: a San Martín y su mortal enemigo Rivadavia, juntos en la empresa de endeudar a las nacientes repúblicas sudamericanas. Un dato más: por este préstamo el Perú fue la primera de todas las naciones endeudadas que entró en cesación de pagos (hoy los lacayos del imperialismo lo llamarían “default” y al pago leonino de la usura “compromisos impostergables de la nación”). En plena guerra contra el Imperio del Brasil, Argentina debió vender (1826) sus dos mejores buques de guerra para pagar una de las cuotas contraídas “por el más grande hombre –según Mitre- de la tierra de los argentinos”, que naturalmente era Rivadavia.
Años después de la Gesta Libertadora, el Libertador le confió a su hermano Justo (entonces Coronel del Ejército Español, de una trayectoria muy parecida a la de nuestro prócer al lado de los ingleses, pero muy cerca de Wellington) que “de no haber sido por los esfuerzos del gobierno británico él no habría podido hacer lo que hizo en Sudamérica.”
Me quedan pendientes Los lazos masónicos. Pero la verdad es que llegando hasta aquí me cansé. Por lo que suplico me aguanten hasta la próxima.
(¿Una rosca fenomenal, asociación ilícita o banda delictiva?)
¡Shhh! Si la Espada y el Puñal están cruzados sobre el Delta y la Biblia (versión hereje de Douay), indican que el Supremo Consejo está sesionando. La fotografía pertenece a la que nuestra prensa venal llaman “prestigiosa” Revista Life de febrero de 1957.
LOS ENLACES MASÓNICOS
“No olvidar nunca que cuando es preciso unir estrechamente, mejor dicho, regimentar elementos populares que no pueden subordinarse a un régimen enteramente militar, por tratarse de personas que por su condición civil no pertenecen a ninguna fuerza armada, donde la disciplina es la base principal, no hay ni puede existir una organización más perfecta que la ofrecida por la Masonería.”
Antonio R. Zúñiga, La Logia Lautaro, Instrucciones de Francisco de Miranda a la Lautaro, Cap. X, pág. 151, Ed. Strach, Bs. As. 1922.
Advertencia al lector
Recuerdo al lector que esta parte, con el subtitulado Los enlaces masónicos, había quedado pendiente al final del Plan Maitland III que les enviara no hace mucho. Y advertido que fue esto, me aboco al tema sin más exordio, antes de que se vayan las ganas mías y las del lector también.
La masonería operativa y la masonería filosófica
No creo necesario comenzar esto de los enlaces masónicos historiando a la Masonería como lo han hecho unos cuantos autores. Soy un convencido de que la mayoría de los lectores tienen una idea más o menos formada sobre la secta satánica. Podrá haber, no lo niego, quienes inocentemente no sepan de qué se trata. Pues bien, a ellos los aliento diciéndoles que, a nivel mundial, se han escrito alrededor de 12.000 libros sobre este tema escabroso. De ellos, no menos del 70% hablan y comentan fundamentadamente en su contra, otros no tanto; y alrededor de un 30% de aquel conjunto los defiende, al hacerlos parecer inofensivos gatitos de talla, como aquel de Corrientes 3411, segundo piso ascensor, no hay portero ni vecinos (el lugar era un cotorro) hecho de porcelana para que le maúlle al amor, según el viejo tango de meta y ponga.
A partir del 24 de junio (equinoccio –iguales noches- de invierno en el hemisferio sur y de verano en el Boreal, hoy celebrado como Día de la Masonería Universal), de 1717 se produce una escisión en la Masonería. Mejor dicho: desaparecería una y nacería otra, o bien que de las dos hicieron una que es lo más probable. Recuerdo que por aquel entonces habían sido vencidos definitivamente los Estuardos
La que lentamente se esfumaría en los vapores matinales de principios del Siglo XVIII, es la masonería llamada operativa, constructiva o corporativa, formada por los gremios de operarios, talladores, canteros y auténticos constructores, que sufrieron infiltraciones póstumas de los que se llamaron masones aceptados. Y tal nombre les viene porque no eran albañiles o picapedreros, sino médicos, abogados, militares, maestros, jueces, burgueses enriquecidos, sibaritas feminoides devenidos en intelectuales, sujetos provenientes de la nobleza, etc.
La que nacería en aquella fecha, bajo la protección del rey Jorge II de Inglaterra y la presidencia del médico calvinista y refugiado francés Teófilo Désaguliers (predicador de la corte), es la masonería invocada como doctrinaria, filosófica o especulativa: que es la que hoy en día no existe rincón del Planeta que no la padezca. Francisco de Miranda al organizar sus logias llamaba a esta masonería como política. De cualquier manera el origen de la secta es incierto y muy difícil de probar (Diccionario Enciclopédico de la Masonería, Bs. As. 1947).
Dice Juan Caprile (en Revista Civilita Católica, 1957 y 1958) que “ambas masonerías son, por lo tanto, dos organismos diversos, nada afines con sus objetos, si bien análogos en sus reglamentos y en su organización.”
Aunque en verdad parecería ser que la fecha de su aparición formal fue en 1723, cuando el Pastor Presbiteriano Jaime Anderson redactó su primera Constitución (Book of constitutions), ampliada y reformada en 1738 y 1746. Pero por otro lado el Diccionario Enciclopédico Abreviado de la Masonería, afirma que “la reforma radical de la masonería moderna se operó en 1641. En tal fecha deja su objetivo material y primitivo y toma el carácter teórico y científico en lugar del manual y práctico, recibiendo a los masones aceptados. El alquimista (astrólogo y anticuario) Elías Ashmole es uno de ellos, admitido en 1646 en la Logia Warrington de Edimburgo.”
Anterior a esta Constitución el rey calvinista Guillermo III había modificado los estatutos, y luego en 1720 se destruyeron todos los documentos de la masonería estuardista, con el fin de eliminar todo rastro de catolicismo y todo vestigio de romanismo, que hasta entonces había sido lo preponderante en la secta. Fue así como, fusionando todas las logias inglesas (cuatro en total) se fundó la Gran Logia de Inglaterra con asiento en Londres en tiempos de Jorge IV.
En el año 1650, Elías Ashmole era quien manejaba las logias rosacrucianas organizadas en Londres, y sus adeptos se reunían en los mismos locales que los masones. Su objetivo principal era “construir el Templo de Salomón, templo ideal de las ciencias”. Estos conventículos estaban, a su vez, fuertemente emparentados con los Hermanos Bohemios. Y dicen que fue Ashmole quien ideó las ceremonias de los grados iniciáticos (en 1641, 1648 y 1649), que son los tres primeros grados masónicos modernos (la llamada Craft Masonery o Masonería Azul); y fue quien escribió los rituales de ellos que son, con pequeñas diferencias, los utilizados en la actualidad.
Rosacruces fueron Martín Lutero y René Descartes, por ejemplo: así lo atestiguan los anillos de sello que ellos usaban con todos los símbolos de los Rosacruz. Así que Lutero, aparte del problema con la monjita Catalina Bora (muy rica en oro la religiosa; buen ojo el de don Martín), que después solucionó casándose con ella para dejarse de andar siempre más turbado que el día anterior, también por las noches golpeaba la vela y usaba el mandil en el tabernáculo inventado por los ingleses. Lo que se dice una bellecita. Pero de allí a decir que luterano tiene una parte de Lútero y otra del año, no. Eso no me consta. Más aún: me parece una grosería de un mal educado como decía mi tía Clarisa que me daba clases de castellano.
En la Inglaterra de nuestros días, la Masonería esta amparada por una ley especial del Parlamento, como Sociedad Secreta, y no sólo es patrocinada por los nobles del reino y la cáfila de turiferarios que la sirven desde adentro y desde afuera del reino, sino que hasta la soberana es patrona de la Institución Real Masónica para Niños. El heredero al trono, el Príncipe de Gales es, a su vez, Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra y Gran Patrono de la Orden.
La dispersión de las filiales por Europa
Sea como fuere, lo cierto es que, por lo que después se vio, la masonería inglesa comenzó a moverse por el resto de los países de Europa a partir de las fechas que van de 1717 a 1723. Felipe, duque de Wharton de sexo dudoso, célebre por su impiedad y libertinaje, fue elegido Gran Maestre de la Logia de Inglaterra en 1722. Bajos sus auspicios actuaron Anderson y Désaguliers. En 1720 eran 25 las logias fundadas; en 1725 ya llevaban 50, y en 1737 el Príncipe de Gales pertenecía a la Orden (digamos que como ahora). Al mismo tiempo la Gran Logia de Inglaterra creó sus filiales en forma casi simultáneas en: Irlanda, España, Portugal, Bélgica, Alemania, Holanda, Suiza, Dinamarca, Suecia, Rusia, Polonia, Italia, Estados Unidos, India y Africa.
Observe el lector que, en los países donde la Gran Logia creó sus filiales, fueron colonias descubiertas y saquedas sin conmiseración (caso de Irlanda, la India y África, por ejemplo), o encubiertas (caso de Portugal y España) de Inglaterra; aliados (el caso de Rusia, Polonia, Suecia e Italia) para la guerra; o naciones que tuvieron que ver con el famoso equilibrio europeo que inventaron los británicos para justificar sus agresiones; o bien que su posición geopolítica las hacía indispensables a los fines de la dominación inglesa en el continente (casos de Bélgica, Holanda y Dinamarca). Porque geopolíticamente hablando los Países Bajos son a Europa lo que Israel es a la Media Luna de las Tierras Fértiles. Quien tenga estos puntos, maneja el resto con solo mover un dedo. Funcionan en la tierra como los estrechos en el mar. Por eso el Señor de Israel, que de geopolítica sabía un montón, le dio a sus preferidos esas tierras y no el Líbano, Siria o el Irán, por ejemplo.
De manera que los primeros pasos que dio la masonería fuera de Inglaterra fue como poderosa herramienta de dominación disfrazada de filantrópica y otras mojigangas. De forma tal que la Gran Logia de Inglaterra y la Tercera Orden de la Iglesia Anglicana vinieron a ser, y antes que todos, la columna vertebral del Imperio Británico. Y las dos organizaciones fueron y son manejadas por Su Majestad, para que nadie se equivoque. Hoy por doña Isabel II, casi momificada la pobre y martirizada por artritis reumatoidea, que aparentemente la usan para los desfiles, el protocolo y las estampillas. Mire don lector: en la Mancomunidad Británica no hay un solo cabello que se caiga de alguna cabeza, ni brizna de pasto que se corte, que no esté autorizado por ella. Es muy sencillo esto.
Aparece la voz de los Papas
A veinte años de haber sido fundada oficialmente la secta masónica en Londres, el Papa Clemente XII, en su encíclica In eminenti del 28 de abril de 1738, condenó y prohibió para siempre a las sociedades masónicas, como “perniciosas para la seguridad de los estados y la salvación de las almas”; fulminando contra ellas la excomunión mayor, y ordenando a los obispos que procediesen contra sus adeptos como si se tratase de verdaderos herejes, “enemigos de la seguridad pública”, pues “corrompen los corazones de los hombres sencillos y los traspasan con dardos envenenados (…) Después de haber reflexionado con madurez y de haber adquirido en este punto una completa certeza –agrega el Papa-, hemos decidido, por justos y razonables motivos, condenar y prohibir las dichas sociedades, reuniones y asociaciones constituidas con el nombre de francmasonería o con cualquier otra denominación.”
“Bajo las afectadas apariencias de una natural probidad que se exige a los masones y con la cual se contentan –dice inclemente Clemente XII-, han establecido ciertas leyes y estatutos que atan mutuamente; pero como el crimen se descubre por sí mismo, estas reuniones se han hecho sospechosas para los fieles. Y si todo hombre honrado considera el hecho de estar afiliado a ellas, como un signo inequívoco de perversión (…) Si sus principios fuesen puros no buscarían con tanto cuidado la sombra y el misterio.”
En verdad, lo que hizo Clemente XII, fue asociarse al clamor de los reinos y de sus pueblos. En efecto: antes que él, la masonería había sido prohibida y perseguida en Holanda (1735, un año después de su establecimiento en aquel reino), en Hamburgo, Suecia y Ginebra, también en 1735. Las logias de Zurich, Berna, España, Portugal, Italia y Polonia fueron clausuradas después de aparecida la bula pontificia. A las que se asociaron poco después Baviera, Rusia, Austria y Turquía. Benedicto XIV también la condenó en 1748, es decir 13 años después.
Aparecen las 24 condenas papales por falta de una
En 1935 la prohibió el IIIer. Reich en Alemania; en 1936, Mussolini en Italia, y en 1939 Francisco Franco en España (emitiendo uno de los mejores documentos que existen contra los satanistas). Cabe destacar que las prohibiciones en Alemania e Italia fueron seguidas de violentos allanamientos donde se encontró valiosa información, como por ejemplo planes futuros que la masonería estaba resuelta desatar en distintas naciones (concretamente el caso España de 1936 a 1938), también se explicaban muchos hechos del pasado. El fruto de estos allanamientos fue publicado en millones de ejemplares en versiones en alemán y en italiano. Dicen que hubo ejemplares en castellano traducidos en España. Sin embargo no ha sobrevivido ninguno ni como copia, lo que ya prueba dos cosas: que evidentemente decían la verdad y que los hermanos fueron muy prolijos para hacerlos desaparecer.
Los Pontífices que condenaron a la masonería fueron: Gregorio XVI (1832), Pío IX (en 1846, 1849, 1854, 1859, 1862, 1864, dos veces en 1865, 1869, 1873, 1875 y 1876), León XIII (una serie de documentos que van de 1878 a 1903, 1884, San Pío X (1911); la Congregación del Santo Oficio (1884); el Concilio Plenario Americano (1889); el Código de Derecho Canónico (Canones 684 y 2335 de 1918); Pío XI (1931 y 1932), etc.
De toda esta cascada de condenas por más de 197 años, no cabe duda que el documento más claro y que pinta a la masonería tal cual es, ha sido la encíclica Humanum Genus del Papa León XIII, del 20 de abril de 1884. Nadie, absolutamente nadie puede decir, a partir de la Humanum Genus, que fue engañado por la masonería o que no sabía de qué se trataba. Y hoy en día tiene tanta vigencia como hace 113 años. El dolor de los hermanos tripuntes es que la Humanum Genus es, sencillamente irrebatible. Prometo hacer, pronto, un comentario de ella.
Para terminar con este acápite debo agregar, obligadamente, la íntima conexión entre el comunismo (desaparecido sólo formalmente) condenado por Pío XI, el socialismo marxista y el comunismo (en su versiones leninista, trotskista y enseguida estalinista: todos judíos y todos masones, incluido el Patriarca Marx que era rabino además), condenados por Pío IX y León XIII, que hicieron su irrupción en la historia en 1846 y que se hallan estrechamente vinculados, como lo anunció León XIII y lo confirmó Pío XI, con el filosofismo, el liberalismo económico (obra cumbre del racionalismo Iluminista, con sus dos brazos; uno ejecutor: el capitalismo, y el otro dominador: el imperialismo), y la masonería del Siglo XVIII.
La masonería es una verdadera antigualla
Este dicho es un caballito de batalla que anda suelto con el apero bien cinchado, sin bozal ni nada que lo sujete. Como no me voy a poner a rebatir aquí semejante sandez, reproduciré lo que sigue, que nunca fue desmentido ni rebatido hasta el día de hoy: “Nada se ha modificado en la legislación de la Iglesia con respecto a la masonería. Los cánones 684 y 2335 se hallan en pleno vigor hoy como ayer. Su bandera de aconfesionalidad, neutralidad y concordia universal, conduce naturalmente a la indiferencia religiosa, es una bandera anticatólica y niega el primado absoluto que se debe dar a la verdad en todos los dominios, especialmente en religión. Los binomios “católico-masón” (traducido a nuestra jerga actual sería funcionario) “católico-comunista” (que debe leerse como progre) son una burla para nosotros que no queremos contaminaciones y que sabemos que no haya nada en el mundo que sea más grande que un cristiano verdadero, sin adjetivos sin aditamentos (cuidado católicos carismáticos, por ejemplo). La Iglesia posee un contenido doctrinal divino que es la revelación de Dios. Sobre tales elementos no pueden existir componendas de ninguna clase (precaución iglesia clandestina de Quilmes) sino tan solo una fidelidad absoluta, una noble y gloriosa intransigencia sobre lo que es verdad divina y conformidad de vida en la revelación (Bergagoglio me parece que te están llamando). Sólo la verdad nos hará libres, no los compromisos ni los hibridismos que deshonran a la razón y que son, además, una ofensa para nuestra fe” (Monseñor Mariano Cordovani, Maestro del Sacro Palacio, en L’Osservatore Romano del 19 de marzo de 1950).
La Masonería Inglesa: una herramienta fenomenal
Cuando Inglaterra desembarca en la Península Ibérica ocupada por Napoleón, quedó atada de pies y manos, respecto de sus ambiciosos planes para separar a España de sus posesiones ultramarinas. Simplemente porque como aliada de España no podía aparecer ante la comunidad europea, aunque en un segundo plano, alentando, favoreciendo o provocando la independencia Hispanoamericana. Si lo hubiese hecho tal vez perdería a todos sus aliados en la lucha contra el Gran Corso y el bloqueo continental se prolongaría indefinidamente. Por otra parte la situación social en la isla, que se acarreaba desde 1790, estaba en 1808 en su punto más álgido (expectativas de vida de un pobre: 25 años; de un rico 50), al extremo de que algunos autores sostienen que se estuvo muy cerca de producirse en Londres una segunda Revolución Francesa. Entonces, ¿qué hacer? ¿Acaso estudiar lo que se venía delineado desde 1780 y llevado a la práctica en 1805, 1806 y 1807? Evidentemente no.
La otra alternativa era dejar en el congelador los planes e ideas pergeñadas hasta que soplasen mejores vientos, entre ellos el Plan Maitland. Sin embargo la guerra, iniciada en Portugal primero y en España después por la invasión napoleónica, amenazaba con ser muy larga, como efectivamente se verificó, por lo que esperar su finalización era otro desatino. A este cuadro siniestro habría de sumársele la presión ejercida sobre la corona por los financistas (usureros) de la City londinense y de los sectores asociados a ellos: los de la producción (entonces deudores morosos de la usura) imposibilitados de vender sus manufacturas (fabricadas a destajo por el maquinismo), se encontraban en situación de quebranto económico ¿Entonces Inglaterra se vio en un callejón si salida? Así hubiese ocurrido de no contar Inglaterra con la más formidable herramienta jamás inventada: la masonería. A ella se le encomendó esta tarea. Tan silenciosa como eficiente.
La masonería, amparada como hoy mismo, en inofensivas ideas de libertad, igualdad y fraternidad, portadora de ideas supranacionales, disfrazado su matiz extra nacional con mil caras, derramada a los cuatro vientos, sin fronteras que la sujeten, censuren o frenen, enemiga acérrima de las ideas de patria y de la religión, luchadora incansable contra las tradiciones de los pueblos, dirigida por cien cabezas (pero que respondían a una sola), y amparada por el más estricto secreto, era el instrumento ideal para prestar asistencia indirecta a los revolucionarios hispanoamericanos. Esto no debió pasar inadvertido a los masones británicos, entre los cuales figuraba a la cabeza, el Príncipe Jorge (Regente por la locura de su padre desde 1810 hasta 1820 y después rey hasta 1830), quien fue el primero, a pesar de ser un tarambana, en manifestar su desacuerdo sobre que Gran Bretaña diese su apoyo formal a las insurrecciones en América Española.
Este Príncipe, el primogénito de Jorge III, luego rey Jorge IV hasta 1830 como acabo de decir, había sido iniciado en la secta satánica en 1787 en la Logia Príncipe de Gales cuando tenía 25 añitos de edad. En 1811 era Gran Maestre de la Moderna Masonería Constitucional Inglesa. Su juventud fue borrascosa y a pesar de llevar una vida prostibularia y de lobizón por las noches, se casó en secreto con una viuda más vieja que la achicoria y a pesar de ser católica: Fitz-Herbert, con la condición de que le pagase todas las deudas que tenía colgadas en las gancheras de las tabernas, bodegones y casas de lenocinio. En 1795, mejorando la puntería, se casó con su joven prima Carolina de Brunswik, que tenía más dinero que la añeja primera esposa, la que también hubo de saldar las deudas del calabacín trotacalles.
Por su parte Duff (solterón de sexo dudoso como todos los que rodearon a San Martín, incluido Wellington que hizo con Catalina Pakenham -1806 en Londres- lo mismo que hiciera el Libertador con Rem.
http:// unidosxperon.blogspot.com.a r/2013/05/ el-plan-maitland-la-avanzad a-britanica.html
El estudio sobre las amistades inglesas
Para hacer más claro y didáctico este estudio sobre las amistades sanmartinianas en Inglaterra, antes y después de su llegada al Río de la Plata, lo he dividido en tres partes, a saber:
- Los enlaces Peninsulares
- Los vínculos londinenses
- Las relaciones británicas en Sudamérica
- Los lazos masónicos
Dejo de lado en esta oportunidad lo que ya hiciera, a modo de adelanto en el primero de estos artículos, donde he citado una puñado de Oficiales Superiores, Jefes, Oficiales, Unidades y Subunidades que tomaron parte en las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807 y que, con razonable certeza, al pasar a la Península, debieron ser conocidos por San Martín durante la llamada por los españoles Guerra de la Independencia. Me aboco entonces al estudio (como elementos de consulta el lector puede ampliar estos acápites en Juan Bautista Sesean, San Martín y la tercera invasión inglesa, Cap. IX, pp. 103 y ss., y en el doctor Rodolfo H. Terragno Op. cit.).
Los enlaces peninsulares
James Duff (más tarde cuarto Conde de Fife)
Este escocés (y masón, como casi todos los que formaron los elencos gubernativos que hemos visto, incluidos el rey Jorge III y su hijo Jorge IV), jugó un papel relevante en dos direcciones: la primera, que conjeturo no debió ser muy difícil: el convencer a San Martín para que formase parte como ejecutor del Plan ya completamente remozado por los acontecimientos sucedidos en la década 1801-1811; y, la segunda, que se me ocurre mucho más difícil: convencer al Príncipe Regente, y luego al Primer Ministro inglés y a sus allegados imbuidos de la idea, por cuanto habían trabajado en ella por años, que el hombre, el elegido para ejecutar el Plan dormido desde 1801 a una distancia de 12.000 Km, debía ser San Martín y no otro. En extrema síntesis: sería pensar que el Plan Maitland se llevaría a la práctica por un español americano, o como muchos autores lo han dicho lisa y llanamente, un español, que es más lo adecuado, por cuanto el nacimiento de San Martín en América fue completamente accidental, y él mismo se encargó de demostrar que así era y no de otra forma. No me diga el lector que esta maquinación, a simple vista y siendo un lego, no tiene el viso de ser cabalmente descabellada. Sin embargo todo indica que las cosas ocurrieron así.
En consecuencia no está de más señalar ya dos cosas: el alto peso específico que debió tener Duff en Londres para que se aceptase su propuesta (aunque desconozco con cuántos reparos, que evidentemente después se disiparon, por serles el sujeto antepuesto completamente desconocido, aunque sus referentes, incluido Wellington operando en España, gozasen de excelentes conceptos en el Parlamento y la Corte), y cuáles fueron las dotes que este ducho británico vio en San Martín para que resultase el candidato elegido, dado que su foja de servicios lo hace un militar del más completo término medio.
Muchos biógrafos de San Martín fueron militares contemporáneos nuestros. Gente ilustrada, honesta y bien intencionada. Sin embargo ninguno, siendo de la profesión, ha reparado en este detalle significativo. San Martín llegó al Río de la Plata llevando en la mochila lo que se llamaba la Escuela de Regimiento. No se conocen sus estudios superiores en el arte de la guerra, o de haber revistado por cierto tiempo en algún Estado Mayor donde, aunque más no sea a los golpes, pudo aprender algo sobre su funcionamiento. Que no es nada del otro mundo, pero que tiene sus bemoles, como es el caso concreto del funcionamiento de la logística.
Pero la Escuela de Regimiento era la que manejaba la Táctica Inferior. No digo la Táctica Superior que ya tiene cierta complejidad y le da algún vuelo, aunque de perdiz, al individuo. ¿Acaso escogieron a un hombre, entre cientos que habría de igual medianía, que nunca pudo pasar de lo más rudimentario de la milicia: ser un ejecutor, para que maneje un Plan Estratégico en un Subcontinente? Sin desmerecer a nadie digo, que es como pensar que un enfermero pasó, por arte de birlibirloque, a Director de un Hospital; que un mecánico por adacadabra se transformó en Ingeniero Jefe; o que un albañil devino en Arquitecto que construirá una torre de 60 pisos. No. Evidentemente en este asunto hay cosas que no encajan, si no se explican a través de la masonería, la única capaz de hacer en aquellos tiempos, y hoy mismo, travesuras como estas.
“Una explicación para este asombroso abandono de lealtad de parte de un soldado que había jurado fidelidad a España –dice sorprendido el historiador inglés J. C. Metford-, es que San Martín fue impulsado al movimiento independentista hispanoamericano por simpatizantes británicos, y que fue reclutado merced a James Duff.” Como se ve no soy en único que se pasma por este entresijo.
De cualquier forma es un hecho que Duff, un británico que estaba al servicio de España de antes de la iniciación de la guerra peninsular (1808), y que seguramente haría tareas de espionaje, fue quien ayudó a San Martín para salir de España vía Gibraltar, con un pasaporte a Londres y un lugar en un buque de guerra surto en la rada para su rápido traslado. Fue también Duff quien le dio las cartas de presentación y letras de crédito que, según los historiadores, el prócer no habría usado.
Años más tarde, cuando San Martín regresó a Inglaterra (1824), fue este Duff quien lo recibió, lo alojó por unos días en Duff House, ciudad de Banff (unos 50 Km al norte de Aberdeen), al norte de Escocia, e hizo que se lo nombrase ciudadano honorable de Banff. Título que en realidad no nos dice nada, si es que no sabemos que a este título se lo otorgaron a personalidades como Canning unos doce años antes.
Duff tenía estrecha relación desde su infancia con el Príncipe Regente, Jorge IV (el padre de éste, Jorge III, había sido declarado demente en 1810 y moriría así 10 años después). En España Duff había trabado buenas relaciones con el General Wellesley (enseguida Lord Wellington) quien fuera “consultado en diversas oportunidades por los ministros de Su Majestad –dice el doctor Terragno-, sobre todo por Lord Castlereagh, acerca de los modos de atacar las posesiones coloniales de España. Hay más de un memorial de Wellesley sobre la materia”, a partir de 1806, agrego de puro metido. Con un ejemplo se verá mejor la injerencia de este individuo en la materia: el 12 de noviembre de 1806 parte Craufurd de Cork. Al embarcarse el Regimiento 88°, componente de la última expedición, lo despide el Comandante de la Región, el recientemente ascendido General Wellesley, con una arenga que concluía diciendo: “Pluguiera a Dios que también fuera yo con ustedes” (Carlos Roberts,
Las invasiones inglesas del Río de la Plata (18-06-1807), pág. 188).
Por otro lado Duff estaba vinculado a Jefes y Oficiales británicos que habían participado activamente en los planes para separar Hispanoamérica de España. Sin ir muy lejos, su hermano, el general Sir Alexander Duff, había comandado el Regimiento 88° durante la ocupación a Buenos Aires en 1806. Otro amigo de Duff desde la niñez, Sir Samuel Ford Whittingham, había tomado parte del segundo intento de tomar Buenos Aires (1807).
Samuel Ford Whittingham (después Sir)
Participó en la Batalla de Bailén junto con San Martín (derrota del General Dupont, el 20 de julio de 1808 y capitulación el 23; la fuerza expedicionaria inglesa aún no había desembarcado en la Península; lo haría recién el 1° de agosto en la Bahía de Mondego, cerca de Puerto Figheira, Portugal a la espera del General Spencer que venía de Cádiz). Veinte días después, el 11 de agosto, la Junta de Sevilla, por intermedio de su presidente, don Francisco de Saavedra puso en conocimiento de ambos que habían sido ascendidos al grado inmediato superior: Whittingham a Coronel y San Martín a Teniente Coronel (José P. Otero Y Mitre no especifican el arma; Terragno dice que de Caballería). Un poco más adelante, en el mes de septiembre, estando estos dos Jefes en Madrid, se les otorgó la medalla que se mandó a acuñar para premiar a los vencedores.
Por estos dos hechos, el ascenso y la medalla, el General Marqués de Coupigny le hizo llegar una esquela a San Martín felicitándolo (Archivo de San Martín, Tomo I, pág. 111). De su lectura surge, y al parecer, que tanto los ascensos y la medalla que recibieron, no fueron entregados a estos dos por una acción personal y heroica, brillante o decisiva ocurrida en la acción de Bailén, sino que fue concedida como premio a todos los que participaron en ella, de General a soldado, hecho que se condice más con el júbilo por el triunfo que exuda la Gaceta Ministerial de Sevilla de fecha 23 de julio. Además quede claro que una medalla no es una condecoración. Es como una constancia de que en tal o cual hecho de armas estuvo presente. Pues bien: San Martín, por Bailén solamente recibió (no obtuvo que es distinto) una medalla de la Junta sevillana.
Dicen los historiadores que Bailén reviste una importancia tal que sin ella Wellesley nunca hubiese llegado a ser el Duque de Wellington. Es posible, porque Wellington se movería desde Mondego y en el resto de la campaña, con una lentitud tal que resulta sumamente sospechosa, si es que nos atenemos a su personalidad. Nadie, como siempre, ha explicado esto.
Dice Mitre que San Martín como Capitán revistaba en el Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor y como tal combatió en Bailén. Pero el español Carlos Mendoza (Las Batallas del Siglo XIX, Tomo I, pág. 176) asegura que el R. Voluntarios de Campo Mayor pertenecía a la reserva del Orden de Batalla del General en Jefe Francisco Javier Castaños (enseguida Conde de Bailén), juntamente con el R. Valencia, Tiradores de África, Granaderos de la Guardia Real, Provinciales de Zaragoza, Burgos y Cantabria; Caballería del Príncipe, Pavía y Sagunto, un Escuadrón de Carmona, Carabineros del Reino, 150 suizos, zapadores y una pieza de artillería. En esta acción no fue necesaria la intervención de la reserva, por lo que se puede decir que el R. de Infantería Ligera Voluntarios de Campo Mayor no combatió. Digo entonces, y en consecuencia, que San Martín tampoco. Estuvieron, nada más, bajo el solazo andaluz de julio que casi los mata.
Sin embargo, José Pacífico Otero (Historia del Libertador don José de San Martín, Tomo I, Cap. VII, pp. 134 a 136), dice que Mitre estaba equivocado (y de hecho el español Mendoza también), porque San Martín habría combatido con el grado de Capitán en el Regimiento de Caballería de Borbón, de destacada actuación en la batalla, y perteneciente a la División del General Coupigny. Acto seguido agrega Otero que esto “está sobradamente fundado”, pero no dice una palabra de dónde lo sacó para cimentarse, así como que San Martín fue “actor de primera fila en este hecho de armas” (la toma de las Alturas de Bailén). Pero esto último ya es de propia cosecha: porque no se anima a decir que “está sobradamente probado”, como en el caso anterior, ni mucho menos de dónde lo obtuvo. Y si el maestro Jauretche decía que Julio Jorge Nelson era la viuda de Gardel, yo digo que José Pacífico Otero era la viuda de San Martín. Única forma de explicar las cosas que dice y los pensamientos que tiene. Otero es el hombre que pensaba demasiado.
Como sobre esto se pueden escribir una media docena más de versiones, solamente me atrevo a decir, siempre muy humildemente ante tanta enjundia, que no alcanzo a comprender cómo un Capitán antiguo de la Infantería (en la copia de su Legajo Personal -Archivo Militar de Segovia-, figura hasta el 31 de diciembre de 1804 como Capitán Segundo recién ascendido, con 15 años, 9 meses y 10 días de antigüedad en esa arma), de la noche a la mañana aparece como Capitán de Caballería manejando un escuadrón en primera línea. Sin embargo soy de los que cree en los milagros. Aquí tiene uno para que se entretenga el lector matando el tedio con los amigos con una garnacha dominguera. Pero como puedo quedarme corto, para que no se aburran les mando un nuevo prodigio: a fines de 1804 era Capitán recién ascendido en España; en agosto de 1808, Teniente Coronel y, al llegar al Río de la Plata (1812), en meses Coronel y trascartón General. Un verdadero meteorito militar. En España no había podido pasar de Teniente Coronel.
Whittingham, que casi lo he olvidado, integró la fuerza comandada por Craufurd que llegó a Montevideo en junio de 1807, ciudad que había sido capturada por su tocayo, Samuel Auchmuty. En la tentativa por recuperar Buenos Aires fue ayudante del General Whitelocke. Tras este fracaso volvió a Inglaterra. De allí pasó a España para encontrarse a fines de julio en Bailén. ¿Cómo habrá hecho este pie ligero? Es que Bailén está muy cerca de Cádiz; y Cádiz se encuentra, paredón de por medio, unida a Gibraltar; Gibraltar es inglesa; y Whittingham era inglés.
William Carr Beresford (después elevado a la dignidad de Lord)
Fue prisionero de los criollos después de la Reconquista de Buenos Aires. Se escapó con la ayuda de Saturnino Rodríguez Peña y del Altoperuano (antes se les decía así a los bolivianos) Aniceto Padilla. Fuga que, por la cantidad de evadidos de Luján (no piense el lector que fue el escape de cuatro o cinco malhechores; no, fueron cientos), nunca fue debidamente explicada y creo firmemente que la lista de implicados debió ser tan grande como la de los evadidos.
El hermano de Saturnino, Nicolás Rodríguez Peña, se convertiría en el amigo de San Martín en el Plata (San Martín en su primer testamento lo nombra como “el señor Peña”). Por esta causa don Saturnino, masón desde sus mocedades (iniciado en Cuba, antro formidable de la masonería española y americana desde los tiempos de Washington -junto con el venezolano Francisco de Miranda y el francés Lafayette- en Saratoga y, por supuesto al servicio de Su Majestad Británica), recibiría una asignación del General Whitelocke y una pensión perpetua de Su Majestad Británica. Inglaterra jamás olvida a los cachorritos que con su lengua le lustran los zapatos. Y en estas playas Inglaterra ha tenido jaurías de cachorritos y otro tanto de cachorrazos, capaces de matar a la madre enferma de artritis y en el día del cumpleaños.
El 16 de mayo de 1811, tanto San Martín como Duff tomarían parte de la batalla de Albuera a las órdenes de Beresford. Un mes más tarde, Beresford condujo el segundo sitio de Badajoz, y otra vez la casualidad los encontró juntos a los tres. Pero esta fue la última acción en que participó San Martín en la guerra peninsular: se retiró inmediatamente el sábado 14 de septiembre de 1811, embarcándose en el buque inglés que lo llevaría a Londres.
Cuando San Martín abandona España se habían cumplido cuatro años de guerra y su situación era de entera desolación. “Devorábanse –dice Lafuente-, y aún se disputaban los tronchos de berza y aun las yerbas que en los tiempos comunes ni si quiera se daban a los animales. Hormigueaban los pobres por las calles, plazas y caminos, y eran pobres hasta los que ocupaban puestos decentes y empleados regulares del Estado.
La miseria se veía retratada en los rostros; en el interior de las familias antes acomodadas pasaban escenas dolorosas que partían las entrañas; en las calles se veían andar como ahilados y a veces caer desfallecidos niños, mujeres, hombres. La capital misma presentaba un aspecto acaso más horrible que cualquiera otra población, y un escritor afirma haber sido tal la mortandad, que desde septiembre de 1811 (la fecha que estamos tratando) hasta julio de 1812 (San Martín ya de novio en Buenos Aires bailando el Minué en la Casa de los Escalada y con la Lautaro caminando), se enterraron en Madrid unos 20.000 cadáveres. Secuelas inevitables de las guerras son estas plagas: el hambre, la peste, sin que pueda decirse que los progresos de los tiempos hayan hecho imposible su reparación, antes bien, dada la centralización de los capitales, de la industria y el comercio, han de resentirse todavía más fácilmente los pueblos que cuando estaban mejor repartidas dichas profesiones y maneras de vivir.” Para completar el cuadro dantesco que ofrecía España en ese momento véanse las Memorias de un setentón, de don Mesoneros Romanos.
En estas condiciones deja San Martín a la España paralítica que le había dado todo lo que en ese momento él era. En este ambiente de catástrofe deja San Martín a doña Gregoria Matorras, su madre, también paralítica y postrada por la enfermedad, la que le había dado la vida, con la única compañía de su hermana Helena (su segunda madre) completamente desvalida. Ni siquiera se despidió de ellas o les dejó algunas letras de las que le había dado Duff para que sobrenaden en aquella desgracia. Nada. Prefirió devolverlas en Londres. Al poco tiempo moriría doña Gregoria. ¿Le habrá interesado la muerte de su madre? No sé. Porque la muerte de España le interesó bien poco y es posible que haya rezado para que ocurra. Nunca más volvería a España. Como jamás volvería a pisar la tierra donde se meció su cuna: el Río de la Plata.
Este hombre, “el Templario de la Masonería” como lo llama Jean Lombard (La cara oculta de la historia moderna), ¿acaso alguna vez habrá amado a alguien o querido algo? No digo una persona. No. Pero tal vez un perro, quizá un gato, a lo mejor un osito de peluche o un par de alpargatas. Porque mujeres no. Eso si que no. En 70 años, estuvo casado 12; de los 12 permaneció con su mujer 2 años y medio, y Remedios se murió en la quinta de San Isidro sin verlo ni llamarlo. Don Arturo Capdevila, siempre indulgente decía que había un epistolario entre estos esposos cursado en esos últimos días. Nunca lo mostraron arguyendo que son papeles privados de familia. Y digo: mejor así, que no lo muestren. Cuente el lector los años que mencioné antes si tiene dudas: es un trabajo interesante ¿Y el resto? Porque mire el lector que es largo el tirón para andarlo al tranco y descalzo. ¿Cómo habrá hecho? Como a esto no lo entiendo no digo ni agrego nada más. Aunque ganas no me faltan y piolín para este barrilete tengo de sobra. Pero no. Mi abuela decía que debía ser juicioso y me daba a leer la vida de los santos. Y me hermano, que es peronacho del ’45, siempre me lo recuerda. Les voy a hacer caso en esta ocasión.
Robert Craufurd
Este Craufurd fue colega de Maitland en el Parlamento. Peleó en España desde 1809 hasta 1812. Antes había participado en la invasión de Buenos Aires.
Sir David Baird
Luchó en la India en el mismo tiempo que Maitland. Participó en la primera invasión de Buenos Aires al mando de una brigada. Luego formó parte del ejército inglés que enfrentó a Napoleón en España.
Sir Charles Stuart
Diplomático británico amigo personal de Duff que prestaba servicios en España. Fue quien le otorgó el pasaporte a San Martín en 1811. Era, junto con Beresford, miembro de la regencia portuguesa.
Los vínculos londinenses
George Canning
Como se recordará se lo llamaba “El heredero de Dundas”. El había jugado un papel protagónico en todo el proyecto oficial relativo a Hispanoamérica. Duff estaba vinculado a él. Recordamos que este personaje recibió en 1812 (poco después de la partida al Río de la Plata en la fragata que, precisamente, se llamaba George Canning), el título de ciudadano honorario de Banff, la pequeña ciudad del norte escocés que, en realidad era, un feudo de los Duff. Es decir, el mismo título que recibiría 12 años más tarde San Martín al regresar a Gran Bretaña.
En el año que nos ocupa, 1811, Canning era miembro del Parlamento desde 1794 y consejero privado de la Corona junto con Maitland. Once años antes, cuando Maitland escribió su Plan, Canning, amigo personal de Dundas, era miembro de la Junta de Contralor. Canning fue uno de los más fervorosos partidarios de la independencia de Hispanoamérica (considerada por él esencial para el interés británico). Finalmente Canning fue Canciller entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley.
Lord Castlereagh
Fue presidente de la Junta de Contralos (1802-1806) y secretario de Estado de Guerra y Colonias (1807-1809). Castlereagh coincidía con Dundas acerca del modo de llevar a cabo un ataque sobre Sudamérica. En una carta al propio Dundas (entonces Primer Lord del Almirantazgo con el nombre de Melville), Castlereagh le confesaba en 1808: “la cuestión de separar a las Provincias Hispanoamericanas de España, que por tanto tiempo ha ocupado vuestra mente (…) nunca ha cesado de ser el objeto de mi más ferviente atención.” En otra ocasión, Castlereagh había escrito: “La liberación de Hispanoamérica debe ser alcanzada a través del deseo y los esfuerzos de sus habitantes, pero el cambio sólo podrá operarse bajo la protección y con el apoyo de una fuerza auxiliadora británica.”
Robert Saunders Dundas
Segundo Vizconde de Melville. Dundas (su padre), murió el 28 de mayo de 1811, pocos meses antes de la llegada de San Martín a Londres. Su único hijo, Robert Saunders, había sido secretario privado de su padre entre 1749 y 1801, incluyendo el período cuando Maitland le presentó su Plan a Dundas. Por otra parte, en ese mismo período Robert Saunders había sido colega de su padre y del propio Maitland en el Parlamento. Los tres eran escoceses. Robert fue masón como Duff. En 1811, Robert Saunders Dundas era presidente de la Junta de Contralor: un puesto para el cual había sido nombrado el 6 de abril de 1807 y, otra vez, el 13 de noviembre de 1809.
Sir Home Riggs Popham
Popham y Beresford –superior de San Martín en la Península- habían lanzado el ataque sobre el Río de la Plata en 1806. Popham estaba en Londres en 1811 y había asesorado al gobierno británico más estrechamente vinculado a Miranda.
Thomas A. Cochrane (más adelante Conde de Dundoland)
En 1806 ayudó a Miranda en las Indias Occidentales, cuando el venezolano (perpetuo consultor del gobierno británico) planeaba su fallido desembarco en Venezuela. Como Maitland, Cochrane era escocés, marino, miembro del Parlamento (desde 1806) y hombre interesado en la expansión de Inglaterra. Un pariente de Maitland, sir Frederick Lewis Maitland, fue enviado en 1809 en auxilio de Cochrane que libraba una batalla decisiva contra la flota napoleónica en Aix. El mismo Maitland había servido anteriormente bajo las órdenes de George Duff, pariente del amigo de San Martín.
En 1817, después de que San Martín tomara el control sobre Chile, envió a José Álvarez Condarco a Londres, a fin de contratar un jefe para la flota que debía llevar al ejército libertador a Perú. Álvarez Condarco contrató a Cochrane.
Sir John Coxe Hippisley
El hombre que le pidió a Maitland que elaborase un plan para tomar Sudamérica. En 1811 Hippisley era miembro del Parlamento.
Sir Thomas Maitland
Cuando San Martín llega a Londres en calidad de “desertor-autorizado-fugit
Las relaciones británicas en Sudamérica
Aún después de dejar Inglaterra, pero antes de iniciar su campaña continental, es probable que San Martín haya recibido y expedido información relativa a la actualización de los planes británicos sobre Hispanoamérica. En Tucumán, tenía por médico al doctor William Colisberry, natural de Filadelfia, en el estado de Pensilvania, Estados Unidos de América (Damián Hudson, Revista de Buenos Aires, Tomo IX, pág. 189), que lo acompañó a Córdoba donde fue a dar por su misteriosa dolencia aparecida sorpresivamente en el invierno de 1814 (J. M. Paz, Memorias), y de allí siguió al prócer a Mendoza donde se radicó hasta 1838. En Córdoba San Martín conoció a otro inglés, James Paroissien, quien sería su Ayudante de Campo y a quien haría General peruano.
Ya en el Ejército de los Andes, el Libertador contó además con los servicios del General William Miller, un masón de fuste que intervino en las invasiones inglesas y que luego había peleado en la Península Ibérica bajo el mando directo de Wellington hasta por lo menos 1814, año en que abandonó España para reaparecer en Chile nueve años después. Este Miller, después biógrafo de San Martín en Inglaterra, fue el comandante de la Infantería de Marina que actuó a las órdenes de Cochrane.
Hablando de Cochrane, recuerdo que todos los comandantes de la escuadra sanmartiniana fueron súbditos ingleses: Willinson, que había estado prestando servicios en el ejército de la Compañía de Indias Orientales, era el Capitán del navío San Martín. Igualmente el Capitán Robert Foster tenía a cargo el Independencia. El Capitán Guise comandaba el Valdivia; el Subteniente J. Topoker mandaba en el Galvarino; el Subteniente T. Sackeville Crosbie era responsable del O’Higgins; Casey dirigía el Chacabuco; el Subteniente Carter disponía en el Araucano; Young gobernaba el Montezuma; Cobbet encaminaba el Potrillo; el Subteniente James Esconde estaba a cargo del Valdivia. El Comisario y Juez de la flota era el Sobrecargo Henry Dean.
Hago dos aclaraciones antes de seguir; la primera: todos estos buques pertenecían a la Compañía de Indias Orientales y fueron rebautizados con estos nombres al llegar a Santiago de Chile, y la segunda: todos los oficiales que he citado también pertenecían al ejército de este fabuloso ente paraestatal. Es decir que esta fase del Plan Maitland, el traslado hasta el Perú, se cumplió tal cual lo había previsto su creador en aquel lejano año de 1801.
En Buenos Aires, San Martín so pretexto de una visita a su familia, se mantuvo en contacto con el Comodoro William Bowles, Comandante en Jefe de la Estación Sudamericana de la Armada Real, a quien el Libertador confió sus planes y problemas. En una de estas conversaciones San Martín sugirió a Bowles que Gran Bretaña enviase buques de guerra a la costa peruana, a fin de ejercer una oportuna intimidación, al tiempo que el Ejército Libertador avanzaba por tierra, con la promesa de la apertura de los puertos peruanos al comercio inglés.
En 1818, San Martín gestionó a través de Bowlws la mediación de Gran Bretaña en la lucha de las antiguas colonias contra España. Fue así que convenció a O’Higgins para dirigir, en su condición de Jefe del Estado Chileno, una carta con este motivo al Príncipe Regente (después Jorge IV de Inglaterra). El propio Libertador dirigió una carta de similar tenor a Castlereagh (12 de enero de 1818). Por lo demás, San Martín informó a Bowles que el agente del gobierno chileno en Londres, Antonio José de Irisarri, estaba facultado para ofrecer a Gran Bretaña la cesión de la isla Chiloé y el Puerto de Valdivia, así como una sustancial reducción de derechos para todos los buques británicos durante 30 años, a cambio de la asistencia militar. San Martín agregó que un Príncipe de la familia real británica sería bienvenido como monarca sudamericano, a condición de que la monarquía a establecer fuere de orden constitucional.
San Martín también mantuvo contactos con John Parish Robertson, un escocés llegado “por casualidad” durante las invasiones inglesas y que después se supo era agente secreto del Foreing Office.
San Martín invitó a este inglés a que presenciara el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813); la descripción que hace J. P. Otero sobre este hecho es altamente patética (op. cit. Tomo I, Cap. XI, pp. 219 y ss.), sin embargo nadie a reparado en ello. Más adelante y por disposición del prócer Parish Robertson sería el representante del Perú en Londres, para la gestión de un préstamo en el que intervino San Martín -1824 (ya residente en la isla en su “ostracismo”), mientras Rivadavia (según los historiadores enemigo acérrimo del prócer), hacía lo mismo pero para el Río de la Plata; ante la Casa Baring Brothers, una filial junto con la Hullet Brothers de la Banca Rothschild. De manera que tenemos por aquí: a San Martín y su mortal enemigo Rivadavia, juntos en la empresa de endeudar a las nacientes repúblicas sudamericanas. Un dato más: por este préstamo el Perú fue la primera de todas las naciones endeudadas que entró en cesación de pagos (hoy los lacayos del imperialismo lo llamarían “default” y al pago leonino de la usura “compromisos impostergables de la nación”). En plena guerra contra el Imperio del Brasil, Argentina debió vender (1826) sus dos mejores buques de guerra para pagar una de las cuotas contraídas “por el más grande hombre –según Mitre- de la tierra de los argentinos”, que naturalmente era Rivadavia.
Años después de la Gesta Libertadora, el Libertador le confió a su hermano Justo (entonces Coronel del Ejército Español, de una trayectoria muy parecida a la de nuestro prócer al lado de los ingleses, pero muy cerca de Wellington) que “de no haber sido por los esfuerzos del gobierno británico él no habría podido hacer lo que hizo en Sudamérica.”
Me quedan pendientes Los lazos masónicos. Pero la verdad es que llegando hasta aquí me cansé. Por lo que suplico me aguanten hasta la próxima.
(¿Una rosca fenomenal, asociación ilícita o banda delictiva?)
¡Shhh! Si la Espada y el Puñal están cruzados sobre el Delta y la Biblia (versión hereje de Douay), indican que el Supremo Consejo está sesionando. La fotografía pertenece a la que nuestra prensa venal llaman “prestigiosa” Revista Life de febrero de 1957.
LOS ENLACES MASÓNICOS
“No olvidar nunca que cuando es preciso unir estrechamente, mejor dicho, regimentar elementos populares que no pueden subordinarse a un régimen enteramente militar, por tratarse de personas que por su condición civil no pertenecen a ninguna fuerza armada, donde la disciplina es la base principal, no hay ni puede existir una organización más perfecta que la ofrecida por la Masonería.”
Antonio R. Zúñiga, La Logia Lautaro, Instrucciones de Francisco de Miranda a la Lautaro, Cap. X, pág. 151, Ed. Strach, Bs. As. 1922.
Advertencia al lector
Recuerdo al lector que esta parte, con el subtitulado Los enlaces masónicos, había quedado pendiente al final del Plan Maitland III que les enviara no hace mucho. Y advertido que fue esto, me aboco al tema sin más exordio, antes de que se vayan las ganas mías y las del lector también.
La masonería operativa y la masonería filosófica
No creo necesario comenzar esto de los enlaces masónicos historiando a la Masonería como lo han hecho unos cuantos autores. Soy un convencido de que la mayoría de los lectores tienen una idea más o menos formada sobre la secta satánica. Podrá haber, no lo niego, quienes inocentemente no sepan de qué se trata. Pues bien, a ellos los aliento diciéndoles que, a nivel mundial, se han escrito alrededor de 12.000 libros sobre este tema escabroso. De ellos, no menos del 70% hablan y comentan fundamentadamente en su contra, otros no tanto; y alrededor de un 30% de aquel conjunto los defiende, al hacerlos parecer inofensivos gatitos de talla, como aquel de Corrientes 3411, segundo piso ascensor, no hay portero ni vecinos (el lugar era un cotorro) hecho de porcelana para que le maúlle al amor, según el viejo tango de meta y ponga.
A partir del 24 de junio (equinoccio –iguales noches- de invierno en el hemisferio sur y de verano en el Boreal, hoy celebrado como Día de la Masonería Universal), de 1717 se produce una escisión en la Masonería. Mejor dicho: desaparecería una y nacería otra, o bien que de las dos hicieron una que es lo más probable. Recuerdo que por aquel entonces habían sido vencidos definitivamente los Estuardos
La que lentamente se esfumaría en los vapores matinales de principios del Siglo XVIII, es la masonería llamada operativa, constructiva o corporativa, formada por los gremios de operarios, talladores, canteros y auténticos constructores, que sufrieron infiltraciones póstumas de los que se llamaron masones aceptados. Y tal nombre les viene porque no eran albañiles o picapedreros, sino médicos, abogados, militares, maestros, jueces, burgueses enriquecidos, sibaritas feminoides devenidos en intelectuales, sujetos provenientes de la nobleza, etc.
La que nacería en aquella fecha, bajo la protección del rey Jorge II de Inglaterra y la presidencia del médico calvinista y refugiado francés Teófilo Désaguliers (predicador de la corte), es la masonería invocada como doctrinaria, filosófica o especulativa: que es la que hoy en día no existe rincón del Planeta que no la padezca. Francisco de Miranda al organizar sus logias llamaba a esta masonería como política. De cualquier manera el origen de la secta es incierto y muy difícil de probar (Diccionario Enciclopédico de la Masonería, Bs. As. 1947).
Dice Juan Caprile (en Revista Civilita Católica, 1957 y 1958) que “ambas masonerías son, por lo tanto, dos organismos diversos, nada afines con sus objetos, si bien análogos en sus reglamentos y en su organización.”
Aunque en verdad parecería ser que la fecha de su aparición formal fue en 1723, cuando el Pastor Presbiteriano Jaime Anderson redactó su primera Constitución (Book of constitutions), ampliada y reformada en 1738 y 1746. Pero por otro lado el Diccionario Enciclopédico Abreviado de la Masonería, afirma que “la reforma radical de la masonería moderna se operó en 1641. En tal fecha deja su objetivo material y primitivo y toma el carácter teórico y científico en lugar del manual y práctico, recibiendo a los masones aceptados. El alquimista (astrólogo y anticuario) Elías Ashmole es uno de ellos, admitido en 1646 en la Logia Warrington de Edimburgo.”
Anterior a esta Constitución el rey calvinista Guillermo III había modificado los estatutos, y luego en 1720 se destruyeron todos los documentos de la masonería estuardista, con el fin de eliminar todo rastro de catolicismo y todo vestigio de romanismo, que hasta entonces había sido lo preponderante en la secta. Fue así como, fusionando todas las logias inglesas (cuatro en total) se fundó la Gran Logia de Inglaterra con asiento en Londres en tiempos de Jorge IV.
En el año 1650, Elías Ashmole era quien manejaba las logias rosacrucianas organizadas en Londres, y sus adeptos se reunían en los mismos locales que los masones. Su objetivo principal era “construir el Templo de Salomón, templo ideal de las ciencias”. Estos conventículos estaban, a su vez, fuertemente emparentados con los Hermanos Bohemios. Y dicen que fue Ashmole quien ideó las ceremonias de los grados iniciáticos (en 1641, 1648 y 1649), que son los tres primeros grados masónicos modernos (la llamada Craft Masonery o Masonería Azul); y fue quien escribió los rituales de ellos que son, con pequeñas diferencias, los utilizados en la actualidad.
Rosacruces fueron Martín Lutero y René Descartes, por ejemplo: así lo atestiguan los anillos de sello que ellos usaban con todos los símbolos de los Rosacruz. Así que Lutero, aparte del problema con la monjita Catalina Bora (muy rica en oro la religiosa; buen ojo el de don Martín), que después solucionó casándose con ella para dejarse de andar siempre más turbado que el día anterior, también por las noches golpeaba la vela y usaba el mandil en el tabernáculo inventado por los ingleses. Lo que se dice una bellecita. Pero de allí a decir que luterano tiene una parte de Lútero y otra del año, no. Eso no me consta. Más aún: me parece una grosería de un mal educado como decía mi tía Clarisa que me daba clases de castellano.
En la Inglaterra de nuestros días, la Masonería esta amparada por una ley especial del Parlamento, como Sociedad Secreta, y no sólo es patrocinada por los nobles del reino y la cáfila de turiferarios que la sirven desde adentro y desde afuera del reino, sino que hasta la soberana es patrona de la Institución Real Masónica para Niños. El heredero al trono, el Príncipe de Gales es, a su vez, Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra y Gran Patrono de la Orden.
La dispersión de las filiales por Europa
Sea como fuere, lo cierto es que, por lo que después se vio, la masonería inglesa comenzó a moverse por el resto de los países de Europa a partir de las fechas que van de 1717 a 1723. Felipe, duque de Wharton de sexo dudoso, célebre por su impiedad y libertinaje, fue elegido Gran Maestre de la Logia de Inglaterra en 1722. Bajos sus auspicios actuaron Anderson y Désaguliers. En 1720 eran 25 las logias fundadas; en 1725 ya llevaban 50, y en 1737 el Príncipe de Gales pertenecía a la Orden (digamos que como ahora). Al mismo tiempo la Gran Logia de Inglaterra creó sus filiales en forma casi simultáneas en: Irlanda, España, Portugal, Bélgica, Alemania, Holanda, Suiza, Dinamarca, Suecia, Rusia, Polonia, Italia, Estados Unidos, India y Africa.
Observe el lector que, en los países donde la Gran Logia creó sus filiales, fueron colonias descubiertas y saquedas sin conmiseración (caso de Irlanda, la India y África, por ejemplo), o encubiertas (caso de Portugal y España) de Inglaterra; aliados (el caso de Rusia, Polonia, Suecia e Italia) para la guerra; o naciones que tuvieron que ver con el famoso equilibrio europeo que inventaron los británicos para justificar sus agresiones; o bien que su posición geopolítica las hacía indispensables a los fines de la dominación inglesa en el continente (casos de Bélgica, Holanda y Dinamarca). Porque geopolíticamente hablando los Países Bajos son a Europa lo que Israel es a la Media Luna de las Tierras Fértiles. Quien tenga estos puntos, maneja el resto con solo mover un dedo. Funcionan en la tierra como los estrechos en el mar. Por eso el Señor de Israel, que de geopolítica sabía un montón, le dio a sus preferidos esas tierras y no el Líbano, Siria o el Irán, por ejemplo.
De manera que los primeros pasos que dio la masonería fuera de Inglaterra fue como poderosa herramienta de dominación disfrazada de filantrópica y otras mojigangas. De forma tal que la Gran Logia de Inglaterra y la Tercera Orden de la Iglesia Anglicana vinieron a ser, y antes que todos, la columna vertebral del Imperio Británico. Y las dos organizaciones fueron y son manejadas por Su Majestad, para que nadie se equivoque. Hoy por doña Isabel II, casi momificada la pobre y martirizada por artritis reumatoidea, que aparentemente la usan para los desfiles, el protocolo y las estampillas. Mire don lector: en la Mancomunidad Británica no hay un solo cabello que se caiga de alguna cabeza, ni brizna de pasto que se corte, que no esté autorizado por ella. Es muy sencillo esto.
Aparece la voz de los Papas
A veinte años de haber sido fundada oficialmente la secta masónica en Londres, el Papa Clemente XII, en su encíclica In eminenti del 28 de abril de 1738, condenó y prohibió para siempre a las sociedades masónicas, como “perniciosas para la seguridad de los estados y la salvación de las almas”; fulminando contra ellas la excomunión mayor, y ordenando a los obispos que procediesen contra sus adeptos como si se tratase de verdaderos herejes, “enemigos de la seguridad pública”, pues “corrompen los corazones de los hombres sencillos y los traspasan con dardos envenenados (…) Después de haber reflexionado con madurez y de haber adquirido en este punto una completa certeza –agrega el Papa-, hemos decidido, por justos y razonables motivos, condenar y prohibir las dichas sociedades, reuniones y asociaciones constituidas con el nombre de francmasonería o con cualquier otra denominación.”
“Bajo las afectadas apariencias de una natural probidad que se exige a los masones y con la cual se contentan –dice inclemente Clemente XII-, han establecido ciertas leyes y estatutos que atan mutuamente; pero como el crimen se descubre por sí mismo, estas reuniones se han hecho sospechosas para los fieles. Y si todo hombre honrado considera el hecho de estar afiliado a ellas, como un signo inequívoco de perversión (…) Si sus principios fuesen puros no buscarían con tanto cuidado la sombra y el misterio.”
En verdad, lo que hizo Clemente XII, fue asociarse al clamor de los reinos y de sus pueblos. En efecto: antes que él, la masonería había sido prohibida y perseguida en Holanda (1735, un año después de su establecimiento en aquel reino), en Hamburgo, Suecia y Ginebra, también en 1735. Las logias de Zurich, Berna, España, Portugal, Italia y Polonia fueron clausuradas después de aparecida la bula pontificia. A las que se asociaron poco después Baviera, Rusia, Austria y Turquía. Benedicto XIV también la condenó en 1748, es decir 13 años después.
Aparecen las 24 condenas papales por falta de una
En 1935 la prohibió el IIIer. Reich en Alemania; en 1936, Mussolini en Italia, y en 1939 Francisco Franco en España (emitiendo uno de los mejores documentos que existen contra los satanistas). Cabe destacar que las prohibiciones en Alemania e Italia fueron seguidas de violentos allanamientos donde se encontró valiosa información, como por ejemplo planes futuros que la masonería estaba resuelta desatar en distintas naciones (concretamente el caso España de 1936 a 1938), también se explicaban muchos hechos del pasado. El fruto de estos allanamientos fue publicado en millones de ejemplares en versiones en alemán y en italiano. Dicen que hubo ejemplares en castellano traducidos en España. Sin embargo no ha sobrevivido ninguno ni como copia, lo que ya prueba dos cosas: que evidentemente decían la verdad y que los hermanos fueron muy prolijos para hacerlos desaparecer.
Los Pontífices que condenaron a la masonería fueron: Gregorio XVI (1832), Pío IX (en 1846, 1849, 1854, 1859, 1862, 1864, dos veces en 1865, 1869, 1873, 1875 y 1876), León XIII (una serie de documentos que van de 1878 a 1903, 1884, San Pío X (1911); la Congregación del Santo Oficio (1884); el Concilio Plenario Americano (1889); el Código de Derecho Canónico (Canones 684 y 2335 de 1918); Pío XI (1931 y 1932), etc.
De toda esta cascada de condenas por más de 197 años, no cabe duda que el documento más claro y que pinta a la masonería tal cual es, ha sido la encíclica Humanum Genus del Papa León XIII, del 20 de abril de 1884. Nadie, absolutamente nadie puede decir, a partir de la Humanum Genus, que fue engañado por la masonería o que no sabía de qué se trataba. Y hoy en día tiene tanta vigencia como hace 113 años. El dolor de los hermanos tripuntes es que la Humanum Genus es, sencillamente irrebatible. Prometo hacer, pronto, un comentario de ella.
Para terminar con este acápite debo agregar, obligadamente, la íntima conexión entre el comunismo (desaparecido sólo formalmente) condenado por Pío XI, el socialismo marxista y el comunismo (en su versiones leninista, trotskista y enseguida estalinista: todos judíos y todos masones, incluido el Patriarca Marx que era rabino además), condenados por Pío IX y León XIII, que hicieron su irrupción en la historia en 1846 y que se hallan estrechamente vinculados, como lo anunció León XIII y lo confirmó Pío XI, con el filosofismo, el liberalismo económico (obra cumbre del racionalismo Iluminista, con sus dos brazos; uno ejecutor: el capitalismo, y el otro dominador: el imperialismo), y la masonería del Siglo XVIII.
La masonería es una verdadera antigualla
Este dicho es un caballito de batalla que anda suelto con el apero bien cinchado, sin bozal ni nada que lo sujete. Como no me voy a poner a rebatir aquí semejante sandez, reproduciré lo que sigue, que nunca fue desmentido ni rebatido hasta el día de hoy: “Nada se ha modificado en la legislación de la Iglesia con respecto a la masonería. Los cánones 684 y 2335 se hallan en pleno vigor hoy como ayer. Su bandera de aconfesionalidad, neutralidad y concordia universal, conduce naturalmente a la indiferencia religiosa, es una bandera anticatólica y niega el primado absoluto que se debe dar a la verdad en todos los dominios, especialmente en religión. Los binomios “católico-masón” (traducido a nuestra jerga actual sería funcionario) “católico-comunista” (que debe leerse como progre) son una burla para nosotros que no queremos contaminaciones y que sabemos que no haya nada en el mundo que sea más grande que un cristiano verdadero, sin adjetivos sin aditamentos (cuidado católicos carismáticos, por ejemplo). La Iglesia posee un contenido doctrinal divino que es la revelación de Dios. Sobre tales elementos no pueden existir componendas de ninguna clase (precaución iglesia clandestina de Quilmes) sino tan solo una fidelidad absoluta, una noble y gloriosa intransigencia sobre lo que es verdad divina y conformidad de vida en la revelación (Bergagoglio me parece que te están llamando). Sólo la verdad nos hará libres, no los compromisos ni los hibridismos que deshonran a la razón y que son, además, una ofensa para nuestra fe” (Monseñor Mariano Cordovani, Maestro del Sacro Palacio, en L’Osservatore Romano del 19 de marzo de 1950).
La Masonería Inglesa: una herramienta fenomenal
Cuando Inglaterra desembarca en la Península Ibérica ocupada por Napoleón, quedó atada de pies y manos, respecto de sus ambiciosos planes para separar a España de sus posesiones ultramarinas. Simplemente porque como aliada de España no podía aparecer ante la comunidad europea, aunque en un segundo plano, alentando, favoreciendo o provocando la independencia Hispanoamericana. Si lo hubiese hecho tal vez perdería a todos sus aliados en la lucha contra el Gran Corso y el bloqueo continental se prolongaría indefinidamente. Por otra parte la situación social en la isla, que se acarreaba desde 1790, estaba en 1808 en su punto más álgido (expectativas de vida de un pobre: 25 años; de un rico 50), al extremo de que algunos autores sostienen que se estuvo muy cerca de producirse en Londres una segunda Revolución Francesa. Entonces, ¿qué hacer? ¿Acaso estudiar lo que se venía delineado desde 1780 y llevado a la práctica en 1805, 1806 y 1807? Evidentemente no.
La otra alternativa era dejar en el congelador los planes e ideas pergeñadas hasta que soplasen mejores vientos, entre ellos el Plan Maitland. Sin embargo la guerra, iniciada en Portugal primero y en España después por la invasión napoleónica, amenazaba con ser muy larga, como efectivamente se verificó, por lo que esperar su finalización era otro desatino. A este cuadro siniestro habría de sumársele la presión ejercida sobre la corona por los financistas (usureros) de la City londinense y de los sectores asociados a ellos: los de la producción (entonces deudores morosos de la usura) imposibilitados de vender sus manufacturas (fabricadas a destajo por el maquinismo), se encontraban en situación de quebranto económico ¿Entonces Inglaterra se vio en un callejón si salida? Así hubiese ocurrido de no contar Inglaterra con la más formidable herramienta jamás inventada: la masonería. A ella se le encomendó esta tarea. Tan silenciosa como eficiente.
La masonería, amparada como hoy mismo, en inofensivas ideas de libertad, igualdad y fraternidad, portadora de ideas supranacionales, disfrazado su matiz extra nacional con mil caras, derramada a los cuatro vientos, sin fronteras que la sujeten, censuren o frenen, enemiga acérrima de las ideas de patria y de la religión, luchadora incansable contra las tradiciones de los pueblos, dirigida por cien cabezas (pero que respondían a una sola), y amparada por el más estricto secreto, era el instrumento ideal para prestar asistencia indirecta a los revolucionarios hispanoamericanos. Esto no debió pasar inadvertido a los masones británicos, entre los cuales figuraba a la cabeza, el Príncipe Jorge (Regente por la locura de su padre desde 1810 hasta 1820 y después rey hasta 1830), quien fue el primero, a pesar de ser un tarambana, en manifestar su desacuerdo sobre que Gran Bretaña diese su apoyo formal a las insurrecciones en América Española.
Este Príncipe, el primogénito de Jorge III, luego rey Jorge IV hasta 1830 como acabo de decir, había sido iniciado en la secta satánica en 1787 en la Logia Príncipe de Gales cuando tenía 25 añitos de edad. En 1811 era Gran Maestre de la Moderna Masonería Constitucional Inglesa. Su juventud fue borrascosa y a pesar de llevar una vida prostibularia y de lobizón por las noches, se casó en secreto con una viuda más vieja que la achicoria y a pesar de ser católica: Fitz-Herbert, con la condición de que le pagase todas las deudas que tenía colgadas en las gancheras de las tabernas, bodegones y casas de lenocinio. En 1795, mejorando la puntería, se casó con su joven prima Carolina de Brunswik, que tenía más dinero que la añeja primera esposa, la que también hubo de saldar las deudas del calabacín trotacalles.
Por su parte Duff (solterón de sexo dudoso como todos los que rodearon a San Martín, incluido Wellington que hizo con Catalina Pakenham -1806 en Londres- lo mismo que hiciera el Libertador con Rem.
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Woodbine Parish: Aventurero, Rivadaviano y Rosista
Foto: Woodbine Parish
"El 16 de agosto de 1882, Sir Woodbine Parish, KCH, fallecía en su propiedad rural de Quarry House, en St. Leonard’s-on-Sea, en Sussex, lleno de honores y riquezas. Pero, más importante aún, durante sus nueve años en el Río de la Plata, había establecido y afianzado la dependencia económica, política y cultural de la Argentina respecto al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, que llevará a decir a uno de sus diplomáticos que “Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia británica” (Sir William Barton en The Spectator, 1931)."
Woodbine Parish nació en Londres el 14 de septiembre de 1796. Provenía de una familia aristocrática de Axholm en Lincolnshire que había perdido su posición por devoción a la causa monárquica en los días de la Revolución inglesa.
Su abuelo Henry Parish, capellán de Lord Townshend, acumuló una apreciable fortuna siguiendo a su protector en sus destinos militares y políticos. Casó con una dama de apellido Woorbine y tuvo cinco hijos: Henry Williams, Sarah, Woodbine, Frances y Charles Compton.
El Reverendo Henry tenía un hermano, John Parish, fue superintendente de ordenanzas de la Torre de Londres durante años y casó con Elizabeth Planta, hija del capellán del Rey. Así quedó cimentada una importante alianza entre los influyentes Planta y los Parish que daría sus frutos en las próximas generaciones.
A la muerte de su capellán y abuelo de nuestro biografiado, Lord Townshend tomó a su hijo mayor, Henry Williams Parish, bajo su cuidado. Henry W. fue enviado al Woolwich College y luego obtuvo, por recomendación de su protector, una comisión en el Real Regimiento de Artillería del Duque de Richmond. Estuvo en Gibraltar, en Canadá y en la expedición a China de Lord Macartney que exploró las costas de África y Brasil, las Indias Holandesas, Malaya y Cochinchina, antes de llegar a destino. Años después, sería ayudante de campo y paje de Lord Cornwallis en Irlanda.
El menor de los hijos del Reverendo Henry, Charles Caompton Parish, se unió ya de muy joven a la marina mercante y ya a los 23 años poseía en propiedad el velero “Acalus”, con el que comerciaba en las Antillas. Al estallar las guerras de la Revolución francesa, realizó misiones en el Mediterráneo y, cerca de la costa española, fue capturado por fragatas francesas. A pesar de estar prisionero, el Capitán Parish logró establecer contacto con antiguos socios en Marsella y Génova, gracias a los cuales pudo escapar. Como capitán de otros buques mercantes, logró sacar ventaja de las siguientes guerras napoleónicas y, en 1814, fue designado superintendente de puertos de las Antillas Británicas. Ocupó este cargo durante veinticuatro años, para retirarse luego con una pensión en Inglaterra.
Siendo el tercer hijo y el segundo varón, Woodbine Senior sólo tenía cinco años cuando su padre, el clérigo anglicano, murió. Fue adoptado por su tío materno, William Woodbine, residente en Yarmouth. En 1777 lo envió a Lieja, a estudiar en el colegio jesuita inglés, que funcionaba en el antiguo palacio del Elector Palatino de Baviera. Sólo otro niño, además de Parish, era protestante. Pero la educación clásica brindada era excelente y el precio era mucho más accesible que en los colegios ingleses. Aunque nunca dejó su anglicanismo, sin embargo, siempre lamentó la Reforma como un gran daño. En 1783 regresó a Inglaterra y se estableció con su tío en Londres por breve tiempo. William Woodbine era un comerciante en crecimiento y envió a su sobrino a Livorno como su representante en Italia. Con el fin de independizarse de su tío, aceptó un nombramiento como oficial de la East India Company. Recorrió la costa africana y el Sudeste Asiático, hasta llegar a China, donde pasó 6 meses. Regresó luego por la vía del Mediterráneo, haciendo buenas relaciones en Italia y España. Al llegar a Londres se asoció a su tío que al año, murió. Junto a sus primos Planta, recorrió Francia, Alemania y Holanda, haciendo los mejores negocios. En 1795 casó con la única hija del clérigo henry Headley, rector de North Walshan (Norfolk), quien, por sus conexiones, le abrió la puerta a la aristocracia de ese tiempo, convirtiéndose en amigo íntimo de personajes como Lord Perceval (futuro primer ministro), el Coronel Herries (padre de un futuro ministro de economía británico) y Nicholas Vansittart (futuro ministro de economía y Lord Bexley, y quien daría a Miranda todo su apoyo en la causa de las independencias americanas). Así fue que obtuvo el cargo de presidente de la junta de impuestos de Escocia. En 1823 obtuvo su retiro con una renta anual de 1000 libras y fallecería diez años después.
Nuestro biografiado, hijo del anterior, se educó primero en una escuela primaria de Essex. Allí fue que, en un accidente, quedó con una cojera que lo acompañaría toda su vida. Luego, gracias a los contactos de su padre, pasó al aristocrático Eton College.
Al salir de Eton en 1812, John Charles Herries, hijo del amigo de su padre, lo llevó consigo a trabajar en el Departamento del Comisario Jefe de abastecimientos militares.
En 1814, Herries le dio su primer destino diplomático en Sicilia, para ayudar en la evacuación de las tropas británicas y, también, contactarse con líderes anti-borbónicos unionistas. Como explica su nieta y biógrafa, “Sicilia era de vital importancia para Inglaterra si quería mantener su supremacía en el Mediterráneo, y ahora que había una crisis, la única alternativa viable para los ingleses, si no querían abandonar la isla, era establecer un gobierno decente bajo su control”. Los Borbones, endeudadísimos con Gran Bretaña, y sin control real sobre la isla, se vieron obligados a aceptar la constitución liberal que les impusieron.
Se vio involucrado en los eventos que siguieron a la victoria sobre Napoleón en Waterloo. En 1815, Parish viaja en la expedición inglesa que restaura la Casa de Borbón en Nápoles y derrota finalmente a los partidarios de Murat.
Luego regresó a París como secretario de Lord Castlereagh, colaborando en la redacción del borrador del Tratado de París de 1815. Allí, en la embajada británica parisina, volvió a reunirse con su primo Planta y con Edward Cooke, otro orgulloso etoniano como él. Lord y Lady Castlereagh tomaron mucho cariño al joven Parish, habiendo sido conocidos también de su tío Henry en Irlanda.
En este puesto de primer orden, conoció personalmente a Metternich, Blücher, Wellington, Luis XVIII y el Zar de Rusia, entre otros personajes de primer orden. Durante todo este tiempo en el exterior mantuvo actualizada y detallada correspondencia con su padre en Edimburgo. Quien, a su vez, le comunicaba noticias de sus parientes dedicados al comercio y a la diplomacia, distribuidos por todo el mundo.
“Casualmente”, se hizo íntimo amigo de Sir Peregrine Maitland, hermano del general escocés Thomas, amigo de José de San Martín y posible estratega del plan del cruce de los Andes e invasión del Perú. También se hizo amigo de Wilhelm von Humboldt, hermano de Alexander, ambos presentes en París como asesores del Rey de Prusia.
Terminados los asuntos de París que mantenían ocupado a Castlereagh, éste decidió regresar a Inglaterra, tomando a Parish como su secretario privado, mientras su primo Planta continuaba como secretario de asuntos exteriores, casi como un viceministro. Pero los recortes posteriores a la guerra, lo obligaron a aceptar en 1816 una misión en la isla de Corfú, donde Sir Thomas Maitland había sido designado Alto Comisionado de las Islas Jónicas. En este puesto se encontró involucrado en las negociaciones con los turcos por el destino de Albania y algunas de las islas griegas que habían sido tomadas por Napoleón.
Al regresar a Londres, trabajó con su primo Planta, a quien iba a acompañar a Aquisgrán para asesorar en las negociaciones de las potencias europeas. Pero poco antes, tuvo una “curiosa entrevista” con el viejo Nathan Meyer Rothschild. Nathan era el tercero de los hermanos Rothschild, distribuidos en Viena, Nápoles, París y Frankfurt. A él le había tocado Londres, allí se estableció en 1797 y tan sólo siete años después obtenía la ciudadanía británica. El Secretario del Tesoro británico lo usó como agente para colocar los subsidios a las potencias extranjeras en plenas guerras revolucionarias y napoleónicas. A su vez, tomaba los dineros de los príncipes extranjeros y los colocaba en bonos ingleses, los famosos Consols. Durante la expedición de Wellington en la Península Ibérica, Rothschild fue el principal financista de sus campañas, obteniendo luego de la misma, importantes monopolios en España y Portugal. El viejo Rothschild quería que Parish lo ayudara a cobrar los pagos debidos por el Rey de Prusia que haría a través de uno de los miembros de la dinastía bancaria. Así se hizo, y Nathan, que poco después sería creado barón del Imperio Austríaco, quedaría para siempre agradecido con Parish.
A su regreso desposa a Amelia, la única hija de Leonard B. Morse, un abogado y principal subcomisario general de las Fuerzas Armadas de Su Majestad, de una familia que decía descender de los Plantagenet, la dinastía de los reyes normandos de Inglaterra.
Tras haber mantenido durante una década una política ambivalente frente a los gobiernos americanos insurgentes, apoyando según los momentos a la metrópoli o a aquéllos, o incluso a ambos al mismo tiempo, hacia 1820, se hizo evidente que el gobierno británico debería reconocer oficialmente las independencias americanas. Fue así que Canning, en 1822, resolvió enviar representantes a Buenos Aires, México y Bogotá con el fin de buscar tratados comerciales ventajosos a cambio de los reconocimientos. Estaba claro que el gobierno en Madrid no podía darse el lujo de romper relaciones con Gran Bretaña y, por otro lado, se trataba de ganar una carrera que el gobierno de los Estados Unidos había comenzado en México y América Central, y que los franceses amenazaban con emprender también.
En 1824, Woodbine Parish fue designado encargado de negocios, con rol de cónsul general, en Buenos Aires. El nombramiento fue hecho por Joseph Planta, en nombre de Canning. En parte, Parish fue elegido por ser primo de los hermanos John y William Parish Robertson, comerciantes que se establecieron en el sur de América durante las guerras revolucionarias, presenciando “por raras casualidades las cosas más importantes de la revolución americana” (como reconoce José María Rosa) y haciendo —de paso— una impresionante fortuna.
“Casualmente”, José de San Martín se topa con John P. Robertson poco antes del combate de San Lorenzo. Otra vez, otro Robertson, William, estará con Artigas en el campamento de la Purificación. En 1815 el director supremo Alvear encargará misiones a los hermanos. En el ’20 establecerán excelentes relaciones con los jefes federales sin menoscabar las ya existentes con los directoriales. En 1822, “casualmente”, otra vez, uno de los Robertson estará presente en las negociaciones de Guayaquil entre San Martín y Bolívar.
Revelando documentos del Foreign Office, José María Rosa asegura su pertenencia al servicio de informaciones británico y describe su red. “Su guía y enlace era su pariente [abuelo materno] John Parish, radicado en la ciudad de Bath, a quien escribían cariñosas e informativas cartas que el Parish de Bath se apresuraba a mandar a otro pariente, Joseph Planta [sobrino político de John Parish], subsecretario del Foreign con Castlereagh y jefe del negociado para Hispanoamérica con Canning. Las familiares misivas donde los Robertson contaban todas las cosas de nuestra tierra: los propósitos militares de San Martín, el apego de Rivadavia a los intereses británicos, la desconfianza de Artigas o Francia [el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia] hacia los extranjeros, el estado de la economía y la situación militar, están correctamente catalogados en el archivo del Foreign. [Public Record Office, Foreign Office. 6/1]”
Tan pronto como se enteró de la designación de una especie de cónsul en la capital del Plata por parte del premier Canning, el ministro Bernardino Rivadavia decidió retribuir el gesto enviando a John Hullett a Londres como su representante. Hullet era socio de la firma Hullet Brothers & Company, establecida en Buenos Aires, y de la que Rivadavia sería socio en un emprendimiento minero. La designación molestó a Canning, quien, por intermedio de Parish, intentó convencerlo de designar a José de San Martín. Pero, como explicó Rivadavia, esto no era conveniente por los deseos del “Libertador” de instalar un monarca europeo en América del Sur.
Antes de llegar a Buenos Aires, el buque “Cambridge” que lo transportaba hizo escala en Río de Janeiro. Allí, los pasajeros fueron recibidos por Lord Cochrane, quien en ese momento fungía como Primer Almirante de la Armada Nacional e Imperial del Brasil, luego de haber cooperado en el plan de San Martín en la invasión de Chile y Perú. Sobre Cochrane, que desde sus días de corsario al servicio de “la Libertad” de América terminaría sus días como almirante de la Real Armada Británica, hablaremos en otra ocasión. Pero quede aquí esta no casual entrevista. Lord Cochrane pondrá al tanto de los sucesos de América a nuestro biografiado y el peligro de incursiones francesas y españolas en la zona; finalmente, se ofrece a tomar para el gobierno de Londres cada una de las plazas fuertes entre el Cabo de Hornos y California si le daban la autorización para hacerlo.
Por ese tiempo llegó a Buenos Aires un proyecto de Madrid para un tratado comercial. El mismo, bajo la supervisión de Parish, fue rechazado por Rivadavia pues consideraba que violaba los principios de libertad e igualdad de comercio. “Casualmente”, luego se firmaría con el gobierno británico uno que violaba estos “principios” de manera mucho más burda.
En sus informes a Canning, Parish lo urge al reconocimiento del Estado rioplatense. Sus relatos estaban algo “condimentados”, pintando prosperidades, seguridades, modernidades y calmas que no existían realmente. Pero Canning, más pragmático, no se preocupaba y buscaba convencer al Rey de cualquier modo. Sin embargo, una parte del gabinete y la corte, liderada por Wellington, se oponía al proyecto.
Woodbine Parish lamenta el retiro de Rivadavia, “tan apegado a lo que es inglés”, pero se alegra de que, en su lugar, quede Manuel José García, “perfecto caballero británico” (sic). En Londres, Canning había tenido un éxito frente al Rey cuando le presentó a los ministros plenipotenciarios de la nueva Colombia.
Haciendo uso de su cargo, finalmente, Parish firmó con García el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con la Argentina el 2 de febrero de 1825, que incluía el reconocimiento oficial de la independencia argentina por parte del gobierno británico y otros puntos de los que ya hemos hecho alguna referencia. El 8 de diciembre Canning logra la aprobación del Parlamento. A cambio de un reconocimiento meramente nominal, sin implicancias de ningún tipo más allá de una esperable protesta diplomática de Madrid, Gran Bretaña se aseguraba el monopolio comercial en los puertos y ríos del Plata. Por otro lado, el gobierno de Su Majestad se aseguraba que las Provincias rioplatenses no pudiesen ponerse bajo protección de ninguna otra potencia.
Mientras tanto, Parish asesora a los diputados del Congreso en Buenos Aires, “se necesita la más grande paciencia, temperamento y perseverancia para llevarlos al camino recto y mantenerlos allí”. Los diputados no podían entender una alianza donde Gran Bretaña no ayudaría de ninguna manera a la América del Sur en sus luchas independentistas.
Según Temperley, biógrafo de Canning, a poco de comenzar Parish sus gestiones, el comercio de Gran Bretaña con Buenos Aires superó los seis millones de libras, representando más de un octavo del total de todas las exportaciones británicas, incluyendo las colonias. Eso era mucho más que el comercio bilateral de Londres con los Estados Unidos para la misma época.
El General Miller le escribe a Parish sobre la batalla de Ayacucho, contándole todos los detalles, para que éste remita el informe al Foreign Office. Otro día hablaremos de Miller, ¿patriota o agente británico?
A lo largo del ’25, el cónsul intenta persuadir a García sobre la inutilidad de una guerra con Brasil. No sólo porque un bloqueo del puerto de Buenos Aires, perjudicaría el comercio británico, sino porque la Armada brasileña empleaba oficiales británicos, atrayendo la simpatía de Londres por la causa del imperio.
Al estallar las hostilidades, el gobierno de Buenos Aires da el mando de su pequeña flota al almirante William Brown, un súbdito británico que ya había combatido bajo la bandera bonaerense y se encontraba en ese momento retirado. Muchos británicos, estadounidenses y voluntarios de otros países se unieron a la flota como marinos. En otro momento, nos referiremos también a Brown.
Fue una movida interesante por parte del gobierno porteño, como manifestó en su correspondencia Parish, en los combates navales entre Brasil y las Provincias Unidas, sólo había bajas británicas. Por lo que se urgía al gobierno de Londres a intervenir favoreciendo la paz.
Tan bien metido estaba en la política local que se entera, antes que nadie, en diciembre del ’25, que en febrero del año siguiente asumirá al frente del gobierno el ex ministro Rivadavia.
Junto a Joseph Barclay Pentland, Parish recorrió gran parte de los Andes bolivianos entre 1826 y 1827. Pero sus exploraciones geológicas tenían otras intenciones. La Argentina y Brasil se encontraban en guerra y los británicos se las ingeniaron para continuar la exportación de oro por vía diplomática.
Desde septiembre del ’26 se pone a las órdenes de Lord Ponsonby, ministro plenipotenciario de Su Majestad Británica en el Río de la Plata. Ponsonby era nieto del famoso presidente de la Cámara de los Comunes de Irlanda que tanto intrigara contra Lord Townshend, protector del abuelo de Parish. Planta escribió a su primo que Canning le aseguraba que este nombramiento no debía tomarlo como algo personal, sino que lo hacía con el único fin de llenar las expectativas de esnobismo de estos gobiernos sudamericanos por tener a alguien de rango noble. Por su parte, Ponsonby se dedicó casi exclusivamente a mediar entre los gobiernos de Buenos Aires y Río de Janeiro para poner fin a la guerra con los rioplatenses y lograr una solución para la cuestión sucesoria de Portugal.
Las relaciones entre Lord Ponsonby y Dom Pedro no fueron fáciles. Éste acusaba a los británicos de querer anexarse la Banda Oriental como colonia y amenazaba con levantar un gran empréstito en Europa para continuar la guerra en el Río de la Plata e intervenir en la Península Ibérica. Por su parte, el primero hablaba de una escalada de la guerra con la posible intervención de una fuerza conjunta sudamericana a las órdenes del “Libertador” Bolívar, “amigo de Gran Bretaña”.
En su correspondencia a Canning y Planta, lamentó la imprudencia de Rivadavia en su lucha contra los federales y augura una larga guerra civil. Lamenta también que sólo García entiende que, según el gobierno de Su Majestad, la independencia de la Banda Oriental es la única solución al conflicto.
Cuando fracasa la misión de García en Río y se conocen los términos de la propuesta británica, la opinión pública porteña estalla. A la insumisión de casi todas las provincias del Interior se suma la anarquía en Buenos Aires. Lord Ponsonby pide que se lo reemplace por un ministro de inferior rango dado que se trata de un continente de “semi-salvajes”. Más medido y curtido, Parish informa a Planta la verdadera situación y culpa a la guerra con Brasil de haber hecho encallar el gobierno “más avanzado… de América del Sur”, en referencia a la renuncia forzada de Rivadavia. Por las dudas, el almirante Sir Robert Otway, comandante en jefe de la Estación Británica en América del Sur, despachó sus buques para vigilar la costa de Buenos Aires durante las elecciones.
Como a su jefe, le produce a Parish rechazo el gobierno plebeyo de Manuel Dorrego y prevén los peligros desatados por la revolución unitaria de Lavalle. Pero ya entonces ven con buenos ojos a Juan Manuel de Rosas, comandante de la campaña bonaerense, que tiene el poder de ganarse a los gauchos e inducirlos “a volver a sus casas”.
Cuando se produce la cuestión de la formación de un batallón de voluntarios extranjeros para la preservación del orden, Parish ordena al almirante Sir Thomas Thompson, del H. M. S. Cadmus, que patrullaba el Río de la Plata, que llame la atención al almirante Brown, al mismo tiempo que él presenta una queja formal.
“Casualmente”, Parish está presente en las conversaciones entre Lavalle y Rosas en Cañuelas. El advenimiento de Rosas al poder lo confunde. Por un lado, se alegra de que el “Restaurador” mantenga al “gentleman” Manuel José García en el gobierno. Por el otro, el carácter arrogante del nuevo gobernador y su populismo, le hacen pedir a Lord Aberdeen (el nuevo ministro del Exterior) su traslado.
Ponsonby, finalmente, obtiene su traslado y pasa a Río de Janeiro, a la corte del Emperador, ahora en excelentes relaciones con Gran Bretaña. En su reemplazo es nombrado Henry S. Fox, sobrino de Lord Holland, pero que se demora en llegar a Buenos Aires, dejando a Parish como amo y señor de la política británica en el Río de la Plata.
En 1830, y con la aprobación de Juan Manuel de Rosas, Parish coloca la piedra fundamental de la iglesia anglicana de San Juan, que aún existe en Buenos Aires.
Una de las primeras negociaciones de Parish fue con el dictador paraguayo Francia, que mantenía una difícil situación con los Robertson, y que mantenía detenido al naturalista Aimé Bompland, amigo de Alexander Humboldt. Recién en 1831 logra su liberación. Y, poco después, son liberados otros exploradores suizos y franceses que habían sido detenidos por Francia durante más de cinco años.
En 1832, aprovechando la destrucción de la colonia argentina en las Islas Malvinas, por parte de corsarios estadounidenses el año anterior, presenta una protesta de derechos al gobierno de Buenos Aires, al mismo tiempo que el H. M. S. “Clio” hace acto de soberanía “simbólico” en Port Egmont. Al año siguiente, y ante la falta de acciones por parte argentina, el gobierno británico establece una colonia permanente y nombra un gobernador.
Finalmente, en 1833, Parish es reemplazado, aunque continuará como asesor de asuntos rioplatenses por el resto de su vida. Rosas lo nombra ciudadano argentino y coronel de caballería honorario. Además le concede el curioso privilegio de usar el escudo nacional argentino como blasón hereditario. El “Restaurador” le organizó toda una fiesta de despedida.
A su regreso a Londres, Parish es recibido por Lord Palmerston en persona. Además de aprobar su conducta durante el período en que ejerció sus funciones en el Río de la Plata, le obtiene una pensión de 1000 libras anuales.
A fin de año, parte hacia Francia para investigar el asunto del peaje que se cobraba a los buques británicos.
Posteriormente, en 1835, gestiona una condecoración que le permitirá anteponer el pomposo “Sir” a su nombre. Sus ocupaciones en el Foreign Office, leyendo despachos y periódicos sudamericanos, le dejaban bastante tiempo.
Durante su estadía en América del Sur, Parish había combinado su trabajo diplomático con su hobby por la geología y la paleontología, además de los negocios. A su regreso en su país, se dedicó entonces a pasar en limpio sus descubrimientos y observaciones. En 1839 publicó en Londres Buenos Ayres and the Provinces of the Rio de la Plata, sobre sus descubrimientos geológicos y de fósiles.
En el Natural History Museum de Londres, Sir Woodbine presentó los huesos de un megaterio. Y le siguieron agregaciones como miembro pleno de la Royal Society, de la Geological Society y de la Royal Geographical Society. De esta última fue, posteriormente, vicepresidente. Además fue corresponsal de Charles Darwin.
En 1838 se le ofreció la negociación con el gobierno de Rosas durante el bloqueo del Río de la Plata, pero se negó acusando a sus sucesores de destruir la influencia británica en América del Sur, lo que con tanto trabajo le tomó años hacer.
Sirvió como Jefe Comisionado en Nápoles entre 1840 y 1845. El objetivo era forzar al gobierno de Fernando II de las Dos Sicilias a firmar un nuevo tratado comercial sobre la producción y comercialización de sulfuro y otros minerales. Apenas llegar a Nápoles, Sir Woodbine y su familia fueron invitados al gran baile de carnaval organizado por Salomone Rothschild, a quien había conocido en Aquisgrán en cumplimiento de un encargo de su hermano Nathan, y al que asistirían los Reyes.
Una vez obtenido el tratado, Lord Palmerston lo instruyó para implementarlo y monitorear su vigencia. En ese tiempo, los Parish vivían de fiesta en fiesta de la Corte napolitana.
Terminada su misión, regresaron lentamente atravesando toda Italia. Hasta Florencia, para asistir al funeral de uno de sus hijos, Leonard. Allí, se alojaron en casa de Lord Holland, ministro plenipotenciario británico.
A su regreso a Londres en 1847, la casa Baring Brothers le ofreció cuantiosos honorarios para gestionar con “su amigo” Rosas el pago del empréstito concedido a la Argentina en tiempos de Rivadavia. Pero Sir Woodbine se negó por razones que no nos quedan claras. Tal vez porque conocía el carácter difícil de Rosas. Tal vez para no manchar su nuevo status social con cuestiones tan crematísticas.
Tras la caída de Rosas, éste se embarcó en el H. M. S. “Conflict”, donde John Parish, uno de los hijos de Sir Woodbine, era el primer teniente. El buque lo llevó sano y salvo a Irlanda, desde donde cruzaría luego a Inglaterra. A poco, cenó con el antiguo gobernador todopoderoso de Buenos Aires y continuaron su amistad.
Años después, se le ofreció el consulado de Berna. Y en 1857, Lord Clarendon pretendió persuadirlo de intervenir en los asuntos británicos en América Central.
En 1865 consiguió para su tercer hijo, Frank, el nombramiento al frente del consulado británico en Buenos Aires. Sería, luego, uno de los fundadores (y presidente durante un tiempo) de la Buenos Ayres Great Southern Railway Company (Ferro-Carril Sur), con sede social en Londres. Tras la muerte de Frank en 1906, su nieto Woodbine fue electo presidente del mismo ferrocarril y miembro del directorio de otras empresas británicas en la Argentina y Uruguay.
El 16 de agosto de 1882, Sir Woodbine Parish, KCH, fallecía en su propiedad rural de Quarry House, en St. Leonard’s-on-Sea, en Sussex, lleno de honores y riquezas. Pero, más importante aún, durante sus nueve años en el Río de la Plata, había establecido y afianzado la dependencia económica, política y cultural de la Argentina respecto al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, que llevará a decir a uno de sus diplomáticos que “Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia británica” (Sir William Barton en The Spectator, 1931).
De la liberación de España y a la sumisión con Inglaterra.
Foto del Tío Jorge Canning.
Se menciona una profecía escrita en un antiguo templo del Sol en El Cuzco según la cual, la liberación de América del Sur sería realizada por la nación del inglés. Dicha profecía estaba destinada a verse realizada puesto que este continente en gran medida debe su emancipación del yugo español a la cooperación del gobierno y el pueblo de Gran Bretaña. Canning declaró desde el escaño ministerial en la Cámara de los Comunes que “dio existencia a un Nuevo Mundo para cambiar el equilibrio del viejo”, y tan calurosamente expuso la causa de América del Sur que los capitalistas de Londres libremente abrieron sus tesoros a los agentes de las nuevas repúblicas, mientras que miles de valientes soldados de fortuna pusieron sus espadas al servicio de Bolívar y los otros jefes patriotas. Incluso antes de Canning, el gobierno de Pitt dio aliento al General Miranda, que hizo varias visitas a Inglaterra en nombre de Venezuela, y uno de los resultados de los esfuerzos de Miranda fue la misión especial de Sir James Cockburn a Caracas en 1808. Miranda fue arrojado injustamente en un calabozo por los patriotas venezolanos, y murió encadenado.
Cinco años después llegó la primera expedición de voluntarios ingleses del Gral. MacGregor, y en el intervalo desde 1813 hasta el fin de la guerra en 1824, casi 5000 súbditos británicos cayeron peleando bajo las banderas independentistas.
Según Lord Palmerston, las distintas repúblicas sudamericanas costaron a Gran Bretaña la enorme suma de 150 millones de libras esterlinas, incluyendo los préstamos concedidos en Londres que aún estaban impagas.
Sin embargo, fueron los logros de los comandantes británicos en las flotas y ejércitos de América del Sur los que preservarán para la historia la ayuda de Gran Bretaña a los patriotas. En el curso de los capítulos siguientes narraré muchos gloriosos hechos de armas llevados a cabo por mis compatriotas, reflejando no menos lustre de las banderas bajo las cuales pelearon como del heroico suelo en el cual nacieron.
El Almirante Brown destruyó el poderío naval español en la costa,Este del continente mientras Lord Cochrane lo hacía en la costa Oeste.
O’Higgins y MacKenna se cubrieron de Gloria en Rancagua y Membrillar en Chile, al mismo tiempo que MacGregor expulsaba a los españoles de Nueva Granada.
La decisiva batalla de Ayacucho fue ganada por el General Miller, quien allí ganó la distinción de Gran Mariscal del Perú; y tenemos el testimonio del General Bolívar de que la dura victoria de Carabobo se debió al coraje de la Legión Anglo-Irlandesa. “¡Gloria a los salvadores de mi patria!” fue la exclamación de Bolívar, cuando la pequeña banda de 600 sobrevivientes marchaban frente a él tras finalizar la batalla.
“Vale la pena remarcar”, dijo un escritor hace poco, “que no sólo Inglaterra envió grandes sumas de dinero y cantidades de armas a América del Sur, sino también que el coraje de sus hijos fue principal instrumento para asegurar la independencia de las repúblicas sudamericanas. Fue la firmeza de la Legión Británica la que ganó la batalla de Carabobo (junio de 1821) y decidió la independencia de Colombia, y la carga de la caballería del General Miller en Ayacucho la que procuró la gran victoria que destruyó el último baluarte español en el Perú.”
Foto: Hipólito Bouchard
Una de las tripulaciones de Hipólito Bouchard , Su campaña al mando de La Argentina, la conformaban estas personas bien de "origen español", debían reclutarse 180 hombres. Esta tarea no era sencilla, ya que Bouchard se había ganado la fama de hombre duro. Los integrantes de la plana mayor fueron: el capitán Nathan Sommers; los primeros tenientes Guillermo Sheppard, Colverto Thompson, Daniel Oliver, Guillermo Mills, Miguel Burgués y Luis Greissac; el teniente de infantería José María Píriz; los cabos de presa Juan Arhens, Carlos Douglas y Martín Van Burgen.
"Gobierno" en Perú o Protectorado Británico...
San Martín ocupó Lima y reunió un cabildo abierto el 15 de julio. El día 28, ante una multitud reunida en la Plaza de Armas de Lima, San Martín declaró la independencia y fue nombrado Protector del Perú con autoridad civil y militar.
Formó su ministerio con los ministros Hacienda Hipólito Unanue, de Hacienda, Juan García del Río, de Relaciones Exteriores y Bernardo de Monteagudo, de Guerra y Marina. En el mes de octubre dictó un Estatuto Provisorio de Gobierno, en el cual se establecía la división territorial, la libertad de vientres, y la libertad de los indígenas de los tributos específicos. Jurídicamente, el
Reglamento establecía que “todas las leyes, ordenanzas y reglamentos quedan en su fuerza y vigor, mientras no sean derogadas o abrogadas por autoridad competente.”
Ese mismo año fundó la Biblioteca Nacional del Perú, a la cual donó su colección personal de libros, y creó la Orden del Sol, actualmente llamada Orden El Sol del Perú.
Fundó la Sociedad Patriótica, formada por 40 ciudadanos peruanos, a quienes consideró los más ilustrados entre los decididos por la causa independentista. Ésta se enfrascó en discusiones sobre la forma más conveniente de gobernar el país, entre la monarquía constitucional que apoyaba San Martín y defendían los ministros Unanue y Monteagudo, y la república, que defendían Manuel Pérez de Tudela y Mariano José de Arce. En apoyo a sus ideas monarquistas, envió a García del Río y Diego Paroissien a Europa, a conseguir un príncipe de la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha, para que reinara en el Perú. También debían contratar un empréstito para continuar la campaña militar.
Estableció la libertad de comercio y la libertad de imprenta, pero no permitió otro culto religioso que el católico. Expulsó a miles de españoles nototiamente contrarios a la independencia y confiscó sus bienes.
Desde Ancón, y posteriormente desde Lima, San Martín envió una serie de campañas para incorporar al Protectorado al resto del Perú, pero algunos triunfos parciales no pudieron evitar que el Virrey se hiciera fuerte en la Sierra, fijando su capital en Cuzco; el Protector no tenía fuerzas para enfrentarlo con probabilidades ciertas de triunfar.
Durante su protectorado recibió una carta del general Antonio José de Sucre, lugarteniente de Simón Bolívar, para la campaña en Ecuador, en el que reclamaba la incorporación a la misma del batallón Numancia. Esta unidad, compuesta de venezolanos y neogranadinos había sido formada en Venezuela en 1813 y enviada al Perú tres años más tarde en por Pablo Morillo. A poco de desembarcar San Martín en territorio peruano, se había pasado a sus filas.25 San Martín se negó a perder la excelente unidad, y en su lugar envió una División Auxiliar al mando de Andrés de Santa Cruz —en su mayoría compuesta por tropas inexpertas— que participaron en las batallas de Riobamba y Pichincha.
Hemiciclo de la Rotonda, monumento en homenaje a los libertadores.
Entre los días 26 y 27 de julio de 1822 se realizó la Entrevista de Guayaquil, donde se reunió con Simón Bolívar, teniendo como tema principal la liberación del Perú, principal baluarte realista en Sudamérica. Tras una conversación privada, cuyo contenido sólo se puede conjeturar, cedió a Bolívar la iniciativa y conclusión de la campaña libertadora.
Los Borbones: ¿Culpables de todo?
Habría que hacerle par de bloques de preguntas a los sanmartinianos (esto es, los que profesan un culto pagano-irracional a José de San Martín), a propósito de las continuas quejas de los Borbones como culpables de todo...
-¿No fueron los Borbones los mismos que durante el siglo XVIII favorecieron al Río de la Plata, muchas veces en detrimento de un Perú que luego demostró serle mucho más leal?
-¿No fueron los Borbones a los cuales sirvió José de San Martín durante más de veinte años como oficial español, luego de licenciarse para pasar un año en Inglaterra e ir a una América que apenas recordaba; América en donde a su vez pactó con sus camaradas liberales peninsulares, diciendo aquello de "nosotros los liberales somos hermanos en todas partes del mundo"; y eso amén de ponerse un sueldo de treinta mil pesos anuales, invadiendo con tropas forasteras un Perú que en muy buena medida no le era adicto, y siendo artífice de la entrega del tesoro del país a los ingleses?
Antonio Moreno Ruiz, historiador sevillano residente en Perú.
El Mito del Prócer
Foto:Busto de San Martín en Londres.
En 1804, Napoleón Bonaparte, emperador vitalicio de Francia, domina toda Europa y cierra por consiguiente todos los puertos del continente europeo al tráfico comercial con Gran Bretaña. A raíz de esto la industria británica y el comercio exterior de Inglaterra cae en una paralización que lo lleva inexorablemente a una quiebra que se extenderá sobre toda Inglaterra.
Entonces William Pitt, Primer Ministro de Gran Bretaña, le encomienda al General Thomas Maitland la elaboración de un plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú y Quito. El plan consistía en lo siguiente:
Asalta Buenos Aires. Formar un ejército con hijos de españoles, mestizos, autóctonos o indios y negros esclavos. Que ese ejército formado en Buenos Aires acampe en Mendoza y se refuerce con personas de la misma etnia que las nombradas. Con este ejército asaltar Chile. Dominado Chile, con la flota británica, transportar ese ejército para la toma de Perú, y de Guayaquil (Audiencia de Quito) hoy Ecuador.
El Plan Maitland es el plan operativo de 1804 para desarrollar el plan estratégico de 1811. Para su efectividad dispone que toda Hispanoamérica se quede previamente sin moneda. Esto se lleva a cabo en las siguiente fechas:
1806: Beresford, gobernador inglés de Buenos Aires, saquea el Tesoro de la Real Hacienda (organismo similar al Banco Central actual) y lo remite a Londres, donde es paseado por las calles en 8 carros que transportan cada uno cinco toneladas de oro amonedado. Total: 40 toneladas de oro. Esta cifra, según cálculo que hicimos en nuestra cátedra en la Universidad de Lomas de Zamora, ascendía en el año 2008 aproximadamente a 88 mil millones de dólares.
1811: Pueyrredón, al mando del ejército del Norte que dirige Belgrano, saquea la Casa de Moneda de Potosí y destruye las prensas de acuñar moneda para toda Hispanoamérica. 500 mil barras de plata son enviadas de Buenos Aires y de ahí a Londres.
1822: San Martín toma Lima y embarca el tesoro de la Real Hacienda en la Flota del Vicealmirante inglés Lord Thomas Alexander Cochrane, que se hace inmediatamente a la vela a Londres. Ese tesoro era el más grande de todo el continente de América del Sur.
1822: Simultáneamente los británicos se apoderan del Tesoro de Real Hacienda de Santa Fe de Bogotá (Virreinato de Nueva Granada, hoy Colombia) y se llevan 10 toneladas de oro.
Por esos años, ocurre exactamente lo mismo en México.
Hispanoamérica entonces declara una independencia en 1816 sin moneda. Por lo tanto estamos no frente a una independencia efectiva, sino una independencia simbólica, lógico formal.
Este es el origen de todas las crisis monetarias de Hispanoamérica.
: Ante la declaración de independencia de Hispanoamérica, ¿qué actitud asumió Gran Bretaña?
(J.C.G.): Partimos de una afirmación documental. En marzo de 1816 se convoca a una congreso de la Provincias Unidas del Río de la Plata que se hayan desmembradas y anarquizadas en la ciudad de San Miguel de Tucumán (Norte de la Argentina) para dictar una Constitución. No para una secesión o independencia de España, sino que se trata de una Constitución dentro de la unidad Hispanoamericana-Ibérica que se admite. Intempestivamente, ese Congreso varía su objetivo y el 9 de julio de 1816 previa discusión de 4 días se declara la independencia del rey de España y su metrópoli.
Es importante acotar que las provincias reunidas en ese Congreso no incluían a las provincias del Litoral (Banda Oriental del Uruguay, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones Orientales). Es decir que el país no se haya íntegramente representado ni el Congreso se reúne con el fin de dictar ninguna independencia. ¿Por qué? Porque la independencia intempestivamente se declara y dice que abarca a todo el continente por iniciativa de Francisco José de Alvear y Gaurú, conocido por el nombre de sus padres adoptivos como José Francisco de San Martín., quien ante la alianza de España con Rusia para reunificar las Españas de América con España Ibérica se apresta a hacer declarar la independencia para que esa alianza no pudiera concretarse en territorio americano por ser estos independientes.
Coadyuvando a ello, James Monroe, Presidente de los Estados Unidos, dirá “América para los americanos”. Esto significa que ante cualquier ingerencia europea en América, Estados Unidos hará causa común para rechazarla. La concepción anglo norteamericana queda así afirmada, en contra de lo que había propuesto Alexander Hamilton, uno de los fundadores de Estados Unidos en 1776.
XI. [H.U.]: Para mantener la economía hispanoamericana bajo su control absoluto, Gran Bretaña impuso algún tratado a Hispanoamérica?
(J.C.G.): Sí, categóricamente sí. Fue el tratado “de amistad, comercio y navegación” impuesto por Gran Bretaña a las Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina) el 2 de febrero de 1825.
En 4 meses ese tratado que de inmediato analizaremos se impuso a Chile, Perú, Gran Colombia (Ecuador, Colombia y Venezuela unidos), Guatemala (América Central Unida) y a México. Este tratado fue redactado por San Martín en Escocia en el castillo de Lord Duff con quien había estado a las órdenes de Beresford en la batalla de Bailén. Lord Duff era consejero del rey el tratado de 1825 que se impuso a toda Hispanoamérica debía mantener inalterable el dominio económico sobre las Españas de América.
Hispanoamérica continúa dividida por esa política. Desde 1825 Venezuela ha tenido 41 guerras civiles en el siglo XIX, se produjo una guerra entre la Confederación Peruano-Boliviana y Chile, así como entre Argentina y Brasil (el inglés Ponsonby le entrega al Brasil la banda oriental). En virtud de toda esa geopolítica, Estados Unidos tendrá un control sobre el mar Caribe y sobre algunos países del Pacífico. Respecto a Argentina, es Gran Bretaña quien comienza la base de operaciones para dominar Hispanoamérica desde Buenos Aires. En 1820 España tiene preparada la reunificación de Hispanoamérica con la toma de Buenos Aires en alianza con Rusia. El general designado es Rafael de Riego y Núñez. Este General en vez de cumplir su cometido intercontinental promueve una revolución contra el Rey Fernando VII. Por causa de ello la flota rusa regresa a su país y la posibilidad de reunificar las Españas americanas con la España Ibérica desaparece y España se desangra en una guerra civil de ocho años.
Hay siempre un interés de Gran Bretaña en que Hispanoamérica no se una. La América Central era un solo país (Guatemala), pero en 1840 es dividida en cinco pequeñas repúblicas; ahí fueron concurrentes los Estados Unidos y Gran Bretaña. En las islas del Caribe se formaron países absurdos, se hicieron de esas islas países soberanos que hoy son sólo paraísos fiscales (siglo XX).
¿Por qué se impidió que Hispanoamérica se uniera y en cambio se permitió la unidad del Brasil? En 1704 Gran Bretaña le impuso a Portugal/Brasil el tratado de Methuen, por el que tendrá el comercio exclusivo y excluyente con Portugal y con Brasil. El objeto es penetrar por Portugal a España y por Brasil a Hispanoamérica; ejercer el control económico sobre el comercio interno y externo de España.
XII. (H.U.): Usted, al igual que otros pensadores e historiadores, ha cuestionado que los llamados “próceres” (como Bolívar o San Martín) sean tales, ya que la evidencia histórica parece demostrar que podrían haber sido más bien agentes al servicio de Gran Bretaña y sus planes imperialistas sobre Hispanoamérica. ¿Por qué, entonces, Bolívar o Miranda defendieron en sus escritos la unidad hispanoamericana con tanta insistencia? ¿Qué hay de sincero en esa supuesta defensa de nuestra unidad?
(J.G.): La cuestión es que Gran Bretaña utilizó las utopías de Miranda y de Bolívar, a quienes incluso proveyó de los elementos de guerra para sus empresas de secesión o de ‘independencia’, aprovechándose de la ingenuidad (aunque esto último no lo sabemos) de ambas personas. Pudo haber sido una utopía, pero jamás se realizó. Bolívar y Miranda fueron alojados en Londres y ahí realizaron la propaganda para la independencia. A Miranda, los ingleses lo envían a Jamaica, en 1759 y en 1769, para que desde allí actúe contra España. Hay que tener en cuenta que la presencia de Gran Bretaña en el Caribe es importantísima. Esto ocurrió durante la república de Oliver Cromwell que se extiende en Inglaterra desde 1649 hasta 1659.
Miranda y Bolívar fueron utilizados. Bolívar entregó al final a Miranda a los españoles y Miranda muere en Cádiz en 1815. Bolívar murió mientras deambulaba por los valles de Venezuela/Colombia, y antes de morir expresa: “¿para qué habremos hecho la guerra a España? llega a un arrepentimiento: “he arado en el mar”. Posteriormente el general Páez separa a Venezuela de Colombia. En principio Miranda y Bolívar actuaron por buena fe o ingenuidad.
San Martín, en cambio, no estuvo en Londres sino que se alojó en la residencia de asesor del rey Jorge IV en política exterior. El objeto era redactar el estatuto por el que se tendría controlada a Hispanoamérica: el tratado de amistad, comercio y navegación de 1825 impuesto a toda Hispanoamérica en el término de cuatro meses. Bolívar muere en los llanos y Miranda en la cárcel, pero San Martín muere en una gran opulencia.
En Guayaquil se hace evidente que Bolívar creía en la utopía de su juventud, lo que le llevará a convocar el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 para unir a todas las ex posesiones de España en América. Pero San Martín, antes de su regreso a Perú, coloca el tesoro de la Real Hacienda de Lima (en términos modernos, era el “banco central” más grande de todo el continente) en la flota de Lord Cochrane, quien lo había trasladado de Valparaíso a Callao. Cochrane inmediatamente puso vela a Londres y así el tesoro de la Real Hacienda de Lima fue a las arcas de Gran Bretaña. San Martín concerta el primer empréstito de cuatro millones de libras con la orden expresa de que los fondos no se remitan al Perú sino que queden en un banco de Londres a disposición de la delegación peruana ante el gobierno de Gran Bretaña.
¿Cuál fue el sistema monetario que creó o adoptó Hispanoamérica cuando se separó de España?
(J.G.): Ninguno. Se manejó con empréstitos, empréstitos y más empréstitos. Eso determinó una Hispanoamérica siempre deudora, siempre tributaria a la usura extranjera. Un ejemplo cabal de lo predicho ocurrió en la República Argentina. José A. Terry, que en su obra “Economía Argentina” de fines del siglo XIX, sienta este apotegma:
“La historia financiera argentina es la historia de los grandes escándalos provocados por los empréstitos únicamente concertados para el despilfarro”.
San Martín contrata la primera deuda externa de Hispanoamérica. En consecuencia, Hispanoamérica nace sin moneda. El tratado de 1825, de amistad, comercio y navegación [con Gran Bretaña] establece la perpetua amistad con el Reino Unido y sus “súbditos” [de las repúblicas]. [Habla de] “los territorios del Río de la Plata y sus habitantes” (no sus ciudadanos). El reconocimiento fue el de un pedazo de tierra con un montón de gente arriba. En materia de buques se estableció la ‘reciprocidad’, pero como en toda Hispanoamérica no se conocía la técnica de la navegación de ultramar, al final [esos tratados convirtieron a Hispanoamérica] en exportadora de materias primas, únicamente en buques ingleses, y tributaria de empréstitos. La situación se mantiene hasta 1943 en que se consigue la industrialización argentina y se rompe esa ecuación. George Marshall (1910), premio Nobel de economía, dijo que no había dos economías tan perfectamente complementarias como Gran Bretaña y Argentina. Por eso acuñó el vocablo “ecuación anglo-argentina”.
En un eventual proceso de reunificación hispanoamericana, ¿dónde queda Filipinas? ¿Se ha perdido para siempre a ese país de 100 millones de habitantes a las puertas de Asia oriental donde ya casi nadie habla español?
(J.G.): [Se puede recuperar Filipinas] reconquistando el lenguaje del mundo hispánico, que aún subsiste; esto es muy importante.
[Por cierto] en las memorias de Cochrane se señala que San Martín le imploraba ir a atacar Filipinas y que entre ambos se dividirían el tesoro. Pero Cochrane se niega. La tragedia es que se llama ‘próceres’ a los grandes traidores de la Hispanidad.
TODO UN HÉROE Y LIBERTADOR...
“Yo deseo continuar sirviendo a mi patria, para el bien general de la humanidad y el aumento del comercio británico”. – Simón Bolívar, 19 de junio de 1815. (Bolívar y Páez saludados por el pueblo de Caracas tras la proclamación de la Independencia. Es notable la presencia del estandarte inglés-británico en esta imagen oficial. Mural del Capitolio de Caracas.)
Legiones Británicas en la América del Sur, en las "Revoluciones Independentistas" o Invasión encubierta con nuestros próceres?
“Merecen una mención particular… las Compañías Británicas. A las que Su Excelencia, el Presidente de la República, les ha concedido la ‘Estrella de los Libertadores’ en premio de su constancia y de su valor.” – Coronel Manuel Manrique, Jefe del Estado Mayor, durante la batalla del Pantano de Vargas (Boyacá).
Las Legiones Británicas fueron unidades "voluntarias"( Guerra encubierta) extranjeras que combatieron en América del Sur contra España durante las llamadas Guerras de Independencia.
Bajo el mando de Simón Bolívar, los voluntarios británicos llegaron a ser más de siete mil. En el Cono Sur, su número fue menor, aunque no despreciable, pero dado que combatieron en unidades menores mezcladas con tropas de otras procedencias es más difícil (aunque no imposible… y lo haremos próximamente) seguir sus peripecias.
En general se trataba de veteranos de las Guerra Napoleónicas, originarios de Inglaterra, Escocia e Irlanda, pero también de los territorios alemanes que pertenecían a la Corona británica. Su motivación era tanto política como económica.
Aunque Gran Bretaña había ayudado a liberar la Península Ibérica de las fuerzas de Napoleón, para la mayoría de los británicos España era “el enemigo”. El Parlamento londinense, según se desprende de sus sesiones, tenía bien en claro que no debía permitirse a España recuperar su antiguo esplendor imperial… a pesar de los compromisos contraídos en el Congreso de Viena. [*] A nivel popular, la “leyenda negra” estaba muy presente y la posibilidad de liberar a los americanos de la opresión del “papismo” español, era un mandato casi religioso. Por otro lado, en plena revolución industrial con salarios de miseria y el hacinamiento urbano, las historias de un continente extensísimo, rico y casi despoblado, iluminaban la imaginación de los más aventureros. Finalmente, un factor nada despreciable era el de una enorme cantidad de veteranos de casi treinta años de guerra que estaban ahora peligrosamente desocupados y que el gobierno británico quería sacar de la metrópoli.
Por su parte, el gobierno de Londres, si bien extraoficialmente siempre les prestó apoyó, tuvo públicamente una actitud ambivalente frente a ellos: por momentos los condenó como mercenarios; por otros, los alabó como luchadores de la libertad. En cualquier caso, muchos de los oficiales de estas tropas de voluntarios, luego serían reincorporados con sus mismos rangos en el Ejército o la Armada de Gran Bretaña, como si hubiesen estado cumpliendo servicios a Su Majestad británica durante su estancia en América del Sur.
En marzo de 1819, Bolívar decidió unificar a las tropas británicas bajo su mando en una única brigada, que tuvo a James Rooke como comandante. El irlandés Rooke, veterano de las campañas contra la República Francesa y luego Napoleón, amigo íntimo del Príncipe de Gales y cuñado del gobernador de St. Kitts (en el Caribe), se había unido en septiembre del ’17 a Bolívar en Angostura, quien le dio el mando del 1º Regimiento de Húsares de Venezuela (compuesto mayormente por voluntarios británicos) y junto a quien combatió durante la campaña del ’18.
Luego de combatir en la batalla del Pantano de Vargas, donde Rooke perdió un brazo que le fue amputado. El irlandés “patriota” murió en Belencito, cerca de Tunja. Su esposa, Anna, recibió de la República de Colombia una pensión vitalicia.
El 1º Batallón de la Legión Británica estuvo al mando del Cnel. James Towers English. El 2º Batallón, del Cnel. John Blossett. La llamada Legión Irlandesa, del Cnel. William Aylmer.
English, hijo de un comerciante de Dublín, había sido proveedor y, luego, oficial de intendencia del Ejército Británico durante las Guerras Napoleónicas. En mayo del ’17 encontró a López Méndez, el agente de Bolívar en Londres, y se hizo pasar como teniente de caballería. Fue así que, como Capitán en comisión, se unió en diciembre de ese año a los Húsares venezolanos. Por su valentía, fue promovido a Coronel y nombrado como el segundo al mando de Rooke.
En mayo del ’18, el coronel English firmó un contrato con el gobierno “patriota” para reclutar mil hombres en las Islas Británicas. Obtendría un beneficio de 50 libras esterlinas por cada hombre y el grado de General de Brigada en comisión, así como el mando de esta nueva Legión. English tuvo mayor éxito del esperado, y logró embarcar rumbo a Venezuela un grupo de dos mil voluntarios. El nuevo general británico desembarcó en Margarita en abril del ’19, tomando inmediatamente el mando de todas las tropas de voluntarios extranjeros.
En julio de 1819, las tropas de English participaron de la toma de la fortaleza de El Morro y la ciudad de Barcelona. Los mercenarios británicos cometieron toda clase de vejaciones, violaciones, robos y destrozos. Hasta las iglesias fueron profanadas.
Impresionado, el general Rafael Urdaneta, encargó a la Legión Británica capturar el fuerte de Agua Santa. English alegó estar enfermo, mientras sus mercenarios eran masacrados por los defensores realistas. Como consecuencia de esto, Blossett tomó el mando de la Legión, mientras English era enviado a Margarita, donde murió en extrañas circunstancias en septiembre de ese año ’19.
Blossett también era veterano de las guerras de fines del siglo XVIII y principios del XIX. También irlandés, Blossett descendía del general francés hugonote que había ayudado a Guillermo de Orange a deponer al rey legítimo británico Jacobo II en 1688. Cuando se presentó ante él en Margarita, Bolívar le dio el rango de Coronel.
Cuando English se vio obligado a retirarse, Blossett se hizo cargo de la Legión Británica. Pero su afición a los duelos fue su perdición. Otro coronel británico al servicio de los “patriotas”, de apellido Power, le dio un tiro que resultó fatal.
Aylmer tenía un currículum un tanto distinto. En 1798 se había unido a la rebelión irlandesa que, imitando la revolución francesa, los llamados Irlandeses Unidos habían intentado para liberar la Isla Esmeralda y convertirla en una república democrática. Luego de ser derrotado en Ovidstown, sostuvo una guerra de guerrillas en el llamado “bog” de Allen contra las tropas británicas. Finalmente, a cambio de un salvoconducto hacia el exilio, se entregó. En Austria se unió al Ejército Imperial como oficial y combatió a Napoleón. Eventualmente, se uniría al cuerpo de Dragones británicos, aunque manteniendo su comisión austríaca.
Terminadas las Guerras Napoleónicas y sin perspectivas revolucionarias en Irlanda, en 1819 partió con otros doscientos irlandeses hacia Venezuela. Creada la Legión Irlandesa por el Tte. Cnel. O’Connor, Aylmer quedó como segundo al mando.
Herido en la batalla de Río Hacha, murió en Jamaica el 20 de junio de 1820. Jamaica, principal estación británica en el Caribe, era al mismo tiempo epicentro y refugio de las fuerzas “patriotas” en el norte de América del Sur, América Central y México.
Nacido en Irlanda, Francis Burdett O’Connor pertenecía a una familia protestante de terratenientes. Un tío suyo, parlamentario, fue un famoso líder cartista; su padrino era también parlamentario por el Partido Radical; mientras que un primo, era uno de los jefes revolucionarios de línea más dura. La Revolución estaba en la genética de este futuro prócer venezolano.
Junto con Aylmer, organizó y dirigió la Legión Irlandesa, arribando a la isla Margarita en septiembre de 1819. La vida de estos irlandeses voluntarios en Margarita fue terrible. Bolívar no había encargado preparativos y no había vituallas ni refugios para ellos. Muchos murieron de enfermedades y otros decidieron regresar a Europa. Recién en diciembre la Legión fue reorganizada como regimiento y comenzó a prepararse para desembarcar en Venezuela.
En marzo del ’20, desembarcaron y tomaron Río Hacha, bajando la Cruz de San Andrés y colocando en su lugar la bandera verde irlandesa con el harpa en el centro. O’Connor y sus lanceros irlandeses tuvieron una actuación destacada en el combate de Laguna Salada, donde —según la propaganda “patriota”— 170 voluntarios derrotaron a más de 1700 realistas. (En realidad, los mercenarios contaban con abundante apoyo de rifleros y artillería.)
Amotinados por no recibir los pagos prometidos, los irlandeses debieron ser desarmados y conducidos bajo vigilancia británica a la isla de Jamaica. Allí, O’Connor logró reenganchar a unos cien de sus antiguos subordinados. Con ellos, O’Connor se unió al sitio de Cartagena y en la campaña contra Santa Marta.
Bolívar tuvo en mucha estima a O’Connor y, tras regresar de Panamá, lo hizo Jefe de su Estado Mayor para la campaña de “liberación” del Perú. Fue fundamental en ésta, su papel en la coordinación y aprovisionamiento de las tropas bolivarianas —con evidente ayuda de los comerciantes británicos que operaban en el Pacífico.
Fue posteriormente asesor del Ejército Peruano-Boliviano, junto a Otto Braun, y tuvo un papel primordial en la derrota al Ejército Argentino en la batalla de Montenegro / Cuyambuyo. Tras esta victoria, O’Connor decidió retirarse a sus tierras en Tarija, donde intentó infructuosamente organizar colonias de británicos pobres. En ese tiempo abandonó su ateísmo y se convirtió a la religión católica, falleciendo en Tarija en 1871. Aunque sólo tuvo una hija legítima, su apellido tuvo una ilegítima proliferación en el sur de Bolivia.
George Elsom fue el primero en arribar a Angostura con sus legionarios. (Curiosamente —o no tanto— lo hizo en la fragata HMS “George Canning”, que tiempo después traería a Buenos Aires a San Martín y demás miembros de la Logia Lautaro.) Luego formará en el 2º Regimiento de Lanceros de Venezuela a las órdenes de Skeene, y finalmente comandará el 2º Regimiento de Rifles de Venezuela. Junto a los hombres de Elsom, venía un grupo de doscientos hanoverianos (alemanes vasallos del Rey británico) a las órdenes de Johan Uslar, o Uzlar.
Posteriormente, llegarían a Venezuela más voluntarios en expediciones comandadas por los coroneles del Ejército Británico: MacDonald, Campbell y Wilson.
El escocés Donald MacDonald comandaba el 1º Regimiento de Lanceros de Venezuela, que habían dejado Portsmouth a fines de julio del ’17 con destino a Venezuela. El Cnel. MacDonald había sido un simple soldado en el Ejército Británico, pero supo aprovechar las oportunidades que se le presentaban. Por su valentía se le dio la posibilidad de pasar a oficial, alcanzando pronto el grado de Capitán. Con distinción sirvió en las Antillas, contra españoles, holandeses y franceses. Pero abierta la guerra contra Napoleón en la Península Ibérica, se presentó voluntario en el Ejército Portugués. Así llegó a ayudante de campo el Gral. Ballesteros. Pero el fin de las Guerras Napoleónicas no le sentó bien y pronto se vio abrumado por las deudas. Así fue reclutado por los agentes de Bolívar para organizar una expedición de voluntarios.
Por su parte, Peter Campbell reclutó y mandó un Regimiento de “Rifles Negros” en Venezuela y Colombia. También de origen escocés, en las Guerras Napoleónicas sirvió con su regimiento, el Real de Kent Oriental, mejor conocido como “The Buffs” (por el color marrón amarillo de su uniforme). Con el grado de Capitán, se retiró a comienzos de 1818.
Henry C. Wilson tenía a su mando los llamados “Húsares Rojos”, puesto que vestían con la casaca roja inglesa —uniforme similar al utilizado actualmente por la guardia presidencial venezolana—. Hijo de un clérigo protestante de Galway (Irlanda), se destacó desde niño como prodigio. A los 15 años había ingresado a Oxford y se había interesado en las “ideas francesas”, pero eso no le impidió alistarse en el Ejército apenas graduado. Sirvió como oficial en el 3º de Dragones Ligeros. Estuvo en la Península Ibérica y logró un buen dominio del castellano. Fue por eso que López Méndez lo pondría al frente de los otros coroneles británicos contratados —aunque, posteriormente, en batalla se demostraría como un pobre oficial—.
El 1º Regimiento de Artillería de Venezuela quedó al mando de Joseph Gillmore. De origen irlandés, sirvió como Guardiamarina en las Antillas. Junto con otros oficiales británicos, se unió al Ejército Portugués; en su caso integrándose a la artillería de montaña. Se destacó en los Pirineos y luego regresó al Ejército Británico con el rango de Teniente del 27º de Infantería. En agosto del ’17, la desmovilización del Ejército Británico tocó a su puerta y Gillmore, retirándose, comenzó los contactos con los agentes revolucionarios sudamericanos.
Robert Skeene fue contratado para reclutar y organizar un segundo regimiento de Lanceros. Habiendo sido maestro de reclutas de caballería en Maidstone y habiéndose retirado como Teniente Coronel, Skeene tenían muchísimos contactos en el Ejército Británico.
Otro oficial británico que se destacó fue Gustavus M. Hippisley, jefe del 1º Regimiento de Húsares de Venezuela. Ya el 14 de mayo de 1817 acordó con López Méndez los términos del contrato —contrato que fue reproducido por el diario Morning Chronicle sin provocar ninguna reacción adversa por parte del gobierno de Londres—. Hippisley, a sus 49 años, era miembro de una distinguida familia de Somerset, que decían descender del rey anglosajón San Eduardo el Confesor. Él mismo era un hombre de muchas riquezas. Tras haber asistido al prestigioso colegio de Saint Paul en Londres, obtuvo una comisión en el 9º Regimiento de Dragones. Con su unidad, sirvió en Irlanda por siete años y donde conoció a su esposa, de una rica familia protestante. Apenas conquistada la Colonia de Buena Esperanza, en África del Sur, Hippisley recibe la oferta de trasladarse allí, donde sería promovido a Mayor de Brigada. Nueve años estuvo en el Hemisferio Sur y, luego, se retiró. Pomposo, formalista y exigente hasta el ridículo, su papel en Venezuela y Colombia se verá opacado por otros oficiales más pragmáticos.
Otros muchos próceres británicos hubo en la América del Sur. Los nombres de Daniel Florence O’Leary, Gregor MacGregor, John Devereux, los hermanos James y John Mackintosh, Richard Trevithick, Thomas C. Wright, Alexander Alexander, George L. Chesterton, William Davy, Thomas I. Ferrier, Thomas Foley, Peter A. Grant, James Hamilton, John Johnstone, Laurence McGuire, Thomas Manby, Richard Murphy, John Needham, Robert Piggot, William Rafter, James Robinson, Athur Sandes, Richard L. Vowell, etc. Asimismo y simultáneamente, los buques británicos “Indian”, “Prince”, “Britannia”, “Dawson” y “Emerald”, servirán a los “patriotas”.
Todas sus historias al servicio de los intereses británicos merecen ser contadas.
Bibliografía:
- Matthew Brown, Adventuring through Spanish Colonies: Simon Bolivar, foreign mercenaries and the birth of new nations (2006).
- James Dunkerley, The Third Man: Francisco Burdett O’Connor and the Emancipation of the Americas (1999).
- Alfred Hasbrouck, Foreign Legionaries in the liberation of Spanish South America (1928).
- Ben Hughes, Conquer or Die! British volunteers in Bolivar’s war of emancipation (1817-21) (2010).
- Eric Lambert, Voluntarios británicos e irlandeses en la gesta bolivariana (1980).
- Brian McGinn, “A Complicate 19th Century celebration: St. Patrick’s Day in Peru, 1824”, Irish Roots 1 (1995).
- Edmundo Murray, “O’Connor, Francisco Burdett [Frank] (1791-1871)”, Irish Migration Studies in Latin America 4:4 (X/2006).
- Moisés Enrique Rodríguez, Freedom’s Mercenaries: British volunteers in the wars of independence of Latin America (2006).
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LA REVOLUCIÓN DE MAYO
QUIENES ADMINISTRABAN EL DINERO Y HACIA DÓNDE FUE DESPUÉS
El 25 de Mayo fue financiado. Quienes lo hicieron eran prósperos hombres de negocios. Criollos e ingleses conformaron la red de nuevos intereses para respaldar económicamente los agitados días de mayo de 1810.
El 25 de Mayo de 1810 suponía ya que lo iban a matar. Pero no se dio por vencido ni aun vencido. Cuando ascendió al patíbulo, los verdugos arrojaban dinero al pueblo, que celebraba como en el circo romano.
Martín de Alzaga fue ahorcado en la fría mañana del 6 de julio de 1812, en Buenos Aires. Lo acusaban de avariento y codicioso, y de amar los botines más que ninguna otra cosa. Más aún que la vida misma.
El muerto, secundado por su amigo José Martínez de Hoz, por Gaspar de Santa Coloma y por Gastón Elorriaga, entre otros, había sido el líder del llamado Grupo Peninsular. Los empresarios españoles que más dinero habían hecho durante los últimos años de la administración imperial. Eran ricos y poderosos.
Obviamente, ellos no querían la revolución, ni las nuevas reglas de juego antimonopólicas que los obligaban a perder sus copiosos botines. En la primera semana de julio de 1812 fueron ejecutados 40 "conspiradores" peninsulares.
Alzaga sostenía una red de negocios extendida desde Potosí a Lima y desde Chile hasta Buenos Aires. Había sido el empresario español más importante del Virreinato. Y, tal vez, el más lúcido y valiente. Junto con el francés Santiago de Liniers habían comandado la resistencia contra el invasor inglés. Pero más tarde, en enero de 1809, anticipando eventuales movimientos contra el pacto colonial, se había levantado en armas contra el propio Liniers, a quien consideraba napoleónico y antiespañol. "El Vasco", tal como lo llamaban sus amigos, tenía lacayos, dinero y propia tropa como para intentar un golpe de Estado. Pero fue vencido.
Cornelio Saavedra, quien un año después presidiría la Junta revolucionaria de Mayo, enfrentó a Alzaga poniéndose al mando del Regimiento de Patricios y de los criollos que ya no querían ni ver a los peninsulares. Lo capturó y lo envió a la cárcel de Carmen de Patagones. Pero Alzaga, que tenía amigos poderosos en las esferas tribunalicias virreinales, fue absuelto y liberado con sus cómplices, los españoles Miguel de Ezquiaga y Felipe Sentenach.
Rápidamente volvió a conspirar tras la Revolución de Mayo. Fue el financista de la contrarrevolución, junto con los peninsulares y el superior de la orden de los católicos betlemitas, Fray José de las Animas. Alzaga apostaba al todo o nada, a la victoria de los ejércitos realistas, a los que destinaba información, logística y dinero.
Volvieron a capturarlo y esta vez no tuvieron piedad.
Alzaga y el Grupo Peninsular se enfrentaron con dos enemigos esenciales: los criollos y los ingleses. Esa fue la nueva conjunción, la red de los nuevos intereses creados para el financiamiento de los agitados días de mayo de 1810 y de la guerra revolucionaria posterior. La debacle del paradigma imperial español, atacado en su corazón metropolitano por los ejércitos napoleónicos, se conjugó con los inmensos apetitos comerciales sajones y —a la vez— con el ansia libertaria de los nativos. Tras las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 se produjo un creciente contrabando de productos de manufactura británica y un simétrico descenso de los ingresos fis cales y aduaneros. Faltaba dinero y las transacciones comerciales se realizaban con bonos, letras de tesorería y vales varios con los que el quebrado Estado virreinal les pagaba a sus proveedores. Los ingresos aduaneros entre 1810 y 1820 fueron, en moneda constante, un 47 por ciento más bajos que los ingresos por la misma vía entre 1800 y 1810. Según una investigación del historiador Samuel Amaral, en 1810 los ingresos estatales fueron de 2.491 millones de pesos, y los gastos, de 3.036 millones. La brecha deficitaria se cubría con la emisión de deuda pública bajo la reiterada fórmula de los bonos.
Sin dinero, el Estado debía financiar una guerra. Como sugiere Tulio Halperín Donghi, los cuerpos militares, sobre todo los de artillería, infantería montada y caballería, se crean por iniciativa de personas privadas como, por ejemplo, Juan Martín de Pueyrredón, fundador, precisamente, de los Húsares de Pueyrredon y de larga trayectoria posterior en las batallas revolu cionarias, o Juan José Terrada, masón, anglófilo e integrante activo de la Logia Lautaro, de la que formaría parte también José de San Martín. La perspectiva de la supuesta prosperidad que traería el libre comercio (en detrimento del pacto colonial que obligaba a los vínculos monopólicos con España) parece haber incentivado la inversión de algunos prósperos hombres de negocios en la organización de regimientos varios. Invirtieron en el ejército, comprando armas y pagando sueldos a los oficiales, en función de un nuevo orden económico.
Pueyrredón, como cuenta Rodolfo Terragno en su Maitland y San Martín, tenía un vínculo cercano y activo con James Parossien, un británico que había llegado al Río de la Plata en 1807 durante las Invasiones Inglesas. Juntos emprendieron una larga marcha en busca de dinero fuerte. Atravesaron la Puna y las montañas (con el ejército criollo cubriendo las espaldas) hasta llegar a Potosí, donde funcionaba la Casa de Moneda virreinal. Allí se alzaron con 44 alforjas llenas de plata, que eran los últimos restos del Tesoro de la colonia. Más tarde, en 1810, Pueyrredón levantó una fábrica de pólvora en Córdoba y en 1812 nombró a Parossien como director. En abril de 1815 esa fábrica explotó y Parossien regresó a Buenos Aires para unirse luego al Ejército de los Andes, donde fue uno de los más estrechos colaboradores de San Martín, quien lo nombró consejero de Estado y brigadier general de Perú en 1821. A la vez, una colosal confiscación de los bienes del Grupo Peninsular en su conjunto habría de beneficiar a los primeros "filántropos" de las nacientes milicias coloniales.
Según el investigador Hugo Raúl Galmarini, "durante los años de mayor incertidumbre bélica (...) se concentró la presión fiscal en la disposición de bienes de la propiedad enemiga (...) que rindió, entre 1811 y 1815, 1.270.368,3 pesos..." Pero algunos lograron eludir las confiscaciones. Como recuerda el propio Galmarini, se dispensó un trato más benévolo a José A. Martínez de Hoz, a quien se le concedió una moratoria. Sobre los 38.617 pesos que debía al Fisco, se diseñó un plan de pagos diferidos, debiendo abonar 8.000 pesos al contado y 3.000 por mes por el resto. El servicio fue justificado porque las autoridades consideraron a Martínez de Hoz "Hermano Mayor de la Caridad".
Pese a algunas dádivas excepcionales, el Grupo Peninsular fue desplazado por lo que podría denominarse el Grupo Sajón. Ex invasores de 1806 o 1807 que se quedaron en el Plata y otros mercaderes o aventureros de distinta laya se capitalizaron raudamente tras la Revolución de Mayo.
Durante 1810 y 1811 el principal proveedor de armas fue Inglaterra, y desde l811 en adelante pasó a ser Estados Unidos. ¿Cómo se pagó la guerra? Abriendo los mercados criollos a los unos y a los otros.
La azarosa vida del norteamericano David de Forest es un ejemplo interesante. Audaz, viajero impenitente, traficante de esclavos, había navegado desde China hasta Cabo Verde y desde allí hasta la Patagonia buscando negocios.
Nombrado cónsul norteamericano en Buenos Aires, ofició como consignatario de mercadería del norte en este país y operó contra los españoles hasta que el virrey Cisneros lo deportó. Volvió a Buenos Aires en 1812, y en 1813 su amigo Juan Larrea lo acercó al corazón del poder durante la época del Directorio encabezado por Gervasio Antonio Posadas. Su tarea, entre otras, era confiscar mercancía del grupo hispano peninsular. De lo confiscado recibía una comisión del 2,5%. Con eso financiaba las tropelías de corsarios ingleses que asaltaban otras embarcaciones. Los navíos británicos o norteamericanos cambiaron sus nombres sajones por otros criollos, como "El Tucumán", "El Mangoré", "El Congreso" o "El Túpac Amaru". Lo capturado era comercializado y De Forest se quedaba con un 10 por ciento, y con parte de esa cifra financiaba a la vez la formación de una escuadra naval de guerra del Río de la Plata.
Los negocios y la guerra se articulaban para expandir los negocios anglonorteamerica- nos en el Plata. Ya en 1818 operaban en Buenos Aires 55 firmas mercantiles británicas. Como apunta Galmarini, la ruta Cádiz-Buenos Aires había sido sustituida por la ruta Liverpool-Buenos Aires.
Sin embargo, otra ruta esencial no fue reemplazada jamás. Aquella que vuelve sobre sí misma, reiterando el cauce del tiempo. Aquella que repite una y otra vez las mismas travesías argentinas. Aquella ruta circular que enrosca el sendero del tiempo. Como si fuera una serpiente que se muerde la cola. Una serpiente que hipnotiza como el pasado que vuelve.
EL SAQUEO DEL TESORO DE BUENOS AIRES.
POR EL PIRATA BERESFORD 1806.
EL PARTIDO MASÓNICO FACILITO LA ENTRADA DE BERESFORD
EN BUENOS AIRES ENTRARON SIN LUCHAR.
Más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda argentina. Ese es el valor actual del tesoro con el que se alzaron los ingleses en la invasión de 1806. El cálculo de Néstor Forero, un investigador que habló del tema en Gualeguaychú, muestra la magnitud del saqueo inglés. ¿Hay razones para pedir un resarcimiento, pese al tiempo transcurrido?.
Buenos Aires fue capturada, así, por las tropas del general Beresford, allá por 1806. La toma duró más de 40 días, en cuyo transcurso los ingleses no se privaron de nada. La invasión estuvo signada por vejaciones, asesinatos, muerte, y robos de todo tipo, según cuentas los cronistas. Un acto de pillaje protagonizado por súbditos de la Corona Británica, que no actuaron por motu propio.
Fue en realidad una acción de conquista armada por el gobierno de Londres, en el marco de una estrategia global de dominación de estas tierras americanas.
Los entretelones y el significado de este traumático episodio -que curiosamente la historiografía oficial refiere casi como una anécdota- están planteados en “El saqueo de 1806”, el libro del investigador Néstor Forero.
Especialista en temas económicos e historiográficos, autor de otros libros como “Deuda externa y Crimen social en Argentina”, Forero se inscribe dentro del “revisionismo histórico” que, siguiendo a Raúl Scalabrini Ortiz o al copoblano Julio Irazusta -entre otros-, viene denunciando la malsana influencia británica en el país.
Esa influencia, que ha sido determinante en el curso de la historia vernácula, es de larga data. En realidad, según esta lectura historiográfica, se remonta a la etapa anterior a la independencia argentina.
Es decir, a cuando el país -junto con otras repúblicas sudamericanas- pertenecía al Virreinato del Río de la Plata, un bloque geopolítico de 7.000.000 km².
En la disputa por la hegemonía mundial, Inglaterra fue enemiga declarada de España, cuyo poder buscó cuartear, sobre todo saboteando sus posesiones americanas.
Es en este contexto que Forero coloca la toma de Buenos Aires en 1806. Que en realidad, dice, fue la quinta expedición militar británica (no la primera como dice la historia oficial), a la cual precedieron, por caso, desembarcos en Malvinas o Isla de los Estados.
El saqueo del que fue objeto entonces Buenos Aires, por parte de las tropas de Beresford, fue pergeñado con antelación por el gobierno de Londres, dice el autor.
Y da una medida -cuenta- no sólo del sentimiento anti-hispánico de los invasores, ni de la codicia que los dominaba, sino de un plan de dominación urdido con inteligencia.
Así, el primer acto del General Beresford, tras la toma de la capital del Virreinato del Río de la Plata, fue la exigencia a sus pobladores de los caudales reales, bajo las peores amenazas (pérdidas de vida y patrimonio).
Y aquí la originalidad de Forero: el tesoro robado, girado prontamente a Londres, representa hoy, actualizado a un interés anual del 6%, más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda externa argentina.
Pero además, una vez dueño de la plaza, Beresford tomó una serie de medidas para someter a la nueva colonia -y que según Forero tienen un parecido notable con la política económica que se siguió en Argentina en lo sucesivo.
Así, al apoderamiento ilegítimo de las reservas monetarias del Tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires -el grueso del cual se embarcó a Londres en la fragata más rápida de la de la flota británica, el “Narcissus”-, le siguió el decreto que declaró la “libertad de comercio”.
Esta última medida -sostiene el investigador- “se impondrá para beneficio especialmente de los comerciantes ingleses y de su socia local, la clase acomodada de Buenos Aires”.
Ahora bien, haber secado la plaza de monedas -más allá de que una fracción de los pesos plata se dejaron para mantener el comercio exterior- colocó a la gobernación británica en Buenos Aires en problemas.
La escasez de dinero metálico, producido por el vaciamiento de las arcas de Buenos Aires, conducía a un encarecimiento inexorable de las operaciones de importación de mercadería inglesa.
Pero la gobernación británica no iba “a permitir que los comerciantes locales repararan esa pérdida mediante el funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda, ya que el tipo de cambio hubiera saltado por las nubes”, cuenta Forero. Por eso -refiere- “se estipuló un tipo de cambio fijo de 5 chelines por peso, cuando antes de la invasión el tipo de cambio era de 4 chelines y 6 peniques”.
La cuestión de los caudales
Forero llama la atención sobre un dato no menor: los ingleses no pueden alegar que los caudales robados (en total 1.086.208 pesos plata) son un “botín de guerra” (el equivalente a unas 200.000 liras esterlinas de la época) (1). ¿Y esto por qué?. Pues porque el tesoro se hallaba fuera del alcance de los conquistadores al momento de ingresar a la ciudad.
¿Cómo? Es que el virrey Rafael de Sobre Monte, enterado de la invasión, se lo llevó consigo antes hacia Córdoba. Los ingleses tuvieron que gestionar su regreso, luego, bajo amenaza de introducir las peores pestes sobre la población.
Este episodio, es decir la manera en que se obtuvo el tesoro confirma la tesis de que su apropiación fue “sencillamente un robo, perpetrado sin ninguna fundamentación jurídica por parte del invasor”.
En realidad, dice el autor, la acción de Sobre Monte -pese a que el juicio histórico catalogó de deshonrosa-, colocaba la sustracción del tesoro en el marco de una discusión entre las cortes de España y Gran Bretaña, alrededor de los “derechos de propiedad indudable de los españoles”.
“Para ser más ecuánimes diremos que Sobre Monte, más allá de su personalidad, cumplió con su retirada el plan de evacuación trazado en época del virrey Vértiz y que un Tribunal que juzgó su conducta terminó absolviéndolo, aunque eso no le devolvió el prestigio perdido”, comenta Forero.
¿Es posible el resarcimiento?
El autor insiste en la “ilegitimidad” de la incautación de los caudales del tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires. Pero va más allá: en su opinión, a la Argentina y a los países que entonces integraban el virreinato, les asiste hoy el derecho del resarcimiento, pese al tiempo transcurrido.
Forero habla de “derecho de propiedad” conculcado por el invasor inglés. Aunque dicho derecho le pertenecía a los españoles, ahora es nuestro, insiste, en virtud de la “continuidad jurídica e histórica de los Estados”.
Asegura que el “gobierno británico no puede negar su participación” en la operación de saqueo -aunque se escude en el argumento de que fue una acción de particulares-.
“Dado que lo actuado por los súbditos británicos lesiona el Derecho de Gentes, entendemos que el reclamo de reparación por el robo de Buenos Aires es imprescriptible”, razona el investigador.
Y al respecto documenta la existencia de jurisprudencia internacional en este sentido, alrededor de la existencia de fallos que han obligado a ciertos Estados, cuya responsabilidad quedó evidenciada, a reparar el daño cometido contra otros Estados.
Por Marcelo Lorenzo
Publicado en diario El Día, de Gualeguychú, Provincia de Entre Ríos, 21/11/07. http://
Publicado en el diario Times, de Londres, a raíz de la captura de Buenos Aires
Domingo, 12.09.1806 – nuevas buenas en Gran Bretaña
El nuevo gobierno whig (el “Ministerio de Todos los Talentos”) se enteró de la expedición de Beresford el 24 de junio de 1806, cuando le llegó una carta fechada por el general inglés en abril de ese año. El Secretario de Guerra William Windham se tomó un mes para contestar la carta, con la anuencia de Jorge III, manifestándole que como no la expedición no había sido oficialmente autorizada y no se conocían los resultados obtenidos, sólo cabía dar instrucciones generales. Ella eran: si habían ocupado una posición, que trataran de mantenerla y, caso contrario, no insistiera en tomarla; que “no se metiera en asuntos de independencia que pretendían los criollos”. Como cierre, le anunciaba a Beresford el envío de refuerzos al mando del general Sir Samuel Auchmuty. Por otra parte, el Almirantazgo remitió una carta, el 28 de julio, a Home Popham, ordenándole, severamente, que se presentara en Londres para rendir cuenta de lo actuado.
Nota de Aclaración: El gobierno inglés mantuvo en secreto la expedición a Buenos Aires, hasta estar seguro de lo que había pasado en la colonia española. Pero el 12 de septiembre de 1806, tras 57 días de navegar, el Narcissus, al mando del capitán Donelly entró al puerto de Portsmouth, con los partes de Popham y Beresford sobre la captura de Buenos Aires. Por telégrafo visual llegó a Londres esa noche y los diarios se hicieron eco de la noticia, en las ediciones de la mañana siguiente.
Lunes, 13.09.1806 – primera noticia
Captura de Buenos Aires. Oficina del Times. Sábado a las 3 de la mañana.
Por un expreso que acabamos de recibir de Portsmouth, tenemos que felicitar al pueblo por uno de los hechos más importantes de la actual guerra. Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico, y cuando consideramos las consecuencias a que conduce por su situación y capacidades comerciales, además de su influencia política, no sabemos como expresarnos en términos adecuados a nuestra opinión de las ventajas nacionales que derivarán de su conquista.
Miércoles, 15.09.1806 – de la prensa británica
“Es casi indudable que toda la colonia del Plata tendrá la misma suerte que Buenos Aires; y de las esperanzas lisonjeras presentadas a sus habitantes, en la proclama del general Beresford, ellos verán que está en su propio interés ser colonia del Imperio Británico”. (...) “Como resultado de semejante unión, tendríamos un mercado continuo para nuestras manufacturas, y nuestros enemigos perderían para siempre el poder de sumar los recursos de esos ricos países a los otros medios que tienen de hacernos daño”. (…) “Este país está ahora en una posición mucha más orgullosa de la que ha estado desde que comenzaron las negociaciones con Francia. En Calabria, la excelencia y superioridad de las tropas británicas han sido demostradas al enemigo y a toda Europa. Por nuestro éxito en el Plata, donde un pequeño destacamento británico ha tomado una de las más importantes y ricas colonias españolas, Bonaparte debe estar convencido de que sólo una paz rápida podrá evitar que toda Sudamérica quede separada forzosamente de su influencia y colocada para siempre bajo la protección del Imperio Británico ¿A qué región del mundo habitable podrá entonces dirigirse para conseguir barcos, colonias y comercios?”.
Lunes, 20.09.1806 – desfile en Londres
“A las siete en punto de la mañana, los Leales Voluntarios Britanos se congregaron en St. James’Square y después de disparar tres salvas prosiguieron hasta Clapham, a fin de escoltar hasta la ciudad el tesoro desembarcado del Narcissus, en Portsmouth” relata un testigo presencial, John Fairnburn “A su llegada a Claphamn encontraron el desfile consistente en ocho carretones, tirado cada uno de ellos por seis caballos, adornados con banderas, pendones y cintas azules. En las banderas estaba inscripta la palabra ‘Tesoro’
Los precedía una pieza de artillería de bronce tomada al enemigo. El primer carretón llevaba el estandarte virreinal del Perú desplegado por un marino real; el segundo y tercero, las enseñas tomadas de los muros de Buenos Aires, y los siguientes, las insignias navales inglesas azuleas, rojas y blancas, mostrando el conjunto la más triunfal y grandiosa apariencia. Durante su procesión hacia la ciudad, los Leales Britanos, al mando del coronel Davidson, marcharon a la cabeza de los carretones y el coronel Prescott con los Voluntarios de Clapham los escoltaron a retaguardia. Una muy excelente banda perteneciente a este último regimiento interpretó durante la marcha ‘God Save the King’, ‘Rule Britannia’, etc., y el corazón de todos los británicos se regocijó ante la visión de la escolta.
Tras haber entrado en Londres se detuvieron en el Almirantazgo y luego prosiguieron por Pall-Mall hasta St. James’Square, donde la procesión hizo un alto ante la casa del coronel Davidson y la señora Davison obsequió un par de enseñas con la leyenda ‘Buenos Aires, Popham, Beresford, Victoria’ escrita en letras de oro sobre seda azul, rodeadas por ramas de laurel. El tesoro pasó luego a través de la city hasta el Banco, donde se depositaron más de dos millones de dólares. En el frente de cada carretón figuraban las palabras ‘Caja del Tesoro’.
En las ventanas se agolpaba una cantidad poco común de espectadores ansiosos por ser testigos del triunfo de la Vieja Inglaterra. El capitán Donnelly, del Narcissus, participó de la procesión en una silla de posta” .
Nota de Aclaración: Ese mismo capitán Donnelly recibió, por entregar el tesoro, 5500 libras como flete, una comisión del 2% sobre el total, sin perjuicio de lo que le tocara como capitán, en la repartición a su ejército por la toma de Buenos Aires.
“El tesoro siguió por la city hasta el Banco de Inglaterra, donde se depositaron más de un millón de dólares”.
Sábado, 25.09.1806 – de la prensa británica
“Tal es la fertilidad del suelo, que Buenos Aires, en poco tiempo será probablemente el granero de Sudamérica”.
(…) “Las mujeres de Buenos Aires se consideran las más simpáticas y hermosas de toda Sudamérica, y su manera de vestir denota un gusto superior” (…) “El comercio de esta región bajo el ordenamiento británico, promete ser sumamente ventajoso para ella, y podría abrir mercados de incalculables posibilidades para el consumo de manufacturas británicas. En la medida en que las cargas impuestas a los habitantes sean disminuidas por el gobierno británico, sus medios de comprar nuestros productos se verán incrementados, y el pueblo, en lugar de permanecer andrajoso e indolente, se hará industrioso, y llegará a la mutua competencia por poseer no solo las comodidades, sino lo lujos de la vida”.
El Ejército Los Andes y el Plan Maitland
Se estableció en Mendoza, formó allí un ejército, cruzó con sus hombres la cordillera de los Andes, derrotó a los realistas en Chile, armó una flota, continuó por mar al Perú, desembarcó con su ejército, entró en Lima y se adueñó del corazón del imperio español en América.
Bernardo O'Higgins y José Francisco de San Martín, llevaron a cabo esa formidable campaña entre 1814 y 1821.
Un militar escocés, Thomas Maitland, había concebido el plan en Londres, a principios de 1800
El plan fue recibido y considerado seriamente por el gobierno de William Pitt El Joven. Maitland elevó un texto preliminar al Secretario de Guerra, Henry Dundas (más tarde primer Vizconde Melville), quien lo citó para discutir detalles. De la entrevista Dundas-Maitland surgió el plan definitivo, que fue puesto en posesión del Secretario de Guerra a mediados de 1800.
El gobierno de Pitt cayó el 3 de febrero de 1801. El Plan Maitland pareció quedar, entonces, en el olvido. Los originales permanecerían ocultos durante 181 años.
En 1981, mientras se realizaba una investigación en archivos escoceses, fue encontrado.
No había, hasta entonces, ni un rumor sobre el Plan Maitland, ni referencia alguna a su autor, en toda la bibliografía sobre la independencia de Hispanoamérica.
al despuntar el siglo 19, mientras el poder colonial de España aún estaba intacto, Maitland previó que el dominio español en Sudamérica sólo llegaría a su fin cuando Perú fuera independiente. Su profecía comenzó a cumplirse 21 años más tarde, cuando San Martín entró en Lima, proclamó la independencia de Perú y se convirtió en su primer gobernante.
Los españoles retuvieron el control de Quito por un tiempo, pero quedaron virtualmente sitiados. El 22 de mayo de 1822, Antonio José de Sucre los derrotó en Pichincha, en las afueras de Quito, con un ejército reforzado por elementos que le enviara San Martín desde Perú.
En cuanto al propio Perú, el presidente José Bernardo de Tagle y Portocarrero, Marqués de Torre Tagle, se unió en 1824 a una contrarrevolución realista, dando lugar a que una fuerza española descendiera de las tierras altas y recuperase Lima en febrero. Esto fue cuando el Libertador ya había dejado el Perú.
Los realistas, de todos modos, no restablecieron un poder efectivo: usaron la capital como el cuartel general de su ejército. Finalmente, Simón Bolívar los derrotó en Junín y Sucre en Ayacucho. Los españoles capitularon en diciembre.
Maitland propuso:
1. Ganar el control de Buenos Aires. “He concebido un ataque sobre Buenos Aires”, informó Maitland a Dundas. Para eso, calculó que harían falta 4.000 soldados de infantería y 1.500 de caballería, con “una proporción de artillería”.
2. Tomar posiciones en Mendoza. “Una vez capturada Buenos Aires [el] objeto debería ser enviar a un cuerpo a tomar posiciones al pie de la falda oriental de los Andes, para cuyo propósito la ciudad de Mendoza es indudablemente la más indicada”.
3. Coordinar acciones con un ejército en Chile. Este otro ejército debía consistir en 3.000 soldados de infantería y 400 de caballería “con una proporción de artillería”. La mitad de la infantería debía “dirigirse de Inglaterra al Cabo de la Buena Esperanza en barcos destinados en última instancia a Sudamérica”. La otra mitad debía ser provista por India, desde donde debía salir, apenas estuviera lista, “directamente a la Botany Bay”, en Australia, a los efectos de navegar luego a Sudamérica. El objetivo era “indudablemente Chile”. Debía atacar Valparaíso y Santiago o, “si encontrara que los españoles tienen la fuerza suficiente para hacer que un inmediato ataque sobre Valparaíso o
Santiago resulte inoportuno”, la fuerza debía “dirigirse al Río Bío-Bío y obtener refuerzos mediante un trato con los indios”.
4. Cruzar los Andes. “El cruce de los Andes desde Mendoza hacia las partes de Chile es una operación de alguna dificultad [...] Aun en verano, el frío es intenso, pero con tropas a ambos lados, cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido adoptada desde hace tiempo como el canal más apropiado para importar negros a Chile”.
5. Derrotar a los españoles y controlar Chile. El objetivo de esta etapa era “destituir al actual gobierno [español] de Chile” y convertir a ese territorio en “un punto desde el cual podríamos dirigir nuestros esfuerzos contra las provincias más ricas”.
Esta era la tarea a cumplir por las fuerzas unificadas del ejército que debía cruzar los Andes y el que llegaría por mar.
6. Continuar por mar a Perú. “Si el plan fuera exitoso en toda su extensión, el Perú quedaría inmediatamente expuesto a ser ciertamente capturado” y “últimamente podríamos extender nuestra operación hasta desmantelar todo el sistema colonial, aun por la fuerza si resultare necesario”. Lo indicado era evitar toda violencia innecesaria: “Un coup de main sobre el puerto del Callao y la ciudad de Lima podría resultar probablemente exitoso, y los captores podrían obtener mucha riqueza, pero ese triunfo, a menos que fuéramos capaces de mantenernos en el Perú, terminaría provocando la aversión de los habitantes a cualquier conexión futura, de cualquier tipo, con Gran Bretaña”.
7. Emancipar al Perú. “El fin de nuestra empresa sería indudablemente la emancipación del Perú y (Quito)”.
PLAN MAITLAND: LINK
http://unidosxperon.blogspot.com.ar/2013/05/el-plan-maitland-la-avanzada-britanica.html
EL EXTERMINIO INDÍGENA EN AMÉRICA DEL NORTE
Si en el siglo XVI los grabados de Theodore de Bry sirvieron para condenar como criminales de guerra a los descubridores y conquistadores españoles, en el siglo XX una nueva técnica de comunicación, el cine, sirvió para darles el título de héroes a los anglosajones que exterminaron a las poblaciones indias de América del Norte.
Cualquier paralelismo que se proponga, o cualquier alusión al recurso fácil de que “todos fueron iguales” no es más que un prejuicio que se encuentra completamente al margen de lo que fue la verdad. Los conquistadores anglosajones, cuya expansión comenzó con un siglo de retraso en comparación con los españoles, dispusieron desde un principio con armas de fuego fiables.
En el siglo XVII, el potente mosquete y la llave de chispa suponen una gran mejora de la que sacan provecho los ingleses. Y, una vez cobrada su independencia, los estadounidenses aniquilan a los indios, gracias a fusiles y revólveres, armamento bastante mejor que el usado por Cortés o Pizarro. Por el contrario, apenas llegaba al 2% el número de conquistadores españoles que podían permitirse el lujo de poseer un rudimentario arcabuz de mecha que precisaba no menos de 5 minutos para cargarlo después de hacer un disparo, y con el que era imposible acertar a más de 100 metros.
Los conquistadores anglosajones lucharon con una ventaja de 2 a 1 para ocupar América del Norte en 200 años. Los conquistadores españoles sometieron el triple de territorio en cuatro veces menos de tiempo y con una inferioridad numérica de 300 a 1. Los conquistadores anglosajones no crearon nada, simplemente aniquilaron a los indios y sus culturas, para más tarde reocupar sus territorios, a los cuales trasladaron sus formas europeas de vida. Los conquistadores españoles crearon un nuevo mundo mediante la fusión de las culturas europea e indígenas, algo que no se producía (ni se ha producido) desde los tiempos del Imperio romano. Los conquistadores anglosajones usaron sus armas para destruir una forma de vida, y los conquistadores españoles no necesitaron armas para crear una nueva cultura.
Los únicos indios en territorio de los actuales EEUU que no han sido exterminados no deportados y que incluso conservan sus mismas tierras desde hace miles de años son los indios pueblas. La razón de este milagro se encuentra en que sus tierras están en Nuevo México, que fue territorio de la Monarquía española, y por tanto estos indios y sus propiedades estuvieron protegidos por las Leyes de Indias que dictaron los reyes de España. Cuando Nuevo México pasó a formar parte de los EEUU, se hizo con la condición de respetar necesariamente los derechos y libertades de sus habitantes. No es de extrañar que los indios pueblas, en pleno siglo XXI, gusten de lucir en sus fiestas populares la bandera española, y hasta que presuman de pertenecer al linaje de nuestro pueblo.
Las diferencias abismales que hubo entre los conquistadores españoles y sus colegas anglosajones no fueron diferencias causales, o meramente circunstanciales. La diferencia entre las conquistas llevadas a cabo por España y las de Inglaterra son conceptuales, ya que aunque ambos fueron imperios conquistadores, las intenciones que llevaron cada uno marcaron los modos y usos de la misma. Mientras que los españoles buscaban la expansión de unos principios religiosos y culturales, los anglosajones se centraron con auténtico acerbo en la consecución de sus proyectos mercantiles, en los cuales quedaron reflejados los principios filosóficos y teológicos del protestantismo, sobre todo en su versión puritana, en estos proyectos mercantiles.
La colonización anglosajona, formada para expatriados protestantes que no eran tolerados por los anglicanos en Gran Bretaña, no pretendió formar una cultura mixta en América. Estos colonos del norte trajeron sus costumbres y sus mujeres, por lo que marcaron sus posesiones para diferenciarlas de las de los nativos, a quienes luego expulsarían de sus territorios. Por el contrario, los españoles no formaron una sociedad diferenciada por la raza, puesto que desde España apenas viajaban mujeres hacia América en los primeros tiempos. Por eso, desde un primer momento, los españoles se unieron a las indias (después de bautizarlas) y engendraron un mueblo mestizo.
Para los colonos protestantes, los indios no eran unas almas esperando recibir la Fe, sino unos ingratos pecadores que no habían sabido rentabilizar las tierras y talentos que Dios les había dado. Así Dios, dolorido por tan ingrata actitud, había decidido readjudicarlas a sus fieles hijos anglosajones.
En esta línea de pensamiento el mismo T. Roosvelt afirmaba: “Si se hubieran dejado a los indios, por humanitarismo, sus terrenos de caza, ello hubiera significado abandonar amplios contingentes de tierras a disposición de los salvajes; cosa inconcebible. No quedaba otra alternativa; había que desplazarlos…”
Por su parte, Sheridan se ahorraba tantas explicaciones y lacónicamente sentenció: “Los únicos buenos son los que están muertos.”
Estas creencias religiosas de los protestantes se vieron más tarde reforzadas con las teorías científicas de Darwin. En todo el reino animal existían especies superiores y otras inferiores, estando las primeras destinadas por la ley natural a dominar sobre las segundas, y teniendo en cuenta que la ley natural la había creado Dios. Ello equivalía a afirmar que los blancos protestantes tenían la divina responsabilizar de gobernar sobre especies inferiores y paganas. Estas creencias son la única razón por la que hasta mediados del siglo XX no les han sido reconocidos los derechos civiles a los indígenas de las antiguas colonias anglosajonas de América, Sudáfrica, Australia, etc., e incluso hoy día se les sigue sin reconocer el derecho a sus antiguas propiedades.
Los conquistadores anglosajones consiguieron hacer realidad lo que siglos más tarde no pudo Adolf Hitler: exterminar razas enteras, como ocurrió con los indios de América del Norte, o con los de Oceanía, caso este último, bastante más desconocido. En Australia había una población de unos 3 millones de indígenas, cuando llegaron los primeros ingleses con James Cook. Un siglo después, su población apenas llegaba a los 60.000. El asesinato del aborigen se convirtió en un deporte de cacería que se podía practicar con fusil, con espada y al galope, o bien abriéndose el cráneo a golpe de estribo. Los aborígenes de Tasmania tuvieron peor suerte, pues fueron todos literalmente exterminados mediante el sistema de “Cordón negro”; una línea de 2.200 soldados cubría todo el ancho de la isla, mientras avanzaba batiendo a los indios, como si estuviesen en un ojeo de perdices.
Estos crímenes no deben entenderse como algo exclusivo de un pasado lejano, pues hasta 1960 era legal y estaba bien visto apartar de sus padres a los niños indígenas para llevarlos a trabajar en tareas domésticas, si eran hembras, o dedicarlos a las labores del campo, si eran varones. Sólo en Australia, en la primera mitad del siglo XX, unos 150.000 niños indígenas “tuvieron la suerte de ser trasladados de la barbarie a la cultura”, y según justificaba un político, “los aborígenes no tienes sentimientos como nosotros. Aunque hacen aspavientos, gritan y lloran, cuando nos llevamos a los niños, enseguida se olvidan y hacen una vida normal”.
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