domingo, 26 de julio de 2015

LA INDUSTRIA DE LA MEMORIA, por Alberto Buela

LA INDUSTRIA DE LA MEMORIA 
por Alberto Buela














El título del presente artículo es un remedo del famoso libro de Norman Finkelstein La industria del holocausto donde el autor judío denuncia a todos aquellos paisanos suyos que, sin haber padecido los horrores de la segunda guerra, se aprovechan del holocausto para enriquecerse y victimizarse para vivir bien. Pues en la sociedad de consumo la víctima racial y política es un ser privilegiado.
El holocausto se ha transformado en una industria que utiliza la reivindicación como una fábrica productora de bienes: dinero, fama y honores.
La industria de la memoria viene a ser una especie de hermana menor de la industria del holocausto. Sitial reservado al exclusivo club de los judíos en donde no se permite la entrada de otras comunidades: gitanos, gay, católicos, etc., también exterminados en los campos de concentración.
Cuando la presidente Cristina Kirchner declaró en París: Argentina sufrió un holocausto durante la dictadura militar, la Liga antidifamatoria francesa la reprendió diciendo que hubo un solo holocausto que es el de ellos. Pasó lo mismo con los armenios y su reclamo de genocidio, a lo que el primer ministro israelí Simón Péres respondió: el único genocidio es el nuestro.
Este límite en cuanto a la jerarquía de las víctimas impuesto mundialmente luego de la guerra de Yon Kipur allá por 1973, obligó a las otras víctimas, las de la izquierda activa y progresista a la creación de la industria de la memoria para tener un lugar teórico donde referenciarse y reivindicarse. Así, los gobiernos de corte socialdemócrata tanto en España y Portugal como en Iberoamérica comenzaron a utilizarla en función de sus intereses y en beneficio de las víctimas o pseudo víctimas tanto del franquismo, del Estado Novo, como de las dictaduras militares recientes.
Estas víctimas o pseudo víctimas se multiplicaron por miles, así como sus familiares, con el objeto expreso de cobrar suculentas indemnizaciones del Estado, que en algunos casos durarán ''ad vitam''.
El caso argentino es emblemático pues a partir de los 6.415 desaparecidos y 743 víctimas de ejecución sumaria, que el gobierno de Menem indemnizó con un promedio de U$S 220.000 la cifra trepó con las reparaciones compensatorias a más de 12.000 beneficiarios, casi el doble del número reconocido oficialmente. A ellos se sumaron luego los descendientes y familiares. Así, por ejemplo, un hijo de desaparecidos cobra mensualmente un promedio de tres salarios mínimos, unos u$s 1.000. Qué en Argentina es hoy un muy buen sueldo.
Como afirma el profesor D´Angelo: El fraude ideológico sobre el número de personas desaparecidas esconde un verdadero fraude económico, que le ha costado una suma sideral al Estado argentino.
Esta multiplicación exagerada de víctimas se produce por el uso de la memoria histórica o memoria colectiva en donde se viene a justificar con razones meramente subjetivas y no históricas el carácter de víctima, que en su inmensa mayoría son pseudo víctimas, como se ha probado hasta el cansancio o ad nauseam. El buen filósofo español Gustavo Bueno afirma que: el concepto de memoria es esencialmente subjetivo, psicológico, individual: la memoria está grabada en un cerebro individual y no en un cerebro colectivo.
Es que la memoria no es otra cosa que la evocación de las imágenes del pasado. La memoria es sensible pues se maneja con imágenes, no existe la memoria intelectual pues el acto de aplicarse a nociones abstractas es un acto de la razón.
La memoria tiene dos funciones principales, como reminiscencia, esto es, como reproducción del pasado sin reconocimiento y como recuerdo, cuando reconoce y localiza las imágenes del pasado. En cuanto al olvido no es otra cosa que una retención caída.
Hoy en Occidente la victimización es la manera más cómoda de vivir en sociedad. No solo porque el carácter de víctima permite vivir sin trabajar sino porque otorga impunidad en los juicios. Las barbaridades que ha dicho Hebe de Bonafini, de las Madres de Plaza de Mayo, han gozado de una impunidad absoluta y así como ella, tantos otros beneficiarios de la industria de la memoria.
El caso emblemático en España fue el de republicano catalán Enric Marco quien se presentó durante treinta años como sobreviviente de un campo de concentración nazi, hasta que un historiador profesional desenmascaró que no había estado prisionero.
La reacción de la izquierda progresista no fue de condena sino que salió a escribir novelas con semejante personaje. Es decir, que la industria de la memoria da tanto para un zurcido como para un fregado.
Es que ni las máximas contradicciones la detienen pues se apoya en una versión subjetiva y parcial. Es que la memoria histórica es siempre sesgada, considera a unos y a otros no. No existe la imparcialidad. Es como afirma el gran historiador alemán Reinhart Koselleck (1923-2006): un producto ideológico a partir del cual no podemos conseguir ningún conocimiento cierto.
La memoria colectiva o histórica se transforma así en un registro de relatos personales o colectivos que busca reconstruir el pasado a partir de los valores de una izquierda progresista que no tiene en cuenta al otro. Por ejemplo, en España la Asociación para la recuperación de la memoria histórica (ARMH) reivindica las víctimas del franquismo pero no las víctimas de los rojos, los siete mil sacerdotes asesinados o la masacre de Paracuellos ordenada y ejecutada por Ramón Carrillo jefe del partido comunista español.
Nuestra observación es que la industria de la memoria con su utilización espuria pone en crisis o en duda la existencia de una genuina conciencia colectiva que para nosotros, los que nos situamos desde la perspectiva de “los pueblos”, es una cuestión importante. Pues sostenemos que existe una memoria de los pueblos que se expresa a través de sus tradiciones nacionales y se encarna en su ethos particular, pero que no está adecuadamente expuesta en las historias oficiales, siempre dóciles a los poderes políticos de turno.
Es que no se puede pensar de manera genuina, no se puede hacer filosofía sino desde una tradición nacional de pertenencia y esa tradición nacional se encuentra anclada y es expresión de un ethos nacional. Por eso un filósofo de la altura de Hans Georg Gadamer: la filosofía es la aclaración erger en la formulación de una nueva historia a la historia oral, la historia cotiteórica de un ethos vigente, porque el ethos no es creado por los fílósofos
La cuestión es ¿cómo lograr una genuina conciencia colectiva sin desvirtuarla ideológicamente? Haciendo converger en la formulación de una nueva historia a la historia oral, a la historia cotidiana, incluso a memoria particular, alejándola de los clichés ideológicos para anclarla en los valores y vivencias del ethos nacional.
Este ethos adquiere su significación plena cuando tiene como marco de referencia; la ecúmene cultural a la que pertenecemos por derecho propio: en nuestro caso Iberoamérica.
En resumen para reconstruir el pasado en forma genuina tenemos que recurrir a la ciencia histórica y sus métodos, pensarla desde la tradición nacional, y allí utilizar los distintos instrumentos con que se nutre. Tradición que a su vez se expresa en un ethos, pero que no se limita a la Argentina sino que tiene su anclaje en la ecúmene iberoamericana.
Post scriptum
La Damnatio memoriae fruto de la memoria histórica
Cuando el historiador Ernst Nolte demostró allá por los años ochenta del siglo pasado que la historia reciente de Alemania, especialmente la de la segunda guerra mundial, se había transformado en un pasado que no pasa, el mundo académico y los voceros de la policía del pensamiento saltaron como leche hervida. Es que Nolte puso en evidencia el mecanismo por el cual la memoria histórica había reemplazado a la historia como ciencia, con lo que quedó en evidencia la incapacidad histórica de los famosos académicos y los presupuestos ideológicos-políticos que guiaban sus investigaciones.
Es sabido que la memoria es siempre la memoria de un sujeto individual o si se quiere de una persona, singular y concreta. La memoria no existe más que como memoria de alguien. Su naturaleza estriba en otorgarle al sujeto el principio de identidad. Yo soy yo y me reconozco como tal a lo largo del tiempo de mi vida por la memoria que tengo de mi mismo desde que existo hasta el presente. Si existe o no una “memoria colectiva” esta es una cuestión que no está resuelta. El gran historiador alemán Reinhart Koselleck (1923-2006) sostuvo que no. Así, en su última entrevista en Madrid, publicada póstumamente el 24/4/2007, afirma:
“ Y mi posición personal en este tema es muy estricta en contra de la memoria colectiva, puesto que estuve sometido a la memoria colectiva de la época nazi durante doce años de mi vida. Me desagrada cualquier memoria colectiva porque sé que la memoria real es independiente de la llamada "memoria colectiva", y mi posición al respecto es que mi memoria depende de mis experiencias, y nada más. Y se diga lo que se diga, sé cuáles son mis experiencias personales y no renuncio a ninguna de ellas. Tengo derecho a mantener mi experiencia personal según la he memorizado, y los acontecimientos que guardo en mi memoria constituyen mi identidad personal. Lo de la "identidad colectiva" vino de las famosas siete pes alemanas: los profesores, los sacerdotes (en el inglés original de la entrevista: priests), los políticos, los poetas, la prensa..., en fin, personas que se supone que son los guardianes de la memoria colectiva, que la pagan, que la producen, que la usan, muchas veces con el objetivo de infundir seguridad o confianza en la gente... Para mí todo eso no es más que ideología. Y en mi caso concreto, no es fácil que me convenza ninguna experiencia que no sea la mía propia. Yo contesto: "Si no les importa, me quedo con mi posición personal e individual, en la que confío". Así pues, la memoria colectiva es siempre una ideología, que en el caso de Francia fue suministrada por Durkheim y Halbwachs, quienes, en lugar de encabezar una Iglesia nacional francesa, inventaron para la nación republicana una memoria colectiva que, en torno a 1900, proporcionó a la República francesa una forma de autoidentificación adecuada en una Europa mayoritariamente monárquica, en la que Francia constituía una excepción. De ese modo, en aquel mundo de monarquías, la Francia republicana tenía su propia identidad basada en la memoria colectiva. Pero todo esto no dejaba de ser una invención académica, asunto de profesores.”
En concordancia con esto ya había reaccionado cuando el gobierno alemán decidió erigir un símil de la estatua de La Piedad en la Neue Wache para venerar a las víctimas de las guerras producidas por Alemania. Koselleck levantó su voz crítica para advertir que un monumento de connotación cristiana resultaba una "aporía de la memoria" frente a los millones de judíos caídos en ese trance. Pero también en 1997, cuando el ayuntamiento de Berlín decidió erigir un monumento para recordar el Holocausto judío, volvió a la palestra para recordar que los alemanes habían matado por igual a católicos, comunistas, soviéticos, gitanos y gays. Nadie como él, entre los historiadores, hizo tanto para desembarazar a la escritura y a las representaciones de la historia del brete a que la someten los ideólogos de la “memoria histórica”.
El reemplazo de la historia como ciencia, como conocimiento por las causas, con el manejo metodológico que exige el trabajo sobre los testimonios y materiales del pasado, por parte de la memoria histórica siempre parcial e interesada (la ideología es un conjunto de ideas que enmascara los intereses de un grupo, clase o sector) ha desembocado en la moderna damnatio memoriae o condena de la memoria.
La damnatio memoriae era una condena judicial que practicaba el senado romano con los emperadores muertos por la cual se eliminaba todo aquello que lo recordaba. Desde Augusto en el 27 a.C. hasta Julio Nepote en el 480 d.C. fueron 34 los emperadores condenados. Se llegaba incluso hasta la abolitio nominis, borrando su nombre de todo documento e inscripción. Se buscaba la destrucción de todo recuerdo. Se destruían sus bustos y estatuas. Suetonio cuenta que los senadores lanzaban sobre el emperador muerto las más ultrajantes y crueles invectivas. La intención era borrar del pasado todo vestigio que recordara su presencia.
Las damnationes se realizaban a partir del poder constituido y su presupuesto ideológico era: de aquello que no se habla no existe. Arturo Jauretche, ese gran pensador popular argentino en su necrológica de nuestro maestro, José Luís Torres, nos habla de la confabulación del silencio como mejor mecanismo de los grupos de poder. Es una manifestación de prepotencia del poder establecido, con lo que busca eliminar el recuerdo del adversario, quedando así el poder actual como único dueño del pasado colectivo.
No es necesario ser un sutil pensador para comparar estas destrucciones de la memoria y eliminaciones de todo recuerdo con lo que sucede con nuestros gobiernos de hoy. En España una vez muerto Franco comenzó una campaña de difamación contra su persona y sus obras que llegó hasta cambiarle el nombre al pueblo donde nació. En Argentina cuando cayó Perón en 1955 se prohibió hasta su nombre (por dictador), reapareció la vieja abolitio nominis. Hace poco tiempo el gobierno de Kirchner hizo bajar el cuadro del ex presidente Videla (por antidemócrata). Al General Roca que llevó la guerra contra el indio le quieren voltear la estatua (por genocida). Se le quitó el nombre del popular escritor Hugo Wast a un salón de la biblioteca nacional (por antijudío). Y así suma y sigue.
Cuando la historia de un pueblo cae en manos de la memoria colectiva o de la memoria histórica lo que se produce habitualmente es la tergiversación de dicha historia, cuya consecuencia es la perplejidad de ese pueblo, pues se conmueven los elementos que conforman su identidad.
Es que la memoria lleva, por su subjetividad, necesariamente a valorar de manera interesada lo qué sucedió y cómo sucedió. Así para seguir con los ejemplos puestos, objetivamente considerados, Franco fue un gobernante austero y eficaz, Perón no fue un dictador, Videla fue un liberal cruel, Roca no fue un genocida y Wast fue un novelista católico. Vemos que aquello que deja la memoria histórica es un relato mentiroso que extraña al hombre del pueblo sobre sí mismo.
La memoria histórica es un producto de la mentalidad y los gobiernos jacobinos, aquellos que gobiernan a favor de unos grupos y en contra de otros. Aquellos que utilizan los aparatos del Estado no en función de la concordia interior sino como ejercicio del resentimiento, esto es, del rencor retenido, dando a los amigos y quitando a los enemigos. La sana tolerancia de la visión y versión del otro acerca de los acontecimientos históricos es algo que la memoria histórica no puede soportar, la rechaza de plano. La consecuencia lógica es la dammnatio memoriae, la condena de la memoria del otro.

jueves, 9 de julio de 2015

¿QUE PASÓ REALMENTE EN TUCUMÁN EN 1816? Por el revisionista histórico y periodista,Patricio Lons.

¿QUE PASÓ REALMENTE EN TUCUMÁN EN 1816?  
 por Patricio Lons                                                                                                                                                                                  














Nuestra independencia es algo curiosa, pues tuvimos una fecha anterior a mediados de 1815 en el llamado Congreso de Oriente, convocado por el general Artigas.  Las actas de este congreso se perdieron y las del 1816 también; las de la independencia de 1816 se perdieron en 1927. Por lo tanto no hay constancia de muchas cosas, que territorio concreto se independizaba y cual se pretendía a futuro, cuál iba a ser la religión y la lengua oficial, que sistema de gobierno iba a regir al nuevo país, si se iban a mantener las Leyes de Indias o cambiar por un modelo judicial de otro tipo,  cuáles serían sus objetivos geopolíticos respecto al resto de América hispánica, de España misma y del resto de Europa y de la América anglosajona, que moneda iba a circular y con qué paridad y sustento o si se buscaría mantener junto al resto del continente al Real de a Ocho que era una moneda global más fuerte que la libra, cuál iba a ser el modelo educativo y el proyecto económico, de qué manera iba a seguir el proceso de integración de los pueblos aborígenes, si se les iba a respetar a estos, las tierras que la corona les reconocía con su sistema autónomo de repúblicas de indios, más todos los acuerdos entre la corona y las distintas poblaciones aborígenes, si se iba a mantener la integridad del virreinato y por ende, si se iba a invitar  a los pueblos de Guinea Ecuatorial que pertenecían al Virreinato del Río de la Plata, etc.
Otro tema que, por el contrario queda muy claro, es la falta de federalismo, manifestado en una odiosa enemistad hacia Artigas, que ya había declarado la independencia en 1815 en Arroyo de la China.  Incluso, nuestros próceres de la independencia, pocos meses después de declararse independientes de España, el 9 de julio de 1816, se manifestaron dispuestos a pasar a depender del gobierno del Brasil, ya que este estaba por invadir la Banda Oriental (Uruguay) y amenazaba a las Provincias Unidas del Plata. Las cartas y los comisionados no llegaron a Rio de Janeiro. Es que Pueyrredón no creía necesario entregar el país al Brasil para salvarlo del artiguismo. Prefería hacerlo con Francia, tierra de sus ancestros, antes de mantener la unidad continental heredada de España.
Vemos que nuestros próceres eran muy regaladores con lo que no era suyo. Ninguno propuso reunificarnos con el virreinato del Perú, que nos hubiese convertido en una potencia bioceánica, condición que EEUU, recién consiguió en la segunda mitad del siglo XIX y a través de guerras contra Méjico. Nosotros lo teníamos de forma y derecho natural por estar unidos al Alto Perú y lo perdimos.
Otro aspecto del entreguismo iniciado en esos años, lo representa Carlos María de Alvear.  Llegó a ofrecer las Provincias Unidas al embajador británico del Brasil como sumisas colonias de Su Majestad. "Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso." Eso y más le escribió Alvear al ministro Castlereagh, por suerte la carta que iba dirigida al ministro Castlereagh es interceptada por Belgrano y Rivadavia que se encontraban en Río de Janeiro en misión oficial. El encargado de llevar las cartas al embajador Strangford fue Manuel García, uno de los personajes más nefastos de la historia argentina, que años posteriores gestionará el famoso empréstito de un millón de libras esterlinas con la banca Baring Brothers (primer gran negociado argentino); y luego en 1827 tras la victoria argentina de Ituzaingó, firmará el acuerdo de paz con el derrotado emperador del Brasil, por el cual Uruguay pasa a ser un país autónomo e independiente.
 Lo concreto es que perdimos Guinea, el Alto Perú, la Banda Oriental y con ellas, la salida al Pacífico y el control del Río de la Plata y una base comercial en África. También nos desentendimos de buscar un acuerdo con el Paraguay.
 Con esas pérdidas de más de un millón y medio de kilómetros cuadrados, se perdió el comercio con Asia y el predominio de nuestra poderosa moneda de dominio global, el real de  a ocho. Se impidió que asumiera José Moldes, general salteño, como presidente del nuevo gobierno, que pretendía evitar el centralismo de Buenos Aires, incluso se lo secuestró y Belgrano lo envió preso a Chile, donde detenido por San Martín, muere en extrañas circunstancias.
En paralelo al congreso, en Buenos Aires, los comerciantes ingleses ya pensaban en su dominio y en un futuro tratado de comercio y navegación con nosotros, lo que consiguen en 1825, cuando Las Heras, ex jefe de Estado Mayor de San Martín, firma el Tratado de comercio y navegación entre Inglaterra y nosotros, que significó la sujeción de nuestra patria desde entonces y hasta ahora.
Se terminaron centralizando los intereses comerciales del puerto de Buenos Aires en desmedro del interior y avasallando los derechos de los pueblos indígenas a los que se les robaron sus tierras. Por eso, la mayoría de ellos, que veían el espíritu materialista de la revolución, se mantuvieron realistas más allá de la batalla de Ayacucho de 1824, mostrando más dignidad y fidelidad a la fe, que muchos oficiales españoles que traicionaron en esa última batalla.
Dejamos de ser una gran potencia junto a las naciones hermanas de América y España, que fuimos paridas juntas en 1492, para ser más de veinte estados, algunos de tamaño de una municipalidad y otro absolutamente mediterráneo, con escasas posibilidades de escapar del dominio inglés.
EN DEFINITIVA, GRACIAS A NUESTROS PRÓCERES, SE IMPUSIERON LOS OBJETIVOS COMERCIALES Y POLÍTICOS DE GRAN BRETAÑA.

viernes, 3 de julio de 2015

Metaética y metapolítica.Por el Filósofo argentino.Alberto Buela.

Metaética y metapolítica

Alberto Buela (*)




















Es sabido que la metaética comenzó como una reflexión filosófica sobre el lenguaje moral, explicatio terminorum,  y que con los años pasó a designar los problemas fronterizos entre la filosofía y la teología. Esto es, los temas que van más allá de la reflexión normativa.
Y así como el teólogo no puede ignora los tratamientos filosóficos de los problemas morales, de igual manera el filósofo no puede hacer “como si” los temas teológicos no existieran. Así, por ejemplo, sobre el mal en el inocente o la muerte, no puede hacer como si nunca hubiera oído hablar sobre lo que naturalmente ha oído o aprendido, y pretender quedarse en una fenomenología meramente descriptiva y no pasar a la esencia del fenómeno, en este caso, la muerte o el mal en el inocente a partir de su ethos vigente.

La metapolítica, y lo hemos mostrado en múltiples trabajos, es también un reflexión filosófica y pluridisciplinal sobre los problemas fronterizos entre filosofía y política, que viene a analizar las mega categorías que condicionan la acción política concreta. Por ejemplo hoy, las categorías de globalización, homegeneización cultural, pensamiento único o derechos humanos. Es un modo de reflexión tal que aquello sobre lo que se reflexiona no se objetiva realmente  sino que se encuentra ensamblado, imbricado en todo relato político contemporáneo.

Así como la reflexión ética tradicional intenta responder a la pregunta qué es lo bueno y la metaética a ¿qué hace una persona cuando se pregunta sobre lo bueno?. De la misma manera la metapolítica no se pregunta qué es el poder como la política sino qué ésta detrás del poder para que el poder sea poder real. La metapolítica, en lograda frase del pensador Primo Siena, viene como la espada de Perseo a cortar la cabeza de la Gorgona, a develar, a descubrir, a denunciar a la criptopolítica. Intenta la recuperación de la política como pública, como abierta, como libre de ataduras con las logias y los poderes indirectos.
La metapolítica viene a cuestionar que en los regímenes de partidos, estos toman la decisión, entre una oligarquía partidaria, antes que la deliberación del conjunto de los afiliados. Hace “como sí” fueran democráticos. En definitiva, hacen criptopolítica, pues se manejan con una deliberación simulada o un simulacro de deliberación, pues la decisión ya se tomó antes.

Tanto la metaética como la metapolítca son disciplinas o mejor pluridisciplinas que tiene en común el  ser teleológicas, esto es, se orientan a un objetivo o fin que al acceder mejora a quien lo alcance, tanto en orden a la comprensión como al de la acción.
Al ser teleológicas se ocupan de los fines y no se diluyen en los medios, que es el gran karma de las sociedades contemporáneas que como afirmara ese gran filósofo que fue Augusto del Noce: poseen infinidad de medios pero tienen confusos los fines.
Son pluridisciplinas porque necesitan de ciencias auxiliares, así la metaética necesita de la lógica para observar la correcta fundamentación de sus principios, cuidando que de sus premisas se sigan consecuencias congruentes. En tanto que la metapolítica necesita de la historia o de la economía para el análisis de las grandes categorías que son su objeto propio de estudio.
Metapolítica significa el estudio de aquello que está más allá de la política, y que, de alguna manera, condiciona la acción política. Un mundo categorial que no se percibe en forma inmediata sino sólo por sus efectos.
Y lo que trasciende la política son las grandes categorías que condicionan la acción política. Ej. Igualitarismo, identidad, homogeneización, uniformidad, multiculturalismo, memoria, progreso, decrecimiento, consenso, derechos humanos, crisis, decadencia, derechos de los pueblos, pluralismo, relativismo, interculturalismo, universalidad, mundo único, grandes espacios, etc.
Categorías que no son estudiadas por la filosofía política, pues como observó agudamente Leo Strauss: la filosofía política después de la segunda guerra mundial se transformó en ideología política. Así hoy la filosofía política quedó reducida ya al marxismo, al liberalismo, a la socialdemocracia, a la democracia cristiana, etc.
Pero tampoco están estudiadas, estas mega categorías por la filosofía política clásica en los textos de Aristóteles, Santo Tomás, Hobbes, Locke, Maquiavelo. No. Estas categorías son un producto de nuestro tiempo y con ellas tenemos que lidiar. HIc Rodhus hic saltus dice Hegel. Esta es la tarea del filósofo. En la cancha se ven los pingos. El verdadero filósofo es el que puede especular sobre la realidad. De los libros que se encarguen los investigadores que hay muchos, muy buenos y muy bien pagos por el Estado
A nosotros nos interesa el estudio y los estudios de metapolítica hoy, hic et nunc. El resto es cartón pintado. Tarea que dejamos para los historiadores.
Vincular la metapolítca a la metafísica de la política es un gravísimo error que comenten todos aquellos que no distinguen en forma clara y distinta entre: lo político y la política. Esta es una distinción liminar que introducen dos filósofos de la política contemporáneos como lo fueron Julien Freund y Cornelius Castoriadis. Así, afirma este último: Los griegos no inventamos lo político (el tema del poder) sino la política (la organización de dicho poder). Esta distinción es la que da origen a la moderna polemología, o disciplina que estudia los conflictos.
En nuestra opinión el que intenta hacer metapolítica dirige sus investigaciones en torno de la política y no de lo político. Hay dos posturas claras respecto de lo que sea la metapolítica. La de aquellos que se ocupan de desmitificar la criptopolítica. La política de consensos entre los lobbies, entre los poderosos. La política de las oligarquías partitocráticas, y, por otro, la de los que quieren entender porqué se actúa como se actúa hoy en política. Cuáles son los condicionamientos últimos que hay que tener.
Lo difícil de la metapolítica es que no especula sobre “lo que debe ser” sino sobre la realidad política tal como se da: sobre lo que es, más lo que puede ser. Sobre ese conflicto entre acto y potencia en que se despliega la realidad y sobre lo que no hay nada escrito.
Hoy hay un cúmulo enorme de pensadores de mayor o menor enjundia intelectual que se están ocupando del tema. Entre los más estacados figuran  Alain Badiou, Michel Maffesoli y Alain de Benoist en Francia, José Javier Esparza y Juan Bautista Fuentes en España, Cesar Cansino y Ernesto Serrano en México, Primo Siena, Giacomo Marramao, Marcelo Veneziani, Aldo La Fata, Carlos Gambescia en Italia, Fernando Fuenzalida Vollmar en Perú, Jacek Bartyzel en Polonia.
Cuando presentamos la metapolítca como una pluri o multidisciplina es porque tienen en común, en algún punto, el mismo objeto de estudio. Hablando en forma escolática, el objeto propio son las grandes categorías que son analizadas desde sus distintas ópticas. Y el método que no es otro que el fenomenológico, en tanto ir y atenerse a las cosas mismas. A la realidad, y describirla lo mejor y más adecuadamente posible.
Pero como la metapolítica no es una mera disciplina filosófica que se agota en la simple descripción del objeto de estudio sino que busca una incidencia, una salida en la política, exige por esto último, un paso más que es: el ejercicio del disenso como método, la ruptura con la opinión, como gustaba decir Platón.
Y el disenso como método nos viene a decir existe otra visión y versión a lo políticamente correcto, que es alternativa al pensamiento único.
De modo tal que objeto propio (las mega categorías) y método específico (fenomenológico-disidente) nos garantizan la existencia de esta nueva multidisciplina.
Una diferencia sustancial entre ambas estas neodisciplinas, es que la metaética viene de una vieja tradición británica desde el siglo XVII, que en la meditación ética no se preocupa en averiguar qué es lo bueno o lo malo, lo honesto o lo deshonesto, lo libre o no libre sino que se pregunta por “las respuestas a los valores o disvalores, a las virtudes y los vicios”. Y entonces se pregunta la metaética: qué se ama, que se rechaza, qué se reprende, que se elogia, que se deplora, es decir, se pregunta por todas las formas en que se toma posición frente a la conducta de los seres humanos. Y eso refleja normas que el hombre tiene. Y el acceso filosófico es el análisis de lo que se dice, del lenguaje común.
La metaética está apoyada en la teoría J. Austin (1911-1960)[1] de los actos del habla según la cual también se hacen cosas con palabras, como por ejemplo en los juicios o enunciados performativos[2], mejor denominarlos realizativos, porque realizan con su solo enunciado una acción: por ejemplo, cuando digo: yo prometo o yo bautizo.
Esta metaética, signada por el utilitarismo o pragmatismo pues analiza lo que se usa y lo que se hace, siempre a través del lenguaje, termina en un idealismo pues viene a sostener que la reflexión sobre algo modifica eso sobre lo cual se reflexiona. Por ejemplo: si me encolerizo y reflexiono sobre ello,  ya no será tan grave. Pero esto es un error pues creer que por el mero hecho de volverse conciente de algo puedo cambiar ese algo, es una ilusión intelectual.
Y así sostiene Hans Gadamer, el mayor filósofo en esto temas: Por medio del volverse conciente pueden descubrirse errores de conciencia, pero no puede modificarse una validez normativa.[3]
Es que la ética no puede hacer normas, estas vienen de una tradición vivida, de un ethos vigente, y la ética solo es una aclaración teórica de este éthos. Solo podemos aclarar aquello que ya nos determina en lo que somos. Por lo tanto no se puede tampoco alcanzar ni una fundamentación última ni un ethos universal.
Esto en definitiva, es lo que viene a afirmar Heidegger en su Carta sobre el humanismo(1946) que después del descalabro de la segunda guerra mundial que dejó sesenta millones de muertos[4] en el corazón de Europa se quebró cualquier posibilidad de existencia de un ethos universal como constitutivo básico para un humanismo. Así que hablar de humanismo se transformó en un sinsentido.
En metapolítica, por otra  parte, hablamos no de ethos sino de ecúmenes. Esto es, grandes espacios de tierra habitados por hombres que comparten con sus propias  lenguas, creencias y costumbres un ethos particular [5].
Si se habla de ecúmenes y no de ethos es porque la idea de ecúmene está en la base de las concepciones geopolíticas al involucrar grandes espacios. Que ayer fueron la Hélade para los griegos y la romanitas para los romanos, como hoy lo son Iberoamérica para nosotros o Angloamérica para los yanquis.
La idea de ecúmene muestra que el mundo es en realidad un pluriverso y no un universo como lo pensó la Ilustración y el liberalismo político. Este mundo está compuesto, aproximadamente,  por media docena de ecúmenes. Ellas comparten las mismas estructuras constitutivas pero difieren entre sí por sus valores, lenguas, usos y costumbres distintas. Ello nos está indicando que las ecúmenes son al mismo tiempo totalidades de sentido pero relativas una a otras. En la medida en que una ecúmene, cualquiera sea, toma primacía sobre otras se produce la llamada colonización cultural, económica y política. Lo que está sucediendo hoy con la americanización que padece Europa por la ecúmene anglo-americana.
En definitiva, no existe ninguna razón seria y fundada para sostener la existencia de un nuevo humanismo. Tanto la metaética como la metapolítica nos muestran este acierto. Acierto ya barruntado por don Miguel de Umanuno quien al comienzo nomás Del sentimiento trágico de la vida nos advierte: el adjetivo humanus me es tan sospechoso como el sustantivo abstracto humanitas. [6] Más contundente fue aún el anarquista Joseph Proudhon cuando afirmó: Cada vez que escucho humanidad sé que quieren engañar.





[1] Austin, J.L.: Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Buenos Aires, 2008
[2] Es tanta la mala copia que hacemos del inglés que, incluso, buenos profesores de filosofía, avispados y despiertos traducen literalmente performative por preformativo en lugar de traducir al castellano por “realizativos”.
[3] Maliandi-Fernández: reportaje de Ricardo Maliandi a Hans Gadamer en Valores Blasfemos, Ed. La cuarenta, Bs.As. 2009, p.85
[4] El mayor investigador que tenemos en estos temas es el politólgo Horacio Cagni, más conocido entre los amigos como “la bala de plata”, solo para utilizar ante algunos europeos engreídos en temas de la segunda guerra mundial.
[5] Al respecto puede consultarse nuestro libros: Disyuntivas de nuestro tiempo (ensayos de metapolítica), Ed. Docencia, Bs.As. 2014 o Teoría del Disenso (las ecúmenes y el pluralismo) Ed. Teoría, Bs.As. 2003
[6] Unamuno, Miguel de: Del sentimiento trágico de la vida, Losada, Bs.As. 1964, p.7