miércoles, 26 de febrero de 2014

ALGO MAS SOBRE EL NOMBRE AMERICA. POR ALBERTO BUELA, FILOSOFO ARGENTINO E HISPANOAMERICANO.


Algo más sobre el nombre de América
Alberto Buela (*)





Pasan los años y seguimos en esta lucha desigual por tratar de desmitificar el nombre espurio de latinoamericanos que nos han impuesto a los habitantes de la América no-sajona.
Una enorme cantidad de artículos llevamos escritos sobre el asunto, pero sólo han logrado ser una gota de tinta en el Río de la Plata. Los poderosos mass media, los intelectuales de renombre, los políticos famosos, la Iglesia, los marxistas y liberales, y todos aquellos que pueden hacer público y notorio su pensamiento hablan, invariablemente, sobre nosotros como “latinoamericanos”.

Es sabido que el nombre de América nos fue impuesto por los alemanes en homenaje al italiano Américo Vespucio, a quien le atribuyeron el descubrimiento del continente. Lo que no es tan sabido, es el sentido etimológico del término América.
Así, en primer lugar hay que decir que se utiliza como femenino a semejanza de los otros continentes: Europa, Asia, África, Oceanía. Que proviene del germano Amal, nombre correspondiente al fundador de la familia real ostrogoda, que significa trabajo; y del sufijo rich o rik, que quiere decir, jefe, poderoso, mando.
Una etimología complementaria nos indica que Américo es equivalente a Aimerico, que viene del gótico hámis, que significa casa o morada, y del conocido rich o rik.
Por todo lo cual, podemos afirmar que América quiere decir, etimológicamente,
“poderosa en el trabajo” o “la que manda en su casa”. Todo un significado sobre el que hemos ahondado en varias ocasiones y sobre el cual, gente de más talento debería profundizar.

Para desmentir la falsa designación de Latinoamérica hemos recordado su origen espurio, meramente ideológico. El concepto de latinidad es una creación ideológica de Michel Chevallier, el economista, consejero de Napoleón III, para intervenir con legitimidad en la América española.
Otro argumento al que hemos recurrido ha sido el de autoridad y así nos hemos en el prestigio y la fama de Jorge Luís Borges quien, parodiando a de Mestre, afirmó: He conocido argentinos, chilenos, brasileños y peruanos pero nunca a un latinoamericano.
Trajimos en nuestro apoya al máximo sociólogo brasileño, Helio Jaguaríbe, quien nos dice: Dejemos de hablar de ese vano concepto de Latinoamérica que como un universalismo más nos extraña por el nombre.
Citamos al profundo pensador rumano Ventila Horia: La guerra semántica se perdió desde el momento en que se los designa como latinoamericanos.
Y ahora encontramos esta joya que queremos poner en conocimiento del lector. En un libro editado en Buenos Aires en 1938 con el título de La tragedia ibérica, la editorial Imán y con un prólogo del poeta José Gabriel, miembro conspicuo de la Reforma universitaria del 18, el periodista, historiador y geógrafo portugués, Gonzalo de Reparaz (1860-1939), afirma: Los cultos de París que cacarean el alumbramiento de una raza latina en España y en América (a este huevo vacío le han hecho pasar el mar) se verían en gran aprieto si Catón resucitara después de haberse quejado hace más de 2000 años de que en su tiempo apenas quedaban latinos.
Italia y los italianos con esa sabiduría ancestral que trasmiten en sus juicios, solo reservan el nombre de latinos a los habitantes del Lacio, el resto son genoveces, calabreses, sicilianos et alii. Ningún italiano o descendiente de italianos habla de sí como “latino”, es un despropósito y un sin sentido. Lo mismo que ningún canadiense ni ningún haitiano se llama a sí mismo “latino”.

Algunos arguyen que nos debemos llamar latinos porque el castellano que hablamos deriva del latín. Un error aún más grave. El castellano deriva originalmente del osco según se cansaron de demostrar esos grandes lingüistas y filólogos españoles Antonio Tovar y Menéndez Pidal, de modo tal que mal nos podemos llamar latinos por la lengua.

Nosotros somos hispano o iberoamericanos. Si se quiere resaltar el aspecto indígena, también podemos, correctamente, denominarnos indoibéricos. Pero lo de latinoamericanos es un error por los cuatro costados. Es más, es una categoría político ideológica para extrañarnos ab ovo y así dominarnos desde el momento mismo que se nos nombra en forma errónea.

(*) arkegueta, aprendiz constante.

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