martes, 1 de septiembre de 2015

PLAN LARKIN Y EL DESGUACE DE LOS FERROCARRILES ARGENTINOS.

Plan Larkin

EPlan Larkin fue un plan de racionalización ferroviario, puesto en marcha durante la presidencia de Arturo Frondizi, si bien el plan no se completo por diversos motivos, se alcanzó a levantar varios kilómetros de vías y varios ramales, despedir a varios trabajadores y comprar material rodante al exterior. El objetivo central era acabar con el déficit que existía, ya que el sistema ferroviario se encontraba totalmente deteriorado. El plan lleva el nombre del General Thomas Larkin.


ANTECEDENTES

Compra de los ferrocarriles

Antes del año 1947, el ferrocarril pertenecía a capitales ingleses y franceses. El 1 de julio de aquel año, el Estado argentino, a través del entonces presidente Juan Domingo Perón, compró todas las empresas ferroviarias. En 1948 creó la empresa estatal Ferrocarriles Argentinos, que pasó a controlar la red ferroviaria argentina.
Después de la estatización del sistema ferroviario se dio un gran impulso a la industria ferroviaria, como ejemplo los Talleres de Córdoba, pertenecientes al Ferrocarril Belgrano. Pero luego de transcurrir unos años del gobierno peronista, y tras el golpe de estado de 1955, se generó un enorme déficit ya sea en la compra de estos servicios y empresas como en el mantenimiento de las mismas. En un determinado momento, este monto no pudo cubrirse, lo que llevó a los ferrocarriles como a otros servicios al deterioro por falta de mantenimiento.


El avance automotor versus el ferrocarril

Durante el periodo 1958 a 1960 se instalaron más de diez multinacionales automotrices, las cuales entre otras cosas producían colectivos y camiones de carga pesada. Por primera vez en la historia argentina se dejaba de comprar estos automotores al exterior, para producirlos en el país, pero esto produjo que tanto el transporte de pasajeros como el de mercancías se vuelque hacia los automotores. Como nunca se había hecho mantenimiento a los ferrocarriles. Este vuelco hacia el transporte automotor generó una sobre capacidad al transporte ferroviario, una sobre capacidad que no se usaba, y por ello, generaba un déficit al Estado.
Curiosamente había pasado lo mismo en el gobierno desarrollista de Juscelino Kubitschek (1956-1961), ambos dirigentes, habían atraído con éxito a la industria automotriz, pero eso produjo que el ferrocarril perdiera lugar para el transporte de mercancías y pasajeros

EL PLAN


La ejecución del Plan Larkin puede separarse en tres etapas:

Primer etapa


La primera se corresponde con el desempeño como Secretario de Transporte del doctor Alberto López Abuín, especialista en el tema del transporte, y defensor del ferrocarril. Propuso, en febrero de 1958, una política de modernización ferroviaria para Argentina, por lo cual había que incorporar nuevo material rodante para las vías férreas nacionales. De esa forma, se buscaba mejorar el transporte de cargas a través del ferrocarril, haciéndole ganar terreno frente al avance del tráfico automotor en Argentina. Pero este plan tuvo dos principales obstáculos: una inversión muy alta, y un plazo para aplicarlo que era demasiado largo para la vacilante política del presidente. Abuín renunció a su cargo en mayo de 1959.




Segunda etapa


El ministro de economía Álvaro Alsogaray, intento sin éxito eliminar el déficit, aumentando las tarifas y, en menor medida, modernizar el sistema ferroviario.Tanto él como Constantini tuvieron que renunciar a sus cargos en abril de 1961, con lo cual poco de esa política se pudo practicar.

Se salto entonces a la segunda etapa, en la cual serían protagonistas el ministro de Obras Públicas Alberto Constantini y el ministro de Hacienda Álvaro Alsogaray. Ambos buscaron principalmente eliminar el déficit, aumentando las tarifas y, en menor medida, modernizar el sistema ferroviario. Alsogaray viajó a los Estados Unidos para acordar la llegada del General Thomas Larkin a Argentina, donde tenía que hacer un estudio de los transportes a cargo del Banco Mundial. Así se diseñó el denominado Plan Larkin, que consistía en abandonar el 32% de las vías férreas existentes, despedir a 70.000 empleados ferroviarios, y reducir a chatarra todas las locomotoras a vapor, al igual que 70.000 vagones y 3.000 coches, con la idea de que se comprase todo esto en el mercado exterior y se modernizase de una vez los Ferrocarriles Argentinos, ya sea renovando los rieles o renovando el material rodante, los cuales se encontraban en pésimas condiciones. Los cuadros gremiales se pusieron en pie de guerra al enterarse del plan de reducir la empresa ferroviaria, despedir gente y la política de suprimir ramales. Pero la crisis política del momento hizo que Alsogaray y Constantini tuvieran que renunciar a sus cargos en abril de 1961, con lo cual poco de esa política se pudo practicar.



Tercer etapa

Se inició entonces la tercer y última etapa, con Arturo Acevedo como Ministro de Obras Públicas. En junio de 1961 se incorporaron nuevos trenes diésel al servicio suburbano del Ferrocarril General Roca, con lo cual muchos maquinistas y foguistas de locomotoras perdieron sus empleos, lo que provocó paros de protesta. Acevedo era partidario de eliminar todas las líneas que dieran déficit, como fue el caso de las del provincial, al ser de una trocha demasiado pequeña (1000 mm) no eran capaces de llevar mucha carga o transportar muchos pasajeros. Clausuró, así, varios ramales, lo que provocó que se iniciasen varios paros, entre ellos uno de 42 días que se inició el1 de agosto de 1961, oponiéndose tanto a los despidos como al desguace de material rodante. Sin embargo, al término de la huelga, ningún ramal de los cerrados fue rehabilitado.






EL DISCURSO PRESIDENCIAL

El presidente Arturo Frondizi brindo un discurso el 5 de junio de 1961 que fue transmitido por radio y televisión, hablando de los pasos que se iban a seguir en términos de materia de transporte:

El texto fue resumido.
"Me dirijo esta noche al pueblo de la República para hablar de un problema dramático, cuya solución interesa a todos los argentinos y no puede postergarse ni un día más. Me refiero al problema del transporte en todo el país. No podemos ocultar la gravedad de la situación y hay que hablar con entera franqueza: tenemos un pésimo sistema ferroviario y sus finanzas están en bancarrota. El gobierno ha decidido adoptar medidas enérgicas para resolver de raíz este problema y apela a la comprensión y a la colaboración de todos los habitantes de la República.
Del mismo modo que las arterias sirven para la circulación sanguínea a lo largo del cuerpo, las vías de comunicación sirven para la circulación de personas y productos a lo largo del territorio de una nación y se proyecta aún más lejos en el caso del transporte internacional. [...] La verdadera crisis de nuestro transporte en general no consiste en que sea caro y produzca déficit sino en que ha quedado inmutable en un cuerpo nacional que en estos momentos crece y se transforma rápidamente.
Sin embargo, esta nueva y pujante geografía económica argentina que se expresa en el petróleo y el gas de la Patagonia y del norte, en los yacimientos minerales y las acerías, en las radicaciones de industrias de toda índole, sufre la parálisis y el aniquilamiento del transporte, se decir, del sistema arterial que debería comunicar esos centros entre sí, llevando la materia prima a las plantas transformadoras y los productos terminados a los centenares de centros consumidores de toda la república. [...] Así en 1960, los ferrocarriles disminuyeron en seiscientos treinta mil toneladas la carga transportada con relación al año anterior.
Que sepan que ni un solo obrero y empleado ferroviario verá sus derechos sociales y laborales afectados injustamente; y que los hombres con vocación ferroviaria hallarán las oportunidades que ahora les están negadas, debido a que no hay perspectivas para los agentes de un servicio que gravita sobre la economía nacional con pérdidas que constituyen más del 75% del déficit fiscal.
Por consiguiente, sin perjuicio de la intensa labor que se está cumpliendo en virtud del decreto 853/61, el poder ejecutivo incorporará al servicio, con carácter de urgencia, las unidades y material que sean necesario para corregir el desastroso deterioro del sistema ferroviario [...].
Se ha comprobado que el hecho de que el sistema ferroviario no responda a nuestras necesidades actuales es la principal fuente generadora del déficit presupuestario que padecemos. Ello se debe al trazado anacrónico de la red, a la imposibilidad de reponer el material envejecido en la medida de las necesidades más inmediatas y a la falta de racionalización que multiplica varias veces el costo de tonelada/kilómetro/hora, y además, inmoviliza el material, degrada los servicios, e imposibilita la mejora de los salarios".
Discurso pronunciado por radiofonía y televisión por el presidente Arturo Frondizi el 5 de junio de 1961.


Síntesis del discurso

En el comienzo del discurso, compara las arterias del cuerpo humano con el transporte, detalla el estado de los Ferrocarriles Argentinos en aquel momento, habla de que la gente viajaba mal, amontonada y que llegaba tarde a su destino, también hace mención de que existían líneas férreas que rendían poco, como otras que estaban sin uso. Hace mención de la función del ferrocarril ideal, el cual tenía que ser capaz de transportar mercancías, re-juntando todas las industrias básicas como acerías, plantas de energía, fábricas, petroquímicas, que en el caso de los ferrocarriles del país no se estaba dando. Menciona la disminución del las toneladas de carga, en seiscientos treinta mil toneladas la carga transportada con relación al año 1959.
En síntesis, el discurso hablo de los pasos que el gobierno iba a servir en materia de política de transporte, algunos de estos pasos se lograron como levantar algunos ramales y despedir a algunos obreros (luego de las huelgas algunos fueron reincorporados). La huelga de 42 días de 1961 impidió el resto de los objetivos, y así se dio marcha atrás con el plan.

Privatización 

En 1991 Ferrocarriles Argentinos fue dividida, agrupándose los servicios de pasajeros del área metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires en FEMESA a la vez que se iban licitando las concesiones de las diferentes líneas y servicios. Los servicios suburbanos de pasajeros fueron luego concesionados por FEMESA respetando las líneas originales; en total, cuatro consorcios se hicieron cargo de los siete ramales del conurbano bonaerense. Mientras tanto, FA seguía operando los trenes de pasajeros de corta, media y larga distancia en un esquema de emergencia, con horarios reducidos. El 10 de marzo de 1993 se canceló la totalidad de los servicios interurbanos y larga distancia que todavía prestaba Ferrocarriles Argentinos. 

El resto de la red, fuera del Gran Buenos Aires, fue concesionada en un esquema que, al igual que las otras concesiones, abarca tanto infraestructura como material rodante y tractivo —vagones y locomotoras, respectivamente—. A nivel nacional, sólo fueron concesionados a empresas privadas los servicios de carga, incluyendo el material rodante para tal fin, mientras que el material existente para el transporte de pasajeros fue asignado a las diferentes provincias para que estas se encarguen de la corrida de trenes de pasajeros dentro de su territorio, ya sea directamente o por concesión. 

La mayor parte del Ferrocarril Roca fue dado en concesión a Ferrosur Roca S.A., mientras que el San Martín quedó en manos de BAP S.A. (Buenos Aires al Pacífico S.A.); gran parte del Sarmiento fue concesionada a FEPSA (FerroExpreso Pampeano S.A.) y el Urquiza fue concesionado a Ferrocarril Mesopotámico S.A. Por su parte, el Ferrocarril Mitre fue dado en concesión a la empresa Nuevo Central Argentino. Sólo quedó en manos del Estado el servicio de cargas en el Ferrocarril General Belgrano que luego de un intento infructuoso de privatización continuó bajo su órbita con el nombre de Belgrano Cargas Sociedad Anónima (BCSA). Durante 1999, la mayor parte de las acciones del Belgrano Cargas fue transferida a la Unión Ferroviaria, uno de los principales sindicatos del sector. 

Con la liquidación de Ferrocarriles Argentinos la administración y titularidad de la infraestructura ferroviaria nacional quedó en manos de un nuevo organismo, el Ente Nacional de Administración de Bienes Ferroviarios (ENABIEF), posteriormente convertido en el Organismo Nacional de Administración de Bienes del Estado (ONABE). El ONABE tiene sus oficinas en el edificio que fuera de Ferrocarriles Argentinos, ubicado en la intersección de las avenidas del Libertador y Ramos Mejía, en la Ciudad de Buenos Aires. 






La sociedad argentina vista desde los ferrocarriles: desde la revolución libertadora hasta el gobierno de Frondizi

Por Agustín Natansohn 

Introducción 

El presente trabajo monográfico abordará las problemáticas y los sucesos relacionados con el ferrocarril argentino, desde la Revolución Libertadora de 1955 hasta el final del gobierno de Frondizi, en 1962. 
El trabajo expondrá diversas posturas ideológicas y sus sustentos, acerca de lo ocurrido en esta década, muy importante para entender el estado actual del sistema ferroviario, ya que fue la década en donde la curva de crecimiento de los trenes, que hasta ese entonces se ubicaba en el punto mas alto, comenzó a declinar hasta el saqueo casi total producido en la década del noventa. 
Si bien para comprender la situación actual es necesaria una revisión histórica completa, el propósito de este trabajo es especificar los sucesos ocurridos en esta década trascendental, y mostrar las posturas ideológicas que estuvieron a favor y en contra de las medidas tomadas, como así también los intereses en juego. 
Por otro lado, el estudio de esta temática esta relacionado estrechamente a distintos procesos sociopolíticos que afectaron al país no solo en materia de transporte, si no en la economía en general, afectando así a la forma de vida y la suerte de los habitantes del país, como por ejemplo el ingreso de Argentina al FMI en 1956, que trajo muchos cambios tanto en el transporte como en el país en general. 
Una de las razones por la cual se ha elegido este tema, es porque resulta muy pertinente para la construcción de un futuro mejor, ver cómo desde un tema específico como es el ferrocarril, puede verse el reflejo de las aptitudes (o inaptitudes) políticas de diversos funcionarios para defender el patrimonio público, lucrando con lo que debería ser un servicio público y convirtiéndolo en un negocio. 
El trabajo se ha dividido en tres partes para su mayor comprensión y un mejor ordenamiento de los datos obtenidos de distintos autores y fuentes. 
En un primer lugar, se expone una síntesis de los sucesos ferroviarios más importantes de este período. En segundo lugar, una caracterización del gobierno de Frondizi, y su relación con los intereses norteamericanos y con los gremios ferroviarios. Las huelgas de 1961 como resultado de estas políticas, y la opinión publica como un factor determinante de la imagen creada en torno al ferrocarril innecesario. 
Finalmente, las conclusiones sacadas de los datos obtenidos. Para dichas conclusiones se tuvo en cuenta la opinión pública de aquel entonces, las posturas del gobierno y sus defensores, como así también las posturas de los ferroviarios, que en ese entonces no tuvieron voz en los medios y fue uno de los factores influyentes en la derrota final, si bien ésta se dio tres décadas después. 


Parte I: hechos 
El estado de los ferrocarriles hacia 1955 
La Revolución Libertadora (1955-1958) 
El gobierno de Frondizi (1958-1962) 






Estado de los ferrocarriles hacia 1955 


Cuando el general Perón fue derrocado por la Revolución Libertadora en 1955, la situación de los ferrocarriles argentinos era muy variada. 
Si bien la red contaba con aproximadamente 45.000 kilómetros de vías, el estado de éstas era muy heterogéneo. No se había podido lograr la completa dieselización de las líneas (paso de las máquinas de vapor a las de motor diesel), y algunos equipos estaban anticuados y en mal estado. 
Desde su nacionalización, pocas habían sido las mejoras de infraestructura. Las inversiones que realizó el gobierno peronista en materia ferroviaria se debieron en gran medida a la compra de vagones y locomotoras en el extranjero, y a la creación de escuelas ferroviarias para la instrucción del personal. Pero el principal gasto que tuvo que hacer el gobierno, fue el necesario para mantener toda la estructura ferroviaria desde 1946, en que los ferrocarriles comenzaron a ser deficitarios, si bien el estado los consideró un servicio público y no lo tomó como un estorbo para la economía. 
El origen del déficit, que resultó motivo de desprestigio para el ferrocarril a partir de 1955, se halla en dos puntos principales: 
El primero, es la decisión del gobierno de Perón de mantener el precio del boleto pese a la inflación, lo que provocó un aumento en la cantidad de pasajeros, y una sobre utilización del sistema ferroviario, y la consiguiente demanda de mayor cantidad de personal. A su vez, esto trajo aparejado el segundo motivo del déficit: al haber mayor cantidad de personal, aumentó el gasto, ya que los sueldos continuaron en ascenso acorde la inflación. 
Por otro lado, el intenso uso de los ferrocarriles provocó un desgaste que no tardaría en notarse, utilizándose formaciones antiguas para suplir las demandas que no se podían cumplir. Con el incremento del personal, la cantidad de empleados ferroviarios llegó a una suma aproximada de 220.000 personas. 
Pese al déficit, otro problema que padecía el sistema ferroviario era precisamente la unidad de todas las líneas en una sola empresa, como lo era Ferrocarriles Argentinos. Existían ramales de cinco trochas distintas (angosta, media, ancha o estándar en el exterior, otra más ancha y otra de escasos 60 centímetros en corrientes), algunos se superponían con otros, (ya que provenían de empresas privadas inglesas, francesas y estatales) y las compras de locomotoras nuevas se realizaron sin un estudio previo sobre qué artefactos convenía comprar. A veces, la falta de planificación llevó a comprar material incompatible, generando grandes gastos y debiendo restringir su uso al poco tiempo de haber sido adquiridos. Tampoco se adquirían grandes cantidades, y siempre la demanda de unidades era mayor a lo que se compraba. 
¨ La red ferroviaria Argentina, diseñada por iniciativa de empresas privadas y sin planificación alguna por parte del Estado, era desproporcionada y tenía algunas deficiencias para funcionar como una unidad. Había líneas redundantes y faltaba conectividad entre ellas ¨ 
Tampoco hubo un plan de transporte integrado entre los ferrocarriles y el transporte automotor. Las carreteras, en vez de complementar las vías, las equiparaban generando una innecesaria competencia para la nación, aunque bien necesaria para los intereses privados. Porque cabe destacar que si bien el gobierno le dio una gran importancia al asunto ferroviario, también se la dio en proporcional medida al transporte automotor, por medio de la dirección de vialidad. El crecimiento de esta industria comenzaría a jugarle un papel en contra al ferrocarril. 
Donde primero se notó fue en el transporte de cargas, mientras que el transporte de pasajeros sufrió un cambio mucho mas retardado. 
Entre tanto panorama negativo, vale mencionar algunas de las cosas destacables de la administración peronista: 
En los creados talleres ferroviarios, se capacitó a muchos obreros para reparar las máquinas con las que contaba el ferrocarril. Talleres en Tolosa, Liniers, Córdoba, Rosario, Tafí Viejo. En todos los talleres se dotó de una amplia maquinaria pesada, con la cual se logró construir una gran cantidad de vagones en el país. Se realizaron algunos proyectos para construir locomotoras diesel y a vapor. Si bien eso no se logró, se construyeron locomotoras diesel con motores importados, como La Justicialista y su hermana La Argentina. Todo el gasto que generaban estos emprendimientos, ayudaban a incrementar el déficit. Pero el gobierno lo asumía, ya que le daba prioridad al servicio público y al desarrollo, antes que al lucro del servicio. 
Gracias a los mencionados talleres, las locomotoras de vapor se llegaron a construir íntegramente en el país, que para la década del ´50 eran utilizadas para los servicios donde se requerían menos tráfico, como las encomiendas y los pequeños trenes de carga. 
El ferrocarril fue fundamental para el progreso de muchos pueblos del interior, los cuales eran integrados gracias a los rieles, y sus producciones eran transportadas por este medio. 
También son destacables los trenes sanitarios, y los trenes aguateros, que distribuían agua potable a localidades donde no había napas aptas para el consumo humano. 
La mayor parte de los ferrocarriles fueron construidos con capital inglés. Pero donde el negocio ingles no era rentable, construían los argentinos. Estos ferrocarriles, llamados de fomento, no son para nada rentables, si no que ofrecen una vía de comunicación e integración a muchos pueblos, unificando a toda la nación. 
Los ferrocarriles, como medio de transporte, son un servicio público. Por lo tanto, no están hechos para dar ganancias, si no para brindarle un servicio a la sociedad. Así lo entendía ese gobierno, que quizás veía equiparado el déficit del sistema con la productividad de los sectores donde el ferrocarril llegaba. 
Todos los puntos anteriores son remarcados porque al asumir el nuevo gobierno, totalmente antiperonista, estas características fueron menguando paulatinamente. 









La revolución libertadora (1955-1958) 


En este estado irrumpe en la nación la Revolución Libertadora. Una de las primeras medidas que efectúa este gobierno, es derogar la constitución nacional de 1949, la cual en su artículo 40º, entre otras cosas, decía: ¨ La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguarda de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados por esta Constitución (…) Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación.¨ 
¨ El artículo 40º es un obstáculo, una verdadera muralla que nos defiende de los avances extranjeros y está entorpeciendo y retardando el planeado avasallamiento y endeudamiento de la economía Argentina ¨. Raúl Scalabrini Oritz . 
El nuevo gobierno se encontró, como ya vimos, con una situación no muy alentadora. 
Dice Jorge Wadell: ¨ En 1956 se decidió crear una nueva empresa ferroviaria, que tendría a cargo la explotación de todas las líneas y que se denominó EFEA (Empresa Ferrocarriles del Estado Argentino). Esta nueva organización empresaria significó la uniformidad de criterios en la administración de toda la red y permitió separar la explotación de los ferrocarriles, a cargo de la nueva empresa pública, de la autoridad de aplicación y fijación de las políticas para el sector que mantenía el Ministerio de Transporte. 
La EFEA estaba conducida por un directorio y un presidente. Como primer presidente se designó al Ingeniero Dante Ardigó, funcionario de vasta experiencia y de larga trayectoria en el antiguo FCS. Al decir de los autores nacionalistas, este nombramiento significó el abandono de una política ferroviaria nacional y la entrega del ferrocarril a los personeros del imperialismo. ¨ 
Este mismo año, el país ingresó al Fondo monetario internacional (FMI) y al Banco mundial (BM). En oposición a las claras políticas nacionalistas del gobierno de Perón, el nuevo gobierno argentino comenzó un acelerado proceso de ingreso del capital extranjero, y una influencia cada vez mayor de los Estados Unidos. 
Pese a esto, hasta el gobierno de Frondizi no hubo cambios determinantes en el sistema ferroviario. La amplitud del servicio y la cantidad de pasajeros anuales siguió incrementando. Se trató de dotar al sistema ferroviario de maquinaria moderna, y se adquirieron locomotoras provenientes del exterior, principalmente provenientes de Estados Unidos: Alco, General Motors y General Electric. 
Paradójicamente, todos los proyectos peronistas de autonomía industrial fueron cancelados violentamente, como el proyecto para construir locomotoras en el país que se llevaba a cabo en los talleres de Liniers y luego de Mendoza, donde funcionaba la Fábrica argentina de locomotoras (Fadel), que fue cerrada y desmantelada. 
En 1957, al cumplirse el centenario de los ferrocarriles en la Argentina, se realizó una exposición con las nuevas locomotoras adquiridas. Ese mismo año, se trajeron de Japón nuevos coches eléctricos para la línea Sarmiento. 
Al igual que en el último período peronista, la adquisición de material ferroviario carecía de un proyecto previo, y se compraron locomotoras y vagones de diferentes marcas, modelos y medidas (de trochas ancha y media). 
El aumento de la utilización del servicio ferroviario generó una mayor demanda de personal, por lo que el déficit continuó en un marcado ascenso. 
La diferencia radicaba en que en el gobierno de Perón se tomaba al tren como un servicio público, en beneficio de la gente. Pero con el advenimiento de políticas desarrollistas y liberales, el déficit ferroviario comenzó a ser mal visto y se generó una campaña de desprestigio del transporte ferroviario, lo que traería marcadas consecuencias con la asunción al poder del siguiente gobierno. 
Uno de los responsables del desprestigio en torno a la idea del déficit, fue el ministro de hacienda Roberto Verrier. Juan Carlos Cena dice: ¨ El doctor Roberto Verrier, Ministro de Hacienda de los golpistas de 1955, fue uno de los voceros de la mentira. En 1957 elabora y publica un informe que se llamó el Plan Verrier, y dentro de él contenía el mentado déficit ferroviario, mismo que es apoyado por Prebisch . El doctor Roberto Verrier determina en esa publicación que el déficit que dejaron los ferrocarriles en el ejercicio -1956- era de 4.195 millones de pesos. ¨ 
Acerca de Prebisch, Arturo Jauretche realizó en la época una dura crítica a la política que el gobierno de la Revolución Libertadora estaba llevando a cabo, llamado ¨ El plan Prebisch, Retorno al coloniaje ¨, que hacía referencia a que las políticas de apertura económica que el gobierno realizaba, alejaban al país de la autonomía económica. Esto era comparado con la época colonial, y puede asemejarse con otras críticas realizadas en la época, como la que realiza Raúl Scalabrini Ortiz acerca del descrédito de los ferrocarriles en tiempos de la Revolución Libertadora: 
¨ Para facilitar, para posibilitar mejor dicho la venta del Ferrocarril Oeste, la operación fue precedida por una inmensa campaña de descrédito. Se comenzó por endeudarlo. Se irritó a los usuarios con malos servicios y encarecimientos, consecuencia de la desorganización planificada, empezaron a producirse déficit cuya resonancia en la propaganda periodística extendió y multiplicó sin explicar causas ¨. 
…¨ En 1955 han reaparecido los viejos testaferros que sirvieron a los intereses británicos en la elaboración y sostenimiento de su extinto imperio ferroviario. Es evidente que ellos están trabajando en el más sigiloso secreto para endeudar a los actuales ferrocarriles del Estado Argentino y facilitar las maniobras futuras de readquisición, muy semejantes a las que condujeron a la pérdida de la propiedad del primer ferrocarril argentino, el Ferrocarril del Oeste ¨ . 
Otro hecho destacable en este período fue la militarización del personal ferroviario (1958). Esta es una de las medidas por la cual el gobierno se encargaba de que los obreros realizaran su labor, ya sea implementando o no la fuerza. 
Hasta la finalización del gobierno militar de la Revolución Libertadora, en 1958, no se habían realizado grandes cambios en la estructura ferroviaria, (exceptuando la creación de la EFEA). La cantidad de gente que viajaba anualmente iba en aumento, y la cantidad de vías en actividad continuaba siendo la misma. Sin embargo, los cambios fueron de carácter ideológico. No hay que olvidar que los siguientes años la voluntad popular estuvo acallada mediante la proscripción del partido político más importante del país. En su reemplazo, tanto el gobierno como los dirigentes gremiales y encargados del destino de la nación tendrían ideologías totalmente distintas a las que nacionalizaron el transporte ferroviario. 
La apertura del comercio, las ideas liberales y desarrollistas ¨ importadas ¨ de Norteamérica, caracterizaron esta etapa marcando un claro rumbo a seguir, tanto en el transporte como en la economía en general. 
Acerca de la compra de locomotoras en el extranjero, y el cierre de talleres en el país, vale la pena destacar una apreciación extraída del reciente documental de Pino Solanas acerca de los ferrocarriles, ¨ La Próxima Estación ¨ , donde el ingeniero Norberto Rosendo dice: ¨ con el paso de la locomotora a vapor a la locomotora diesel compramos la dependencia. Es el modelo del consumismo llevado al transporte ¨. 

El gobierno de Frondizi (1958 – 1962) 

El primero de Mayo de 1958 asumió como presidente de la Argentina Arturo Frondizi. Desde su discurso, puede desprenderse un carácter desarrollista. Parte de su proyecto económico para el país, constaba de consolidar mediante políticas públicas algunos sectores claves de la economía, que arrastrarían a las demás actividades. 
Una de esas decisiones era la llamada ¨ batalla del petróleo ¨, que consistía en lograr el autoabastecimiento de petróleo, para dejar de importarlo. Para esto, se permitió el ingreso de fuertes capitales extranjeros, y al poco tiempo numerosas industrias automotrices se instalaron en el país. De a poco, los intereses creados en torno a la industria automotriz comenzaron a influir en las decisiones políticas. 
Con el impulso del sector automotor, tanto de pasajeros (autos y ómnibus), como de cargas (camiones), el uso del ferrocarril comenzó a descender. 
Las políticas implementadas por el gobierno lograron tal efecto. Al mismo tiempo, para reducir el déficit ferroviario (ahora considerado preocupante), se escucharon los consejos que el Fondo Monetario Internacional tenía en materia de transporte. 
Distintas comisiones de economistas extranjeros, especializados en transporte, visitaron talleres y otras instalaciones ferroviarias del país con el propósito de elaborar un plan de transporte, con el objetivo de mejorar el servicio existente. 
Entre principios de 1960 y fines de 1961, se realizaron tales estudios. Pero antes de detenernos en tales comisiones investigadoras, es interesante exponer las tres etapas del gobierno de Frondizi que Jorge Wadell expone en su obra acerca de los ferrocarriles. Dichas etapas se corresponden con los distintos ministros que tuvo a su lado el presidente, y que determinaron tomas de decisiones diferentes. 
La característica inestabilidad del gobierno de Frondizi llevó a implementar medidas muy dispares. Dentro de lo que se considera la primera etapa, se encuentra la política ferroviaria planificada por el secretario de transportes Dr. López Abuín, que correspondía con un informe del transporte realizado por el CEPAL (ver nota al pié numero 4). Dicho informe proponía una modernización del sistema ferroviario a largo plazo, mejoras que se correspondían con una característica expansiva de los primeros años del gobierno. 
Dentro de este período, se adquirieron grandes cantidades de locomotoras del exterior, como así también se construyeron en el país con los motores que habían sido adquiridos en el gobierno de perón para el armado de locomotoras en FADEL. 
La segunda etapa en la política ferroviaria de Frondizi, según Wadell, comienza con la asunción como ministro de Hacienda de Álvaro Alsogaray. Éste se propuso eliminar el déficit del sistema ferroviario, tomando algunas medidas que provocaron un descontento en las agremiaciones (La fraternidad y la Unión Ferroviaria). Para paliar el déficit, Alsogaray se valió del aumento de las tarifas, y de la reducción de gasto de explotación. Para ello, algunas de las actividades periféricas relacionadas con el ferrocarril fueron concesionadas a privados, como las confiterías y los coches restaurantes. ¨ La idea de Alsogaray y Constantini, el ministro de Obras Públicas, fue dejar a la EFEA sólo la operación del ferrocarril en sí, mientras que todas las tareas accesorias debían ser transferidas a la actividad privada, cosa que comenzó a implementarse. Pero ello generó una gran tensión con los gremios ferroviarios. En abril de 1961, en una de las recurrentes crisis políticas, renunció Alsogaray y se instauró una nueva política ferroviaria. ¨ 
El nuevo ministro de hacienda fue Roberto Alemann, mientras que el ministro de Obras Públicas fue el ingeniero Arturo Acevedo. En esta etapa, que va desde mediados de 1961 hasta la caída del gobierno en 1962, se tomarían medidas drásticas en cuanto a la ¨ problemática ¨ del ferrocarril. 
Se cerraron algunos ramales para achicar el déficit, y se dejó cesante a una gran parte del personal en todo el país. Los conflictos y las huelgas que se produjeron por estas medidas, son uno de los causantes de la caída del gobierno unos meses después. 
En junio de 1961, Frondizi hizo público un comunicado en el cual dejaba en claro cuales serían las medidas que iba a tomar acerca del ¨ problema ferroviario ¨. Inmediatamente después de comunicar estas medidas, los gremios ferroviarios acudieron al gobierno para llegar a un acuerdo. La intransigencia del gobierno fue el motivo por el cual, el 27 de Octubre de 1961, el sector ferroviario declaró la huelga. 
Los obreros reclamaban la apertura de los ramales clausurados, y la reincorporación de los obreros cesantes. Pero la opinión pública, que para ese entonces ya había amasado toda una concepción del ferrocarril relacionada con lo deficitario, antiguo, obsoleto e innecesario, no comprendió el reclamo obrero. 


Algunos estudios afirman que nadie saló favorecido de esta huelga. Más bien todos salieron perjudicados: el gobierno no tendría muchos meses más de autoridad, y sería derrocado en 1962, siendo la huelga fue uno de los motivos de la crisis institucional que provocó tal caída. Y los ferroviarios debieron adecuarse a las medidas del gobierno, ya que los obreros cesantes nunca fueron reintegrados, y algunos de los talleres y ramales cerrados jamás volvieron a abrirse. 
Pero mas allá de eso, la huelga perjudicó a los ferrocarriles porque durante el tiempo en que estos no funcionaron, el transporte automotor fue el reemplazante (temporal) de todos los pasajeros. Con el correr de los años, esta competencia causaría un gradual descenso en la cantidad de gente transportada, y en la cantidad de carga, como así también en la calidad del servicio. 
Los trenes de carga perdieron las cargas pequeñas y encomiendas, pasándose únicamente a dedicar al transporte de materias primas, difíciles de llevar con los camiones. 


Autor: Agustín Natansohn 

viernes, 14 de agosto de 2015

12 DE AGOSTO DE 1806. LA RECONQUISTA.Por Federico Addisi.

12 DE AGOSTO DE 1806. LA RECONQUISTA
Por Federico Addisi





Eran las 22,30 del martes 24 de junio de 1806; el Virrey del Río de la Plata, Rafael de Sobremonte se encontraba en un agasajo; en la Casa de Comedias. Hasta allí llegó un parte enviado por el comandante del puerto y del fuerte, Don Santiago de Liniers.











Foto: Don Santiago de Liniers
Las noticias eran graves puesto que recibida la notificación, el virrey abandonó de inmediato el teatro y se dirigió rápidamente a la Fortaleza. Una vez allí ordenó que por señales de faroles se alertara a las cañoneras y demás navíos que se encontraban fondeados en el estuario y comisionó una partida hacia Quilmes para que lo mantuviera informado de todo lo que acontecía.
La alarmante noticia no era otra que el avistaje de una flota inglesa bajo las órdenes del comodoro Popham, con una fuerza expedicionaria comandada por Beresford. Uno de los buques agresores quedó varado, producto de lo cambiante de las corrientes del río y tuvo que ser aligerado de peso para poder ponerlo nuevamente a flote. Los pertrechos y parte de la tripulación fueron trasladados hacia un buque llamado Encounter que navegó hacia Ensenada, pretendiendo desembarcar allí, lo que les fue imposible por la resistencia que encontraron desde la costa. Este episodio sirvió para alertar a los patriotas de lo inminente de un ataque extranjero, y precisamente esto es lo que Liniers comunicó a Sobremonte.     

La peor de las sospechas se confirmó con las primeras luces del 25 de junio. Varias embarcaciones inglesas se situaban en línea frente a la ciudad emprendiendo viaje hacia el puerto de Quilmes.
La fuerza agresora estaba compuesta por 1641 hombres, de los cuales 1046 eran de infantería. A su vez 864 de estos pertenecían al Regimiento 71 de Highland Light Infantry y 182 al Regimiento Santa Elena; 7 eran de caballería, del Regimiento de Dragones N. 20; 36 de la Artillería Real y 102 de la Artillería de Santa Elena, con un total de 8 piezas; 340 infantes de marina; 100 marineros; 7 miembros del Estado Mayor y 3 ingenieros.
La presencia de semejante fuerza atacante sumía a toda la población en un estado que oscilaba entre la rabia y la desesperación. Más en la extraña personalidad de Sobremonte, recorría el interior de su ser, un sentimiento de reproche hacia sí mismo por no haber prestado atención alguna al aviso que oportunamente le hiciera llegar el gobernador de Montevideo, brigadier Pascual Ruiz Huidobro.
En un breve lapso de tiempo, la noticia de la presencia invasora, corrió por la ciudad toda, y tanto la Plaza como el Fuerte se poblaron de centenares de exaltados vecinos que reclamaban armas para repeler la agresión.
Sin embargo, y a pesar de sus cavilaciones, el virrey siguió sin estar a la altura que las circunstancias demandaban. Una vez que hubo regresado a la Fortaleza, se dedicó a reunir los caudales públicos mandándolos cargar en una tropa de carretas custodiadas con una fuerte escolta, ordenando a la misma poner rumbo al interior. La negligente autoridad se preocupaba más por el dinero que por la defensa de la ciudad.
Durante las primeras horas del día 26 las tropas inglesas iniciaron la marcha hacia el Fuerte de Buenos Aires. A las 11 de la mañana el ejército invasor, en orden de batalla, iniciaba el movimiento hacia lo alto de la barranca de Quilmes. Allí recibieron fuego de artillería de algunos defensores que no consiguieron frenar el avance británico. 
Este continuó hasta una de las riberas del Riachuelo, donde se encontraban fuerzas patriotas que allí se habían reagrupado. Ubicadas las dos tropas en ambas riberas, mantuvieron un intenso intercambio de disparos.
En la madrugada del 27, Beresford hizo reconocer la margen sur del Riachuelo, para identificar las posiciones de los defensores. Del informe recibido supo que la defensa se había preparado ocupando casas, los cercos de tunas y también las embarcaciones amarradas en la costa. A las siete de la mañana se inició el cañoneo británico a las posiciones criollas. Durante media hora se mantuvo un fuerte intercambio de fuego de artillería y de fusilería, siendo más eficaz el de los ingleses.
En las acciones narradas, los defensores sufrieron 10 bajas y los ingleses un marinero muerto, 10 soldados heridos y el capitán Le Blanc del Regimiento 71, que perdió una pierna a causa de una bala de cañón.

En la mañana del 27, Sobremonte ordenó formar a los 900 hombres de la caballería de Arce y con estas fuerzas se acercó hasta el Riachuelo, un poco más al noroeste del destruido puente de Gálvez, en dirección al paso de Burgos, con intención de franquear el curso de agua y caer sobre las espaldas de los invasores, mientras estos eran aferrados por la defensa del río. Sin embargo; al escuchar desde las barrancas el fuerte cañoneo y observar el cruce de los ingleses y la retirada de la propia tropa, cambió abruptamente de parecer. Sorprendiendo a propios y extraños, ordenó contramarchar en dirección a la ciudad, imaginando entonces sus tropas que desde allí encabezaría una resistencia heroica, pero al llegar a la Plaza Mayor indicó enfilar por la calle de las Torres (hoy avenida Rivadavia) en dirección a los corrales de Miserere (inmediaciones de la actual Plaza Once), y desde allí, alejándose siempre del casco urbano, tomar rumbo al oeste hacia el Monte de Castro (barrio de Floresta), punto en el que luego se le reunió su familia. Al tiempo que designaba al brigadier José Ignacio de la Quintana jefe de la plaza de Buenos Aires en sustitución de Pérez Brito, anunciaba que todos marcharían con destino a Córdoba.
Mientras el Virrey se replegaba, las fuerzas de Beresford habían completado el pasaje del Riachuelo y concentrados en Barracas enviaron sus exigencias relativas a la capitulación de la ciudad.
La noticia de la intimación de la rendición generó desasosiego e impotencia; ya que lo cierto es que, la ciudad capitulaba según ordenes expresas de la autoridad virreinal. Los ingleses demostraron su afición por la rapiña manifestando que aceptarían condiciones para la rendición pero que era excluyente y no negociable la entrega de los caudales reales del Virreinato. Finalmente la capitulación se formalizó en el mismo Fuerte de Buenos Aires alrededor de las cuatro de la tarde de ese día.
Bajo una intensa llovizna, pasadas las tres de la tarde del 27 de junio de 1806 la cabeza de columna de los invasores, marchando siempre por la calle de Santo Domingo, hizo su aparición en la Plaza Mayor, y ocupó la Fortaleza. Cerrados cafés y pulperías, entornadas las ventanas, todo aparecía vacío y silencioso, y solo transitaban por las mojadas veredas algunos grupos de curiosos.
Pero la mayor humillación estaba todavía pendiente, y los aún sorprendidos habitantes de la ciudad tomada vieron como a media mañana del sábado 28 era arriado del mástil el pabellón del Rey, izándose al tope la bandera inglesa.

En tanto; en la Villa de Luján era incautado el tesoro real, que sumaba 1.086.208 pesos de la época (es decir, unos 27 millones de dólares de la actualidad).
Pero no todo sería “color de rosa” para la Pérfida Albión. Su agresión, digna de piratería, no sería gratuita.
Desde el mismo momento de la entrada de los invasores a la ciudad, comenzó a forjarse la Resistencia. Desgraciadamente, esto no impidió el colaboracionismo de unos pocos traidores a la Patria que recibieron con pleitesía a los ingleses. Por fortuna, se trató de casos puntuales ya que la mayoría de la población los veía con desprecio por reunir la doble calidad de invasores y herejes.
El núcleo de los resistentes lo constituyeron Felipe Sentenach, José Fornaguera, Tomás Valencia, Juan Martín de Pueyrredón, Francisco Trelles, Ruiz Huidobro, Martín de Alzaga (quién financió gran parte de los gastos de la Reconquista), José Francia y Pedro Miguel Anzoátegui, quienes planearon constituir un punto fuerte, distante de la ciudad y reunir allí un ejército. A tales efectos se alquiló una chacra que luego sería conocida con el célebre nombre de “Perdriel”.
Juan Martín de Pueyrredón por iniciativa propia y acompañado de amigos y patriotas cruzó a la Banda Oriental para conferenciar con Ruiz Huidobro (gobernador de Montevideo) y obtuvo un exhorto para convocar a todos los que desearen revistar como milicianos. La actuación de Pueyrredón, junto a la de Alzaga y Liniers, fue de las más destacadas hasta la expulsión de los ingleses.
La organización del plan de reconquista no careció de dificultades, ya que Beresford tenía espías en la ciudad que lo informaban de los movimientos patriotas; en particular de lo que acontecía en Perdriel. Sin dudarlo, el inglés pasó a la ofensiva, y al mando de 50 hombres del Regimiento de Santa Elena, más 500 efectivos del 71 de Escoceses cargó contra los criollos. No dejándose amedrentar; Pueyrredón, seguido de 12 jinetes se lanzó furioso sobre el ala izquierda inglesa capturando un carro cargado de municiones. En dicha acción una bala de cañón mató al caballo de Pueyrredón quién pudo levantarse de la rodada pero quedó de pie e indefenso frente a un grupo de ingleses que corrieron hacia él para ultimarlo. Afortunadamente, uno de sus hombres lo rescató de tan delicada situación alzándolo sobre la grupa de su caballo, escapando a todo galope. El incidente de Perdriel había durado una hora y cuarto, y el saldo del combate fueron 3 muertos y 4 heridos entre las propias fuerzas, y más de 20 bajas inglesas, entre heridos y fallecidos. Luego de la escaramuza, los hombres de Pueyrredón se reagruparon para integrarse a las fuerzas de Liniers que llegarían a la brevedad.
Frente a lo difícil y anárquico de la situación, Liniers fue el hombre que puso orden y organización entre los patriotas. Habiendo juramentado en el convento de Santo Domingo frente al prior Fray Gregorio Torres quien se encontraba preso allí mismo: “Estoy resuelto a hacerlo, reverendo padre….he hecho ante la imagen sagrada de la Virgen un voto solemne…le ofreceré las banderas que tome a los británicos si la victoria nos acompaña…”; se disponía a cumplir con su promesa.














Pueden sintetizarse los planes para la reconquista en tres proyectos. Uno liderado por el hasta entonces Virrey Sobremonte, pero se lo dejó de lado por el enorme disgusto que el pueblo criollo tenía para con él, por su accionar durante el ataque inglés. Otro de los planes era el liderado por Pascual Ruiz Huidobro, que se combinaba a su vez con el tercer proyecto; el de la insurrección en la ciudad, con el pueblo como protagonista.
Durante los días subsiguientes, Liniers se puso al tanto de los trabajos de resistencia e insurrección que en la ciudad llevaba a cabo Martín de Alzaga y su gente. Este contaba con la ayuda del obispo Lué y la cooperación del clero quienes fomentaban las deserciones entre los ingleses.
En Buenos Aires, el usurpador gobernador inglés, General Beresford, intentaba ganarse el apoyo y la simpatía del pueblo. De todos modos, el amor a la tierra no era susceptible de compra y las actividades conspirativas continuaban su camino. La más importante y sobresaliente era la que lideraba la gente de Martín de Alzaga, el “plan de minas”, cuyo objetivo era hacer volar los dos emplazamientos principales ingleses: el Fuerte y el cuartel de Ranchería.
Para finales de julio, Liniers contaba con alrededor de 1000 hombres con sus caballadas respectivas.
El día 4 de agosto, en el fondeadero del puerto Las Conchas, desembarcaron Liniers y sus hombres. También bajaron allí 300 marineros de la flotilla, bajo el mando del Brigadier Juan Gutiérrez de la Concha. Estos hombres pasaron a engrosar las filas de Liniers. ¡Comenzaba, al fin, la marcha hacia la ciudad! Los soldados emprendieron el avance entre medio de una copiosa lluvia, que dejaba anegados los caminos. Pero las inclemencias meteorológicas no detuvieron el paso de los patriotas. Recorrieron distancias con firmeza y abnegación hasta que el día 8, Liniers resolvió parar en San Isidro. Dos días después, alcanzaron los Corrales de Miserere (hoy conocida como Plaza Once). Beresford no pudo salir a su encuentro en ningún momento debido al barrial en que se transformaba la tierra. Tan difícil era el tránsito que sólo podía hacerse a pie. Consideraba que en esas condiciones mejor era esperar en la ciudad. Allí la hostilidad hacia los ocupantes, lejos de disminuir, crecía. Negocios y pulperías cerraban sus puertas. Los alimentos empezaban a escasear. Beresford sabía que tal como estaban las cosas no podía resistir mucho tiempo, y más temprano que tarde, no le quedaría ninguna escapatoria. Esto lo llevaba a pensar en retirarse a través del Riachuelo en dirección al puerto de la Ensenada, y una vez allí embarcarse en los buques de Pophman.

Esa misma tarde Liniers arribaba a Miserere y enviaba al fuerte un emisario. Era el Capitán Hilario de la Quintana. Este presentó ante Beresford una intimación de rendición. La misma fue rechazada. Simultáneamente, Liniers y sus hombres avanzaban hacia el Retiro por el flanco, y a su paso ocurría un emotivo hecho: multitudes de personas se unían a sus columnas exigiendo armas. El pueblo quería expulsar a los ingleses de su ciudad.
El 11 de agosto, Liniers alcanzaba el Retiro. En los días anteriores, Martín Rodríguez ya había entrado a la ciudad por diversos puntos. Las tropas inglesas que intentaban defender esa posición fueron barridas por completo (quince soldados defendían el arsenal: ocho murieron, cinco fueron heridos y dos cayeron prisioneros). A esta altura parecía que Beresford y la ocupación inglesa tenían su final escrito. Todos sus puestos de avanzada habían caído de a uno, la población le era hostil, y había perdido el destacamento del Retiro. Esa noche se reunió con Popham, y decidieron evacuar a los soldados y retirarse. Pero Liniers, junto a sus tropas y a los ciudadanos que habían tomado las armas lo impidieron. Al día siguiente, 12 de agosto, las fuerzas patriotas avanzaron hacia la Plaza Mayor. El odio al invasor era tan grande, y las ganas de recuperar lo propio tan impostergables que ya no podía controlar a sus soldados, que mezclados con la muchedumbre que peleaba a su lado, no escuchaban las órdenes que emanaban sus superiores.
Al frente de la Plaza Mayor, debajo de la recova, estaba Beresford. El hombre que pensaba retirarse y huir, ahora estaba obligado a dar batalla. Las descargas de la fuerza reconquistadora abrían brechas entre los soldados ingleses. A los pies del mismísimo Beresford, cayó su ayudante, el capitán Kennet. Es en ese instante que comprendió que ya no quedaba nada por hacer, que todo estaba perdido. Se replegó hacia el interior del fuerte y ordenó que enarbolaran la bandera de parlamento. Hasta allí llegaron las tropas y el pueblo con sus armas. No querían detenerse. Pensaban entrar al fuerte si era necesario.
Una criolla, Manuela Pedraza (“la tucumana”), peleaba al lado de su marido y mataba a un soldado inglés con sus propias manos, estrangulando al cuello de éste. Liniers la nombraría alférez al entregarle el fusil del invasor ultimado.
Entre vivas y mueras del pueblo, arribó al fuerte Hilarión de la Quintana. Era el enviado a negociar la rendición inglesa. Esta debía ser sin ninguna condición. Ante el temor que invadía a Beresford el ver a las tropas y a la muchedumbre enardecida; aceptó izar la bandera española antes de rendirse formalmente. Luego de esto Beresford salió del fuerte acompañado por Quintana y se encontró con el triunfador Liniers. El encuentro fue breve. Abrazo y pocas palabras. Se acordó que las tropas inglesas debían abandonar el fuerte y depositar sus armas a pie de la galería del Cabildo.













Las armas enemigas, como así también sus banderas y estandartes, yacían en el piso de la heroica Buenos Aires. Comenzaba a latir una conciencia nacional que se vería confirmada unos años más tarde cuando este mismo pueblo coronaba su independencia.

Eran las 3 de la tarde del día 12 de agosto. Desfilaban por última vez en dirección a sus buques las tropas inglesas. Dejaban detrás suyo un río de sangre e ignominia que costó la vida de 84 patriotas, y más de 119 heridos. Embarcaban y se marchaban hacia Montevideo. Era la victoria del pueblo y su caudillo. Liniers era el héroe de la reconquista. Los ingleses se habían ido. Sin embargo, su sed de conquista haría que al año siguiente 

volvieran a intentar la toma de la ciudad, con resultado idénticamente negativo.


Bandera de Patricios.


*FEDERICO GASTON ADDISI es dirigente justicialista (historiador y escritor), director de Cultura de la Fundación Rucci en CGT, miembro del Instituto de Revisionismo Historico J. M. de Rosas, miembro del Instituto de Filosofía INFIP, diplomado en Antropología Cristiana (FASTA) y diplomado en Relaciones Internaciones (UAI).