Metaética y metapolítica
Alberto Buela (*)
Es sabido que la metaética
comenzó como una reflexión filosófica sobre el lenguaje moral, explicatio terminorum, y que con los años pasó a designar los
problemas fronterizos entre la filosofía y la teología. Esto es, los temas que
van más allá de la reflexión normativa.
Y así como el teólogo no
puede ignora los tratamientos filosóficos de los problemas morales, de igual
manera el filósofo no puede hacer “como si” los temas teológicos no existieran.
Así, por ejemplo, sobre el mal en el inocente o la muerte, no puede hacer como
si nunca hubiera oído hablar sobre lo que naturalmente ha oído o aprendido, y pretender
quedarse en una fenomenología meramente descriptiva y no pasar a la esencia del
fenómeno, en este caso, la muerte o el mal en el inocente a partir de su ethos vigente.
La metapolítica, y lo hemos
mostrado en múltiples trabajos, es también un reflexión filosófica y
pluridisciplinal sobre los problemas fronterizos entre filosofía y política,
que viene a analizar las mega categorías que condicionan la acción política
concreta. Por ejemplo hoy, las categorías de globalización, homegeneización
cultural, pensamiento único o derechos humanos. Es un modo de reflexión tal que
aquello sobre lo que se reflexiona no se objetiva realmente sino que se encuentra ensamblado, imbricado
en todo relato político contemporáneo.
Así como la reflexión ética
tradicional intenta responder a la pregunta qué es lo bueno y la metaética a ¿qué
hace una persona cuando se pregunta sobre lo bueno?. De la misma manera la
metapolítica no se pregunta qué es el poder como la política sino qué ésta
detrás del poder para que el poder sea poder real. La metapolítica, en lograda
frase del pensador Primo Siena, viene como la espada de Perseo a cortar la
cabeza de la Gorgona, a develar, a descubrir, a denunciar a la criptopolítica.
Intenta la recuperación de la política como pública, como abierta, como libre
de ataduras con las logias y los poderes indirectos.
La metapolítica viene a
cuestionar que en los regímenes de partidos, estos toman la decisión, entre una
oligarquía partidaria, antes que la deliberación del conjunto de los afiliados.
Hace “como sí” fueran democráticos. En definitiva, hacen criptopolítica, pues
se manejan con una deliberación simulada o un simulacro de deliberación, pues
la decisión ya se tomó antes.
Tanto la metaética como la
metapolítca son disciplinas o mejor pluridisciplinas que tiene en común el ser teleológicas, esto es, se orientan a un
objetivo o fin que al acceder mejora a quien lo alcance, tanto en orden a la
comprensión como al de la acción.
Al ser teleológicas se
ocupan de los fines y no se diluyen en los medios, que es el gran karma de las
sociedades contemporáneas que como afirmara ese gran filósofo que fue Augusto
del Noce: poseen infinidad de medios pero
tienen confusos los fines.
Son pluridisciplinas porque
necesitan de ciencias auxiliares, así la metaética necesita de la lógica para
observar la correcta fundamentación de sus principios, cuidando que de sus
premisas se sigan consecuencias congruentes. En tanto que la metapolítica
necesita de la historia o de la economía para el análisis de las grandes
categorías que son su objeto propio de estudio.
Metapolítica significa el
estudio de aquello que está más allá de la política, y que, de alguna manera,
condiciona la acción política. Un mundo categorial que no se percibe en forma inmediata
sino sólo por sus efectos.
Y lo que trasciende la
política son las grandes categorías que condicionan la acción política. Ej.
Igualitarismo, identidad, homogeneización, uniformidad, multiculturalismo,
memoria, progreso, decrecimiento, consenso, derechos humanos, crisis,
decadencia, derechos de los pueblos, pluralismo, relativismo,
interculturalismo, universalidad, mundo único, grandes espacios, etc.
Categorías que no son
estudiadas por la filosofía política, pues como observó agudamente Leo Strauss:
la filosofía política después de la
segunda guerra mundial se transformó en ideología política. Así hoy la
filosofía política quedó reducida ya al marxismo, al liberalismo, a la
socialdemocracia, a la democracia cristiana, etc.
Pero tampoco están estudiadas,
estas mega categorías por la filosofía política clásica en los textos de
Aristóteles, Santo Tomás, Hobbes, Locke, Maquiavelo. No. Estas categorías son
un producto de nuestro tiempo y con ellas tenemos que lidiar. HIc Rodhus hic saltus dice Hegel. Esta
es la tarea del filósofo. En la cancha se ven los pingos. El verdadero filósofo
es el que puede especular sobre la realidad. De los libros que se encarguen los
investigadores que hay muchos, muy buenos y muy bien pagos por el Estado
A nosotros nos interesa el
estudio y los estudios de metapolítica hoy, hic
et nunc. El resto es cartón pintado. Tarea que dejamos para los
historiadores.
Vincular la metapolítca a la
metafísica de la política es un gravísimo error que comenten todos aquellos que
no distinguen en forma clara y distinta entre: lo político y la política. Esta
es una distinción liminar que introducen dos filósofos de la política
contemporáneos como lo fueron Julien Freund y Cornelius Castoriadis. Así,
afirma este último: Los griegos no
inventamos lo político (el tema del poder) sino la política (la organización de
dicho poder). Esta distinción es la que da origen a la moderna polemología,
o disciplina que estudia los conflictos.
En nuestra opinión el que
intenta hacer metapolítica dirige sus investigaciones en torno de la política y
no de lo político. Hay dos posturas claras respecto de lo que sea la
metapolítica. La de aquellos que se ocupan de desmitificar la criptopolítica.
La política de consensos entre los lobbies, entre los poderosos. La política de
las oligarquías partitocráticas, y, por otro, la de los que quieren entender
porqué se actúa como se actúa hoy en política. Cuáles son los condicionamientos
últimos que hay que tener.
Lo difícil de la
metapolítica es que no especula sobre “lo que debe ser” sino sobre la realidad
política tal como se da: sobre lo que es,
más lo que puede ser. Sobre ese conflicto entre acto y potencia en que se
despliega la realidad y sobre lo que no hay nada escrito.
Hoy hay un cúmulo enorme de
pensadores de mayor o menor enjundia intelectual que se están ocupando del
tema. Entre los más estacados figuran
Alain Badiou, Michel Maffesoli y Alain de Benoist en Francia, José
Javier Esparza y Juan Bautista Fuentes en España, Cesar Cansino y Ernesto
Serrano en México, Primo Siena, Giacomo Marramao, Marcelo Veneziani, Aldo La
Fata, Carlos Gambescia en Italia, Fernando Fuenzalida Vollmar en Perú, Jacek
Bartyzel en Polonia.
Cuando presentamos la
metapolítca como una pluri o multidisciplina es porque tienen en común, en
algún punto, el mismo objeto de estudio. Hablando en forma escolática, el
objeto propio son las grandes categorías que son analizadas desde sus distintas
ópticas. Y el método que no es otro que el fenomenológico, en tanto ir y
atenerse a las cosas mismas. A la realidad, y describirla lo mejor y más
adecuadamente posible.
Pero como la metapolítica no
es una mera disciplina filosófica que se agota en la simple descripción del
objeto de estudio sino que busca una incidencia, una salida en la política,
exige por esto último, un paso más que es: el ejercicio del disenso como
método, la ruptura con la opinión, como gustaba decir Platón.
Y el disenso como método nos
viene a decir existe otra visión y versión a lo políticamente correcto, que es
alternativa al pensamiento único.
De modo tal que objeto
propio (las mega categorías) y método específico (fenomenológico-disidente) nos
garantizan la existencia de esta nueva multidisciplina.
Una diferencia sustancial
entre ambas estas neodisciplinas, es que la metaética viene de una vieja
tradición británica desde el siglo XVII, que en la meditación ética no se
preocupa en averiguar qué es lo bueno o lo malo, lo honesto o lo deshonesto, lo
libre o no libre sino que se pregunta por “las respuestas a los valores o
disvalores, a las virtudes y los vicios”. Y entonces se pregunta la metaética:
qué se ama, que se rechaza, qué se reprende, que se elogia, que se deplora, es
decir, se pregunta por todas las formas en que se toma posición frente a la
conducta de los seres humanos. Y eso refleja normas que el hombre tiene. Y el
acceso filosófico es el análisis de lo que se dice, del lenguaje común.
La metaética está apoyada en
la teoría J. Austin (1911-1960)[1]
de los actos del habla según la cual también se hacen cosas con palabras, como
por ejemplo en los juicios o enunciados performativos[2],
mejor denominarlos realizativos, porque realizan con su solo enunciado una
acción: por ejemplo, cuando digo: yo prometo o yo bautizo.
Esta metaética, signada por
el utilitarismo o pragmatismo pues analiza lo que se usa y lo que se hace,
siempre a través del lenguaje, termina en un idealismo pues viene a sostener
que la reflexión sobre algo modifica eso sobre lo cual se reflexiona. Por
ejemplo: si me encolerizo y reflexiono sobre ello, ya no será tan grave. Pero esto es un error pues creer que por el
mero hecho de volverse conciente de algo puedo cambiar ese algo, es una ilusión
intelectual.
Y así sostiene Hans Gadamer,
el mayor filósofo en esto temas: Por
medio del volverse conciente pueden descubrirse errores de conciencia, pero no
puede modificarse una validez normativa.[3]
Es que la ética no puede
hacer normas, estas vienen de una tradición vivida, de un ethos vigente, y la ética solo es una aclaración teórica de este éthos. Solo podemos aclarar aquello que ya
nos determina en lo que somos. Por lo tanto no se puede tampoco alcanzar ni una
fundamentación última ni un ethos universal.
Esto en definitiva, es lo
que viene a afirmar Heidegger en su Carta
sobre el humanismo(1946) que después del descalabro de la segunda guerra
mundial que dejó sesenta millones de muertos[4]
en el corazón de Europa se quebró cualquier posibilidad de existencia de un ethos universal como constitutivo básico
para un humanismo. Así que hablar de humanismo se transformó en un sinsentido.
En metapolítica, por otra parte, hablamos no de ethos sino de ecúmenes. Esto
es, grandes espacios de tierra habitados por hombres que comparten con sus
propias lenguas, creencias y costumbres
un ethos particular [5].
Si se habla de ecúmenes y no
de ethos es porque la idea de ecúmene
está en la base de las concepciones geopolíticas al involucrar grandes
espacios. Que ayer fueron la Hélade para los griegos y la romanitas para los romanos, como hoy lo son Iberoamérica para
nosotros o Angloamérica para los yanquis.
La idea de ecúmene muestra
que el mundo es en realidad un pluriverso y no un universo como lo pensó la
Ilustración y el liberalismo político. Este mundo está compuesto,
aproximadamente, por media docena de
ecúmenes. Ellas comparten las mismas estructuras constitutivas pero difieren
entre sí por sus valores, lenguas, usos y costumbres distintas. Ello nos está
indicando que las ecúmenes son al mismo tiempo totalidades de sentido pero
relativas una a otras. En la medida en que una ecúmene, cualquiera sea, toma
primacía sobre otras se produce la llamada colonización cultural, económica y
política. Lo que está sucediendo hoy con la americanización que padece Europa
por la ecúmene anglo-americana.
En definitiva, no existe
ninguna razón seria y fundada para sostener la existencia de un nuevo
humanismo. Tanto la metaética como la metapolítica nos muestran este acierto.
Acierto ya barruntado por don Miguel de Umanuno quien al comienzo nomás Del sentimiento trágico de la vida nos
advierte: el adjetivo humanus me es tan
sospechoso como el sustantivo abstracto humanitas. [6]
Más contundente fue aún el anarquista Joseph Proudhon cuando afirmó: Cada vez que escucho humanidad sé que
quieren engañar.
[1] Austin,
J.L.: Cómo hacer cosas con palabras, Paidós,
Buenos Aires, 2008
[2] Es tanta la
mala copia que hacemos del inglés que, incluso, buenos profesores de filosofía,
avispados y despiertos traducen literalmente performative por preformativo en lugar de traducir al castellano
por “realizativos”.
[3]
Maliandi-Fernández: reportaje de Ricardo Maliandi a Hans Gadamer en Valores Blasfemos, Ed. La cuarenta,
Bs.As. 2009, p.85
[4] El mayor
investigador que tenemos en estos temas es el politólgo Horacio Cagni, más
conocido entre los amigos como “la bala de plata”, solo para utilizar ante
algunos europeos engreídos en temas de la segunda guerra mundial.
[5] Al respecto
puede consultarse nuestro libros: Disyuntivas
de nuestro tiempo (ensayos de metapolítica), Ed. Docencia, Bs.As. 2014 o Teoría del Disenso (las ecúmenes y el
pluralismo) Ed. Teoría, Bs.As. 2003
[6] Unamuno,
Miguel de: Del sentimiento trágico de la
vida, Losada, Bs.As. 1964, p.7
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