EL PLAN MAITLAND
(Una
forma discreta de llorar en silencio)
Aparece un Plan
Estratégico que suena conocido
En la acción táctica de cruzar la Cordillera de los Andes, como parte de
la campaña que va de 1817 a 1821, el General José de San Martín puso en marcha,
al llevarlo a la práctica, un plan estratégico que guarda sorprendentes
analogías con otro que fuera concebido en Inglaterra, y presentado a
consideración de Su Graciosa Majestad a principios de 1801. Aunque
personalmente me inclino a pensar, por algunas evidencias, que el año exacto de
su compendio, redacción y revisión pudo estar comprendido entre mediados de
1799 y febrero de 1801.
Este Plan Estratégico inglés habría sido concebido y escrito por el
Mayor General Sir Thomas Maitland (1759-1824), y entregado a Henry Dundas
(desde 1804 Primer Lord del Almirantazgo como Lord Melville), que entonces se
desempeñaba como Secretario de Guerra en el primer gobierno de William Pitt
(hasta 1801), llamado El Joven (1759
– 1806), durante el reinado de Jorge III (de 1760 a 1820), Rey de Gran Bretaña e Irlanda. Con anterioridad había sido
secretario de su padre, Pitt (1708-1778), El
Viejo (Lord Chatham), quien fuera Primer Ministro de los reyes Jorge II y
Jorge III.
El hallazgo del Plan Maitland como
documento
“Yo tuve la suerte –dice el doctor Rodolfo H. Terragno-, de encontrar
una copia original del Plan Maitland en Edimburgo, a principios de 1981,
mientras realizaba una investigación en archivos escoceses. El objetivo de esa
investigación era obtener datos sobre James Duff, Cuarto Conde de Fife, y otros
posibles contactos de San Martín” (R. H. Terragno, Las fuentes secretas del Plan Libertador de San Martín, publicado
en la Revista Todo es Historia, Nro.
231, Buenos Aires, agosto de 1986).
El hallazgo de Terragno consistió en 47 hojas manuscritas por el propio
Maitland, sin fecha ni destino, así como ninguna indicación de que tal
documento fuera presentado ante el gobierno británico. Algún empleado del
museo, al organizar los papeles de Maitland, habría registrado el documento
bajo el título de Plan para capturar
Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú y Quito.
Más adelante dice este historiador, que “en la traducción del Plan
Maitland, escrito en inglés de hace casi dos siglos, he procurado ser lo más literal
posible, absteniéndome de toda modernización o simplificación de estilo.” Pues
bien: así lo haré también. Lo delicado de este asunto así lo exige, a fin de
que nadie sospeche que detrás de mí hay una mala intención respecto de este
benemérito de la Patria.
“Muchos oficiales escoceses estuvieron envueltos durante el Siglo XIX
–sigue Terragno en su exposición- en planes para atacar a España o ayudar a las
colonias en sus luchas por la independencia.” Sin desmerecer ni criticar a
nadie, creo firmemente que lo dicho por el doctor Terragno es el exoesqueleto
de lo que dijeron querían hacer los ingleses y su pléyade de amigos con la
América Española; y el endoesqueleto resultó ser que, en realidad, se la
querían merendar (“dominación indirecta”
como la llamó Castlereagh, Ministro de Guerra, en septiembre de 1807), tal cual
ocurrió finalmente de 1826 (empréstito con la Baring Brothers del que se
recibió 1/4 del total -1/8 en metálico y 1/8 en papeles negociables-, y se pagó
cuatro veces en efectivo, finalizando en 1905), hasta el 2007 con el
establecimiento del Nuevo Virreinato del Río de la Plata desde 1955, con Islas
Malvinas incluidas (1833 y 1982) que, procezoica y deliberadamente, se
perdieron, a mi leal entender, para siempre.
Preocupado el entonces presidente de los EE. UU (de 1821 a 1825), James
Monroe (1758-1831), por las rápidas acciones lanzadas por el Ministro de
Asuntos Exteriores (1823) de Inglaterra, George Canning (1771-1827) sobre los
despojos del antiguo Imperio Español, reconoció también a las jóvenes
repúblicas americanas como habían hecho los ingleses, y proclamó la famosa Doctrina Monroe (1823), que en extrema
síntesis dice: América (del Norte) e Hispanoamérica (Africa Blanca) para los Americanos (los EE.UU.); y Europa y
África (Negra) para
Inglaterra. Es decir: pide subrepticiamente que se respete lo acordado y
proclamado después de la derrota de Napoleón en Waterloo (1815) y el fin del Imperio de los Cien Días. Monroe no
practicaba el arte declamatorio; era un viejo expansionista: en 1803 fue el
motor de la compra de Luisiana y poco después de la compra de la Florida
(1818).
Y así, por decreto, sin que suene un tiro, incorporó hasta la fecha a
Hispanoamérica (Africa Blanca) al patrimonio de la Gran Nación de Norte.
Tampoco por esto hubo rebuzno alguno. No por allende ni por aquende los mares y
tierras. Menos aquí, que teníamos la inconmensurable suerte de contar con
Rivadavia al frente de los directoriales y una buena caterva de adictos, que
son los que fusilarían al Coronel Borrego cuando les descubrió este chanchullo
y el que habían armado con el Banco de la Provincia.
El lugar de donde todos salen y a donde
todos vuelven
Respecto a los oficiales escoceses, puedo decir que muchos fueron
amistades de San Martín en España primero y en Inglaterra después. No es una
casualidad que, cuando el prócer elige el camino del ostracismo voluntario,
volviese a Londres de donde había salido 12 años atrás, cumpliendo así la ley
que dice que todo libertador que se
precie de tal debe salir de Inglaterra y luego regresar a ella. Desde
Carlos Marx hasta Gandhi y el Ayatollah Komeini cumplieron con esta premisa;
sin contar al General Pinochet y a su supuesta antítesis progre Michelle Bachelet (la casaron con un comunista alemán
residente en Londres y la mandaron a Berlín del Este, váyase a saber con qué
misión), los que, cuando las papas quemaban, también regresaron a Londres donde
fueron recibidos y cobijados maternalmente (por las mamás Elisabeth II y doña
Margaret Thatcher).
Y hablando de papas quemantes, Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, antes
de venir a consolarnos por la guerra de Malvinas, primero pasó por la Patronal,
Inglaterra. Dicen que ésta fue una visita programada con mucha anterioridad y
por ello inevitable. Se intentaba hacer un acercamiento con la Iglesia
Anglicana. No sé. Porque las visitas, ante tal o cual eventualidad, se pueden
suspender o posponer, y más a esos niveles estratosféricos de las relaciones
pastorales, ¿o no? Es que el Banco Ambrosiano (el Banco de los Curas), Roberto Calvi (il Cavalieri) que apareció colgado por el cuello debajo del puente
londinense de Los Hermanos Negros el
18 de junio de 1892 (dejándole al Ambrosiano un agujero de 8.300 millones de
dólares), la Propaganda Due (cuyo tesorero era Calvi y Licio Gelli su Gran Maestre),
y otras cosillas tiran más que una yunta de bueyes con la mancera bien cinchada
al cogote y cornamenta.
Armado de mucha paciencia y tomado de la mano de los españoles Modesto Lafuente (Historia General de
España, Tomo XLVI, Cap. XXIV, pp. 7222 en adelante, Ed. Correo Español, Bs.
As. 1889), y de Carlos Mendoza (Las
Batallas del Siglo XIX, Tomo I, Cap. VI, pp. 117 y ss.; y Cap. VIII, pp.
146 y ss., Ed. Artístico Literaria, Barcelona); y siguiendo a los argentinos
Bartolomé Mitre y a Pacífico Otero, los mayores biógrafos sanmartinianos, he
frecuentado las campañas militares en las que participó San Martín en la Guerra de la Independencia española (de
mayo de 1808 a fines de 1814). Aunque sabemos que la última acción de San
Martín en España fue en el segundo sitio a Badajoz, a órdenes de William Carr
Beresford, retirándose inmediatamente el 14 de septiembre de 1811 en un buque
de guerra inglés, por la vía Cádiz-Gibraltar-Lisboa-Londres.
De este estudio minucioso, detenido, surge que, necesariamente San
Martín debió conocer en España al siguiente personal militar inglés que había
participado en las invasiones de Buenos Aires: Brigadires Generales Auchmuty,
Lumley y Cortty; Generales Acheson, Baird, Crawford y Beresford; Mayores Generales
Lewisson Gower, Duckworth y Fergusson; Almirante Murray; Contra Almirante
Sterling; Coroneles Bourke, Browne, Mahon, Munay, Trent, Nightingale y Lloyd;
Tenientes Coroneles Pack, Dilkes, Deane, Gill, Guard, Paget, Poham, Boutler,
Torrents, Backhouse, Bradford y Kington; Mayores Campbell, Guardner,
Whittingham,Turner, Trotter, Nugent, Miller, Fucker, Gardner, Travers y Forbes;
Capitanes Stirling, Howker, Jackson, Watsson, Dickson,Carmichael, Wilgress,
Donell, Pallmer, Donnelly, Fraser, Douglas, Patrik, Clinton, Campbell, Broke,
Brown y Arburthnot; Tenientes Mahon, McDonald, L’Estrange y Evans. Lógicamente
en España estos fueron ascendiendo por antigüedad o méritos de guerra, como
Pack, el perjuro, a General. Otros se murieron. Desde luego que tampoco son
todos. Este puñado hombres son los que cumplen la doble condición de haber estado en Buenos Aires y en España, con
diferencia de 1 ó 2 años entre un punto y el otro, y necesariamente debieron frecuentar a San Martín.
En cuanto a las unidades militares que pasaron completas del Río de la
Plata a España (vía Bahía de Mondego, Portugal) al mando del General Arthur
Wellesley, después Duque de Wellington (1769-1852) fueron: el RI 71°; R 9° de
Tenientes Dragones; Brigada de Artillería; RI 36°; RI 38°; RI 47°; RI 54°; R
20° de Dragones; RI 88°; RI 89°; RI 95°; RI 40°; RI 87°; R 17° de Dragones; RI
5°; RI 36°; RI 45°; R 6° y R 21° de Dragones R 6° de Guardias Dragones, sin
contar 3 Compañías de Artillería; una
Compañía de Carabineros; 4 compañías de Granaderos, un Batallón Ligero; 3
Compañías del Cuerpo de Carabineros; el Cuerpo de Santa Elena; 4 compañías de Artillería y un Cuerpo de
Reclutas para los relevos. Todas ellas debieron ser unidades conocidas por San
Martín en diferentes momentos, aunque no sabemos si revistó en alguna de ellas,
lo que me parece improbable. También estas unidades cumplen la doble condición a la que me referí en el
párrafo anterior.
Sir Thomas Maitland y sus conexiones
políticas
Maitland fue un oficial naval, escocés como la gran mayoría de sus
vinculaciones, miembro del Parlamento y compañero de George Canning en aquella
Cámara. Así como él también, integrante de la Junta de Contralor (poderoso
organismo del ente paraestatal llamado Compañía
de las Indias Orientales. Digamos una organización que, por una parte
fueron los herederos legítimos de filibusteros a lo Cook, Cavendish o Morgan; y
por la otra, revestidos con rasgos más o menos civilizados al uso de un Cuartel
General o de un Estado Mayor; como herramienta para todos aquellos que planeaban nuevas conquistas, no sólo en la
India, sino también en el Caribe y en Sudamérica).
Maitlan junto con Canning fueron Consejeros Privados de la Corona (a
partir del 8 de abril de 1807). A Canning se le decía entonces “el heredero de
Dundas”, ¿cómo lo llamarían a Maitland? Posteriormente Canning fue Canciller
entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley (hermano del que entonces ya
estaba en Portugal).
En 1783 William Pitt, segundo hijo de quien fuera Jefe de Gabinete de
los reyes Jorge II y Jorge III, es nombrado Primer Ministro y Ministro de
Finanzas. Su gobierno, que duraría 17 años, se iniciaba cuando el no tenía 25.
Once años después, en 1794, desdobla un ministerio, colocando al Duque de
Pórtland como Secretario de Estado de Interior, y lo separa de los negocios de
la guerra que conserva Henry Dundas, Secretario de Guerra desde la asunción de
Pitt. En este contexto del poder aparece Maitland vinculado a Dundas, “el más
firme promotor de acciones británicas en Hispanoamérica”, y gracias a él tiene
acceso directo a Pitt. Porque Dundas, un escocés muy hábil políticamente, fue
la sombra de Pitt y viceversa.
Maitland también estaba vinculado, a través de Dundas, a Sir John Coxe
Hippisley, otro miembro del Parlamento y oficial del ejército de la Compañía de Indias Orientales. Hippisley
era un buen conocedor de todos los temas sobre una posible acción militar en
Hispanoamérica, porque había participado de las reuniones celebradas por Dundas
con este motivo. Y ha participado en ellas en calidad de asesor, porque había
reunido abundante información de fuentes insospechadas.
Hippisley vivió muchos años en Roma donde hacía tareas de espionaje para
el gobierno británico, y fue allí donde obtuvo “información sobre los modos de
atacar las colonias españolas”, todo lo cual paso a referir y analizar a
continuación.
Los Jesuitas: una fuente de información
insospechada
El ministro portugués Sebastián José Carvalho y Mello (1699-1782),
Marqués de Pombal, hombre tenebroso, ampliamente vinculado a la masonería, a
los iluminados y por ellos a los ingleses (desde el Tratado de Methuen, 1703,
Portugal había pasado a ser una colonia inglesa, so pretexto de un tratado
económico), durante el reinado de José I, expulsó a los Padres Jesuitas de los
dominios lusitanos en América en 1758, y un año después lo fueron de Portugal
con la expropiación de todos sus bienes. Reinando Luis XV fueron expulsados de
Francia en 1764 como resultado de las presiones de Choiseul, los jansenistas,
los “filósofos” y los “iluminados” (todos ellos con decidido apoyo real: Luis
XV es el sembrador de lo que cosecharán los franceses con su Revolución). Lo
mismo haría España con la Pragmática
de Carlos III de fecha 27 de febrero de 1767, culpándolos del Motín de
Esquilache y de otros actos panfletarios y subversivos que, hasta el día de la
fecha, siguen siendo imposibles de verificar. Meses después lo fueron de
Nápoles y en 1768 se reproduciría este caso en Parma.
Sin embargo los países citados no quedaron conformes con estas medidas,
y pidieron a Clemente XIII (Carlos Rezzonico, Papa de 1758 a 1769), la
disolución de Compañía de Jesús del
Santo Iñigo de Loyola. Pero la obtuvieron de Clemente XIV (Juan Antonio Vicente
Canganelli, Papa de 1769 a 1774), quien promulgó el breve Dominus et Redemptor (1773), que en sí constituye una rareza: nunca
fue publicado, pero se llevó a cabo puntualmente.
No comentaré el golpe terrible que el Borbón Carlos III y su Ministro
Aranda le asestaron a nuestra patria con el injusto extrañamiento de los Padres
Jesuitas. La expulsión de los Jesuitas significó, andando el tiempo, la pérdida
de todo el actual Río Grande del Sur
por el fallo de un presidente norteamericano (Memoria de Gonzalo de Doblas y Relación
Geográfica de don Diego de Alvear). No le alcanzó a España con desatar las
Guerras Guaraníticas de las que también culpó a los religiosos de la Compañía.
Como no le había alcanzado el mantenernos por cientos de años en la condición
de arrabal orillero del Imperio Español, agravado luego con el mote borbónico
de Colonias. Con ellos y por ellos
dejamos de ser parte de España como fuimos con los Austria, y pasábamos a ser
una dependencia de servicio.
La dureza de aquella expulsión, es la que no se vio por parte de la
Corona Española con los prisioneros ingleses en 1806 y 1807, ni con los contrabandistas,
usureros y portugueses que sacaban la
plata del Potosí para enviarla a Inglaterra. Y tan violenta fue, que hubo casos
en que no los dejaron tomar sus pertenencias ni sus medicinas. Entre los
expulsos había muchos Padres que eran ancianos y otros enfermos: la mayoría de
estos moriría en alta mar. Para septiembre de 1767 se los despachó, desde la
islita que hace actualmente el Riachuelo en la Vuelta de Rocha, una versión
antigua de un campo de concentración, con rumbo a Cádiz, y llegaron los sobrevivientes
a esta ciudad (ya constituida en un verdadero lupanar) a principios de
1768. Pero allí habrían de enterarse de
una nueva y, enseguida, se produciría
un milagro.
El confesionario
La nueva fue que el clemente
Papa Clemente XIV no los quería en Roma. Advertidos los demás puertos del
Mediterráneo de esta piadosa decisión del Sumo Pontífice, ellos también se
negaron a recibir a los sacerdotes. De manera que las embarcaciones salidas de
Cádiz, no pudieron hacer arribada en la costa italiana ni en sus adyacentes,
por lo que quedaron boyando a la deriva. Allí murió más de la mitad de los
embarcados de hambre, sed y pestilencias que se desataron por el hacinamiento.
Pero estos ya no eran viejos o enfermos. Eran hombres sanos con meses de
martirio sobre sus espaldas. No conozco que la Iglesia haya hecho santo a
alguno de ellos por este martirio propinado por los propios cristianos.
El milagro fue que, a pesar de
la prohibición existente en Cádiz de no dejar desembarcar a los sacerdotes y de
que nadie tomase contacto con ellos como infectocontagiosos en cuarentena, más
de la mitad de los expatriados desaparecieron mezclados con las brumas
matinales de la marina. Fueron los ingleses instalados en Gibraltar los que se
llevaron, con chalupas y bateles por el agua, a esta preciosa carga humana. No
sería extraño que también lo hayan hecho por tierra con la ayuda española. De
allí los cargaron a barcos de guerra y mercantes transportándolos a Londres en
el mayor secreto. De esta manera Su Graciosa Majestad y el Almirantazgo se
juntó con centenares de informantes de primera categoría. Hombres que habían
estado en la América Española entre 10 y 40 años, sirviendo a la Fe y al Rey,
contra quienes ahora tenían un gran resentimiento por haberlos hecho víctimas
de una injusticia.
Los Jesuitas eran conocedores del clima Hispanoamericano; estudiosos de
su flora, su fauna e hidrografía; de los idiomas que hablaban los naturales de
aquellas regiones y de sus idiosincrasias; de su historia, cosmogonía y
teogonía; de caminos, pasos, sendas, montes, llanos, quebradas y sierras;
muchos de ellos eran astrónomos y cartógrafos. Inglaterra sin ningún esfuerzo
se juntó con este regalo de España que en aquel momento fue invalorable. Para
evitar los siempre pesados e inoportunos interrogatorios que predisponen mal al
expositor, seguramente los británicos les pidieron a los Padres que redactasen
un informe con toda libertad, recluyéndolos en monasterios, abadías y casas de
campo. Pienso que de allí debieron salir
Descripción de la Patagonía del
Padre Tomás Falkner (que además era británico nacido en Manchester, según nos
contaba don José Luis Molinari; la obra se encuentra incorporada a la Colección de don Pedro de Angelis y fue
publicada en Buenos Aires en 1835), y Hacia allá y para acá del Padre Florián
Paucke (que era de Silesia, cuando ésta formaba parte de la Prusia de Federico
II; obra que fue traducida y comentada íntegramente por el abnegado Edmundo
Wernicke, y editada por la Universidad Nacional de Tucumán en cuatro tomos).
Pero sin duda la obra que nos orienta sobre lo que debieron haber sido
aquellos testimonios de los deportados, es la de Falkner, que fue traducida al
castellano por Manuel Machón, un oficial español destinado en Londres. La
imbecilidad de los Borbones prohibió la circulación de esta obra en España, lo
que carece de sentido porque, si bien se tenían recelos de la divulgación de
las noticias sobre los puntos vulnerables de las colonias, de nada servía el
ocultarlas en la península, mientras que circulaban libremente por el resto del
mundo. Un mundo que, justamente quería arrebatarle las colonias a España.
Decía don Diego Luis Molinari (Orígenes
de las fronteras) “que la versión (de Falkner) dada a conocer en 1774, era
la fuente de inspiración para numerosos aventureros al servicio de la corona
inglesa”. Y don Andrés M. Carretero agrega (Colección
de Obras y Documentos) “que las
alusiones referentes a las posibilidades de ocupación no escaparon a la
percepción de los primeros ministros ni de los estrategas de la política
exterior británica pues numerosos planes de expansión tenían como objetivo
secundario o principal la ocupación de la Patagonia en su totalidad o en alguna
parcialidad.”
En cambio don Pedro de Angelis en el prólogo de la edición de 1835 es
muy duro con Falkner: “Sean cuales fueron los motivos de disgusto que tenga un
extranjero (de Angelis también lo era) contra el país que le acoge –dice-,
nunca debe conspirar contra él, ni proporcionar armas a los que aspiran a
invadirlo o usurparlo; y tal fue el objeto que se propuso Falkner al emprender
la descripción de la Patagonia.” Y
sinceramente creo que don Pedro, el publicista de don Juan Manuel, en esto
tenía razón: si se toma la obra de Falkner y las invasiones inglesas de 1806 y
1807, se verá con sorpresa, que los invasores siguieron los caminos descriptos
por él. De manera que el odio a España, a la que había servido 40 años, se
tradujo en un odio hacia nosotros que no teníamos nada que ver. Más aún: contra
un pueblo que lloró la partida de los Padres Jesuitas y que él sabía porque los
vio llorar.
Los Padres Jesuitas se desparraman y los
ingleses se aprovechan
Conjeturo que por 1780, o quizá un poco antes, la mayoría de aquellos
Padres Jesuitas cobijado por los ingleses se habían repatriado. Al parecer el
conjunto optó por regresar, cada uno, a su tierra natal (por ejemplo: Falkner
murió en Worcester desempeñándose como capellán y algo parecido ocurrió con
Paucke en su pueblo de la Silesia, el
Slansk de los polacos). En 1774 había muerto el Papa Clemente XIV y asumió Pío
VI (Juan Angel Braschi, Papa de 1774 a 1799), pero en estos 25 años de papado
murieron Luis XV en 1774; Pombal en 1782; Choiseul 1785; Carlos III en 1788;
etc. Es decir: todos los acérrimos enemigos de los Jesuitas fueron
desapareciendo secados por la Parca inclemente, y ello permitió que,
indulgente, el Papa Pío VI, permitiese el regreso subrepticio de algunos
Jesuitas a Roma y, en otros casos, el mismo Papa, sabiéndolos hombres sabios y
valiosos, los mandó a llamar para integrarlos a su elenco de notables.
Como ya he dicho Sir John Coxe Hippisley vivió muchos años en Roma
haciendo tareas de espionaje. Allí obtuvo información proporcionada por los
jesuitas expulsados de España y otras posesiones de ultramar y regresados o
confinados en territorio Vaticano. Entre estos sacerdotes exiliados, los más
conspicuos conspiradores contra España (posiblemente pasados previamente por
Londres), eran Juan José Godoy y Juan Pablo Viscardo. Pero Godoy era mendocino,
junto con los jesuitas Miguel, Javier y Bernardo Allende.
Hippisley “debió recibir de ellos información muy precisa –apunta
Terragno-, acerca de Cuyo, incluyendo detalles sobre los pasos cordilleranos
que unían Mendoza con Chile”. Tal vez sea esto lo que influyo decisivamente
sobre Maitland para que considerara a Mendoza como “la indudablemente
indicada”.
En 1800 Hippisley escribió un memorial para Dundas sugiriéndole una
rápida acción sobre las colonias españolas. Pero, antes de ello, extendió una
copia del memorial a Maitland, ya embebido éste de todo aquel fárrago de
documentación disponible, y enfrascado en la confección de un plan militar.
Maitland, que seguramente ya tendría algunos borradores sobre este
asunto, confeccionó un Plan Tentativo o Esquemático, agregando la información
provista por Hippisley. Lo que no se ha dicho es si, con estas informaciones a
la mano, Maitland, un andariego incansable, no vino hasta la Rivière de la Plate, como él llama en su
Plan al Río de la Plata o Buenos Aires, para constatar en el terreno la
posibilidad cierta de ejecutar la maniobra estratégica. Aunque también pudo
entrar por Chile o el Perú. O bien trabajar con los espías de Inglaterra
diseminados, como ahora, por todo el Virreinato, sacando luego la información
vía de algún puerto brasilero. Esto no está escrito en ningún lado y es
imposible de verificar.
Y digo esto, porque me cuesta creer que Maitland, teniendo tan valiosa
documentación de primera mano, estuviera 20 años sin mover el asunto (de 1780 a
1800 aproximadamente). Además observe el lector que Hippisley, antes de
entregar su memorial a Dundas, le extendió una copia primero a Maitland, de
donde éste viene a resultar a ojos legos como los míos, como la espina dorsal
sobre la que se movía o descansaba todo
este expediente.
Con este Plan Tentativo, Maitland fue a ver a Dundas (llamado por los
escoceses El Rey sin Corona). Pero
éste prefirió discutirlo más tranquilo con su autor, porque estaba de acuerdo
en la importancia de “asegurar nuevos y extensos mercados para las manufacturas
inglesas”, pero, “con la independencia de un beneficio parcial”, quería adoptar
“una visión general de la cuestión” y considerar un plan para tomar “toda Hispanoamérica”.
En líneas muy generales el Plan Tentativo (o esquemático) de Maitland
consistía en: la toma de Buenos Aires; marchar luego hacia la costa occidental
y de allí, con una flota de la Compañía
de Indias Orientales que comandaría Sir Richard Husey Bickerton, saltar al Perú. Con la costa occidental de
Sudamérica en manos inglesas la derrota de España estaría asegurada. Hubo más
discusiones con Dundas porque deberían existir, simultáneamente, acciones
secundarias que coadyuven a la principal. Finalmente se decidió que esas
acciones de distracción se llevarían a cabo sincrónicamente desde Caracas y
Santiago de Chile; “pero todas ellas convergentes sobre Lima, Perú”, pedía
Maitland.
Sin embargo el centro de gravedad
del Plan siguió siendo, inmutable, el eje Buenos Aires, Mendoza, Chile, Perú,
a pesar de que a una mirada mundana parecería que se hubiesen abierto tres
frentes. Digamos que un velo y engaño para que el enemigo (España) no supiese
cuál era el centro de gravedad y dónde se buscaría la decisión. Fue entonces, y
de esta manera, que Maitland concibió su Plan definitivo que lleva su nombre,
que es el encontró el doctor Terragno en Edimburgo en 1981, escrito de su puño
y letra.
El Plan con su redacción
definitiva, finalmente fue aprobado y se sabe que fue presentado Su Majestad.
Sin embargo no hay constancia de su aprobación, desaprobación, ni pedido de
enmienda. Nada. Tampoco se le puede seguir el rastro porque el gobierno de Pitt
cayó enseguida: febrero de 1801.
Las proposiciones de Maitland en su Plan
de Operaciones
A diferencia de planes ofrecidos por el venezolano Miranda o el del
inglés Vansittrat (aprobado, y cancelado de no muy buena gana en febrero de
1797), que resulta el más parecido al Plan Tentativo que estamos examinando,
Maitland, de 42 años entonces, creía que un ataque sobre Buenos Aires o
Caracas, por exitoso que fuese, no quebraría el dominio español sobre América.
El sostenía que “una Expedición a Caracas
desde las Indias occidentales, y una fuerza enviada a Buenos Aires podrían en
verdad tender la emancipación de los Colonos Españoles en las posesiones
orientales, pero el efecto de tal emancipación, aunque considerable, no podría
jamás ser tenido por seguro en las más ricas posesiones hacia el occidente, y
es menester observar que la única utilidad y principio por el cual los
Españoles han asignado consecuencia a sus posesiones orientales es que,
reteniéndolas, ellas actúan como una defensa para sus más valiosas posesiones
en occidente.”
Con la finalidad de tomar esas “valiosas posesiones”, Maitland propuso:
1.
Ganar
el control de Buenos Aires. “Debería realizarse un ataque sobre Buenos Aires”.
Para eso, Maitland consideró que harían falta 4.000 soldados de infantería;
unos 1.500 de caballería; “con una proporción de artillería”.
2.
Tomar
posiciones en Mendoza. “Subsecuentemente a la captura de Buenos Aires el objeto
debería ser enviar a un cuerpo a tomar posiciones al pie de la ladera oriental
de los Andes, propósito para el que la ciudad de Mendoza es indudablemente la
más indicada.”
3.
Coordinar
acciones con un ejército de Chili
(así llama a Chile). Este otro ejército debería consistir en 3.000 soldados de
infantería y 400 de caballería “con una proporción de artillería”. La mitad de
la infantería debería “proceder de Inglaterra al Cabo de Buena Esperanza en
barcos destinados últimamente a (…) Sudamérica”. La otra mitad debería ser
“dotada por India, y proceder, cuando esté lista, directamente a la Bahía
Botany”, en Australia, a los efectos de navegar luego a Sudamérica. El objetivo
de tal ejército debería ser “indudablemente el Reino de Chili”. Debía atacar
Valparaíso o Santiago o, “si encontrara que los Españoles se hallen en fuerza
tal como para hacer que un inmediato ataque sobre Valparese o St. Iago sea
imposible en el primer momento, actuar sobre el Río Biobío y fortificarse
mediante una inmediata conexión con los indios.”
4.
Cruzar
los Andes. “El cruce de los Andes desde Mendoza a las partes bajas de Chili es
una operación de cierta dificultad (…) Aún en verano el frío es intenso; pero
con tropas de cada lado cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir
una ruta que ha sido adoptada desde hace mucho como el más deseable canal para
importar negros al Reino de Chili.”
5.
Derrotar
a los españoles y controlar Chile. El objetivo de esta etapa era “aniquilar el
gobierno (español) del Reino de Chili” y convertir a ese pueblo en “un punto
desde el cual podríamos dirigir nuestros esfuerzos contra las povincias más
ricas”. Esta era la tarea a cumplir por las fuerzas unificadas del ejército que
debía cruzar los Andes y el que llegara por mar.
6.
Proceder
por mar a Perú. “Si este Plan tuviese éxito en toda su extensión, la Provincia
del Perú debería quedar pronto expuesta a una captura segura.” y “últimamente
nosotros podríamos extender el sistema colonial, usando la fuerza si fuere
necesario.” Lo indicado era para evitar toda violencia innecesaria. “Un coup de main (en francés en el original)
sobre el puerto del Calao y de la ciudad de Lima podría en verdad probablemente
ser exitoso y mucha riqueza sería ganada por los captores, pero este mero
éxito, a menos que fuera asistido por nuestra capacidad de mantenernos en el
Reino de Perú, podría terminar últimamente excitando la aversión de los
habitantes contra cualquier futura conexión, de cualquier clase, con Gran
Bretaña.”
7.
Emancipar
Perú. “El fin de nuestra empresa debía ser indudablemente la emancipación de
Perú y Quito.”
FIN DE
ESTA PARTE
God save the Queen!
EL ORIGEN DE LAS DIFERENCIAS ENTRE LO
EJECUTADO Y EL PLAN MAITLAND ORIGINAL
Las
necesarias diferencias entre lo planificado y lo ejecutado
Si se comparan las instancias del
Plan de Maitland para la dominación de Sudamérica con los ejecutados trece años
después por el General San Martín en el Río de la Plata, se verifica que lo
único que se mantiene incólume es el Concepto de la Operación que involucra a
los objetivos estratégicos. El resto, lo que comprende a las operaciones
tácticas, o sea el cómo, varía
sustancialmente. Esto es normal en toda planificación: que una cosa es el
trabajo abstracto de gabinete y otra la realidad del terreno, los hombres, las
circunstancias que van saliendo como conejos tras las matas y, en este acaso,
además, el tiempo transcurrido que excede a la década.
En estas disimilitudes encontramos,
por ejemplo: la composición de las fuerzas que, en lugar de ser inglesas e
hindúes en lucha contra españoles peninsulares, serían nativas de ambos bandos,
por lo que he llamado a la, para nosotros Guerra
de la Independencia, la Primera
Guerra Civil Española que se libraría en América para que se consolidara el
dominio inglés. De manera que lo que se llamaría enemigo, no eran más que otros hispanoamericanos pero monárquicos, es decir pensaba distinto
de los del otro bando, que llamaría, de puro audaz, republicano. Es cierto que entre los realistas había españoles
peninsulares, pero por lo que se vio como resumen en la primera línea de
combate, éstos siempre fue una minoría casi inexistente.
Los nuestros seguían la bandera,
símbolo de la Patria, puesta al frente de los batallones en busca del merecido
ideal de Independencia para que nos dejaran construirla. Los otros, mantendrían
la bandera del Rey. Pero el Rey, en aquel entonces, era una síntesis: la
Bandera, la Patria, la Religión, las Instituciones coloniales y la Justicia. En
pocas palabras y descarnadamente: nos matábamos entre nosotros, para que otro
se alzase con el rédito.
Nuestro drama singular es el drama
de España amplificado: mientras los ingleses del Mayflower tardaron 200 años en penetrar 200 kilómetros de la costa
estadounidense, la España de los Austria, en treinta años, recorrieron 24
millones de kilómetros en tierra americana, a fuerza de estoicismo, sacrificios
y miles de muertes, para que los Borbones, perennes filobritánicos, recién
llegados como herederos, le entregaran a la corona inglesa toda la heredad
Hispanoamericana y, no conformes con esto, cuando ya no les quedaba nada por
entregar ni destruir, comenzaron a hacerlo con la misma España. La última
aventura borbónica (1936-1938) dejó el luctuoso saldo de un millón de muertos.
Pero ellos no figuran en ningún lado como responsables de estos y otros desastres y de las miles de muertes que
causaron.
Lo mismo que terminaría ocurriendo
con los efectivos militares en aquel plan, sucedería con el tren logístico para
el abastecimiento y mantenimiento de las fuerzas a empeñar, el que debió ser
sufragado, según la propuesta de Maitland, por el reino inglés y sus
financistas de la City, y que lo terminó pagando el harapiento erario público
de las incipientes Repúblicas Americanas, hasta dejarlos en estado de caquexia.
Lo que a su vez sirvió de pretexto para que América Española (de Méjico a
Buenos Aires), fuese obligada a tomar préstamos colosales de la City
londinense: en 1829 toda la hidalga Hispanoamérica (ya en tránsito de ser
África Blanca) estaba hipotecada y en cesación de pagos ante Su Graciosa
Majestad. Este fue uno de los argumentos que se esgrimió para la ocupación de
Malvinas: el incumplimiento de pago de las obligaciones con la casa Baring
Brothers. Una mentira más: porque Inglaterra se quedaría, al final, con las
Malvinas y con la cantidad nominal del dinero que nunca giró.
Lo planificado inicialmente desde
Londres por Dundas y sus secuaces era sumamente costoso, pero era posible
entonces para ellos, por ser época de las vacas gordas en la isla, dado que
fluía a chorros el saqueo proveniente de la India que hacía unos años había
comenzado (según Digby, citado por Paul A. Barán “el tesoro extraído por los
británicos de la India entre las batallas de Plassey y Waterloo, oscila entre 500
mil millones y un billón de libras esterlinas”).
Pero finalmente la ejecución de Plan
Maitland resultó sumamente económico para la corona inglesa: no aparecieron
compromisos diplomáticos a nivel internacional para Gran Bretaña por sus
injerencias en asuntos extranjeros, porque estaba aliada a España contra
Napoleón en ese momento; no se empeñó la vida de un solo soldado, o se obligó a
alma alguna que disparase un tiro; ni buque en riesgo, estragado o perdido, ni
un chelín suelto fuera de la alcancía de la City a orillas del Támesis, para
lograr, al cierre de las operaciones, el mismo objetivo.
Por lo que se me ocurre decir que el
Plan Maitland y el ejecutado por San Martín no son distintos: son iguales pero
no congruentes; y el sanmartiniano es más económico que el de Maitland y Dundas
para la conquista del mismo objetivo estratégico (para no decir que fue un
regalo). Esta es la única ventaja (para Inglaterra desde luego) que visualizo,
más que una diferencia.
Que, desde luego digo, no es poca
cosa, sobre todo para una Inglaterra que en 1812 ya mostraba síntomas de una
economía exhausta por el bloqueo continental, con la gangrena de los hermanitos
Roschild (Nathan en Londres, James en París, Salomón en Viena y Kart en
Nápoles) que ellos mismo prohijaron y que con Cromwell en adelante supieron
conseguir.
Algunos
por qué de las diferencias
Otros factores influyeron para que
este Plan fuese tomando el giro y dirección que finalmente adoptó al ser
llevado a la práctica. Es conveniente tratarlos a ellos, aunque más no sea
someramente, para que el lector tenga un panorama completo de lo que, a mi
entender, realmente pasó en aquellos tiempos. Veámoslos seguidamente.
Desde la presentación que hiciera el
Mayor General Sir Thomas Maitland de su Plan
Esquemático o Tentativo (al
decirle esquemático o tentativo a un Plan Militar, significa
que pesa sobre él cierta rigidez, y es insoportable a la dinámica de la
guerra), ante el Rey Jorge III en febrero de 1801, hasta el 9 de marzo de 1812,
la llegada de San Martín a las Balizas de su Majestad Británica en el Río de la
Plata, habían transcurrido, sin mucho margen de error, unos 11 años y alrededor de 9 días. Tiempo
que en la vida de un hombre común puede ser tenido como la intrascendencia de
un suspiro, pero para las naciones en aquella
Europa de principios del Siglo XIX, no. Que emulando a San Pedro me
animaría decir que hubo años que parecieron un siglo. Se logra tildar a la
década que va de 1801 a 1811 de dramática
sin caer en ninguna exageración.
Para sistematizar el estudio lo he
separado en los siguientes acápites:
-
Situación en Gran Bretaña
-
Situación en Francia
-
Situación en el Río de la Plata e Hispanoamérica
Pero antes de comenzar coloco como
frontispicio la leyenda que dice: Se puede asegurar, en extrema síntesis, que
la política europea de esta década estuvo signada por los disturbios emergentes
de la llamada por el vulgo revolución francesa.
En
Gran Bretaña
En Gran Bretaña, a poco de haber presentado Maitland su Plan bajo
patrocinio de Dundas, se produce la renuncia de Pitt (1801). Aparentemente el
Plan Maitland fue al archivo (que no
quiere decir al olvido), porque el
General Moreau había aniquilado al ejército de Austria, aliada de Inglaterra,
en Hohenlinden (diciembre de 1800). Es decir a poco menos de un mes de que
Maitland presentara su Plan. Como consecuencia de esta derrota se firma la Paz
de Steyer y la de Luneville, que no es otra que la propuesta ampliada de la que
le hiciera en 1897 Napoleón a Inglaterra y Austria en Campo Formio (en Venecia,
Italia) y que fuera rechazada airosamente por los ingleses.
Pero la verdadera derrotada en
Hohenlinden fue Inglaterra, que en los años anteriores se había apoderado de
Ceylán (1796), de la Colonia del Cabo, de Menorca y Malta en el Mediterráneo,
de las Antillas Francesas, de la Isla de Trinidad y de gran parte de la Guyana
en América. Para frenar el avance inglés se formó una coalición de neutrales,
que se disolvió de la noche a la mañana después del bombardeo del Almirante
Nelson a Copenhague, seguido del misterioso asesinato del Zar de Rusia, Pablo
I, el inspirador de la coalición que terminó en desbandada.
Por la Paz de Amiens (27 de marzo de
1802), firmada entre Inglaterra y Francia, se establecía que los británicos
devolverían sus conquistas coloniales, excepto Ceylán y la Isla Trinidad,
además de reconocer la República Francesa. Y Francia se comprometía a devolver las
ciudades napolitanas y reconocía la independencia de las islas Jónicas. También
renunciaba a Egipto, es decir, lo único de todo esto que realmente le
interesaba a Inglaterra por ser este el camino elegido por Napoleón para la
India, a la que, justamente, los ingleses la estaban saqueando sin piedad. A
causa de esta prolija depredación británica en 1770 el hambre asoló a Bengala
matando a un tercio de su población (Jawaharlal Nehru, El descubrimiento de la India, Bs. As. 1949).
En reemplazo de Pitt se nombra a
Addington (“tan mediocre como vanidoso”,
lo describe Jaques Chastenet en su obra William
Pitt), quien había sido nombrado speaker
de los Comunes por el propio Pitt. De esta manera Pitt, sin estar en el
gobierno, seguía haciendo sentir su influencia en los asuntos de Estado. Y esta
puede ser la causa por la que no se suspendieron los estudios para capturar la
América Española o parte de ella.
En efecto, durante la permanencia de
Addington encontramos dos planes que estuvieron a punto de ejecutarse (Coronel
José Luis Speroni, La real dimensión de
una agresión, pp. 34 y 50 y Anexo 3 en pág. 116). El presentado a fines de
1801 por Miranda, Vansittart, Sir Evan Nepean, Lord Hobert, Lord Saint Vicent y
el Coronel Fullarton, con destino a ocupar Buenos Aires; operación que estaría
a cargo de de Sir Charles Stewar y el Almirante Sydney Smith: la maniobra fue
suspendida. Y el propuesto a mediados de 1803 como proyecto, por Vansittart,
Miranda, el propio Addington, Davidson y Sir Home Popham, con destino a invadir
Venezuela y cuyo ejecutor sería Miranda con el grado de General Inglés.
Todos los involucrados que se citan
en las dos ocasiones, fueron hombres profundamente conocedores de los planes
ingleses sobre Hispanoamérica. Habían participado en ellos, los discutieron,
reunieron y procesaron información, y habían presentado, a su vez, juntos y
separadamente distintos planes, siempre guiados por iguales propósito.
Pienso que esta última acción no
pasó de proyecto, porque justamente en 1803, Francia reanuda su guerra contra
Gran Bretaña, intentando los ingleses una conspiración para restablecer en el
trono francés a los Borbón, sus aliados incondicionales como los Braganza en
Portugal. En ella participarían varios generales de Napoleón (Pichegrú,
Cadoudal y Moreau, el vencedor de Hohenlinden, fueron deportados a los Estados
Unidos). Al año siguiente, el 10 de mayo de 1804, Pitt regresa a su cargo de
Primer Ministro. Comienzan a correr los Cien
Días del Primer Ministro.
En esta instancia conviene anexar a
lo explicitado el caso de Portugal. La independencia portuguesa en 1668, nace
con la proclamación del Duque de Braganza como Juan IV, pero se consolida por
la ayuda prestada por Inglaterra. Esta Casa de Braganza, de antepecho portugués
y de trastienda inglesa, reinó en la vieja Lusitania hasta 1855, continuada
desde allí por la rama Sajonia-Coburgo-Braganza hasta 1926. En Brasil los
Braganza permanecieron de 1822 a 1889.
En 1661, el rey inglés Carlos II, se
compromete a ayudar a los portugueses, y al casarse con la Infanta Catalina,
Portugal se convierte en un protectorado
inglés. A partir del tratado de Methuen (1702) pasa a ser una colonia económica.
Es ampliamente conocida la
hostilidad de Portugal contra las posesiones del Virreinato del Río de la
Plata. Agresiones que fueron continuadas e incrementadas luego de la
declaración de nuestra independencia. Es decir: al revés de lo que debía
esperarse. Todas ellas respondieron a los intereses ingleses en la región.
Tanto es así que la primera invasión inglesa a territorios del Río de la Plata,
llevada a cabo en 1762 al mando del Almirante MacNamara, fue
anglo-portuguesa, detenida y
desmantelada por don Pedro de Ceballos en la Colonia del Sacramento.
De
manera que el lector podrá ver que en toda acción portuguesa sobre el Río de la
Plata, asoma la rubicunda nariz británica. Un
ejemplo, rápido, sencillo y elocuente: Caseros.
En la
Francia Napoleónica
En el continente europeo, destruida la Primera Coalición contra
Francia, el Directorio tenía un solo rival de importancia: Inglaterra. Ella se
resistía invariablemente a toda acción que estuviese dirigida a romper la
estabilidad europea determinada en Utrecht, simplemente porque Inglaterra fue
la principal recipiendaria de aquel tratado humillante para España, y primer
escalón de los Borbón en la demolición del formidable Imperio que fuera la
admiración del Mundo. Pero Francia, por su lado, insistía en el viejo asunto de
sus fronteras naturales, porque ya era una causa nacional: las intervenciones
en Suiza y los Estados Pontificios es una prueba de ello.
En las campañas de 1789 los
franceses tomaron Malta y tras vencer corridamente a los Mamelucos ocuparon
Egipto. El ingreso de Turquía a la contienda por la presión británica, detiene
este avance. Y formada la Segunda Coalición; Napoleón se ve obligado a
replegarse, firmando poco después la Capitulación de Alejandría.
En la política doméstica francesa, Napoleón obtiene el Consulado
Vitalicio, después de un plebiscito convocado por el Consejo de Estado (1802).
Se acentúa la centralización del poder al eliminarse la influencia de la
Asamblea Legislativa y del Tribunado. En adelante el Cónsul Vitalicio, el
Consejo de Estado y el Senado serían los cuerpos básicos de la República
Francesa. Sin embargo es el período donde Napoleón llevó a cabo su enorme obra
legislativa y de gobierno (Código Civil, Banco de Francia, Universidad, etc.).
Al año siguiente, ante una nueva
guerra con Inglaterra, las convulsiones internas, el poder que va adquiriendo
el Cónsul Vitalicio, y convocado el pueblo francés a otra consulta, Napoleón es
elegido en forma plebiscitaria como
Emperador. El 18 de mayo el Senado confirmó la dignidad imperial con el nombre
de Napoleón I. Fue consagrado como
tal el 2 de diciembre de 1804 por Pío VII (Gregorio Bernabé Luis Chiaramonti,
Papa de 1800 a 1823) en París. El Emperador pasó a centralizar todos los
poderes al modo de los reyes del antiguo estado, depuesto en 1789.
El progreso económico y la
estabilidad lograda por el nuevo régimen francés, comienza a hacerse sentir en
toda Europa, particularmente en España que le había cedido (1803) la Lousiana.
Por esto Inglaterra ve complicados sus asuntos y busca una alianza con Rusia,
que culmina con el acuerdo militar de San Petersburgo el 2 de abril de 1805. En
verdad Rusia es el camino más corto a la India donde tiene puesto los ojos
Napoleón para poner a Inglaterra de rodillas (porque le cortaba la fuente de
financiamiento proveniente del saqueo que estaban realizando en la India).
Con este acuerdo con los rusos,
Inglaterra le cierra el paso a los franceses. “Napoleón –dice E. Tarlé- no cesó
jamás de pensar en la India, desde la campaña de Egipto”, y “en 1789 esta idea
se unía a Egipto; en 1801 a la repentina amistad (de Napoleón) con el zar
(Pablo I).”
La guerra se desarrollaría en dos
Teatros de Operaciones: uno marítimo,
donde la flota inglesa al mando de Nelson derrota a la flota franco española en
Trafalgar el 21 de octubre de 1805. El
otro es terrestre, que resulta favorable a Napoleón, quien arrasa con los
integrantes de la Coalición en Austerlitz el 2 de diciembre de 1805. La noticia
derrumba el ánimo y la salud de Pitt: acosado por la gota y debilitado por la
continua e intolerable tensión, se suicida degollándose el 22 de enero de 1806
en su habitación.
El 25 se firma la Paz de Presburgo y
se restablece la hegemonía francesa en la Centro Europa. Ahora el dominio del
continente europeo es completo y el añorado equilibrio de poder imaginado por
los ingleses, que tanto los favorecía, se desmorona. Pero Inglaterra más que
nunca es la dueña absoluta de los mares, una invencible talasocracia. Y Francia
es, más que nunca, una tremenda potencia continental que tiene a Europa en un
puño.
Ha llegado la hora de la tercera
estrategia: el bloqueo continental (decreto de Berlín del 21 de noviembre de
1806), que pone a Inglaterra con el agua al cuello. En el primer semestre de
1808 las exportaciones británicas habían descendido un 60% (Jacques Godechot, Europa y América en la época napoleónica).
La industria sufrió una contracción letal. Se colmaron los depósitos de
mercaderías sin salida y muchos empresarios vendían a pérdida. Creció
vertiginosamente el desempleo, absorbido parcialmente por la guerra con los EE.
UU. de 1812: un invento sin duda alguna (una versión antigua del New Deal de Roosevelt). Porque
Inglaterra, dueña de todos los mares del Planeta, pretendía que toda nave que
transitara por los piélagos debía tocar un puerto inglés y pagar un impuesto. Las
tensiones sociales en Gran Bretaña, derivadas del bloqueo, entraron en peligrosa
ebullición.
En el
Río de la Plata y en Hispanoamérca
En el Río de la
Plata
No cansaré al lector repitiendo las
gloriosas jornadas de Buenos Aires en 1806 y 1807, por considerarlas
suficientemente conocidas. Sólo me limitaré a extraer las enseñanzas que de
ellas se pudieron obtener y que afectaron seriamente al Plan Mitland tal cual
lo concibió su autor.
Después de las victorias de Jena y
Auerstädt (14 de octubre de 1806) quedó probado que, por ahora, Napoleón era
invencible en el continente. Y “una cosa por fin parecía cierta –dice William
W. Kaufmann-. El gobierno inglés había decidido abandonar el continente, de
modo de dedicar sus energías a las empresas coloniales” (La política británica y la independencia de
América Latina).
Por eso y pesando en contra de su
decisión los dos fracasos en Buenos Aires (en realidad fue uno solo llevado a
cabo en dos fases), los británicos montaron una tercera expedición que pusieron
a cargo de Sir Arthur Wellesley (futuro Duque de Wellington), con 10.000
hombres estacionados en Cork, al sur de Irlanda, que deberían unirse a otros
5.000 acantonados en Cádiz al mando del
General Brent Spencer, para juntos marchar sobre Méjico, mientras una fracción
tomaría Buenos Aires. Esta expedición había sido ideada por Lord Castlereagh
(ex Presidente de la Junta de Contralor), con la ayuda del ya Lord Melville
(Dundas). La idea era promover en toda Hispanoamérica la constitución de gobiernos
independientes “bajo nuestra protección y en conexión con nosotros”.
Los sucesos acaecidos el 2 de mayo
en Madrid, inicio de sublevación española contra Napoleón, hacen que Wellesley
pida que envíen esas tropas a Gibraltar para ayudar a la insurrección y, luego
de esto, seguir con rumbo a Sudamérica. Pero el 1° de julio, Wellesley envía un
segundo memorando en donde propone llevar adelante dos proyectos alternativos
en caso de que rebelión tuviese éxito: encaminar la tropa a las Antillas para
desde allí accionar sobre Méjico, y luego dividir los efectivos enviando 10.077
hombres a Buenos Aires y el resto hacia las Antillas como refuerzo y ante la
posibilidad de accionar sobre Venezuela. Sin embargo las situaciones en Portugal y España
evolucionaron desfavorablemente a los ojos de la conducción inglesa, por lo que
se decide postergar el envío de tropas a América.
Finalmente las intenciones británicas tomarían el giro que comienza a
hacerse visible a partir del 1° de mayo de 1807, en donde se concibe un nuevo
enfoque sobre la cuestión Sudamericana, que es la resultante de tomar
conocimiento de la derrota en el Plata. Esta tendencia se patentiza aún más a
partir de septiembre de 1807: de la acción
directa para la dominación parcial (los puertos y sus hinterland), se piensa en la acción
indirecta para la dominación total. Este concepto, que entonces no se
llamaba imperialismo, es el que
predominó por muchos años, reportando pingüe beneficio a Inglaterra. Para Ferns
(Gran Bretaña y Argentina en el Siglo XIX),
el memorial se septiembre es la base de una centuria y media de política
británica en Sudamérica.
“Yo estoy fuertemente persuadido –dice Clastlereagh- de que la política
que ahora estamos desarrollando (la acción
directa) no nos va a producir beneficios comerciales ni políticos, ni aún
con la intervención de los grandes recursos militares enviados a Buenos Aires”.
“La causa del fracaso de Beresford en 1806 –sigue diciendo- fue política y no
militar, por no haber incitado a una independencia que nos diera los beneficios
comerciales. Las tentativas militares de Inglaterra sólo consiguieron que el
pueblo de todas las clases sociales se ponga contra nosotros.” “Por eso
–aconsejaba Castleraegh- debemos actuar de manera acorde con los sentimientos
del pueblo sudamericano (…) acerquémonos a ellos como comerciantes (…) dar
energía a sus impulsos localistas para conseguir derogar las prohibiciones
contra nuestro comercio.” (José M. Rosa, Cisneros
se fue, los ingleses se quedaron para siempre, suelto aparecido en el
diario Mayoría).
En Hispanoamérica
Revisamos los diversos pronunciamientos revolucionarios en la América
Española: Charcas, 25 de mayo de 1809; La Paz, 16 de julio de 1809; Quito, 10
de agosto de 1809; Caracas, 19 de abril de 1810; Buenos Aires, 25 de mayo de
1810; Bogotá, 10 de julio de 1810; Santiago de Chile, 18 de septiembre de 1810;
Dolores, 10 de septiembre de 1810; Grito de Asencio, 18 de febrero de 1811 y
Asunción, 14 de mayo de 1811.
Resumiendo: 5 insurgencias en el Río de la Plata; 2 en Colombia; 1 en
Chile; 1 en Venezuela y 1 en Méjico. Todas ellas a su vez, y actuando bajo el
paraguas de la “Libertad y la Independencia” eran, en el fondo, secesionistas, por lo que la balcanización de
Hispanoamérica estuvo signada desde el primer día tras el primer grito. No
podía ser de otra manera porque era la idea de Castleraegh (y de Wellesley
también): “un continente dividido en varias naciones formalmente independientes
e incorporadas a una economía mundial, dirigida desde Inglaterra.” Es decir:
más o menos como estamos ahora. Así que a no asombrarse.
Cuando hablaba de aquellas rebeliones, quería decir que, en 1 año, 11
meses y 19 días se produjeron en América española la mayoría de los movimientos
independentistas, algunos exitosos, otros signados por el fracaso. Pero, en
general, todos son 8 meses y 9 días posteriores al desembarco de Wellington en
Mondego, Portugal. No hay ninguno anterior, con excepción del alzamiento de
José Gabriel Tupac Amarú (con ayuda británica también, La Rebelión de José G. Tupac Amarú, Colección de Obras y Documentos, Tomo VII, de Pedro de Angelis),
que no puede ser tenido en cuenta en este segmento de tiempo y por ello resulta
extemporáneo. ¿Solamente una coincidencia? No sé. Pero es como si el desembarco
inglés en la Península Ibérica hubiese desatado un enorme paquete que se tenía
guardado por aquí y preparado de tiempo atrás.
Sin embargo, para aventar la idea de una casualidad en el lector
desprevenido, le pido que observe lo siguiente: el 12 de julio de 1808 Wellesley (luego Duque de Wellington,
entonces el Teniente General más joven del escalafón inglés), parte de Cork
(sur de Irlanda) con una fuerza expedicionaria de 10.000 hombres, configurando
posteriormente, una de las líneas de la invasión inglesa sobre España y Portugal
en manos de Napoleón. Simultáneamente otro cuerpo de 5.000 hombres a las
órdenes de los Generales Anstruther y Acland, salió a reunirse con el anterior,
embarcándose respectivamente en Ramsgate y Harwich.
El General Spencer había traído 5.000 hombres estacionados hasta
entonces en Egipto y Sicilia, y desde
allí a Gibraltar. Había Spencer ofrecido a la Junta de Cádiz sus servicios,
pero, no siendo aceptada su proposición, recibió órdenes de Wellesley de que
fuese a incorporársele, desembarcando también en la Bahía de Mondego.
Entre el 15 y 25 de julio Wellesley se adelanta a la escuadra y celebra
una entrevista con la Junta Suprema de Galicia para que apoye su desembarco en
el Ferrol. La Junta gallega se niega y le aconseja que lo haga en algún puerto
de Portugal por la animadversión que mostraba el pueblo hacia los ingleses. El
1° de agosto hecha pie a tierra en Mondego (bahía próxima a Porto Figueira), y
configura la cabecera de desembarco. Entre el 1° y el 8 de agosto le alcanzan
las noticias del triunfo de Bailén. Entonces el 9 marcha sobre Lisboa
acompañado de Spencer y llega a Leira (en la carretera a Oporto), etc.
Si se comparan los progresos de
Wellesley en la Península se verá cómo progresaron
sincronizadamente los movimientos libertadores
en Hispanoamérica. Más aún: el 18 de junio de 1815 Napoleón era derrotado por Wellesley en Waterloo; el 22 firmaba
su segunda abdicación; el 2 de agosto los aliados firmaban su destierro y el 9
partía para Santa Elena para no regresar nunca más. La Humanidad marchaba hacia
un Nuevo Orden Mundial que desembocaría en la Pax Británica (1815-1915) y el Old
Colonial Sistem.
En Buenos Aires se conocería esta noticia a fines de octubre o
principios de noviembre de 1815. Cuatro meses después, el 24 de marzo de 1816, comenzaba a sesionar el
Congreso de Tucumán y el 9 de julio de 1816 declaraba nuestra Independencia
bajo la férula del Secretario Francisco
Narciso de Laprida, antiguo masón de la logia lautarina Ejército de los
Andes (sanmartiniana),
junto con Rudecindo Alvarado, Toribio de Luzuriaga, Jerónimo Espejo y otras docenas
de individuos. Además San Martín, residente en Mendoza, era Gobernador de Cuyo
y había mandado como representante al hermano Godoy Cruz, que decían era
sacerdote católico, quien lo mantenía al tanto de todas las intrigas (las
tejidas por los otros y las que tejía él con su Gobernador Intendente).
Por otra parte está probado que todas las logias masónicas desde Dolores
(Méjico) hasta el Río de la Plata (instaladas como consecuencia del Tratado de
Utrecht de 1717 en adelante), tenían sus matrices en Irlanda, Inglaterra y los
EE. UU. y respondían a las directivas de aquellos Orientes.
Conclusión
Por todo lo expuesto precedentemente, resulta impensable que el Plan
Meitland, redactado entre fines de 1799 y buena parte de 1800, fuera aplicable
textualmente a una situación existente en 1811, cuando aún faltaban cuatro años
para Waterloo. En consecuencia el banco de cerebros al servicio del ente para
estatal Compañía de Indias Orientales,
y la corona británica propiamente dicha, debieron seguir adecuando este Plan a
las contingencias de la situación, pero sin olvidar ni desechar los objetivos
estratégicos fijados por el autor.
Por otra parte vemos, en los planes posteriores al de Maitland, ciertas
similitudes al de él que me hacen pensar que el Plan Maitland no debió ser tan
secreto como es de imaginarse. Por lo menos para aquellos hombres puestos en
este trabajo de arrebatar lo ajeno. Además en 1811 el General Maitland estaba
vivo y le faltaban 13 años para morirse; de servicio en Ceyland desde hacía
cinco años, y casi con seguridad debió ser un elemento de consulta permanente
por vía correo. Desconozco si existe un epistolario de Maitland. Pero si
existiese, su contenido sería muy valioso para ver cómo fue evolucionando su
Plan con el tiempo y todos estos acontecimientos.
La llegada de San Martín a Londres es contingente con la llegada de
Maitland de Ceylan. ¿Acaso es esta otra casualidad? El doctor Terragno, por
ejemplo, cree que sí. Lo que me hace dudar, porque arriban al mismo puerto el
autor del Plan con el que creo fue su ejecutor y que partiría en días más. No
podía haber dilaciones, porque la situación de la Revolución de Mayo en el
Noroeste se estaba tornando insostenible y por ello a punto de fracasar. Si
esto ocurría, habría que barajar y dar de nuevo. Las acciones de los jacobinos
Castelli y Monteagudo habían hecho caer a la causa en el más completo
descrédito. El pueblo no los acompañaba.
Al llegar a Londres
una junta de notables lo habría impuesto de la situación,
le darían a conocer el
Plan en detalle, le asignarían su
misión y le tomarían
juramento de muerte.
Los detalles que seguramente surgirían debieron
ser tratados en forma
particular con Maitland y debatidos con la junta.
Todo este trámite
demandó cuatro meses.
LAS AMISTADES INGLESAS
EN EL ANALISIS DEL PLAN
(¿Una rosca fenomenal,
asociación ilícita o banda delictiva?)
El escudo de Gran Bretaña flanqueado por
la bandera idolatrada.
El
estudio sobre las amistades inglesas
Para hacer más claro y didáctico
este estudio sobre las amistades sanmartinianas en Inglaterra, antes y después
de su llegada al Río de la Plata, lo he dividido en tres partes, a saber:
- Los enlaces
Peninsulares
- Los vínculos
londinenses
- Las relaciones británicas en Sudamérica
- Los lazos
masónicos
Dejo de lado en esta oportunidad lo
que ya hiciera, a modo de adelanto en el primero de estos artículos, donde he
citado una puñado de Oficiales Superiores, Jefes, Oficiales, Unidades y
Subunidades que tomaron parte en las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806
y 1807 y que, con razonable certeza, al pasar a la Península, debieron ser
conocidos por San Martín durante la llamada por los españoles Guerra de la Independencia. Me aboco
entonces al estudio (como elementos de consulta el lector puede ampliar estos
acápites en Juan Bautista Sesean, San
Martín y la tercera invasión inglesa, Cap. IX, pp. 103 y ss., y en el
doctor Rodolfo H. Terragno Op. cit.).
Los
enlaces peninsulares
James
Duff (más tarde cuarto Conde de Fife)
Este escocés (y masón, como casi
todos los que formaron los elencos gubernativos que hemos visto, incluidos el
rey Jorge III y su hijo Jorge IV), jugó un papel relevante en dos direcciones: la primera, que conjeturo no debió ser
muy difícil: el convencer a San Martín para que formase parte como ejecutor del
Plan ya completamente remozado por los acontecimientos sucedidos en la década
1801-1811; y, la segunda, que se me ocurre mucho más difícil:
convencer al Príncipe Regente, y luego al Primer Ministro inglés y a sus
allegados imbuidos de la idea, por cuanto habían trabajado en ella por años,
que el hombre, el elegido para ejecutar el Plan dormido desde 1801 a una distancia
de 12.000 Km, debía ser San Martín y no otro. En extrema síntesis: sería pensar
que el Plan Maitland se llevaría a la práctica por un español americano, o como
muchos autores lo han dicho lisa y llanamente, un español, que es más lo
adecuado, por cuanto el nacimiento de San Martín en América fue completamente
accidental, y él mismo se encargó de demostrar que así era y no de otra forma.
No me diga el lector que esta maquinación, a simple vista y siendo un lego, no
tiene el viso de ser cabalmente descabellada. Sin embargo todo indica que las
cosas ocurrieron así.
En consecuencia no está de más
señalar ya dos cosas: el alto peso específico que debió tener Duff en Londres
para que se aceptase su propuesta (aunque desconozco con cuántos reparos, que
evidentemente después se disiparon, por serles el sujeto antepuesto completamente
desconocido, aunque sus referentes, incluido Wellington operando en España,
gozasen de excelentes conceptos en el Parlamento y la Corte), y cuáles fueron
las dotes que este ducho británico vio en San Martín para que resultase el candidato elegido, dado que su foja
de servicios lo hace un militar del más completo término medio.
Muchos biógrafos de San Martín
fueron militares contemporáneos nuestros. Gente ilustrada, honesta y bien
intencionada. Sin embargo ninguno, siendo de la profesión, ha reparado en este
detalle significativo. San Martín llegó al Río de la Plata llevando en la
mochila lo que se llamaba la Escuela de Regimiento. No se conocen sus estudios
superiores en el arte de la guerra, o de haber revistado por cierto tiempo en
algún Estado Mayor donde, aunque más no sea a los golpes, pudo aprender algo
sobre su funcionamiento. Que no es nada del otro mundo, pero que tiene sus
bemoles, como es el caso concreto del funcionamiento de la logística.
Pero la Escuela de Regimiento era la
que manejaba la Táctica Inferior. No digo la Táctica Superior que ya tiene
cierta complejidad y le da algún vuelo, aunque de perdiz, al individuo. ¿Acaso
escogieron a un hombre, entre cientos que habría de igual medianía, que nunca
pudo pasar de lo más rudimentario de la milicia: ser un ejecutor, para que
maneje un Plan Estratégico en un Subcontinente? Sin desmerecer a nadie digo,
que es como pensar que un enfermero pasó, por arte de birlibirloque, a Director
de un Hospital; que un mecánico por adacadabra se transformó en Ingeniero Jefe; o que un albañil devino
en Arquitecto que construirá una torre
de 60 pisos. No. Evidentemente en este asunto hay cosas que no encajan, si no
se explican a través de la masonería, la única capaz de hacer en aquellos
tiempos, y hoy mismo, travesuras como estas.
“Una explicación para este asombroso
abandono de lealtad de parte de un soldado que había jurado fidelidad a España
–dice sorprendido el historiador inglés J. C. Metford-, es que San Martín fue
impulsado al movimiento independentista hispanoamericano por simpatizantes
británicos, y que fue reclutado merced a James Duff.” Como se ve no soy en
único que se pasma por este entresijo.
De cualquier forma es un hecho que
Duff, un británico que estaba al servicio de España de antes de la iniciación
de la guerra peninsular (1808), y que seguramente haría tareas de espionaje,
fue quien ayudó a San Martín para salir
de España vía Gibraltar, con un pasaporte a Londres y un lugar en un buque de
guerra surto en la rada para su rápido
traslado. Fue también Duff quien le dio las cartas de presentación y letras de
crédito que, según los historiadores, el prócer no habría usado.
Años más tarde, cuando San Martín
regresó a Inglaterra (1824), fue este Duff quien lo recibió, lo alojó por unos
días en Duff House, ciudad de Banff (unos 50 Km al norte de Aberdeen), al norte
de Escocia, e hizo que se lo nombrase ciudadano honorable de Banff. Título que
en realidad no nos dice nada, si es que no sabemos que a este título se lo
otorgaron a personalidades como Canning unos doce años antes.
Duff tenía estrecha relación desde
su infancia con el Príncipe Regente, Jorge IV (el padre de éste, Jorge III,
había sido declarado demente en 1810 y moriría así 10 años después). En España
Duff había trabado buenas relaciones con el General Wellesley (enseguida Lord
Wellington) quien fuera “consultado en diversas oportunidades por los ministros
de Su Majestad –dice el doctor Terragno-, sobre todo por Lord Castlereagh,
acerca de los modos de atacar las posesiones coloniales de España. Hay más de
un memorial de Wellesley sobre la materia”, a partir de 1806, agrego de puro
metido. Con un ejemplo se verá mejor la injerencia de este individuo en la
materia: el 12 de noviembre de 1806 parte Craufurd de Cork. Al embarcarse el
Regimiento 88°, componente de la última expedición, lo despide el Comandante de
la Región, el recientemente ascendido General Wellesley, con una arenga que
concluía diciendo: “Pluguiera a Dios que también fuera yo con ustedes” (Carlos
Roberts, Las invasiones inglesas del Río
de la Plata (18-06-1807), pág. 188).
Por otro lado Duff estaba vinculado
a Jefes y Oficiales británicos que habían participado activamente en los planes
para separar Hispanoamérica de España. Sin ir muy lejos, su hermano, el general
Sir Alexander Duff, había comandado el Regimiento 88° durante la ocupación a
Buenos Aires en 1806. Otro amigo de Duff desde la niñez, Sir Samuel Ford
Whittingham, había tomado parte del segundo intento de tomar Buenos Aires
(1807).
Samuel Ford Whittingham
(después Sir)
Participó en la Batalla de Bailén junto con San Martín (derrota del
General Dupont, el 20 de julio de 1808 y capitulación el 23; la fuerza
expedicionaria inglesa aún no había desembarcado en la Península; lo haría
recién el 1° de agosto en la Bahía de Mondego, cerca de Puerto Figheira,
Portugal a la espera del General Spencer que venía de Cádiz). Veinte días
después, el 11 de agosto, la Junta de Sevilla, por intermedio de su presidente,
don Francisco de Saavedra puso en conocimiento de ambos que habían sido ascendidos
al grado inmediato superior: Whittingham a Coronel y San Martín a Teniente
Coronel (José P. Otero Y Mitre no especifican el arma; Terragno dice que de
Caballería). Un poco más adelante, en el mes de septiembre, estando estos dos
Jefes en Madrid, se les otorgó la medalla que se mandó a acuñar para premiar a
los vencedores.
Por estos dos hechos, el ascenso
y la medalla, el General Marqués de
Coupigny le hizo llegar una esquela a San Martín felicitándolo (Archivo de San Martín, Tomo I, pág.
111). De su lectura surge, y al parecer, que
tanto los ascensos y la medalla que recibieron, no fueron entregados a estos
dos por una acción personal y heroica, brillante o decisiva ocurrida en la
acción de Bailén, sino que fue concedida como premio a todos los que participaron en ella, de General a soldado,
hecho que se condice más con el júbilo por el triunfo que exuda la Gaceta Ministerial de Sevilla de fecha
23 de julio. Además quede claro que una medalla
no es una condecoración. Es como una
constancia de que en tal o cual hecho de armas estuvo presente. Pues bien: San
Martín, por Bailén solamente recibió (no obtuvo que es distinto) una medalla de
la Junta sevillana.
Dicen los historiadores que Bailén reviste una importancia tal que sin
ella Wellesley nunca hubiese llegado a ser el Duque de Wellington. Es posible,
porque Wellington se movería desde Mondego y en el resto de la campaña, con una
lentitud tal que resulta sumamente sospechosa, si es que nos atenemos a su
personalidad. Nadie, como siempre, ha explicado esto.
Dice Mitre que San Martín como Capitán revistaba en el Regimiento de
Voluntarios de Campo Mayor y como tal combatió en Bailén. Pero el español
Carlos Mendoza (Las Batallas del Siglo
XIX, Tomo I, pág. 176) asegura que el R. Voluntarios de Campo Mayor
pertenecía a la reserva del Orden de Batalla del General en Jefe Francisco
Javier Castaños (enseguida Conde de Bailén), juntamente con el R. Valencia,
Tiradores de África, Granaderos de la Guardia Real, Provinciales de Zaragoza,
Burgos y Cantabria; Caballería del Príncipe, Pavía y Sagunto, un Escuadrón de
Carmona, Carabineros del Reino, 150 suizos, zapadores y una pieza de
artillería. En esta acción no fue
necesaria la intervención de la reserva, por lo que se puede decir que el R. de
Infantería Ligera Voluntarios de Campo Mayor no combatió. Digo entonces, y en
consecuencia, que San Martín tampoco. Estuvieron, nada más, bajo el solazo
andaluz de julio que casi los mata.
Sin embargo, José Pacífico Otero (Historia
del Libertador don José de San Martín, Tomo I, Cap. VII, pp. 134 a 136),
dice que Mitre estaba equivocado (y de hecho el español Mendoza también),
porque San Martín habría combatido con el grado de Capitán en el Regimiento de
Caballería de Borbón, de destacada actuación en la batalla, y perteneciente a
la División del General Coupigny. Acto seguido agrega Otero que esto “está
sobradamente fundado”, pero no dice una palabra de dónde lo sacó para
cimentarse, así como que San Martín fue “actor
de primera fila en este hecho de armas” (la toma de las Alturas de Bailén).
Pero esto último ya es de propia cosecha: porque no se anima a decir que “está sobradamente probado”, como en el
caso anterior, ni mucho menos de dónde lo obtuvo. Y si el maestro Jauretche
decía que Julio Jorge Nelson era la viuda de Gardel, yo digo que José Pacífico
Otero era la viuda de San Martín. Única forma de explicar las cosas que dice y los pensamientos que tiene. Otero
es el hombre que pensaba demasiado.
Como sobre esto se pueden escribir una media docena más de versiones,
solamente me atrevo a decir, siempre muy humildemente ante tanta enjundia, que
no alcanzo a comprender cómo un Capitán antiguo de la Infantería (en la copia
de su Legajo Personal -Archivo Militar de Segovia-, figura hasta el 31 de
diciembre de 1804 como Capitán Segundo recién ascendido, con 15 años, 9 meses y
10 días de antigüedad en esa arma), de la noche a la mañana aparece como
Capitán de Caballería manejando un
escuadrón en primera línea. Sin embargo soy de los que cree en los milagros.
Aquí tiene uno para que se entretenga el lector matando el tedio con los amigos
con una garnacha dominguera. Pero como puedo quedarme corto, para que no se
aburran les mando un nuevo prodigio: a fines de 1804 era Capitán recién
ascendido en España; en agosto de 1808, Teniente Coronel y, al llegar al Río de
la Plata (1812), en meses Coronel y trascartón General. Un verdadero meteorito
militar. En España no había podido pasar de Teniente Coronel.
Whittingham, que casi lo he olvidado, integró la fuerza comandada por
Craufurd que llegó a Montevideo en junio de 1807, ciudad que había sido
capturada por su tocayo, Samuel Auchmuty. En la tentativa por recuperar Buenos
Aires fue ayudante del General Whitelocke. Tras este fracaso volvió a
Inglaterra. De allí pasó a España para encontrarse a fines de julio en Bailén.
¿Cómo habrá hecho este pie ligero? Es que Bailén está muy cerca de Cádiz; y
Cádiz se encuentra, paredón de por medio, unida a Gibraltar; Gibraltar es
inglesa; y Whittingham era inglés.
William Carr Beresford (después elevado a la dignidad de
Lord)
Fue prisionero de los criollos después de la Reconquista de Buenos
Aires. Se escapó con la ayuda de Saturnino Rodríguez Peña y del Altoperuano
(antes se les decía así a los bolivianos) Aniceto Padilla. Fuga que, por la
cantidad de evadidos de Luján (no piense el lector que fue el escape de cuatro
o cinco malhechores; no, fueron cientos), nunca fue debidamente explicada y
creo firmemente que la lista de implicados debió ser tan grande como la de los
evadidos.
El hermano de Saturnino, Nicolás Rodríguez Peña, se convertiría en el
amigo de San Martín en el Plata (San Martín en su primer testamento lo nombra
como “el señor Peña”). Por esta causa don Saturnino, masón desde sus mocedades
(iniciado en Cuba, antro formidable de la masonería española y americana desde
los tiempos de Washington -junto con el
venezolano Francisco de Miranda y el francés Lafayette- en Saratoga y, por
supuesto al servicio de Su Majestad Británica), recibiría una asignación del
General Whitelocke y una pensión perpetua de Su Majestad Británica. Inglaterra jamás olvida a los cachorritos
que con su lengua le lustran los zapatos. Y en estas playas Inglaterra ha
tenido jaurías de cachorritos y otro tanto de cachorrazos, capaces de matar a
la madre enferma de artritis y en el día del cumpleaños.
El 16 de mayo de 1811, tanto San Martín como Duff tomarían parte de la
batalla de Albuera a las órdenes de Beresford. Un mes más tarde, Beresford
condujo el segundo sitio de Badajoz, y otra vez la casualidad los encontró
juntos a los tres. Pero esta fue la última acción en que participó San Martín
en la guerra peninsular: se retiró inmediatamente el sábado 14 de septiembre de
1811, embarcándose en el buque inglés que lo llevaría a Londres.
Cuando San Martín abandona España se habían cumplido cuatro años de
guerra y su situación era de entera desolación. “Devorábanse –dice Lafuente-, y
aún se disputaban los tronchos de berza y aun las yerbas que en los tiempos
comunes ni si quiera se daban a los animales. Hormigueaban los pobres por las
calles, plazas y caminos, y eran pobres hasta los que ocupaban puestos decentes
y empleados regulares del Estado. La miseria se veía retratada en los rostros;
en el interior de las familias antes acomodadas pasaban escenas dolorosas que
partían las entrañas; en las calles se veían andar como ahilados y a veces caer
desfallecidos niños, mujeres, hombres. La capital misma presentaba un aspecto
acaso más horrible que cualquiera otra población, y un escritor afirma haber
sido tal la mortandad, que desde septiembre de 1811 (la fecha que estamos
tratando) hasta julio de 1812 (San Martín ya de novio en Buenos Aires bailando
el Minué en la Casa de los Escalada y con la Lautaro caminando), se enterraron
en Madrid unos 20.000 cadáveres. Secuelas inevitables de las guerras son estas
plagas: el hambre, la peste, sin que pueda decirse que los progresos de los
tiempos hayan hecho imposible su reparación, antes bien, dada la centralización
de los capitales, de la industria y el comercio, han de resentirse todavía más
fácilmente los pueblos que cuando estaban mejor repartidas dichas profesiones y
maneras de vivir.” Para completar el cuadro dantesco que ofrecía España en ese
momento véanse las Memorias de un
setentón, de don Mesoneros Romanos.
En estas condiciones deja San Martín a la España paralítica que le había
dado todo lo que en ese momento él era. En este ambiente de catástrofe deja San
Martín a doña Gregoria Matorras, su madre, también paralítica y postrada por la
enfermedad, la que le había dado la vida, con la única compañía de su hermana
Helena (su segunda madre) completamente desvalida. Ni siquiera se despidió de
ellas o les dejó algunas letras de las que le había dado Duff para que
sobrenaden en aquella desgracia. Nada. Prefirió devolverlas en Londres. Al poco
tiempo moriría doña Gregoria. ¿Le habrá interesado la muerte de su madre? No
sé. Porque la muerte de España le interesó bien poco y es posible que haya
rezado para que ocurra. Nunca más volvería a España. Como jamás volvería a
pisar la tierra donde se meció su cuna: el Río de la Plata.
Este hombre, “el Templario de la
Masonería” como lo llama Jean Lombard (La
cara oculta de la historia moderna), ¿acaso alguna vez habrá amado a
alguien o querido algo? No digo una persona. No. Pero tal vez un perro, quizá
un gato, a lo mejor un osito de peluche o un par de alpargatas. Porque mujeres
no. Eso si que no. En 70 años, estuvo casado 12; de los 12 permaneció con su
mujer 2 años y medio, y Remedios se murió en la quinta de San Isidro sin verlo
ni llamarlo. Don Arturo Capdevila, siempre indulgente decía que había un
epistolario entre estos esposos cursado en esos últimos días. Nunca lo
mostraron arguyendo que son papeles privados de familia. Y digo: mejor así, que
no lo muestren. Cuente el lector los años que mencioné antes si tiene dudas: es
un trabajo interesante ¿Y el resto? Porque mire el lector que es largo el tirón
para andarlo al tranco y descalzo. ¿Cómo habrá hecho? Como a esto no lo
entiendo no digo ni agrego nada más. Aunque ganas no me faltan y piolín para este
barrilete tengo de sobra. Pero no. Mi abuela decía que debía ser juicioso y me
daba a leer la vida de los santos. Y me hermano, que es peronacho del ’45,
siempre me lo recuerda. Les voy a hacer caso en esta ocasión.
Robert Craufurd
Este Craufurd fue colega de Maitland en el Parlamento. Peleó en España
desde 1809 hasta 1812. Antes había participado en la invasión de Buenos Aires.
Sir David Baird
Luchó en la India en el mismo tiempo que Maitland. Participó en la
primera invasión de Buenos Aires al mando de una brigada. Luego formó parte del
ejército inglés que enfrentó a Napoleón en España.
Sir Charles Stuart
Diplomático británico amigo personal de Duff que prestaba servicios en
España. Fue quien le otorgó el pasaporte a San Martín en 1811. Era, junto con
Beresford, miembro de la regencia portuguesa.
Los vínculos londinenses
George Canning
Como se recordará se lo llamaba “El heredero de Dundas”. El había jugado
un papel protagónico en todo el proyecto oficial relativo a Hispanoamérica.
Duff estaba vinculado a él. Recordamos que este personaje recibió en 1812 (poco
después de la partida al Río de la Plata en la fragata que, precisamente, se
llamaba George Canning), el título de
ciudadano honorario de Banff, la pequeña ciudad del norte escocés que, en
realidad era, un feudo de los Duff. Es decir, el mismo título que recibiría 12
años más tarde San Martín al regresar a Gran Bretaña.
En el año que nos ocupa, 1811, Canning era miembro del Parlamento desde
1794 y consejero privado de la Corona junto con Maitland. Once años antes,
cuando Maitland escribió su Plan, Canning, amigo personal de Dundas, era
miembro de la Junta de Contralor. Canning fue uno de los más fervorosos
partidarios de la independencia de Hispanoamérica (considerada por él esencial para el interés británico). Finalmente
Canning fue Canciller entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley.
Lord Castlereagh
Fue presidente de la Junta de Contralos (1802-1806) y secretario de
Estado de Guerra y Colonias (1807-1809). Castlereagh coincidía con Dundas acerca
del modo de llevar a cabo un ataque sobre Sudamérica. En una carta al propio
Dundas (entonces Primer Lord del Almirantazgo con el nombre de Melville),
Castlereagh le confesaba en 1808: “la cuestión de separar a las Provincias
Hispanoamericanas de España, que por tanto tiempo ha ocupado vuestra mente (…)
nunca ha cesado de ser el objeto de mi más ferviente atención.” En otra
ocasión, Castlereagh había escrito: “La liberación de Hispanoamérica debe ser
alcanzada a través del deseo y los esfuerzos de sus habitantes, pero el cambio
sólo podrá operarse bajo la protección y con el apoyo de una fuerza auxiliadora
británica.”
Robert Saunders Dundas
Segundo Vizconde de Melville. Dundas (su padre), murió el 28 de mayo de
1811, pocos meses antes de la llegada de San Martín a Londres. Su único hijo,
Robert Saunders, había sido secretario privado de su padre entre 1749 y 1801,
incluyendo el período cuando Maitland le presentó su Plan a Dundas. Por otra
parte, en ese mismo período Robert Saunders había sido colega de su padre y del
propio Maitland en el Parlamento. Los tres eran escoceses. Robert fue masón
como Duff. En 1811, Robert Saunders Dundas era presidente de la Junta de
Contralor: un puesto para el cual había sido nombrado el 6 de abril de 1807 y,
otra vez, el 13 de noviembre de 1809.
Sir Home Riggs Popham
Popham y Beresford –superior de San Martín en la Península- habían
lanzado el ataque sobre el Río de la Plata en 1806. Popham estaba en Londres en
1811 y había asesorado al gobierno británico más estrechamente vinculado a
Miranda.
Thomas A. Cochrane (más adelante Conde de Dundoland)
En 1806 ayudó a Miranda en las Indias Occidentales, cuando el venezolano
(perpetuo consultor del gobierno británico) planeaba su fallido desembarco en
Venezuela. Como Maitland, Cochrane era escocés, marino, miembro del Parlamento
(desde 1806) y hombre interesado en la expansión de Inglaterra. Un pariente de
Maitland, sir Frederick Lewis Maitland, fue enviado en 1809 en auxilio de
Cochrane que libraba una batalla decisiva contra la flota napoleónica en Aix.
El mismo Maitland había servido anteriormente bajo las órdenes de George Duff,
pariente del amigo de San Martín.
En 1817, después de que San Martín tomara el control sobre Chile, envió
a José Álvarez Condarco a Londres, a fin de contratar un jefe para la flota que
debía llevar al ejército libertador a Perú. Álvarez Condarco contrató a
Cochane.
Sir John Coxe Hippisley
El hombre que le pidió a Maitland que elaborase un plan para tomar
Sudamérica. En 1811 Hippisley era miembro del Parlamento.
Sir Thomas Maitland
Cuando San Martín llega a Londres en calidad de
“desertor-autorizado-fugitivo-acreditado” (en verdad no sé cómo llamar a la
situación de don José Francisco), Maitland lo hace tras cinco años de servicios
como Teniente General y Comandante en Jefe de Ceyland. Digo: una feliz
coincidencia, que la suerte (Su Graciosa Majestad o Satanás) haya podido reunir
en el mismo lugar a dos hombres tan singulares en esta historia. ¡Pero, qué
casualidad! Maitland retenía el cargo de Consejero Privado de la Corona para el
cual había sido designado el 8 de abril de 1807, es decir, poco antes de partir
para Ceyland (hoy República de Sri Lanka,
isla al SE de la India).
Las relacionesd británicas en Sudamérica
Aún después de dejar Inglaterra, pero antes de iniciar su campaña
continental, es probable que San Martín haya recibido y expedido información
relativa a la actualización de los planes británicos sobre Hispanoamércica. En
Tucumán, tenía por médico al doctor William Colisberry, natural de Filadelfia,
en el estado de Pensinvania, Estados Unidos de América (Damián Hudson, Revista de Buenos Aires, Tomo IX, pág.
189), que lo acompañó a Córdoba donde fue a dar por su misteriosa dolencia
aparecida sorpresivamente en el invierno de 1814 (J. M. Paz, Memorias), y de allí siguió al prócer a
Mendoza donde se radicó hasta 1838. En Córdoba San Martín conoció a otro
inglés, James Paroissien, quien sería su Ayudante de Campo y a quien haría
General peruano.
Ya en el Ejército de los Andes, el Libertador contó además con los
servicios del General William Miller, un masón de fuste que intervino en las
invasiones inglesas y que luego había peleado en la Península Ibérica bajo el
mando directo de Wellington hasta por lo menos 1814, año en que abandonó España
para reaparecer en Chile nueve años después. Este Miller, después biógrafo de
San Martín en Inglaterra, fue el comandante de la Infantería de Marina que
actuó a las órdenes de Cochrane.
Hablando de Cochrane, recuerdo que todos los comandantes de la escuadra
sanmartiniana fueron súbditos ingleses: Willinson, que había estado prestando
servicios en el ejército de la Compañía de Indias Orientales, era el Capitán
del navío San Martín. Igualmente el
Capitán Robert Foster tenía a cargo el Independencia.
El Capitán Guise comandaba el Valdivia;
el Subteniente J. Topoker mandaba en el Galvarino;
el Subteniente T. Sackeville Crosbie era responsable del O’Higgins; Casey dirigía el Chacabuco;
el Subteniente Carter disponía en el Araucano;
Young gobernaba el Montezuma; Cobbet encaminaba el Potrillo; el Subteniente James Esconde estaba a cargo del Valdivia. El Comisario y Juez de la
flota era el Sobregargo Henry Dean.
Hago dos aclaraciones antes de seguir; la primera: todos estos buques
pertenecían a la Compañía de Indias Orientales y fueron rebautizados con estos
nombres al llegar a Santiago de Chile, y la segunda: todos los oficiales que he
citado también pertenecían al ejército de este fabuloso ente paraestatal. Es
decir que esta fase del Plan Maitland, el traslado hasta el Perú, se cumplió
tal cual lo había previsto su creador en aquel lejano año de 1801.
En Buenos Aires, San Martín so pretexto de una visita a su familia, se
mantuvo en contacto con el Comodoro William Bowles, Comandante en Jefe de la
Estación Sudamericana de la Armada Real, a quien el Libertador confió sus
planes y problemas. En una de estas conversaciones San Martín sugirió a Bowles
que Gran Bretaña enviase buques de guerra a la costa peruana, a fin de ejercer
una oportuna intimidación, al tiempo que el Ejército Libertador avanzaba por
tierra, con la promesa de la apertura de los puertos peruanos al comercio
inglés.
En 1818, San Martín gestionó a través de Bowlws la mediación de Gran
Bretaña en la lucha de las antiguas colonias contra España. Fue así que
convenció a O’Higgins para dirigir, en su condición de Jefe del Estado Chileno,
una carta con este motivo al Príncipe Regente (después Jorge IV de Inglaterra).
El propio Libertador dirigió una carta de similar tenor a Castlereagh (12 de
enero de 1818). Por lo demás, San Martín informó a Bowles que el agente del
gobierno chileno en Londres, Antonio José de Irisarri, estaba facultado para
ofrecer a Gran Bretaña la cesión de la isla Chiloé y el Puerto de Valdivia, así
como una sustancial reducción de derechos para todos los buques británicos
durante 30 años, a cambio de la asistencia militar. San Martín agregó que un
Príncipe de la familia real británica sería bienvenido como monarca
sudamericano, a condición de que la monarquía a establecer fuere de orden
constitucional.
San Martín también mantuvo contactos con John Parish Robertson, un
escocés llegado “por casualidad” durante las invasiones inglesas y que después
se supo era agente secreto del Foreing Office. San Martín invitó a este inglés
a que presenciara el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813); la
descripción que hace J. P. Otero sobre este hecho es altamente patética (op.
cit. Tomo I, Cap. XI, pp. 219 y ss.), sin embargo nadie a reparado en ello. Más
adelante y por disposición del prócer Parish Robertson sería el representante
del Perú en Londres, para la gestión de un préstamo en el que intervino San
Martín -1824 (ya residente en la isla en su “ostracismo”), mientras Rivadavia
(según los historiadores enemigo acérrimo del prócer), hacía lo mismo pero para
el Río de la Plata; ante la Casa Baring Brothers, una filial junto con la Hullet Brothers de la Banca
Rothschild. De manera que tenemos por aquí: a San Martín y su mortal enemigo
Rivadavia, juntos en la empresa de endeudar a las nacientes repúblicas
sudamericanas. Un dato más: por este préstamo el Perú fue la primera de todas
las naciones endeudadas que entró en cesación de pagos (hoy los lacayos del
imperialismo lo llamarían “default” y
al pago leonino de la usura “compromisos
impostergables de la nación”). En plena guerra contra el Imperio del
Brasil, Argentina debió vender (1826) sus dos mejores buques de guerra para
pagar una de las cuotas contraídas “por el más grande hombre –según Mitre- de
la tierra de los argentinos”, que naturalmente era Rivadavia.
Años después de la Gesta Libertadora, el Libertador le confió a su
hermano Justo (entonces Coronel del Ejército Español, de una trayectoria muy
parecida a la de nuestro prócer al lado de los ingleses, pero muy cerca de
Wellington) que “de no haber sido por los esfuerzos del gobierno británico él
no habría podido hacer lo que hizo en Sudamérica.”
Me quedan pendientes Los lazos masónicos. Pero la verdad es que llegando hasta
aquí me cansé. Por lo que suplico me aguanten hasta la próxima.
LAS AMISTADES INGLESAS
EN EL ANALISIS DEL PLAN
(¿Una rosca fenomenal,
asociación ilícita o banda delictiva?)
¡Shhh!
Si la Espada y el Puñal están cruzados sobre el Delta y la Biblia (versión
hereje de Douay), indican que el Supremo Consejo está sesionando. La fotografía
pertenece a la que nuestra prensa venal
llaman “prestigiosa” Revista Life de febrero de 1957.
LOS ENLACES MASÓNICOS
“No olvidar nunca que cuando es
preciso unir estrechamente, mejor dicho, regimentar elementos populares que no
pueden subordinarse a un régimen enteramente militar, por tratarse de personas
que por su condición civil no pertenecen a ninguna fuerza armada, donde la
disciplina es la base principal, no hay ni puede existir una organización más
perfecta que la ofrecida por la Masonería.”
Antonio R. Zúñiga, La Logia Lautaro,
Instrucciones de Francisco de Miranda
a la Lautaro, Cap. X, pág. 151, Ed. Strach, Bs. As. 1922.
Advertencia al lector
Recuerdo al lector que esta parte,
con el subtitulado Los enlaces masónicos,
había quedado pendiente al final del Plan Maitland III que les enviara no hace
mucho. Y advertido que fue esto, me aboco al tema sin más exordio, antes de que
se vayan las ganas mías y las del lector también.
La masonería operativa y la masonería filosófica
No creo necesario comenzar esto de
los enlaces masónicos historiando a
la Masonería como lo han hecho unos cuantos autores. Soy un convencido de que
la mayoría de los lectores tienen una idea más o menos formada sobre la secta
satánica. Podrá haber, no lo niego, quienes inocentemente no sepan de qué se
trata. Pues bien, a ellos los aliento diciéndoles que, a nivel mundial, se han
escrito alrededor de 12.000 libros sobre este tema escabroso. De ellos, no
menos del 70% hablan y comentan fundamentadamente en su contra, otros no tanto;
y alrededor de un 30% de aquel conjunto los defiende, al hacerlos parecer
inofensivos gatitos de talla, como aquel de Corrientes 3411, segundo piso
ascensor, no hay portero ni vecinos (el lugar era un cotorro) hecho de
porcelana para que le maúlle al amor, según el viejo tango de meta y ponga.
A partir del 24 de junio (equinoccio –iguales noches- de invierno en el hemisferio sur y de verano en el Boreal, hoy celebrado como
Día de la Masonería Universal), de
1717 se produce una escisión en la Masonería. Mejor dicho: desaparecería una y
nacería otra, o bien que de las dos hicieron una que es lo más probable.
Recuerdo que por aquel entonces habían sido vencidos definitivamente los Estuardos
La que lentamente se esfumaría en
los vapores matinales de principios del Siglo XVIII, es la masonería llamada operativa, constructiva o corporativa,
formada por los gremios de operarios, talladores, canteros y auténticos
constructores, que sufrieron infiltraciones póstumas de los que se llamaron masones
aceptados.
Y tal nombre les viene porque no eran albañiles o picapedreros, sino médicos,
abogados, militares, maestros, jueces, burgueses enriquecidos, sibaritas
feminoides devenidos en intelectuales, sujetos provenientes de la nobleza, etc.
La que nacería en aquella fecha, bajo
la protección del rey Jorge II de Inglaterra y la presidencia del médico
calvinista y refugiado francés Teófilo Désaguliers (predicador de la corte), es
la masonería invocada como doctrinaria, filosófica o especulativa:
que es la que hoy en día no existe rincón del Planeta que no la padezca.
Francisco de Miranda al organizar sus logias llamaba a esta masonería como política.
De cualquier manera el origen de la secta es incierto y muy difícil de probar (Diccionario Enciclopédico de la Masonería,
Bs. As. 1947).
Dice Juan Caprile (en Revista Civilita Católica, 1957 y 1958)
que “ambas masonerías son, por lo tanto, dos organismos diversos, nada afines
con sus objetos, si bien análogos en sus reglamentos y en su organización.”
Aunque en verdad parecería ser que
la fecha de su aparición formal fue en 1723, cuando el Pastor Presbiteriano
Jaime Anderson redactó su primera Constitución
(Book of constitutions), ampliada y
reformada en 1738 y 1746. Pero por otro lado el Diccionario Enciclopédico Abreviado de la Masonería, afirma que “la reforma radical de la masonería moderna
se operó en 1641. En tal fecha deja su objetivo material y primitivo y toma el
carácter teórico y científico en lugar del manual y práctico, recibiendo a los
masones aceptados. El alquimista (astrólogo y anticuario) Elías Ashmole es uno de ellos, admitido en
1646 en la Logia Warrington de Edimburgo.”
Anterior a esta Constitución el rey
calvinista Guillermo III había modificado los estatutos, y luego en 1720 se
destruyeron todos los documentos de la masonería estuardista, con el fin de eliminar todo rastro de catolicismo y
todo vestigio de romanismo, que hasta entonces había sido lo preponderante en
la secta. Fue así como, fusionando todas las logias inglesas (cuatro en total)
se fundó la Gran Logia de Inglaterra
con asiento en Londres en tiempos de Jorge IV.
En el año 1650, Elías Ashmole era
quien manejaba las logias rosacrucianas organizadas en Londres, y sus adeptos
se reunían en los mismos locales que los masones. Su objetivo principal
era “construir el Templo de Slomón, templo ideal de las ciencias”. Estos
conventículos estaban, a su vez, fuertemente emparentados con los Hermanos Bohemios. Y dicen que fue
Ashmole quien ideó las ceremonias de los grados iniciáticos (en 1641, 1648 y
1649), que son los tres primeros grados masónicos modernos (la llamada Craft Masonery o Masonería Azul); y fue quien escribió los rituales de ellos que
son, con pequeñas diferencias, los utilizados en la actualidad.
Rosacruces fueron Martín Lutero y René Descartes, por ejemplo: así lo atestiguan los anillos de sello
que ellos usaban con todos los símbolos de los Rosacruz. Así que Lutero, aparte del problema con la
monjita Catalina Bora (muy rica en
oro la religiosa; buen ojo el de don Martín),
que después solucionó casándose con ella para dejarse de andar siempre más
turbado que el día anterior, también por las noches golpeaba la vela y usaba el
mandil en el tabernáculo inventado por los ingleses. Lo que se dice una
bellecita. Pero de allí a decir que luterano tiene una parte de lútero
y otra del ano, no. Eso no me consta. Más aún: me parece una grosería de
un mal educado como decía mi tía Clarisa que me daba clases de castellano.
En la Inglaterra de nuestros días,
la Masonería esta amparada por una ley especial del Parlamento, como Sociedad
Secreta, y no sólo es patrocinada por los nobles del reino y la cáfila
de turiferarios que la sirven desde adentro y desde afuera del reino, sino que
hasta la soberana es patrona de la Institución
Real Masónica para Niños. El heredero al trono, el Príncipe de Gales es, a
su vez, Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra y Gran Patrono de la Orden.
La dispersión de las filiales por Europa
Sea como fuere, lo cierto es que,
por lo que después se vio, la masonería inglesa comenzó a moverse por el resto
de los países de Europa a partir de las fechas que van de 1717 a 1723. Felipe,
duque de Wharton de sexo dudoso, célebre por su impiedad y libertinaje, fue
elegido Gran Maestre de la Logia de Inglaterra en 1722. Bajos sus auspicios
actuaron Anderson y Désaguliers. En 1720 eran 25 las logias fundadas; en 1725
ya llevaban 50, y en 1737 el Príncipe de Gales pertenecía a la Orden (digamos
que como ahora). Al mismo tiempo la Gran Logia de Inglaterra creó sus filiales
en forma casi simultáneas en: Irlanda, España, Portugal, Bélgica, Alemania,
Holanda, Suiza, Dinamarca, Suecia, Rusia, Polonia, Italia, Estados Unidos,
India y Africa.
Observe el lector que, en los países
donde la Gran Logia creó sus filiales, fueron colonias descubiertas y saquedas
sin conmiseración (caso de Irlanda, la India y África, por ejemplo), o
encubiertas (caso de Portugal y España) de Inglaterra; aliados (el caso de
Rusia, Polonia, Suecia e Italia) para la guerra; o naciones que tuvieron que
ver con el famoso equilibrio europeo
que inventaron los británicos para justificar sus agresiones; o bien que su
posición geopolítica las hacía indispensables a los fines de la dominación
inglesa en el continente (casos de Bélgica, Holanda y Dinamarca). Porque geopolíticamente hablando los Países
Bajos son a Europa lo que Israel es a la Media Luna de las Tierras Fértiles.
Quien tenga estos puntos, maneja el resto con solo mover un dedo. Funcionan en
la tierra como los estrechos en el mar. Por
eso el Señor de Israel, que de geopolítica sabía un montón, le dio a sus
preferidos esas tierras y no el Líbano, Siria o el Irán, por ejemplo.
De manera que los primeros pasos que
dio la masonería fuera de Inglaterra fue
como poderosa herramienta de dominación disfrazada de filantrópica y otras
mojigangas. De forma tal que la Gran Logia de Inglaterra y la Tercera
Orden de la Iglesia Anglicana vinieron a ser, y antes que todos, la columna vertebral del Imperio Británico.
Y las dos organizaciones fueron y son manejadas por Su Majestad, para que nadie
se equivoque. Hoy por doña Isabel II, casi momificada la pobre y martirizada
por artritis reumatoidea, que aparentemente la usan para los desfiles, el
protocolo y las estampillas. Mire don lector: en la Mancomunidad Británica no hay un solo cabello que se caiga de
alguna cabeza, ni brizna de pasto que se corte, que no esté autorizado por
ella. Es muy sencillo esto.
Aparece la voz de los Papas
A veinte años de haber sido fundada
oficialmente la secta masónica en Londres, el Papa Clemente XII, en su
encíclica In eminenti del 28 de
abril de 1738, condenó y prohibió para siempre a las sociedades masónicas, como
“perniciosas para la seguridad de los
estados y la salvación de las almas”; fulminando contra ellas la excomunión mayor, y ordenando a los
obispos que procediesen contra sus
adeptos como si se tratase de verdaderos herejes, “enemigos de la seguridad pública”, pues “corrompen los corazones de los hombres sencillos y los traspasan con
dardos envenenados (…) Después de
haber reflexionado con madurez y de haber adquirido en este punto una completa
certeza –agrega el Papa-, hemos
decidido, por justos y razonables motivos, condenar y prohibir las dichas
sociedades, reuniones y asociaciones constituidas con el nombre de
francmasonería o con cualquier otra denominación.”
“Bajo
las afectadas apariencias de una natural probidad que se exige a los masones y
con la cual se contentan –dice inclemente Clemente XII-, han establecido ciertas leyes y estatutos que atan mutuamente; pero
como el crimen se descubre por sí mismo, estas reuniones se han hecho
sospechosas para los fieles. Y si todo hombre honrado considera el hecho de
estar afiliado a ellas, como un signo inequívoco de perversión (…) Si sus principios fuesen puros no buscarían
con tanto cuidado la sombra y el misterio.”
En verdad, lo que hizo Clemente XII,
fue asociarse al clamor de los reinos y de sus pueblos. En efecto: antes que
él, la masonería había sido prohibida y perseguida en Holanda (1735, un año
después de su establecimiento en aquel reino), en Hamburgo, Suecia y Ginebra,
también en 1735. Las logias de Zurich, Berna, España, Portugal, Italia y
Polonia fueron clausuradas después de aparecida la bula pontificia. A las que
se asociaron poco después Baviera, Rusia, Austria y Turquía. Benedicto XIV
también la condenó en 1748, es decir 13 años después.
Aparecen las 24 condenas papales por falta de una
En 1935 la prohibió el IIIer. Reich
en Alemania; en 1936, Mussolini en Italia, y en 1939 Francisco Franco en España
(emitiendo uno de los mejores documentos que existen contra los satanistas).
Cabe destacar que las prohibiciones en Alemania e Italia fueron seguidas de
violentos allanamientos donde se encontró valiosa información, como por ejemplo
planes futuros que la masonería estaba resuelta desatar en distintas naciones
(concretamente el caso España de 1936 a 1938), también se explicaban muchos
hechos del pasado. El fruto de estos allanamientos fue publicado en millones de
ejemplares en versiones en alemán y en italiano. Dicen que hubo ejemplares en
castellano traducidos en España. Sin embargo no ha sobrevivido ninguno ni como
copia, lo que ya prueba dos cosas: que evidentemente decían la verdad y que los
hermanos fueron muy prolijos para
hacerlos desaparecer.
Los Pontífices que condenaron a la
masonería fueron: Gregorio XVI (1832), Pío IX (en 1846, 1849, 1854, 1859, 1862,
1864, dos veces en 1865, 1869, 1873, 1875 y 1876), León XIII (una serie de
documentos que van de 1878 a 1903, 1884, San Pío X (1911); la Congregación del Santo Oficio (1884); el Concilio Plenario Americano (1889);
el Código de Derecho Canónico
(Canones 684 y 2335 de 1918); Pío XI (1931 y 1932), etc.
De toda esta cascada de condenas por
más de 197 años, no cabe duda que el documento más claro y que pinta a la
masonería tal cual es, ha sido la encíclica Humanum Genus del Papa
León XIII, del 20 de abril de 1884. Nadie, absolutamente nadie puede decir, a
partir de la Humanum Genus, que fue engañado por la
masonería o que no sabía de qué se trataba. Y hoy en día tiene tanta vigencia
como hace 113 años. El dolor de los hermanos
tripuntes es que la Humanum Genus es, sencillamente
irrebatible. Prometo hacer, pronto, un comentario de ella.
Para terminar con este acápite debo
agregar, obligadamente, la íntima conexión entre el comunismo (desaparecido sólo formalmente) condenado por Pío XI, el socialismo marxista y el comunismo (en su versiones leninista, trotskista y enseguida estalinista:
todos judíos y todos masones, incluido el Patriarca Marx que era rabino
además), condenados por Pío IX y León XIII, que hicieron su irrupción en la
historia en 1846 y que se hallan
estrechamente vinculados, como lo anunció León XIII y lo confirmó Pío XI, con
el filosofismo, el liberalismo económico (obra cumbre del
racionalismo Iluminista, con sus dos brazos; uno ejecutor: el capitalismo, y el otro dominador: el imperialismo), y la masonería del Siglo XVIII.
La masonería es una verdadera antigualla
Este dicho es un caballito de
batalla que anda suelto con el apero bien cinchado, sin bozal ni nada que lo
sujete. Como no me voy a poner a rebatir aquí semejante sandez, reproduciré lo
que sigue, que nunca fue desmentido ni rebatido hasta el día de hoy: “Nada se
ha modificado en la legislación de la Iglesia con respecto a la masonería. Los
cánones 684 y 2335 se hallan en pleno vigor hoy como ayer. Su bandera de
aconfesionalidad, neutralidad y concordia universal, conduce naturalmente a la
indiferencia religiosa, es una bandera anticatólica y niega el primado absoluto
que se debe dar a la verdad en todos los dominios, especialmente en religión.
Los binomios “católico-masón” (traducido a nuestra jerga
actual sería funcionario) “católico-comunista” (que debe leerse como progre) son una burla para nosotros que
no queremos contaminaciones y que sabemos que no haya nada en el mundo que sea
más grande que un cristiano verdadero, sin adjetivos sin aditamentos (cuidado
católicos carismáticos, por ejemplo). La Iglesia posee un contenido
doctrinal divino que es la revelación de Dios. Sobre tales elementos no pueden
existir componendas de ninguna clase (precaución iglesia clandestina de Quilmes)
sino tan solo una fidelidad absoluta, una
noble y gloriosa intransigencia sobre lo que es verdad divina y conformidad
de vida en la revelación (Bergagoglio me parece que te están llamando). Sólo la
verdad nos hará libres, no los
compromisos ni los hibridismos que deshonran a la razón y que son, además, una
ofensa para nuestra fe” (Monseñor Mariano Cordovani, Maestro del Sacro
Palacio, en L’Osservatore Romano del
19 de marzo de 1950).
La Masonería Inglesa: una herramienta fenomenal
Cuando Inglaterra desembarca en la
Península Ibérica ocupada por Napoleón, quedó atada de pies y manos, respecto de sus ambiciosos planes para
separar a España de sus posesiones ultramarinas. Simplemente porque como aliada
de España no podía aparecer ante la
comunidad europea, aunque en un segundo plano, alentando, favoreciendo o
provocando la independencia Hispanoamericana. Si lo hubiese hecho tal vez
perdería a todos sus aliados en la lucha contra el Gran Corso y el bloqueo
continental se prolongaría indefinidamente. Por otra parte la situación social
en la isla, que se acarreaba desde 1790, estaba en 1808 en su punto más álgido
(expectativas de vida de un pobre: 25 años; de un rico 50), al extremo de que
algunos autores sostienen que se estuvo muy cerca de producirse en Londres una
segunda Revolución Francesa. Entonces, ¿qué hacer? ¿Acaso estudiar lo que se
venía delineado desde 1780 y llevado a la práctica en 1805, 1806 y 1807?
Evidentemente no.
La otra alternativa era dejar en el
congelador los planes e ideas pergeñadas hasta que soplasen mejores vientos,
entre ellos el Plan Maitland. Sin embargo la guerra, iniciada en Portugal
primero y en España después por la invasión napoleónica, amenazaba con ser muy
larga, como efectivamente se verificó, por lo que esperar su finalización era
otro desatino. A este cuadro siniestro habría de sumársele la presión ejercida
sobre la corona por los financistas (usureros) de la City londinense y de los sectores asociados a ellos: los de la
producción (entonces deudores morosos de la usura) imposibilitados de vender
sus manufacturas (fabricadas a destajo por el maquinismo), se encontraban en
situación de quebranto económico ¿Entonces Inglaterra se vio en un callejón si
salida? Así hubiese ocurrido de no contar Inglaterra con la más formidable
herramienta jamás inventada: la
masonería. A ella se le
encomendó esta tarea. Tan silenciosa como eficiente.
La masonería, amparada como hoy mismo, en inofensivas ideas de
libertad, igualdad y fraternidad, portadora de ideas supranacionales,
disfrazado su matiz extra nacional con mil caras, derramada a los cuatro
vientos, sin fronteras que la sujeten, censuren o frenen, enemiga acérrima de
las ideas de patria y de la religión, luchadora incansable contra las tradiciones
de los pueblos, dirigida por cien cabezas (pero que respondían a una sola), y
amparada por el más estricto secreto, era el instrumento ideal para prestar asistencia indirecta a los
revolucionarios hispanoamericanos. Esto no debió pasar inadvertido a los
masones británicos, entre los cuales figuraba a la cabeza, el Príncipe Jorge
(Regente por la locura de su padre desde 1810 hasta 1820 y después rey hasta
1830), quien fue el primero, a pesar de ser un tarambana, en manifestar su
desacuerdo sobre que Gran Bretaña diese su apoyo formal a las insurrecciones en
América Española.
Este Príncipe, el primogénito de
Jorge III, luego rey Jorge IV hasta 1830 como acabo de decir, había sido
iniciado en la secta satánica en 1787 en la Logia
Príncipe de Gales cuando tenía 25 añitos de edad. En 1811 era Gran Maestre de la Moderna Masonería
Constitucional Inglesa. Su juventud fue borrascosa y a pesar de llevar una
vida prostibularia y de lobizón por las noches, se casó en secreto con una
viuda más vieja que la achicoria y a pesar de ser católica: Fitz-Herbert, con
la condición de que le pagase todas las deudas que tenía colgadas en las
gancheras de las tabernas, bodegones y casas de lenocinio. En 1795, mejorando
la puntería, se casó con su joven prima Carolina de Brunswik, que tenía más
dinero que la añeja primera esposa, la que también hubo de saldar las deudas
del calabacín trotacalles.
Por su parte Duff (solterón de sexo
dudoso como todos los que rodearon a San Martín, incluido Wellington que hizo
con Catalina Pakenham -1806 en Londres- lo mismo que hiciera el Libertador con
Remedios-1812 en Buenos Aires-), el íntimo amigo de San Martín en España y
luego en Escocia, fue iniciado en la secta en 1802. A su regreso a la isla fue nombrado Maestro de Culto y en 1814 recibió el cargo de Gran Maestre Encargado de la Gran
Logia de Escocia, domiciliada en Edimburgo, cuyo Gran Maestre era,
precisamente el Príncipe Regente.
La Masonería Mirandista
Para obtener los objetivos independentistas, de apariencia libertaria
(exotérica) y de fondo británicos (esotérico), que se había propuesto Francisco
de Miranda (1750-1816), venezolano por nacimiento y General inglés por
convencimiento, ninguno de los ritos masónicos existentes, podía ofrecerle
mayores ventajas que el llamado entonces Rito
Moderno Francés al cual se hallaba afiliado desde 1796, presentado por
María José Marqués de La Fayette (1757-1834) el mejor discípulo en Francia del
fundador del Iluminismo, Adam
Weishaupt (1743-1830), los cuales tres, como se ve fueron, prácticamente, contemporáneos.
Dicho rito masónico consta de cinco
grados: tres son simbólicos, aprendiz, compañero y maestro; y
dos grados superiores o dogmáticos, Rosa Cruz y Caballero
Kadosch.
Miranda instituyó en la casona de Graften Street, Fitzroy Square, número
26, de Londres, una logia de este tipo a la que denominó Lautaro. Poco tiempo
después instituyó otras dos que se denominaron Caballeros Racionales y Gran
Reunión Americana. Muchos autores masones y no masones, han considerado
a estos tres conventículos como uno sólo, armando un embrollo fenomenal. Pero
no fue así. Los tres nombres o títulos se correspondían con tres talleres bien diferenciados, que
fue el trípode sobre el que se asentó la Gran Logia Regional Americana, que
era todo un Gran Oriente, dependiente de la Gran Logia de Inglaterra.
La Fayette, Washington y Miranda. Tres hombres aparentemente
diferentes y un solo corazón: Falta Adam Weishaupt que lamentablemente
no aparece retratado.
En ocasión de la fundación de la Lautaro,
Miranda contó con la decidida colaboración de: Saturnino Rodríguez Peña, del
sacerdote Servando Teresa Mier, Santiago Mariño, Benito Lizárraga, Olavide,
Pozo, Sucre, Lord Mellville (Henry Dundas), Duff, conde de Fiffe, Sir Home
Popham, Sir David Bair y otros ingleses que pertenecían de antaño a la
masonería británica. Como se puede observar la logia quedaba automáticamente
enlazada con los masones del gobierno de Pitt (que también lo era, como su
padre que sirvió a los reyes Jorge II y III, ambos de larga trayectoria masónica),
y con la virulenta masonería escocesa a través de Duff, el gran amigo de San
Martín en España y luego al iniciar su ostracismo voluntario en la isla.
La Lautaro hace que
aparezca la pata de la sota
Respecto origen del nombre Lautaro
los autores de los más diversos pelajes, incluidos los masones siempre
traviesos, se han echado a volar con su imaginación peregrina. Pero casi todos
convergen, con pequeñas diferencias, en que se dio este nombre en memoria del
cacique araucano Lautaro inmolado en 1553, tiempos de la Conquista del Reino de
Chile por Valdivia, y que fuera inmortalizado en la bella poesía romancera por
don Alonso de Ercilia y Zúñiga. Recordamos de paso que este indígena había sido
paje de Valdivia hasta la batalla de Tucapel en que es muerto el jefe
castellano, y fue entonces cuando Lautaro se pasó al bando contrario donde,
entre otros, militaba el célebre Caupolicán, que también es de leyenda.
Sin embargo el historiador don Vicente F. López (masón como su padre),
al referirse a la Lautaro afirmó que
“el nombre de Lautaro no fue un
título ocasional sacado al acaso de la leyenda araucana (…) sino una palabra
intencionadamente masónica y simbólica, cuyo significado específico no era Guerra
a España sino Expedición por Chile, secreto que
sólo se revelaba a los iniciados al tiempo de jurar el compromiso de adherirse
y consagrarse a ese fin” (Historia Argentina, Tomo IV, pág. 270).
Pero el Director de la Biblioteca
de la Masonería en Buenos Aires, don Antonio R. Zúñiga, hace con estas
palabras de López una deducción acertada para su tiempo: “Hay en tal afirmación
un error –dice Zúñiga, masón irredento-. San Martín tomó el nombre de Lautaro
de la logia fundada por Miranda, como O’Higgins lo hizo a su vez de la logia de
Buenos Aires; y siendo ello así, mal podía entonces el general Miranda saber,
en 1806, que San Martín llevaría a cabo, años más tarde, la expedición a Chile”
(La logia Lautaro y la Independencia de
América, Cap. II, pág. 37, Bs. As. 1922).
Bien: ¿qué tenemos por aquí? Primeramente que O’Higgins conocía el
nombre Lautaro desde Londres, donde vio fundar la logia a Miranda y sabemos que
fue una de sus manos derechas. Seguidamente que en 1922, Zúñiga no sabía lo del
Plan Maitland que descubriría el doctor Terragno en 1981. Pero, evidentemente
algo conocía don Vicente F. López que llegó a ser Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo Grado 33 del Escocismo (título que compartió con personajes como
Sarmiento, Leandro N. Alem, general Agustín P. Justo, generales Julio Argentino
y Rudecindo Roca, Joaquín V. González y unos 35 más que tengo contados hasta
ahora). Pero Zúñiga, que evidentemente no comía vidrio, dice que “le ha llamado
la atención” este hecho (lo que dice López) y más adelante agrega,
completamente extrañado, que Lautaro “constituía una palabra registrada en el
ritual del primer grado”, donde comienza a sospechar, para finalizar diciendo:
“puede muy bien haber tenido asimismo
(la palabra Lautaro), otras aplicaciones
que nosotros no conocemos” ¿Qué me dice lector que se ha quedado callado?
¿Acaso no es sorprendente que ni los mismos masones puedan desentrañar a los
masones?
En la página siguiente vemos el local donde funcionaba el Templo de la
Logia Lautaro de Buenos Aires. Se encontraba ubicada en calle de la Barranca
(hoy Balcarce antes de llegar a Venezuela). Hubo serios intentos de conservarla
como Patrimonio Histórico Nacional. Digamos a nivel de la Casa de Tucumán o del
Cabildo porteño. Una fría mañana la sorprendió reducida a cascotes por la pica
inclemente y el martillo pilón. Los fascistas seguramente. Fue una gran pena.
Entonces, ¿qué significaba la palabra Lautaro? Evidentemente del indígena, los masones, anglófilos de la
primera hora, deslumbrados como los bichos por la luces de Londres, ni se
acordaron. Entonces, ¿cómo sería este puchero? Si en lugar de Lautaro leemos L:A:U:T:A:R:O, como un anagrama, se pueden formar hasta 20
epígrafes, que justamente los tengo a mano, pero no los transcribiré, porque la
mayoría carece de sentido. Solamente 6 de ellos me convencieron y uno sólo por
sobre ellos y que es como sigue: Logia
Aceptada y Unida en Talleres para
la América Regenerada en la O
(recuerdo de paso que esta figura O,
no es la letra “o” sino un círculo
–el mundo, el universalismo- es el
emblema masónico por excelencia; los lautarinos firmaban en la parte
posterior de su correspondencia –O-;
-OO- y –OOO-, que da los grados de confidencialidad y urgencia en la
comunicación de hermano a hermano o entre talleres). Puede ser, sin embargo, que Lautaro fuese ya dos cosas: un anagrama
y que además revelara el Plan Maitland: el camino es por Chile, como lo dice don Vicente Fidel López, que
de esto sabía más que todos los masones juntos. Por este motivo se agregó la
palabra en el juramento del Primer Grado, como queriendo decir que viniendo la orden desde Inglaterra (sede
de la matriz lautarina), todo el mundo
masónico se debería poner a trabajar por el objetivo trasandino sin dilaciones.
Entre Cádiz y Buenos
Aires
Como ya lo he dicho, en 1807 reinaba en Inglaterra Jorge III, medio loco
pero rey al fin; lo acompañaba su Ministerio de los Talentos,
integrado por: Lord Grenville como Primer Ministro; Charles James Fox a cargo del Foreing
Office; William Windham
(discípulo de Edmund Burke y
funcionario del primer gobierno de Pitt)
en la cartera de Guerra; Lord Howick
(más conocido como Earl Grey) un
admirador de Fox; Lord Sidmouth (cuyo nombre era Henry Addington, responsable de la Paz
de Amiens); Tom Grenville, hermano
del Primer Ministro y Lord Holland,
sobrino de Fox. Era esta una ensalada de whig (liberales) y tories
(conservadores), hasta ayer irreconciliable y entonces unido por las maravillas que hace la masonería.
En ese año de 1807, Miranda, mandado por estos Talentos ingleses que eran los que le pagaban, como en los tiempos
de Pitt (y el libertador venezolano se quedaba con los vueltos), desembarcó en
Gibraltar. De allí pasó el paredón que hace de frontera y entró en Cádiz
(ciudad muy vinculada con las invasiones inglesas a Buenos Aires de 1806 y
1807, pero que nunca se la nombra), para establecer una logia en ese puerto
español (aparte de las fundadas por Cagliostro
unos años antes). Un autor masónico ha dicho que “para pertenecer a la Lautaro
se debía ser masón necesariamente”. Y mire don lector: todo indica que debió
ser así; yo no me voy a desgañitar explicando lo contrario.
Dice Mitre que a principios del Siglo XIX la Sociedad de Lautaro tenía ramificaciones (talleres) por toda
España, que estaban afiliadas a la Gran
Reunión Americana, establecida por Miranda en Londres (sospecho que Mitre
quiso decir Gran Logia Regional
Americana). Y fue justamente en Cádiz donde San Martín se embarca en 1811
con rumbo a Inglaterra.
Interior del Templo de la Logia Lautaro. El antro está
alumbrado con velas. Listo
para la tenida. En el dosel del fondo se destaca la estrella
pentada. Sí, la misma
que tiene la bandera
de los EE. UU., la de la Rusia Comunista, la China de Mao,
la cubana del Cuco,
la chilena de Allende, la que luce el
Che Guevara en su
boina y la que hoy
se ve en Plaza de Mayo. Si. Es la misma. ¿Por qué será?
La mayoría de los autores masones y no masones están contestes en que
San Martín fue iniciado al año siguiente, es decir 1808, en una de las logias
que Miranda había fundado en Cádiz con cartas constitutivas de la Gran Logia de
Inglaterra, llamada Legalidad, donde se le habría asignado el nombre de Hermano Inaco (Inaco es un héroe
mitológico nativo de Argos o de la Argólida, ciudad de la Morea en el
Peloponeso; era hijo del Océano y de Tetis; rey de Caria y primer rey
legendario de Argos; etc.). También estos autores, masivamente, han aceptado
que San Martín salió de Inglaterra a fines de 1811 con el Grado 5°. Claro está
que ninguno dice de qué Rito que, en definitiva, es lo más importante. Pero
como sabemos que todas las logias mirandistas fueron del Rito Francés o de La Fayette,
el Grado 5° es el último, y se corresponde con el de Caballero Kadosch.
Esta deducción tan simple y que hoy no admite discusión, me ha llevado a
pensar que el masonismo de San Martín debió ser muy viejo. Es impensable
suponer que San Martín pasó en tres años de lobatón a Caballero Kadosck.
No. Tenga la seguridad el lector que en la Masonería estas cosas no pasan. En
el Rito Escocés de Antiguos y Aceptados Masones (REAAM) donde de los 5 grados
se han hecho 33, por méritos se puede saltear uno, dos y tal vez tres grados.
Pero en el constreñido Rito de Lafayette no. Allí se debe permanecer y dar
testimonio en cada grado.
El masón arrepentido Luis Blanc (Historia
de la Revolución, Tomo II, pp. 80 y 82), dice que “Kadosch” (en hebreo: El Santo; ¿acaso le vendrá de allí
lo del Santo de la Espada que le endilgó a San Martín don Ricardo Rojas que era masón y de esto
sabía más que nosotros?), “es el Hombre
Regenerado, santuario tenebroso cuyas puertas no se abrían al adepto sino después de una larga serie de pruebas
(algunas humillantes, agrego yo,
como la sodomía, repetida
dolorosamente o con gusto en varios grados, ¿será por esto que dicen se le
abrían las puertas?), contestadas de manera que comprobaran los progresos de su
educación revolucionaria, la constancia de su fe (masónica) y la fortaleza de
su corazón (dormido en Inglaterra).”
Por el otro lado no hay ninguna constancia de que Maitland fuese masón. El único indicio es que era parroquiano de la
Taberna de los Masones, punto de
reunión de los Amigos del Pueblo,
formado por un grupo de parlamentarios del cual el propio Maitland era un miembro prominente. De este cuchitril misógino se
abastecía el rey para formar sus gabinetes, como el de los Talentos, por ejemplo. Funcionaba como un banco de cerebros al cual
se acudía en busca de personajes hábiles para la corona. De manera tal que
cualquiera que de allí se tomase, se tenía la razonable certeza de que era
masón y que había estado bajo la lupa por varios años. No había posibilidad de
yerro: era canalla confirmado. El líder de este grupo era James Mackintosh, un famoso masón y abogado perpetuo de la
independencia Sudamericana. De manera que cuando don Jorge III necesitaba un
hombre de tales y cuales características se lo pedía a Mackimtosh y este se lo
remitía con franqueo pago. Este Mackintosh
era amigo desde su niñez de Cochrane
y consecuentemente de Maitland.
Dentro de la masonería el caso Maitland
es como el caso de San Martín (y el
de Lonardi sin ir muy lejos): todos
los círculos que frecuentó y las amistades que tuvo hasta su muerte fueron
masónicas, pero se duda si él lo fue o no. Entonces le pregunto al lector:
¿usted, cuántos amigos masones tiene?, o, ¿cuántas veces fue invitado a un
templo masónico a presenciar una tenida
blanca? Luego dígame como hacían
estos para vivir entre masones sin serlo, y qué veían los masones en él que lo
aceptaban sin más trámite. Pero no negaré que esto pudo ser posible, porque estos hombres eran maravillosos,
¿o no?
Sin embargo las confirmaciones de las vinculaciones de San Martín con la
masonería parecen emerger de sus actos posteriores a su visita de cuatro meses
a Inglaterra. La logia masónica erigida por Silva Cordeiro en el Barrio de Las Catalinas en la calle de
la Santísima Trinidad, entre Santo
Tomás y Santa María (hoy San Martín, entre Paraguay y Charcas) con
el exequatur acordado por la Gran Logia de Pensilvania (EE. UU.),
que le daba el carácter de legal, había desaparecido en 1804, pero abatió sus
columnas en 1810. Después vinieron, junto con el invasor, las logias inglesas
que en total fueron tres. Pero al llegar don José a las Balizas de su Majestad
en el Río de la Plata, la única organización que se encontraba en pie era la Sociedad Patriótica. Según el masón
Zúñiga (op. cit., Cap. X, pág. 152), al pisar la ribera de Buenos Aires, venía
San Martín con un estudio detallado de cuanto acontecía masónicamente en la
ciudad y el nombre de dos referentes principales: Manuel de Escalada (un
bastardo de la familia Escalada, reconocido posteriormente en España; después
su suegro) y el tucumano Bernardo de Monteagudo.
Junto con Carlos María de Alvear y Matías Zapiola (ambos iniciados en
Cádiz) fundó lo que en términos masónicos se denomina un triángulo (un taller o logia),
compuesto de tres luces (autoridades
superiores de una logia), que serían: Venerable,
Secretario y Orador. Esto, en la jerga masónica se denomina logia legal o logia perfecta.
Establecido el triángulo se adquirió, a principios de mayo de 1812, un caserón
cuya fotografía y domicilio ya he expuesto. En breve plazo ingresaron al taller
y en el siguiente orden: Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Bernardo de
Monteagudo, Manuel S. de Anchorena, Julián Álvarez, Alejandro Murgiondo,
Teniente Coronel Manuel Pintos, doctor Antonio Sáenz, Bernardo Vélez y Tomás
Guido.
Recibió esta logia el nombre de Lautaro
y su matriz se encontraba en Gran
Bretaña. Ahora bien: esta logia se componía de dos cámaras o secciones: la simbólica o azul (el azul cardo de
los ingleses que ellos llaman tiestle,
el de la Orden de la Jarretera) que consta de los tres primeros grados (la craft masonery o fuerza de choque de la masonería); y la superior o roja
compuesta de los grados 4° (Rosa Cruz) y 5° (Kadosch). A esta cámara San Martín
la denominó Gran Logia de Buenos Aires.
Esta fue la que actuó políticamente con prescindencia de la Lautaro. Los miembros de la Lautaro
jamás participaron de las deliberaciones. Es decir, lo que los historiadores
tratan como un organismo, en
realidad y efectivamente, fueron dos.
Que entre ellos existiría cierta correspondencia o relación, no lo dudo, pero
siempre las aguas separadas.
En la página siguiente, vemos la banda masónica usada en la
Lautaro. Cuando se incendió el Colegio del Salvador en 1875 la encontró Enrique
B. Moreno, que era Jefe de Policía, luego embajador, Senador Nacional,
Comandante General de Marina y masón. Sobre ella hago una sola pregunta: ¿qué
hacía esta banda en un Colegio
Confesional como el del Salvador?¿Y los curas la tenían como reliquia o la
tenían porque la usaban?
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